domingo, 5 de septiembre de 2010

LA TESIS DE RENÉ GUÉNON SOBRE LOS ORIGENES DEL CRISTIANISMO



LA TESIS DE RENÉ GUÉNON SOBRE LOS ORIGENES DEL CRISTIANISMO

J.M. d'Ansembourg

Traducción, J. Lohest

Hace unos años, las paredes de la gran ciudad estaban de nuevo empapeladas con carteles electorales que prometían una ola de renovación y de felicidad. Los del partido comunista (tendencia Moscú) habían sido pegados con furia encima de los del partido comunista (tendencia Pekín) y viceversa. Al su lado, figuraban grandes eslóganes del partido liberal que ninguno de los dos hermanos enemigos había juzgado útil ocultar o arrancar.

¿Acaso no ocurrió un fenómeno similar con el nacimiento del Cristianismo? San Pablo, el apóstol de los Gentiles, aportó una contribución tan determinante para la expansión de la joven religión que cabría preguntarse si, sin él, habría sobrevivido; para ello, comentó y desarrolló el patrimonio judío de esta nueva religión con la ayuda de elementos y nociones griegas que recuerdan la filosofía de los Gentiles y sus religiones de Misterios. En efecto, se dedicó al mundo greco-oriental que, sin esta "preparación", hubiera tenido gran dificultad para asimilar la enseñanza de Jesús, que se dirigía a la mentalidad judía (1). Esta adaptación debió estar en la raíz de las incomprensiones y el odio que surgieron desde los comienzos, entre judíos y cristianos. Por otra parte, cabría preguntarse si las sorprendentes semejanzas entre el cristianismo paulino y las religiones de Misterios o iniciaciones antiguas no fueron las que provocaron las execraciones mutuas que conocemos. Si bien los cristianos sufrieron esas feroces persecuciones durante los tres primeros siglos, ciertamente devolvieron el cambio (centuplicado) a los paganos, por la vía de la erradicación...

Sin embargo, si se hace el esfuerzo de levantar las cortezas y los velos, si se va más allá de las imágenes y ritos para husmear el buen olor de vida que esparce la médula de los Sabios, estaremos sorprendidos de olerla, tanto en el caso de los judíos como en el de los cristianos, tanto en los Misterios paganos como en la Tradición apostólica: ¡En huesos separados la única médula suculenta!
Hemos tenido la audacia de afirmar que las religiones de Misterios y las iniciaciones paganas presentaban grandes similitudes con el Cristianismo de los primeros siglos : volveremos posteriormente a ello. No obstante, debemos constatar que los orígenes del Cristianismo permanecen muy misteriosos y aún hoy en día nos vemos obligados a esbozar hipótesis para intentar amueblar los sombríos lienzos de pared que subsisten en su historia primitiva.

Ciertamente no resolveremos aquí estos enigmas; nuestra ambición se limita a dar a conocer mejor una tesis que quizás explicaría algunos malentendidos y que no puede ser rechazada fácilmente si uno se esfuerza realmente en reflexionar sobre la cuestión, abandonando todo prejuicio, tanto clerical como anticlerical. Esta tesis la expresó René Guénon en sus Aperçus sur l'Esotérisme Chrétien (Ed. Traditionnelles, París, 1971) :

«Lejos de ser la religión o la tradición esotérica que conocemos actualmente bajo este término, en sus orígenes el Cristianismo tenía, tanto en sus ritos como en su doctrina, un carácter fundamentalmente esotérico y por consiguiente, iniciático. Encontramos confirmación de ello en que la tradición islámica considera al Cristianismo primitivo propiamente como una tariqah, es decir, una vía iniciática y no como una shariyah o legislación de orden social dirigida a todos; lo cual es tan cierto que posteriormente se tuvo que suplir esta falta con la constitución de un derecho "canónico" que en realidad no fue más que una adaptación del antiguo derecho romano, o sea, algo que vino enteramente del exterior y no un desarrollo de lo que estaba contenido en el Cristianismo en sí. Además, es evidente que en el Evangelio no se encuentra ninguna prescripción que pudiera ser considerada poseedora de un verdadero carácter legal en el sentido propio de esta palabra; la expresión que todos conocemos de "Hay que devolver al César lo que es del César ..." nos parece muy adecuada en este caso, ya que implica formalmente, para todo lo que es de orden exterior, la aceptación de una legislación completamente extranjera a la tradición cristiana y que no es más que la que existía en el contexto donde ésta nació, por cuanto estaba incorporada en el Imperio romano. Sería, sin duda, una grave laguna si el Cristianismo hubiera sido entonces aquello en lo que se convirtió más tarde; la existencia de tal laguna no sólo sería inexplicable, sino totalmente inconcebible en una tradición ortodoxa y regular, si dicha tradición tenía que comportar realmente un exoterismo y un esoterismo, y si tenía incluso, diríamos, que aplicarse ante todo al dominio exotérico; por el contrario, si el Cristianismo tuviera el carácter que acabamos de decir, la cosa se explicaría sin ningún esfuerzo, puesto que no se trataría en absoluto de una laguna sino de una abstención voluntaria de no intervenir en un sector que, por definición, no le concernía en estas condiciones.

Para que esto hubiera sido posible, habría sido necesario que la Iglesia cristiana, en los primeros tiempos, hubiera constituido una organización cerrada o reservada, en la que no todos eran admitidos indistintamente sino sólo los que poseían las cualificaciones necesarias para recibir válidamente la iniciación bajo la forma que se podría llamar "crística"; y se podría encontrar con facilidad muchos indicios que muestran que realmente ocurrió así, aunque sean por lo general incomprendidos en nuestra época y que incluso, como consecuencia de la tendencia moderna que niega el esoterismo, se busque con demasiada frecuencia de forma más o menos consciente, desviarlos de su verdadero significado.» (2) (págs. 9 y 10).

Hay que reconocer que el argumento de Guénon tiene su peso. Al fundar el Judaísmo, Moisés le dio libros legislativos que regulaban toda la sociedad judía (el Exodo, Levítico, Números, Deuteronomio, etc...). Asimismo, Mahoma, al transmitir la ley coránica, organizó el mundo del Islam tanto en el terreno profano como en el religioso. El Nuevo Testamento carece de este carácter legislativo de lo cual Guénon deduce que no estaba destinado a fecundar una religión nueva con una sociedad también nueva y abierta a todos.

Pero si los ritos cristianos eran al principio específicamente iniciáticos y reservados, ¿cómo se explica que hayan pasado a formar parte de una religión que se dirigía al gran público?

«Seguramente debió tratarse de una adaptación que, pese a las deplorables consecuencias que tuvo en algunos aspectos, fue plenamente justificada e incluso necesaria a causa de las circunstancias del tiempo y del lugar.

Si se considera cuál era, en aquella época, el estado del mundo occidental, es decir del conjunto de países que comprendía el Imperio romano, uno puede fácilmente darse cuenta de que si el Cristianismo no hubiera "descendido" al dominio exotérico, este mundo, en su conjunto, hubiera quedado rápidamente desprovisto de toda tradición; ya que las existentes hasta entonces, como la tradición greco-romana que predominaba de forma natural entonces, habían alcanzado un grado tan elevado de degeneración que indicaba que su ciclo de existencia estaba a punto de terminar (3). Este "descenso", queremos insistir en ello, no fue en absoluto un accidente o una desviación; al contrario, debemos considerar que tuvo un carácter verdaderamente "providencial", ya que evitó que Occidente cayera ya en aquel momento en un estado que, a fin de cuentas, podría compararse al que vivimos ahora. El momento en el que debía producirse una pérdida general de la tradición como la que caracteriza a los tiempos modernos, todavía no había llegado; hacía falta, pues, que hubiera un "restablecimiento", que sólo el Cristianismo podía operar, con la condición de renunciar al carácter esotérico y "reservado" que tuvo en un principio; y así, el "restablecimiento" no sólo iba a ser benéfico para la humanidad occidental, lo cual es demasiado evidente como para tener que insistir en ello, sino que a su vez, estaba en perfecto acuerdo con las leyes cíclicas en sí mismas, tal como lo está cualquier acción "providencial" que interviene en el curso de la historia.

Sería probablemente imposible asignar una fecha concreta a este cambio que convirtió el Cristianismo en una religión en el propio sentido de la palabra y en una forma tradicional dirigida a todos sin distinción. En cualquier caso, lo cierto es que era un hecho consumado en la época de Constantino y del Concilio de Nicea, de forma que éste no tuvo más que "sancionarlo", por así decirlo, inaugurando la era de las formulaciones dogmáticas destinadas a constituir una presentación puramente exotérica de la doctrina. Eso no podía ocurrir sin algunos inconvenientes inevitables, dado que el hecho de encerrar de este modo la doctrina en unas fórmulas claramente definidas y limitadas, hizo que fuera mucho más difícil, incluso para quiénes realmente eran capaces de ello, penetrar en el sentido profundo; además, las verdades de orden propiamente esotéricas, que estaban por su propia naturaleza fuera del alcance de la mayoría, ya no podían ser presentadas de otra forma más que como "misterios" en el sentido que la palabra tiene vulgarmente, es decir que, a los ojos de la mayoría, no tardaron en aparecer rápidamente como algo imposible de entender, incluso prohibido de profundizar. Sin embargo, estos inconvenientes no fueron tan grandes como para oponerse a la constitución del Cristianismo en forma tradicional exotérica o como para impedir su legitimidad, dada la inmensa ventaja que, como hemos dicho, habría de resultar posteriormente de ello para el mundo occidental; además, si el Cristianismo como tal dejaba de ser iniciático, quedaba aún la posibilidad de que subsistiera en su interior, una iniciación específicamente cristiana para la elite, que no podía quedarse sólo con el punto de vista exotérico encerrándose así en las limitaciones inherentes a éste; pero eso es otra cuestión que analizaremos más adelante.

Por otra parte, debemos subrayar que este cambio en el carácter esencial e incluso en la naturaleza misma del Cristianismo, explica perfectamente, como decíamos al principio, que todo lo que le precedió haya sido voluntariamente envuelto en la oscuridad e incluso que no haya podido ser de otra forma. Es evidente que la naturaleza del Cristianismo original, en cuanto era esencialmente esotérica e iniciática, tenía que permanecer completamente ignorada por los que ahora eran admitidos en el Cristianismo, convertido en exotérico; por consiguiente, todo lo que pudiera revelar, incluso de forma solapada lo que el Cristianismo había sido realmente en su comienzo, debía permanecer cubierto de un velo impenetrable» (ibídem, págs. 13 a 16).

Se podría pensar que el extraordinario número de herejías denunciadas ya desde el principio de la historia del Cristianismo está en gran parte vinculado con una necesidad en la que la Iglesia se encontró repentinamente, de definir dogmáticamente la Verdad, utilizando un lenguaje dirigido a todos. Además, desde una óptica exotérica, las autoridades religiosas quisieron juzgar y condenar enseñanzas que normalmente no hubieran tenido que ser divulgadas de lo cual resultó un lío inextricable; éste es el sentido expresado por una importante nota de Guénon :

«En otra parte hemos observado que la confusión entre estos dos sectores (exotérico y esotérico) constituye una de las causas que con mayor frecuencia origina las "sectas" heterodoxas; no es de extrañar que un gran número de las antiguas herejías cristianas tuvieron este origen. Ello explicaría las precauciones tomadas para evitar, en la medida de lo posible, esta confusión cuya eficacia no podríamos de ninguna manera poner en duda, incluso si, desde otro punto de vista, estamos tentados de lamentar que tuvieron por efecto secundario la aportación de dificultades casi insuperables al estudio profundo y completo del Cristianismo» (pág. 17).

Rogamos al lector nos disculpe por la extensión de estas citas, pero nos parece interesante que los cristianos cultos conozcan una tesis que fue rechazada con más ardor partidista que objetividad.

¿Tiene razón Guénon? Reconocemos estar seducidos por su audaz idea puesto que explicaría por qué hay tan escasas certidumbres respecto a los primeros siglos cristianos; pero no somos quiénes para decidir. Además del argumento "legislativo" indicado anteriormente, Guénon hace valer la similitud entre los ritos de iniciación y el ritual de los sacramentos. Por nuestra parte, añadiremos tres elementos nuevos:

1) El cursus honorum de los catecúmenos es fiel copia de las iniciaciones;

2) El Cristianismo primitivo tiene un estrecho parentesco con el culto de Mitra, que constituye en sí mismo una religión de Misterios;

3) Encontramos en las cartas de San Pablo una terminología equivalente a la de las iniciaciones antiguas.

El Catecumenado

En el siglo III, el Concilio de Elvira codificó el recorrido que tenían que seguir los que aspiraban al bautizo; las fuentes fiables son pocas sobre lo ocurrido en los dos primeros siglos.

Primero, se ponía a prueba al candidato mediante un severo examen de admisión; se prestaba una especial atención a su profesión puesto que los que ejercían una profesión relacionada con la idolatría (pintores, escultores de dioses), los guerreros, los empleados en juegos del circo, los adivinos, los magistrados, etc... eran excluidos. Si juzgaban seria la conversión, el aspirante recibía los títulos de Cristiano y de Catecúmeno (es decir, "enseñado", "discípulo") después de una recepción con ritual (imposición de manos, soplo del Espíritu Santo, ...).

Había tres grados. El primero era el de "escuchante" o "auditor" (akouomenos, audiens) que debía permanecer mudo y asimilar la catequesis durante un mínimo de dos años. La similitud con el primer grado del Orden de los Pitagóricos, el grado de los "escuchantes" (akousmatikoi), es sorprendente (4).

El escuchante calificado accedía al grado de "prosternado" (hypopipton, genu flectens o también orans). Antes de anunciar las plegarias al Oficio, el diácono decía: Ya no hay escuchante, ya no hay infiel. Tras haber salido, ordenaba a los catecúmenos de las 2 clases superiores y a los bautizados que rogaran por ellos, y un poco más tarde pedía a todos los catecúmenos que se fueran a fin de que sólo los bautizados (o fieles) asistieran al Misterio de la Misa.

Los prosternados se convertían en "competentes" (competentes: los que buscan juntos); también se les llamaba illuminandi (que deben ser iluminados por el Bautismo). Se les confiaba el misterio de la Santa Trinidad, la doctrina relativa a la Iglesia y a la remisión de los pecados, materia sobre la que después serían examinados. Y sólo poco tiempo antes de su bautizo se les comunicaba el Símbolo de los Apóstoles (Credo) y el Pater.

Durante la Cuaresma podían "inscribirse" con un nuevo nombre y esta inscripción les concedía el título de "elegidos" (electi) a fin de ser bautizados por Pascua. El Bautismo estaba precedido por unos rigurosos ayunos de abstinencia y continencia; el bautizado recibía la apelación de "fiel" (pistos, fidelis), de "iniciado" (memuemenos), de "iluminado" (illuminatus), o también de "niño" (puer, infans).

Pero no nos extenderemos sobre el ritual propio del Bautismo.

En los primeros tiempos el Bautismo no se recibía antes de la edad adulta. El título de puer se otorgaba a un adulto bautizado que, renacido con un nombre nuevo, debía crecer y alcanzar la plenitud de la madurez según la vía enseñada por Cristo (5).

Todo ello muestra que la nueva religión, aunque se expandiera rápidamente por el imperio romano, era muy exigente en cuanto a la calidad de sus miembros y sólo los admitía progresivamente a los santos Misterios, según un método que se parece a iniciaciones sucesivas (6).

Los misterios de Mitra

Este dios iraní inicia su carrera en el mundo romano en el primer siglo antes de J.C.

Luz emanada del cielo, nace de una roca, de una piedra regeneradora. Sólo unos pastores asisten al milagro y vienen a adorar al niño divino ofreciéndole las primicias de su rebaño. Se podría pensar que la figura de los Reyes Magos que encontramos en el Cristianismo es un reconocimiento sino de filiación, al menos de primazgo lejano con la religión iraní de los Magos.

El culto se celebraba en un santuario que tenía forma de cueva (spelaeum); se conmemoraba el nacimiento de Mitra el 25 de diciembre y las iniciaciones se realizaban en primavera «en la época pascual en la que los Cristianos admitían también los catecúmenos al bautismo» (7).

Rápidamente las dos religiones compitieron; su difusión se hizo al mismo ritmo en todo el imperio romano durante los tres primeros siglos.

«La lucha entre las dos religiones rivales fue tanto más pertinaz cuanto que sus caracteres eran semejantes. Asimismo, sus adeptos formaban conventículos secretos, estrechamente unidos, cuyos miembros se otorgaban el nombre de "Hermanos". Los ritos que practicaban ofrecían numerosas analogías : los sectarios del rey persa, al igual que los cristianos, se purificaban por un bautismo, recibían como en una confirmación la fuerza de combatir los espíritus del mal y esperaban de una comunión, la salvación del alma y del cuerpo. También como ellos, santificaban el domingo y festejaban el nacimiento del Sol el 25 de diciembre, el día en que se celebraba la Navidad, al menos desde el siglo IV. Predicaban también una moral imperativa, consideraban meritorio el ascetismo y contaban entre las virtudes principales la abstinencia y la continencia, la renuncia y el dominio sobre uno mismo. Sus concepciones del mundo y del destino del hombre eran similares : unos y otros admitían la existencia de un cielo de los bienaventurados situado en las regiones superiores y de un infierno poblado de demonios, contenido en las profundidades de la tierra; situaban en los orígenes de la historia un diluvio; la fuente de sus tradiciones era una primitiva revelación; por último, también creían en la inmortalidad del alma, en el juicio final y en la resurrección de los muertos en la conflagración final del universo.

Hemos visto cómo la teología de los misterios hacía del Mitra "mediador" el equivalente del Logos alejandrino. Como él, Cristo era el Mesites, el intermediario entre su Padre celeste y los hombres, y, como él, también formaba parte de una trinidad. Estas similitudes no eran ciertamente las únicas que la exégesis pagana estableció entre ellos, y la figura del dios tauróctono que se resigna en contra de su voluntad a inmolar a su víctima para crear y rescatar el género humano, había sido seguramente comparada a la imagen del Redentor que se sacrifica para la salvación del mundo (...)

Las similitudes entre las dos iglesias enemigas eran tan numerosas que produjeron un impacto considerable ya en la misma antigüedad. Desde el siglo II, los filósofos griegos establecieron entre los misterios persas y el cristianismo un paralelismo más favorable a los primeros. Por su lado, los Apologistas insisten sobre las analogías de las dos religiones y las explican por una falsificación satánica de los ritos más sagrados de su culto. Si las obras polémicas de los partidarios de Mitra existiesen todavía, veríamos sin duda en ellas la misma acusación dirigida a sus adversarios.

Podemos estar satisfechos de zanjar una cuestión que dividía a los contemporáneos de entonces y que siempre será sin duda imposible de resolver. Conocemos poco, por no decir nada, de los dogmas y la liturgia del mazdeísmo romano, así como del desarrollo del cristianismo primitivo para poder determinar cuales fueron las influencias recíprocas que actuaron sobre su evolución simultánea»(8).

Es imposible, en el marco de este artículo, entrar en los detalles de los siete grados de iniciación y del secreto que rodeaba una doctrina progresivamente revelada. Remitimos al lector a la relevante obra de Cumont así como a la de M. Vermaseren titulada Mithra, ce dieu mystérieux, ed. Sequoia, 1960. Retendremos de ello que este culto era sin duda una religión de Misterios con diversos grados de iniciación que se practicaban en secreto y que los cultos paganos ponían al cristianismo naciente al mismo nivel.

San Pablo y los misterios

Antes de hablar de la terminología de San Pablo, sería útil recordar brevemente lo que eran las iniciaciones antiguas (9). Aquí también, las fuentes son limitadas y quedan muchas preguntas sin resolver; hay que reconocer que los Antiguos Sabios han sido más discretos respecto a sus ceremonias secretas que los iniciados de los trescientos últimos años. Recordaremos dos textos clásicos. El primero procede de la maravillosa obra El asno de oro (o Las Metamorfosis) de Apuleyo (10) en el que Lucio aspira a ser iniciado en los Misterios de Isis :

«Día a día crecía en mí el deseo de recibir la consagración. En varias ocasiones había ido a visitar al gran sacerdote para suplicarle encarecidamente que me iniciara por fin a los misterios de la santa noche».

Pero incitan a Lucio a que tenga paciencia :

«Tenía que evitar cuidadosamente tanto la precipitación como la desobediencia así como la doble falta de mostrar cierta lentitud cuando se me llamase o cierta prisa sin haber recibido la orden. Además, ninguno de los miembros de su clero tenía la suficiente loca imprudencia, ni por decir mejor, no estaba decido a morir como para afrontar temerariamente, sin haber recibido él también la orden expresa de la soberana, los riesgos de un ministerio sacrílego y para cargar con un pecado que lo condenaría a morir. Y es que las llaves del infierno y la garantía de salvación están en manos de la diosa. El acto mismo de la iniciación figura una muerte voluntaria y una salvación obtenida por la gracia. El poder de la diosa atrae a ella a los mortales que, habiendo alcanzado el término de la existencia y hollando el umbral donde acaba la luz, puede confiárseles sin temor los secretos augustos de la religión; los hace renacer de cierta manera por el efecto de su providencia y les abre, devolviéndoles la vida, una carrera nueva. Por tanto, yo también debía conformarme a su voluntad celeste, aunque desde hacía tiempo el favor evidente de la gran divinidad me hubo claramente designado y marcado para su bienaventurado servicio. Asimismo, al igual que sus demás fieles, debía a partir de entonces abstenerme de alimentos profanos y prohibidos, a fin de tener, con más seguridad, acceso a los misterios de la más pura de las religiones » (XI, 21).

Así, Lucio vence su ardor hasta que la Diosa manifiesta su misericordia : Pues durante una noche oscura, sus órdenes que no tenían nada de oscuro, me advirtieron de manera segura que había llegado el día tan anhelado en que ella cumpliría mi deseo más ardiente.

Lucio tuvo entonces que tomar un baño ritual, recibir aspersiones de agua lustral y reunir instrucciones que sobrepasan la palabra humana. Tras un ayuno y una abstinencia de diez días, por fin llegó el momento fijado para la divina cita. Y el sol, ya en su declive, traía a la noche, cuando afluía de todas partes una multitud de gente que según el antiguo uso de los misterios, me honraban con diversos regalos. Luego, se aleja a los profanos, me revisten de un vestido de lino por estrenar, y el sacerdote, cogiéndome por la mano, me conduce a la parte más escondida del santuario.

«Quizá, lector deseoso de instruirte, te preguntes con una cierta ansiedad lo que luego fue dicho y hecho. Lo diría si estuviera permitido decirlo; y lo aprenderías si te estuviera permitido oírlo. Pero tanto tus oídos como mi lengua tendrían que pagar la pena correspondiente a una indiscreción impía o a una curiosidad sacrílega. No obstante, no infligiré el tormento de una larga angustia al piadoso deseo que te mantiene en suspense. Escucha, pues, y créeme : todo lo que te diré es cierto. Me he acercado a los límites de la muerte; he hollado el umbral de Proserpina y he vuelto llevado a través de todos los elementos; en plena noche, he visto brillar el sol con una luz centelleante; me he acercado a los dioses de abajo y a los dioses de arriba, los he visto de cara y adorado de cerca. Este es mi relato y estás condenado a ignorar lo que has oído. Me limitaré, pues, a contar lo que está permitido revelar, sin sacrilegio, a la inteligencia de los profanos» (Ibídem 23).

Otro testimonio es el de Temistios que vivió durante el siglo IV después de J.C. Hace un parangón entre la iniciación y la muerte:

«En aquel momento, el alma experimenta las mismas impresiones que conocen aquellos que son iniciados en los grandes misterios. Las mismas palabras, las mismas cosas: en efecto, se dice teleutan (morir) y teleisthai (ser iniciado). En primer lugar, la aventura, los penosos dédalos, las terribles e interminables carreras en la oscuridad. Luego, antes de la conclusión, todos los terrores: el escalofrío, el temblor, el repeluzno, la angustia. Entonces es cuando queda asombrado por una claridad particular; lugares puros, las praderas se descubren, se alzan voces, se percibe con el ritmo de danzas, apariciones y armonías divinas. En este marco se mueve aquel que ha terminado su iniciación; libre y despreocupado, con una corona en la cabeza, celebra los misterios; vive en compañía de hombres puros y santos; contempla a aquellos que no han sido iniciados aquí: una multitud impura, rebajada y transportada de aquí para allá en un recipiente, en medio de las brumas; los ve vivir en el temor de la muerte entre los malvados, sin esperanza de una felicidad venidera en el más allá»(11).

Pasando por la muerte, experimentando pruebas misteriosas y terribles, el candidato alcanza la luz, la alegría y la libertad. Recibe una corona gloriosa que lo hermana con los puros y los santos.

He aquí lo que San Pablo dice :

«Vemos a Jesús coronado de gloria y honor a través de la experiencia de la muerte, de modo que por la gracia de Dios, gustó la muerte para el provecho de todos. En efecto, convenía que Aquel gracias y a través de quien existen todas las cosas, volviera "perfecto" (teleiosai), después de haber llevado a la gloria a un gran número de hijos, al iniciador de su salvación por medio las pruebas» (Hebr. II, 9-10).
En otros términos (más atrevidos, quizá) el Padre ha llevado al Hijo a la plenitud de la iniciación y éste hará lo mismo con un gran número de sus hijos.

Encontramos en estos dos versículos todo lo que constituía la iniciación antigua : las pruebas, la muerte, la coronación o la perfección de la iniciación. Observemos de paso, que se trata de nociones griegas o greco-orientales o incluso paganas (para utilizar un término ambiguo), pero en ningún caso judías.

La palabra teleiosai es un indicio claro, como lo precisa el exegeta católico N. Hugedé: «el término teleio, "perfecto", se utiliza en la lengua griega de forma muy especial y no tiene mucha relación con la indicación de una cualidad moral. Es un término del lenguaje técnico-filosófico-religioso, utilizado para determinar a aquel que ya no tiene nada más que aprender, que ha alcanzado la plena madurez y la completa iniciación, por oposición al profano, al niño, al hombre de la calle que si bien posee todas las virtudes, no está al corriente de los secretos que están reservados a un número muy reducido de privilegiados. La obra de Pablo es un testimonio constante de este uso». (12)

Encontramos el término de Teleios, perfecto, con un sentido indudablemente iniciático en el extraordinario tratado de la Crátera de Hermes Trismegisto :

«Así pues, todos los que han prestado atención a la proclamación y han sido bautizados con este bautismo del Nous, han participado del conocimiento (gnosis) y se han vuelto perfectos (teleioi) ya que han recibido el Nous.» (13)

Nos resulta difícil creer que el verdadero pensamiento de Pablo esté alejado del de Hermes, cuando dice :

«Transformaos por la renovación del Nous para experimentar por vosotros mismos lo que es la Voluntad de Dios : el Bien, el Placer, la Perfección (to teleion)». (Rom. XII, 2)
En repetidas ocasiones Pablo habla de los niños (nepioi) que se deben convertir en adultos maduros, en perfectos (teleioi); asimismo, en las iniciaciones antiguas o en las religiones de Misterios, el que acababa de ser recibido era comparable a un niño -¿acaso el iniciado no es el que ha recibido el comienzo (initium)-? que, gracias a unos grados ascendentes, tenía que progresar hacia la perfección o la maestría.

«Mientras que el tiempo hubiera tenido que hacer de vosotros unos maestros (didaskaloi), necesitáis de nuevo que os enseñen los elementos primordiales de los oráculos de Dios y habéis llegado al punto en que necesitáis leche en lugar de alimento sólido. Quien esté todavía en la etapa de la leche no tiene la experiencia de la palabra justa : es un niño (nepios). En cambio, el alimento sólido es para los que son perfectos (teleioi), para aquellos cuyos sentidos han sido ejercitados (14) por la experiencia, a fin de poder distinguir el bien del mal. Por ello, dejando de lado la enseñanza primaria referente a Cristo, interesémonos por la "enseñanza perfecta" (teleiotes) ...» (Hebr.V, 12 y VI, 1).

«Hermanos, no seáis niños (paidia) en vuestros pensamientos [...] en vez de ello, sed perfectos (teleioi).» (ICor. XIV, 20).

Además, Pablo especifica claramente que habla de misterios que deben mantenerse secretos y que esta enseñanza no está destinada más que a la elite muy selecta de los perfectos :

«Se habla de Sabiduría entre los "perfectos" (teleioi) y no de una sabiduría de este mundo ... Pero hablamos de una sabiduría de Dios en el misterio, la sabiduría oculta, aquella que Dios predestinó para nuestra gloria ya antes de los siglos». (I Cor.II, 6-7).

Esta sabiduría reservada se llama también "gnosis":

«¡Oh profundidad de la Riqueza, de la Sabiduría y de la Gnosis de Dios!». (Rom.XI, 33).

Es en esta Gnosis donde debemos renacer primero, como un niño, y luego crecer a fin de alcanzar la perfección, como lo precisa la Piedra sobre la que está edificada la Iglesia (que se autocalifica como Epopte, tal como hemos señalado, en II Pedro I, 16) :

«Creced en la gracia y en la Gnosis de nuestro Señor y salvador Jesucristo». (II Pedro III, 18).

Esta Gnosis se transmite entre los que han sido escogidos. En griego, "transmisión" o "tradición" es paradosis, que procede del verbo paradidonai, "transmitir".

«Por lo que a mi se refiere -dice Pablo- he recibido del Señor lo que os he transmitido (paradidonai)» (I Cor.XI, 23). Y felicita a los Corintios por guardar fielmente este depósito sagrado: «Alabados seáis por acordaros siempre de mí y mantener las tradiciones (paradosis) tal como os las he transmitido (paradidonai)». (Ibid.XI, 2).

Los términos del Nuevo Testamento que acabamos de citar (teleios, noûs, gnosis, paradosis, mysterion, epoptes) se utilizaban técnicamente en las sociedades cerradas de los tres primeros siglos. Esta utilización, a veces sorprendente, no basta por supuesto para constituir una prueba definitiva de la veracidad de la tesis de Guénon ya que este vocabulario era también utilizado en círculos más amplios, por gente culta, y de forma general en la literatura filosófica y religiosa de la época. No hay que olvidar que en Tarso, patria de San Pablo, había una universidad dominada por profesores estoicos; ignoramos si él mismo la frecuentó, pero debió influirle ya que encontramos elementos tomados del estoicismo en su método y en su pensamiento. Esto hizo posible que un gran número de términos se tomaran prestados de esta filosofía.

El parentesco del Cristianismo primitivo con el culto de Mitra es sorprendente pero no convincente puesto que todavía subsisten demasiadas incógnitas en sus historias respectivas.

La selección de los catecúmenos y la disciplina del secreto que rodeaba a la enseñanza recibida en cada grado, parecen constituir argumentos más sólidos pero tampoco son más determinantes, ya que si bien estas instituciones estaban perfectamente establecidas en el siglo III, se ignora cuando empezaron. Además, la elevada calidad que se exigía a los "fieles" en el catecumenado explicaría la vitalidad de la joven religión, lo que merecería ser meditado por un gran número de los que hoy en día se consideran "fieles" (¿y fieles a qué?).

El argumento de más peso sigue siendo el de Guénon: si tuvieron la firme voluntad de fundar una religión distinta del Judaísmo y abierta a todos, ¿por qué los que escribieron el Nuevo Testamento no legislaron? La pregunta probablemente quedará siempre abierta, pero conviene observar que no sólo presenta un interés histórico (y por consiguiente, bastante limitado). En efecto, si los escritos neo-testamentarios -que no se dirigían a todo el mundo- fueron destinados a una sociedad elegida y preparada (es a los "Perfectos" a quiénes habla San Pablo), sólo los "fieles" verdaderamente cualificados pueden entenderlos en realidad. ¿Quizá hubieron malentendidos? ¿Y qué valor tienen la exégesis de los Padres y la de hoy en día -tan distinta de aquélla-? Preferimos no responder crudamente a estas preguntas delicadas, en su lugar, formularemos deseos para que los fieles cualificados (como una levadura en la pasta) se unan libre y fraternalmente para salvar la humanidad ciega, sorda y suicida : ¡Ojalá puedan estudiar con amor la verdadera paradosis y suplicar al Espíritu Santo que escoja sus servidores aquí abajo e infunda el puro Nous de la GNOSIS, objeto de toda iniciación auténtica y de toda religión revelada : MUERTE al mundo, RENACIMIENTO en la pureza y PERFECCION en la vida corporificada en Dios!

Creo ... en Jesucristo ... que

murió y fue sepultado y que bajó a los infiernos; al tercer día resucitó de entre los muertos y subió

al cielo y está sentado a la derecha de Dios Padre todopoderoso, de dónde vendrá para juzgar a

los vivos y a los muertos ...

(Símbolo de los Apóstoles).
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1 Sobre esta cuestión controvertida, se podrá leer las obras imparciales (¿por qué es eso tan poco frecuente?) de Charles Guignebert: Le Christianisme Antique, Flammarion, París, 1928, así como Le Christ, Albin Michel, 1969.

2 « Con frecuencia hemos tenido la oportunidad de constatar esta manera de proceder en la interpretación actual de los Padres de la Iglesia, y particularmente de los Padres griegos; nos esforzamos, todo lo que podemos, en sostener que es erróneo querer ver en ellos alusiones esotéricas, y, cuando la cosa se vuelve totalmente imposible, uno no vacila en culparles y declarar que hubo por su parte una flaqueza deplorable». (Nota de Guénon)

3 «Está claro que cuando hablamos del mundo occidental en su conjunto, exceptuamos una élite que no sólo comprendía todavía su propia tradición desde el punto de vista exterior, sino que además, continuaba recibiendo la iniciación de los misterios; la tradición hubiera podido mantenerse así todavía durante un tiempo más o menos prolongado en un contexto cada vez más restringido, pero esto está fuera de la cuestión que consideramos aquí ya que tratamos de Occidente en general, para quien el Cristianismo tuvo que reemplazar las antiguas formas tradicionales en un momento en el que se habían reducido para la mayoría de la gente en meras "supersticiones " en el sentido etimológico de la palabra» (Nota de Guénon).

4 Ver Porfirio, Vie de Pythagore, 37, Les Belles Lettres, 1982, pág.53
5 Fuentes :

- Martigny : Dictionnaire des Antiquités Chrétiennes, Hachette, 1889. Art. Catéchumenat, Baptème, Néophyte.

- F. Leforge: L'Initiation chrétienne dans les premiers siècles. Cahiers de Pédagogie chrétienne. Librairie Protestante, París.

6 Ver el extraordinario texto de los Stromates de Clemente de Alejandría (V, 11), citado por Magnien (op.cit. págs. 227-231) en la que el enfoque del verdadero Dios se compara a la iniciación de Epoptia. Referirse a II Pedro 1, 16 : ... nos hemos convertido en EPOPTAS (epoptai) la grandeza de J.C. En Eleusis, la Epoptia era el grado de iniciación que venía después de los Grandes Misterios; la palabra significa contemplación (Ver Magnien, op. cit. pags. 225-237).

7 F.Cumont : Les Mystères de Mithra - Lamertin, Bruselas, 1902, pág.141.
8 F. Cumont, op.cit. pags. 161-163.
9 El lector encontrará amplia información en la obra admirable Les Mystères d'Eleusis, de Victor Magnien, Payot, París, 1950.
10 Las Metamorfosis o el Asno de Oro, Apuleyo, ed, Iberia, Barcelona, 1984 (ver págs. 244, 245).
11 Citado por O. Briem : Les Sociétés Secrètes des Mystères, Payot, 1951, pag. 264.
12Le Sacerdoce du Fils, Fischbacher, París, 1983, pag. 66.
13 Tratado IV, 4 Les Belles Lettres, París, 1960, Trad. Festugière.
14 gegumnasmena : se trata del ejercicio de gimnasia que se realiza desnudo; podríamos traducir (con una cierta audacia) : "cuyos sentidos han sido desnudados".


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