miércoles, 14 de enero de 2015

LA INICIACION EN EGIPTO
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Los egipcios practicaban la Iniciación en la Gran Pirámide que es una copia fiel del cuerpo humano y se puede decir simbólicamente que es la tumba del Dios
Intimo que se halla dentro del hombre. Y para que el hombre vuelva a la Unidad con el Dios Intimo, debe buscar en su iniciación su mundo Interno, para ello, el aspirante debía penetrar en el interior de la Gran Pirámide en busca de la Iniciación.
Pero la iniciación no era pública por lo siguiente:
- Para velarlos a los ojos del profano y
- Para facilitar su comprensión al candidato.
Ahora describiremos una recreación de la iniciación en el Egipto: Amedes dice a
Shetos, cuando llegan al pie del misterioso Santuario de la Iniciación:
Sus secretos caminos conducen a los hombres amados de los dioses, a un término que ni siquiera puedo nombrar. Es indispensable que ellos hagan nacer en ti el ardiente deseo de alcanzarlo: La entrada de la Pirámide está abierta para todo el mundo; pero compadezco a los que tienen que buscar la salida por la misma puerta cuyos umbrales han franqueado, no habiendo conseguido otra cosa que satisfacer su curiosidad muy imperfectamente y ver lo poco que les es dado referir.
Pero el aspirante insiste en el propósito de recibir la Iniciación y escala tras de su Maestro (el yo superior) el lado norte de la Pirámide, hasta llegar a una puertecilla cuadrada, siempre abierta, de reducidas dimensiones (tres pies de ancho y otros tres de altura), que da acceso a un pasadizo angosto. El discípulo y su guía recorren arrastrándose con dificultad. El guía va delante con una lámpara del saber humano que apenas alumbra su camino.
La palabra Pirámide viene de ?PIR? equivalente a fuego, o sea, Espíritu.
La iniciación en la Pirámide equivale a la comunicación con los grandes misterios del Espíritu ?La Unión en el Reino de Dios Interno con el Padre?. Este fuego no es el fuego material, ni tampoco el fuego o luz de los soles, sino el otro fuego, mil veces más excelso, el del PENSAMIENTO.
La gran Pirámide Iniciática dentro de la cual penetraba el candidato, es el símbolo de nuestro propio cuerpo. ¿Dónde, en efecto, sino en él, nos iniciamos, más o menos a lo largo de la vida y de las vidas?
En esta Gran Pirámide Cuerpo, estamos iniciados evolutivamente hasta llegar a la condición de los Adeptos Divinos, iniciadores a nuestra vez, de los seres inferiores a nosotros.
Después de muchas angustias en pocos momentos, que al aspirante le parecen siglos, llega a una habitación de regulares dimensiones (dentro de la caja torácica). Allí le reciben dos iniciados (dos intercesores: el YO SUPERIOR Y EL
ANGEL DE LA GUARDA. Ambos son creados por el mismo hombre con lo mejor de sus aspiraciones presentes y pasadas), a quienes no debe hacer ninguna pregunta. Pero el aspirante ignora esta prohibición, trata de pedirles explicaciones, mas se le informa que no debe malgastar el tiempo, ya que no obtendrá ninguna respuesta, porque los intercesores no son más que sus propias criaturas (y sólo el Dios Intimo es quien puede dar respuestas verdaderas).
Estos dos intercesores conducen el pensamiento al mundo interno y entran en un extenso corredor que conduce y termina por fin al borde de un precipicio profundo e insondable (el precipicio de las tentaciones de los deseos que conduce a la parte inferior del cuerpo físico; el aspirante debe ser tentado con esta prueba y debe bajar al pozo oscuro de su propio cuerpo).
Una luz (emanada del Yo Soy) puesta en el borde, le permite apreciar el peligro de una espantosa caída (cuando el pensamiento se dirige a este mundo inferior y se deleita en él). Mirando con atención, el aspirante distingue unas barras empotradas en un lado de la negra sima que aunque no sin riesgo, hacen posible el descenso (del pensamiento) por ellas a hombres de cabeza firme y ánimo imperturbable.
El aspirante prefiere bajar para no sufrir las dificultades del regreso. A bastante profundidad terminan los escalones de sus costillas, pero sin llegar todavía al fondo. En el último escalón (del vientre) busca la solución al terrible problema y entonces encuentra en la pared una abertura o una estrecha ventana y por ella podría entrar en otro corredor, todavía descendiente, pero en forma de espiral angosto. Al final de la pendiente del pasadizo, tropieza el neófito con una fuerte verja; la empuja y cede; pero, al cerrarse detrás de él, choca contra sus quicios y produce un fragor infernal.
Sigue adelante y otra reja le corta el paso. Al aproximarse ve que continúa un estrecho y bajo corredor sobre cuya entrada brilla este letrero: =Todos los que recorren este camino, solos y sin mirar atrás, serán purificados por el fuego, por el agua y por el aire. Si consiguen vencer el miedo (de la mente) a la muerte saldrán del seno de la tierra (de la profundidad del cuerpo humano) volverán a ver la luz (del Sol en el corazón) y tendrán el derecho de preparar el alma para recibir la revelación de los misterios de la Gran Diosa Isis? (Los misterios de la naturaleza humana).
Hasta aquí el aspirante, desde su entrada por la puerta de la Pirámide, o por su propio corazón, tuvo que caminar por cuatro corredores y estos corredores se comunican entre sí por estancias o verjas. El pensamiento durante su penetración en el mundo interno tiene que recorrer los cuatro corredores que unen y comunican entre los cuatro centros mágicos y poderosos dentro del cuerpo del hombre, que conducen a las cuatro etapas inferiores del mundo interno, siguiendo las leyes cósmicas de la involución; pero una vez llegado a la última etapa comienza nuevamente su ascenso después de ser probado en su evolución por el fuego, por el agua y por el aire.
El aspirante sigue el camino de la Iniciación.
Aunque nadie le ve, siempre está vigilado por sus intercesores y a la menor debilidad, acudirán presurosos y, por otros corredores le conducirán a la puerta de entrada para que se reintegre a la luz y a la vida exterior, no sin haber jurado que a nadie referiría lo ocurrido. El perjuro será castigado terriblemente porque este descenso a las etapas inferiores otorgan al aspirante los poderes de las tinieblas y ¡ ay de quien se atreve a comunicar estos poderes a los demás! y ¡ay de quien los utiliza para sus fines personales!
Al final del oscuro corredor encuentra el aspirante a tres iniciados que cubren sus cabezas y sus rostros con la máscara de Anubis. (Hay tres iniciadores que nos conducen en estas etapas antes de llegar al altar de los misterios Mayores: El Gran Iniciador, que es el Maestro Interno; el Iniciador Menor, que es el instructor mental y, el Iniciador Mediano, que es nuestro Poder de voluntad.)
Aquella puerta es en la Iniciación, la puerta de la muerte.
Uno de los enmascarados dice al aspirante: ?No estamos nosotros aquí para estorbarle el paso. ?Puedes seguir tu marcha, si los dioses te conceden el valor que necesitas. Pero ten por sabido, que si transpuesto este lugar (y llegas hasta el fuego sagrado de tu Divinidad), y en algún momento retrocedes, aquí
estamos para impedirte que huyas. Hasta ahora libre eres para desandar lo andado, mas si prosigues habrás perdido toda esperanza de salir de estos lugares sin obtener la definitiva victoria. A tiempo estás; decídete. Si renuncias, aún puedes salir por este corredor (que comunica con el mundo exterior) sin volver atrás la vista: si avanzas, sigue el camino que ves frente a ti (que conduce al centro de la médula espinal) por donde debes escalar hasta el CIELO. Este camino debes recorrerlo sin vacilación (si no quieres ser retenido en vuestro propio infierno). Escoge?.
Al contestar el aspirante que nada le arredra, los tres guardianes, dejan pasar, cerrando la puerta (la cuarta). Otra vez queda solo en un largo pasadizo a cuyo extremo advierte un resplandor. A medida que adelanta, su luz se hace más intensa llegando a ser deslumbradora. Pronto llega a una estancia abovedada donde, a un lado y a otro, arden enormes piras cuyas llamas se entrecruzan en el centro (de la base de la columna vertebral).
Esta parte está cubierta por un enrejado incandescente. Los clavos apenas le permiten poner el pie en lugar seguro de quemaduras, y al recorrerlo no era sólo el peligro de padecer abrasado el que le amenaza, sino el morir asfixiado en aquel ambiente irrespirable.
Cerrando los ojos, el aspirante penetra en la ígnea habitación; pero ¡oh increíble encanto! Al tocar sus pies el enrejado fino, (cuando el pensamiento puro penetra sin temor en el fuego sagrado) las llamas desaparecen, las hogueras se apagan instantáneamente y el paso entre ellas se hace posible sin temor a afrontar una muerte espantosa. Y no se crea que se trata con esto de un mero símil, sino de una realidad tangible. En las entrañas misteriosísimas de nuestro cuerpo, como en las de nuestro Planeta arde, según la física, un gran fuego, y duerme según la Metafísica un fuego aún más intenso, es el fuego del Cósmico pensamiento. Estos fuegos ocultos a la mirada del profano, que vive fuera de su Templo, son vistas y sentidas solamente por el Iniciado.
El dominio de los tres cuerpos es necesarísimo para la última prueba que equivalía al coronamiento de toda la iniciación. Significaba la completa dejación de todo lo vulgar, lo terrenal, para alcanzar la suprema luz; la que sólo brilla ante los ojos cerrados por la muerte física.
Esta última prueba consistía en colocar al discípulo dentro de un sarcófago. Echado dentro de él, tenía que pasar inmóvil toda una noche entregado a profunda meditación y a especiales rezos. En estas condiciones, realizaba la proyección de cuerpo ASTRAL, según los métodos que le habían enseñado, y su cuerpo invisible, arrastrado por las corrientes de los planos superiores, ascendía
a las alturas donde le era dicha la última palabra, donde conocía el último secreto de la absoluta verdad. Al lucir el nuevo día levanta de la base del sarcófago un hombre distinto: un Adepto perteneciente a la suprema jerarquía de la INICIACION. Sus poderes eran indescriptibles, y sus obligaciones y responsabilidades eran espantosas. Sólo un maestro de la Secreta Sabiduría podía ser capaz de afrontarlas.
La entrada en el mundo astral, necesita el dominio de los tres cuerpos arriba indicados, el aspirante debe ser puro en cuerpo físico, en cuerpo de deseos y en cuerpo de pensamientos o en otro término, en pensamientos, deseos y obras.
La verdad es interna y para llegar hasta ella debemos entrar en nuestro mundo interno y hacer de nuestro cuerpo físico un sarcófago. Por medio de la profunda meditación y la oración mental, el espíritu penetra en las corrientes divinas, asciende hasta el Padre quien ?al vencedor le dará maná escondido; y le dará una piedrecilla blanca y en la piedrecilla un nombre nuevo escrito, que no sabe ninguno sino aquel que lo recibe?.
La religión en Egipto.
La religión egipcia fue una religión esotérica, cuyos ritos eran sustraídos de la vista del pueblo, al menos en su parte esencial. El templo egipcio era fundamentalmente distinto de una iglesia moderna, que está abierta a todos, aun a los incrédulos: los "profanos", los que no formaban parte del sacerdocio, no podían entrar en el santuario del dios o de la diosa.
Después de un patio público había una sala cuyo techo soportaban numerosas columnas (sala hipóstila, literalmente: "bajo las columnas"). Esta parte del templo, donde los fieles depositaban sus ofrendas al dios, era accesible bajo ciertas condiciones. Luego, seguía el santuario, al que solo podían entrar los sacerdotes: los Colegios sacerdotales eran los únicos depositarios de los ritos, de los símbolos y de las doctrinas de la religión.
Los ritos de iniciación.
Isaac Asimov en su libro ?Historia de los Egipcios? dice: Es posible que el culto del sol condujera de forma natural a la noción del ciclo de vida, muerte y renacimiento. Cada tarde el sol se ponía por el Oeste, y cada mañana se elevaba de nuevo. Los egipcios imaginaban al sol como un infante que aparecía por el Este, crecía con rapidez, alcanzando el pleno desarrollo a mediodía, la madurez al ir cayendo hacia el Oeste, y la vejez y la muerte al irse poniendo y desaparecer. Pero tras realizar un peligroso viaje a través de las cavernas del mundo subterráneo, volvía a aparecer por el Este, a la mañana siguiente, con el aspecto fresco y joven de un muchacho, renovando así su vida.
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La muerte y la resurrección.
En los santuarios se desarrollaba un ritual sumamente complejo, casi siempre consagrado a un mito central: la leyenda de Osiris, cuya muerte y resurrección simbolizaban el ritmo de las estaciones. Osiris, el dios-hombre, y su hermana- esposa, Isis, eran las dos divinidades más populares del antiguo Egipto, y su culto, particularmente el de Isis, había de difundirse más tarde en toda la cuenca del Mediterráneo. Alrededor del mito de Osiris, muerto y descuartizado por su hermano Seth, y luego resucitado gracias a los poderes mágicos de su mujer Isis, giraba la mayoría de los ritos de iniciación. Osiris, el dios que muere y resucita, encarnaba a un tiempo: la vegetación, que se corrompe en la tierra y renace en primavera; el Sol, que parece desaparecer y reaparece a la mañana siguiente; el
dios que ha conquistado la inmortalidad y, como tal, juzga a los hombres después de muertos.
En él había de tomar ejemplo el iniciado: después de la muerte, el hombre podía "devenir otro Osiris", adquirir, como ese dios, existencia eterna; pero el iniciado podía, en esta vida, deificarse, morir simbólicamente, para renacer a una existencia divina.
Morir para renacer, tal era la lección que enseñaba el mito de Osiris, La leyenda se ponía en acción en los santuarios, en el curso de ceremonias secretas, durante las cuales los miembros de la jerarquía sacerdotal eran actores en una serie de espectáculos simbólicos, destinados a dar al iniciado la sensación de que moría y luego renacía a una existencia inefable.
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Libro de la Muertos – Papiro. Simbolismo y doctrina.
La Simbología egipcia es aún, a pesar de los numerosos trabajos de los egiptólogos, poco conocida. Como no podemos examinar todos los curiosos emblemas que se encuentran en los templos egipcios mencionemos simplemente los símbolos que más a menudo se asociaban a las figuraciones de la diosa Isis: los cuernos, el globo, el cántaro, la media luna, el niño al que está amamantando, el vestido que le llega hasta los pies, la barca, la hoz, y el Ankh, o cruz ansada (o cruz de San Antonio), cuyo significado sigue siendo misterioso; sin embargo, se da la siguiente interpretación: "Es el símbolo de la vida eterna, el
circuito vital irradiado por el Príncipe que baja a la superficie (sobre la pasi- vidad que él anima); penetra en las profundidades hasta el infinito, lo que está expresado por la línea vertical."
En lo que respecta a las doctrinas secretas, citaremos algunos rasgos de esas síntesis doctrinales, en que se hallan reunidas casi todas las doctrinas clásicas del esoterismo: la organización del mundo por la acción de un Demiurgo ígneo, manifestándose fuera del caos primordial, de las Aguas tenebrosas; la aparición de las potencias divinas por parejas sucesivas compuestas por un dios y una diosa; la generación múltiple de éstos en el seno de la gran Unidad, que permanece siempre idéntica a sí misma; la posibilidad de una identificación del alma humana con el principio de que procede.
La teología, egipcia ejerció gran influencia sobre el pensamiento en el mundo de entonces cuando Alejandría llegó a ser el principal centro intelectual; las huellas se encuentran fácilmente en ciertas Gnosis, en los diferentes Misterios del imperio romano y, según parece, hasta en el cristianismo: según ciertos autores, en el culto de Isis estaría el origen del culto cristiano de la Virgen, pues la diosa egipcia era la simbolización de la Naturaleza, siempre fecundada, pero siempre virgen.
Las Vírgenes negras.
La tierra es de un modo natural fecunda, de una fecundidad siempre renovada, la Diosa-Tierra era particularmente invocada por las mujeres estériles que deseaban tener un hijo. Más tarde, las Vírgenes Negras siguieron teniendo esa reputación milagrosa de conceder la fecundidad y, por extensión, de ser protectoras de los niños de corta edad.
Las gentes sencillas, muy atadas a esas prácticas, no hacían otra cosa que presentir la grandiosa concepción cosmogónica y naturalista que esta función milagrosa representaba.
En efecto, en la mayoría de los antiguos relatos sagrados de la humanidad, todo en el universo nacía siempre del encuentro y la síntesis de un principio masculino y un principio femenino. Así, la Tierra, virgen en su origen, fue fecundada por los rayos del sol, y es gracias a esta acción bienhechora que pudo dar vida a todo lo que existe, la Naturaleza y la Humanidad. Desde entonces, sin caer no obstante en un politeísmo primitivo, los antiguos hicieron de la tierra, de la Diosa-Tierra, la representación simbólica del gran principio femenino de todas las cosas, y del Sol, la del principio masculino por excelencia.
En todas las religiones en las que se venera a una Diosa-Tierra, siempre aparece indisolublemente asociado con ello un culto solar. Tanto entre los egipcios, como en el caso de los incas, los griegos o los celtas, no hay Diosa-Tierra sin Dios-Sol, su complemento indispensable.
¿Y el color negro? Precisamente este color es el que se utiliza simbólicamente para representar esa tierra primitiva que, una vez fecundada, será fuente de toda vida. Diosa-Tierra implica color negro.
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