viernes, 20 de julio de 2012


Hacia un cambio de paradigma: física cuántica aplicada a la espiritualidad.
En los últimos años, la física cuántica ha empezado a hacer sus pinitos más allá de los mundos subatómicos y se ha comenzado a introducir en el mundo de la filosofía, proporcionándonos una nueva visión de la realidad que rompe con los esquemas clásicos de la ciencia materialista, entendiendo por ésta a la que actualmente impera como método de acercamiento a la realidad. Y uno de los aspectos más atractivos es la posibilidad de otorgarle a la conciencia un papel activo en la creación de esa realidad.
Para entender cómo se produce el cambio de paradigma, intentaré resumirlo de la manera más sencilla que pueda. El mundo que vemos desde los argumentos de la ciencia materialista se construye a partir de una visión de la realidad basada en los siguientes puntos:
  • Determinismo: El universo es una máquina que funciona como un reloj. Todos los objetos están fielmente limitados por sus condiciones iniciales de posición y velocidad y por las fuerzas que actúan sobre ellos, por lo que conociendo estos factores es posible predecir su comportamiento posterior.
  • Continuidad: Todo movimiento o cambio es continuo, se desarrolla a lo largo del espacio y el tiempo de forma constante. Es decir, un objeto no puede desplazarse de un punto a otro sin haber recorrido los puntos intermedios que separan ambos extremos.
  • Objetividad: La realidad es independiente de nosotros. La manera en que observamos el mundo no le afecta en su desarrollo determinista.
  • Materialismo: Todo es reducible a un origen material. Todo está hecho de partículas elementales.
  • Epifenomenalismo: Lo subjetivo surge de lo objetivo en una escala ascendente. Las partículas elementales forman átomos, los átomos forman moléculas, éstas conforman células vivas, las células forman el cerebro, los “juegos” del cerebro crean la conciencia.
  • Localidad: Los procesos de causa y efecto son locales. La acción de un objeto se propaga mediante una velocidad finita hasta afectar a otro objeto. Es decir, las acciones simultáneas a distancia son imposibles.
Frente a estos conceptos, la física cuántica descubrió una nueva realidad en el estudio de los átomos:
  • Indeterminación: Los objetos cuánticos sólo ofrecen posibilidades, no certezas. No se puede predecir su desarrollo posterior, sólo establecer las probabilidades de que ocurra un fenómeno u otro. Así, podemos decir cuáles son las opciones de que un electrón esté aquí o allá en un momento determinado, pero no cuál será su posición exacta.
  • Salto cuántico: La materia cambia de nivel sin recorrer los niveles intermedios que separan el origen y el destino. En los átomos, los electrones que giran alrededor del núcleo cambian de una órbita a otra sin recorrer físicamente el espacio que las separa. Desaparecen y aparecen.


Superposición: todas las opciones a un tiempo.

La indeterminación y el salto cuántico se explican por el principio de superposición. Esto significa que las partículas tienen la propiedad de estar en varios lugares y estados a un mismo tiempo. Sólo cuando se miden esas partículas, cuando se observan, se concretan en un punto determinado y desaparecen las otras opciones. Así que, frente a la objetividad materialista:
  • Subjetividad: El sujeto que observa influye sobre los objetos observados, pues su acción selecciona una de las múltiples posibilidades y la hace concreta. Esa será su realidad.
Así, con estos datos, la física cuántica describe la materia como ondas de posibilidad. Podemos explicar esta idea si imaginamos las ondas que se forman en el agua. Un electrón en un estado original, sin observador de por medio, actuaría como esa onda, localizándose en todos los puntos que recorre la onda.

Pero en el momento en que esa onda es observada, colapsa en una partícula en un punto concreto. La onda de posibilidad no puede ser vista, puesto que cualquier intento por observarla influye sobre ella. El electrón adquiere entonces una de las múltiples posibilidades que tenía como onda y se concreta como partícula. Así, los objetos cuánticos son ondas de posibilidad, pero cuando los observamos colapsan en una partícula concreta.
Cuando hablamos de indeterminación de un objeto cuántico, nos referimos a la imposibilidad de definir su trayectoria, debido a que posee múltiples posibilidades iniciales. Sin embargo, como hemos visto, sí existe determinación cuando el objeto es sometido a una observación, pues ésta establece una elección, o sea, el sujeto determina qué posibilidad de entre todas las iniciales adquiere realidad en ese momento.
La pregunta ahora es qué o quién realiza esa selección.

El doctor Amit Goswami, del “Instituto de Física Teórica” de la Universidad de Oregón, desarrolló a finales de los ochenta una serie de hipótesis en las que unió sus conocimientos de mecánica cuántica con los principios de las tradiciones filosóficas orientales, de donde salió su actual teoría a la que llama “idealismo monista”. De acuerdo a esta teoría, la visión cuántica de la materia como ondas de posibilidad se resuelve en la conciencia como elemento transformador. Es decir, la materia determina posibilidades y probabilidades. La conciencia elige. De este modo, el materialismo y el epifenomenalismo se resuelven en:
  • Causalidad descendente: La conciencia no es el resultado secundario de la materia según hemos visto antes. Es una entidad no sometida a la materia que decide la naturaleza de ésta. Es decir, la realidad no comienza en las partículas, sino en la conciencia.
Para Goswami, la conciencia precede a la materia y no está condicionada. Es la base de toda existencia. Entonces, la materia existe como posibilidad dentro de la conciencia y ésta elige, entre las múltiples posibilidades, una concreta para un suceso particular.

De acuerdo a la física clásica, el principio de localidad nos dice que un objeto no puede ser afectado por otro simultáneamente, pues la causa resultante de una acción ha de recorrer el espacio y tiempo hasta alcanzarle. En mecánica cuántica, tenemos el siguiente principio:

  • Entrelazamiento: Dos objetos que comparten un origen común se influyen uno a otro sin necesidad de contacto.
Ese origen común, en nuestro caso, es la conciencia, el Todo inicial que entrelaza a la materia en una unidad más allá de la ilusión de que todo es independiente entre sí. Al ser sujeto y objeto parte de un mismo origen, las observaciones y los actos derivados de cada acción influirán en otros objetos, pues todo está entrelazado. Es el principio que subyace al concepto de conciencia global que defiende la noética.


Paradoja de Wigner: Si dos conductores llegan a un cruce desde dos direcciones opuestas y ambos eligen el verde, ¿la elección de quién prevalece?

La siguiente pregunta en este proceso es qué ocurre cuando dos sujetos observan el mismo objeto. Si de cada uno surge una elección diferente, ¿cuál prevalece? La respuesta se encuentra en no olvidar el proceso de la conciencia. Ésta es un todo primigenio. Siguiendo el vocabulario de los textos sagrados hindúes, los Upanishad, el Todo se divide a través de la fuerza de la ilusión, Maya. Lo ilimitado se experimenta a sí mismo como limitado. Siguiendo a Goswami, una vez creada la división, la conciencia elige la posición de sujeto e identifica al objeto observado como algo ajeno. Pero no hemos de olvidar que esta división se ha realizado dentro de la conciencia misma, es decir, sigue prevaleciendo la unidad. Lo que pasa es que, al identificarse con el sujeto, la conciencia se confunde a sí misma y percibe la dualidad que ella misma ha creado. Y esa confusión es la responsable de nuestra experiencia sobre la realidad que percibimos.
Para escapar de este juego de errores, la conciencia tiene que volver a reconocerse a sí misma como principio generador de toda la dualidad. Tiene que darse cuenta de que se asoció al sujeto como un punto de vista, no como una esencia.
Pero volvamos a los dos sujetos y a sus diferentes observaciones sobre un mismo fenómeno. El problema sobre qué elección prevalece se debe a que confundimos al sujeto con la conciencia, pero ya hemos visto que no es así. La conciencia siempre prevalece, por lo que sigue siendo ese Todo primigenio quien elige entre las posibilidades, no los sujetos en sí.
Entonces, ¿dónde está nuestra libertad de elección, nuestra capacidad creativa?
Cuando la conciencia se asocia a cada sujeto particular, sus elecciones van siendo determinadas por cada experiencia que vive: los recuerdos. Al enfrentarnos a un suceso por primera vez, no hay recuerdos que determinen la capacidad de elección y la conciencia elige libremente, pero posteriormente esos recuerdos determinan las probabilidades de cada elección. Es lo que se llama memoria cuántica.
Es decir, el cerebro responde a cada estímulo con una superposición cuántica de posibilidades. Todas las opciones son posibles para ser elegidas, y la conciencia colapsa una de esas posibilidades. Pero las probabilidades matemáticas para elegir cada posibilidad se van concretando según se acumulan experiencias y respuestas previas, pues la conciencia acude a esa memoria cuántica de cada sujeto para decidir.
Podemos entender mejor el proceso si pensamos en términos de consciente y subconsciente. Nosotros elegimos según el primero, pero en realidad es el subconsciente (la conciencia única) el que ya tiene una respuesta elegida de antemano.
En física cuántica existe lo que se denomina principio de decoherencia, según el cual la materia, al ir acumulándose en cuerpos más grandes y dando lugar así a más juegos de observación y determinación, pierde sus propiedades cuánticas y se termina definiendo según los principios estrictos de la ciencia clásica o materialista, una vez perdidas ya todas sus posibilidades de elección. La materia queda entonces perfectamente definida y estructurada en su comportamiento como un reloj de precisión. Así, podríamos ver la ciencia clásica como una manera de explicar una realidad concreta que ha surgido de infinidad de elecciones. Pero entonces, no explica la realidad en sí, sino una realidad que ha sido creada en un momento concreto de entre las múltiples realidades que habrían sido posibles.
Goswani identifica el proceso de la ilusión, de Maya, con tres fases. En una primera, el alma universal observa sin limitaciones; luego, se identifica con un sujeto y se sumerge en la dualidad; finalmente, al acumularse elecciones y experiencias, surge el ego, la visión individual cuyas elecciones se ven limitadas por su historia y circunstancias personales.
Así, vemos que nuestra naturaleza es un juego entre creatividad y condicionamiento. La capacidad creativa con que nacemos se reduce según acumulamos experiencias y las probabilidades matemáticas de nuestras elecciones se van definiendo de manera cada vez más marcada. ¿Qué hacer para recuperar esa capacidad creativa, para enlazar con ese estado de conciencia primigenia? Parece sencillo: ver nuestros recuerdos como condicionantes. Reconocer la ilusión y volver a la fuente. ¿Tendrán razón quienes sostienen que actitudes como la meditación o la oración son fundamentales para cambiar nuestra realidad?

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