Civilizaciones desaparecidas
Hay evidencias que sugieren el uso de tecnología avanzada
Última actualización
Christopher Dunn
Milenios después de que fuesen erigidas, las pirámides de Egipto continúan generando multitud de polémicas. Una de ellas, sin duda, atañe a su propia razón de ser. Porque, ¿cómo se construyeron? Todo apunta a que pudo utilizarse cierta tecnología demasiado «moderna» para su tiempo.
Durante los últimos años, al debatir la cuestión con otros ingenieros, hemos coincidido en que las obras del antiguo Egipto son tan desmesuradas que parecen exceder incluso las capacidades modernas. No en vano, pese a toda la tecnología y las herramientas de que disponemos, ¿por qué nos quedamos boquiabiertos ante los logros de aquellos hombres del pasado? ¿Dónde hallar las respuestas a nuestras preguntas sobre cómo se realizaron estos verdaderos prodigios en piedra?
De lo que no hay duda es de que aquella cultura, tan anterior a la nuestra, dispuso de la genialidad y la visión necesarias como para diseñar y construir edificios irrepetibles, tan descomunales en sus proporciones como delicados en sus detalles. Pero probablemente no se limitaron a concebir únicamente el producto final que hoy nos asombra. ¿Acaso no tiene sentido aceptar la idea de que las propias herramientas que utilizaron para erigirlos eran igualmente extraordinarias, reflejo de las maravillas arquitectónicas que propiciaron?
Y, sin embargo, no existen herramientas en los registros arqueológicos que nos asombren del mismo modo que cuando contemplamos los milagros que produjo esta civilización. Ni se ha encontrado maquinaria alguna que explique los elaborados y precisos diseños de la meseta de Giza o de los templos del Alto Egipto. Tampoco se han descubierto instrumentos de precisión que nos hagan adivinar cómo se tallaron superficies extremadamente planas a lo largo de cientos de metros cuadrados, acabadas con una exactitud óptica.
En las vitrinas de los museos, nos han mostrado escuadras de madera sumamente toscas y de dudosa eficacia, a la espera de que creamos lo que nos cuenta la investigación académica, por mucho que vaya en contra de décadas de experiencia y formación. No parece importarles, pues nos repiten con insistencia que éstas y no otras fueron las herramientas que usaron los antiguos egipcios en sus obras. Pero cualquier artesano con habilidad suficiente, disponiendo únicamente de esas rudimentarias herramientas, sería incapaz de recrear el más humilde de esos diseños arquitectónicos. Obviamente, esto supone un enorme obstáculo a la hora de comprender nuestro pasado… (Continúa en AÑO/CERO 255)
De lo que no hay duda es de que aquella cultura, tan anterior a la nuestra, dispuso de la genialidad y la visión necesarias como para diseñar y construir edificios irrepetibles, tan descomunales en sus proporciones como delicados en sus detalles. Pero probablemente no se limitaron a concebir únicamente el producto final que hoy nos asombra. ¿Acaso no tiene sentido aceptar la idea de que las propias herramientas que utilizaron para erigirlos eran igualmente extraordinarias, reflejo de las maravillas arquitectónicas que propiciaron?
Y, sin embargo, no existen herramientas en los registros arqueológicos que nos asombren del mismo modo que cuando contemplamos los milagros que produjo esta civilización. Ni se ha encontrado maquinaria alguna que explique los elaborados y precisos diseños de la meseta de Giza o de los templos del Alto Egipto. Tampoco se han descubierto instrumentos de precisión que nos hagan adivinar cómo se tallaron superficies extremadamente planas a lo largo de cientos de metros cuadrados, acabadas con una exactitud óptica.
En las vitrinas de los museos, nos han mostrado escuadras de madera sumamente toscas y de dudosa eficacia, a la espera de que creamos lo que nos cuenta la investigación académica, por mucho que vaya en contra de décadas de experiencia y formación. No parece importarles, pues nos repiten con insistencia que éstas y no otras fueron las herramientas que usaron los antiguos egipcios en sus obras. Pero cualquier artesano con habilidad suficiente, disponiendo únicamente de esas rudimentarias herramientas, sería incapaz de recrear el más humilde de esos diseños arquitectónicos. Obviamente, esto supone un enorme obstáculo a la hora de comprender nuestro pasado… (Continúa en AÑO/CERO 255)
¿Quiénes eran los “maestros” de Sirio?
Última actualización 22/06/2009@12:46:02 GMT+1
En las últimas décadas han sido reveladas una serie de informaciones –arqueológicas, antropológicas y astronómicas– que apuntan hacia una hipótesis fascinante: en un pasado remoto unos dioses procedentes del sistema Sirio visitaron la Tierra, estableciendo contactos con pueblos tan dispares como los egipcios, los dogones africanos, los babilonios o los sumerios.
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Los sabios sacerdotes de Egipto le revelaron a Herodoto (484-425 a. C.), el famoso historiador griego, que el tiempo transcurrido desde el comienzo de la civilización faraónica hasta aquellos días (primera mitad del siglo V a. C.) era exactamente de 11.340 años. Estos once milenios son un periodo excesivamente antiguo como para ser admitido por los historiadores oficiales, pues nos sumerge en una época sobre la que no sabemos prácticamente nada, y en la que, según la religión de los egipcios, los dioses habitaban entre los hombres.
En su Historias, libro II, Herodoto escribe: «…Contaban que en el tiempo mencionado, el sol había invertido por cuatro veces su carrera natural, saliendo dos veces desde el punto donde regularmente se pone, y ocultándose otras dos en el lugar donde nace por lo común, sin que por este desorden del cielo se hubiese alterado cosa alguna en Egipto… En este espacio de tiempo decían los sacerdotes que ningún Dios hubo en forma humana, añadiendo que ni antes ni después , en cuantos reyes había tenido Egipto, se vio cosa semejante». Este texto de Herodoto nos indica varias cosas. En primer lugar, el desconcertante conocimiento de los sacerdotes egipcios sobre los cuatro grandes cataclismos que sostienen han tenido lugar diversos investigadores contemporáneos.
En su Historias, libro II, Herodoto escribe: «…Contaban que en el tiempo mencionado, el sol había invertido por cuatro veces su carrera natural, saliendo dos veces desde el punto donde regularmente se pone, y ocultándose otras dos en el lugar donde nace por lo común, sin que por este desorden del cielo se hubiese alterado cosa alguna en Egipto… En este espacio de tiempo decían los sacerdotes que ningún Dios hubo en forma humana, añadiendo que ni antes ni después , en cuantos reyes había tenido Egipto, se vio cosa semejante». Este texto de Herodoto nos indica varias cosas. En primer lugar, el desconcertante conocimiento de los sacerdotes egipcios sobre los cuatro grandes cataclismos que sostienen han tenido lugar diversos investigadores contemporáneos.
las máquinas-herramienta.
Muchas manufacturas de granito o de diorita halladas en excavaciones arqueológicas de Egipto, provenientes de época predinástica y dinástica, no han logrado clasificarse hasta ahora. El refinamiento y la precisión de tales obras no sólo presupone, sino que implica necesariamente la utilización de una tecnología avanzada.
El ingeniero aeroespacial Christopher Dunn ha destacado cómo sus análisis de los rastros de perforación en el granito de Giza indican que sus creadores han recurrido al empleo de un torno, o incluso a una especie de taladradora que pudo actuar mediante ultrasonidos, para trabajar algunos materiales muy duros, como el granito y la diorita.
Las inequívocas señales de la contrapunta y el cabezal, detectables en el fondo de las vasijas de diorita conservadas hoy en el Museo de El Cairo, revelan una labor de torneado y fresado que sólo posible con el uso de maquinaria de la cual no ha quedado ningún rastro. Cuando hablamos de huellas no nos referimos sólo a las físicas –restos o trozos de maquinaria–, sino también a las descriptivas o pictográficas. Aunque aparecen imágenes de taladradoras, no es posible deducir de ellas que no fuesen sólo manuales.
Objetos de esquisto y diorita
Intentemos analizar en detalle algunas de estas piezas. Para ello debemos responder a la pregunta de cómo conseguiríamos los mismos resultados, teniendo a nuestra disposición la misma materia prima que ellos emplearon y la tecnología actual. En las numerosos excavaciones realizadas en tierra egipcia, uno de los hallazgos más enigmáticos, relativo a una forma de tecnología desconocida, es el «plato de esquisto», descubierto en 1931 en una tumba de la I Dinastía (3100 a.C) y que hoy se conserva en el Museo del Cairo. Según los egiptólogos, en aquella época los egipcios todavía no conocían la tecnología de la rueda. Sin embargo, este plato es una rueda inequívoca, hallada en una tumba tan antigua que echa por tierra las especulaciones de la egiptología oficial. Para muchos investigadores heterodoxos, el extraño objeto es una copia de un «original» en metal, acaso una polea que pudo pertenecer a un torno o a una máquina de cortar.
Cuando se habla de torno o de corte de la piedra no podemos menos que mencionar algunos objetos que presentan señales claras de haber sido trabajados con máquinas. La sala inferior del Museo del Cairo expone un plato de alabastro de época predinástica (IV milenio a.C.), realizado en círculos concéntricos. Un objeto con este diseño, además de presentar una increíble perfección en su realización, muestra en la superficie las huellas circulares de una punta que ha excavado la piedra, exactamente como lo haría un torno moderno.
En el caso de los recipientes de diorita las evidencias de una tecnología plantean incluso mayores interrogantes. Basándose en los motivos de los relieves de la tumba de Mereruka (VI Dinastía) en Saqqara, los egiptólogos han afirmado que los antiguos egipcios hacían los recipientes de diorita con una especie de perforadora de cobre, constituida por un tronco metálico bifurcado en su parte inferior y con dos bolsas de cuero llenas de arena en la parte superior.
Al girar, la punta bifurcada de cobre grabaría la cavidad en el recipiente de diorita, ayudada por el contrapeso de las dos bolsas de cuero llenas de arena. No obstante, el conocido egiptólogo Walter Emery, director de las excavaciones en Saqqara en la década de 1930, declaró que tal sistema era inadecuado para efectuar un trabajo de esta naturaleza, tanto por la imposibilidad de que el cobre perforara la diorita como por la forma de estos recipientes, muchos de ellos perfectamente redondos y otros «panzudos».
De hecho, cuando se quiso replicar dicho sistema con un aparato igual, el trabajo distó mucho de ser tan preciso como el que se aprecia en las piezas predinásticas. Incluso hoy sigue en pie el enigma de cómo los antiguos egipcios lograron fabricar esos objetos, perfectamente pulidos y lustrosos tanto por fuera como en su interior, a pesar de que muchos de ellos presenten una boca pequeña y un cuello demasiado estrecho. La única forma de conseguir esos efectos sería que utilizaran taladros, fabricados con un material que no podía ser el cobre. Pero la mentalidad conservadora se niega a aceptar que aquella cultura dispusiera de esta tecnología. ¿Cómo asumir que la emplearan si ni siquiera se les concede el conocimiento del principio de la rueda?
¿Una bomba hidráulica?
Un elemento posterior de difícil catalogación, hallado en Dehyr El Bahari, cerca de Luxor, y también conservado en el Museo del Cairo, es un instrumento que se remonta a la XI Dinastía y está formado por cuatro aletas en forma de cruz, con un orificio central (como el plato de esquisto), que probablemente debía servir para fijar ese utensilio sobre un eje o perno. Con 12 cm de largo y 8 de alto, sin duda se trata de un objeto que tenía una función «tecnológica». No es difícil suponer que debía girar sobre un eje principal como lo haría una moderna rueda dentada. El ingeniero egipcio Dawoud Khalil Messiha afirma que se trata de los restos de una bomba hidráulica.
Más evidencias se obtienen de la ingeniería egipcia. Para entender mejor lo que esta civilización había logrado ya en la III y IV Dinastía –2700 a.C.– 2480 a.C–, vamos a estudiar las diferentes fases de trabajo en la piedra para construir las pirámides, contrastándolas la documentación disponible. En lo que respecta al material empleado (granito), podemos comparar su trabajo con el realizado durante el periodo comprendido entre finales del siglo XIX y comienzos del XX, cuando se utilizó una tecnología «en fase de desarrollo» muy similar a la hipotéticamente empleada por los egipcios hace más de 4.500 años. Entre finales del siglo XIX y comienzos del XX, el mármol y el granito se extraían con una técnica que, por su complejidad, comportaba una larga y esmerada preparación. La pared de roca era triturada, dividiéndose en bloques de diversas dimensiones. Antes de retirar el bloque de la pared de roca, era necesario liberarlo de la parte que quedaba inservible por la alteración superficial. El excavador tenía que examinar el mármol de cerca, separándolo de las secciones inservibles y, para hacerlo, debía descender poco a poco, atado a una cuerda. También los antiguos egipcios pudieron realizar la misma operación. A continuación, en el siglo XIX entraban en escena otros trabajadores con el «hilo helicoidal», un dispositivo para el corte de la roca, constituido por una cuerda de tres hilos de acero envueltos en forma de hélice y con una longitud variable, que podía alcanzar los 1200-1500 m de longitud para los grandes cortes.
En una hora, el hilo podía cortar, como media, 60 m cúbicos de roca. Este hilo helicoidal se hacía funcionar a una velocidad de 5/6 m por segundo y el corte del bloque era facilitado por una mezcla abrasiva de agua y arena silícea. Ahora bien, sabemos que los excavadores egipcios insertaban en las hendiduras de la roca palos de madera de diferentes medidas, que iban mojando. La madera, al hincharse, rompía la roca. Probablemente también utilizaban una especie de «hilo helicoidal», aunque no fuese de acero, sino fabricado con una fuerte cuerda de cáñamo amasada con una pasta formada con aceite y arena silícea.
Quizás el plato de esquisto antes mencionado era parte integrante de un sistema de dicho «hilo helicoidal». Pero en este punto surge un enigma considerable. Actualmente el hilo de diamante permite cortar bloques de roca a una velocidad increíble: si entre finales del siglo XIX y comienzos del XX, para hacer un corte se necesitaba un mes y medio, hoy el mismo corte se consigue en tres o cuatro días. El hilo de diamante es como un collar de perlas. Los diamantes artificiales se insertan en el cable, separados unos de otros por pequeños muelles.
A continuación entraban en escena los «recuadradores», que al son de cincel y martillo buscaban dar al bloque de roca una forma cuadrada. En tiempos de Miguel Ángel, para trasladar de la cantera al valle los bloques de mármol, se los hacía rodar. Este método, dado su peligrosidad, fue sustituido por otro que consistía en ponerlos sobre una especie de trineo hecho con troncos de haya o de encina que facilitaban el rodamiento sin tanto riesgo.
Con este método se agrupaba a varios bloques de mármol unidos con fuertes cuerdas de cáñamo, que servían también para hacer bajar toda la carga junta, tarea en la cual participaban varios hombres y que no estaba exenta de peligro. Delante de todos iba el jefe, cuyo cometido era el de dirigir el descenso. Él era quien disponía los «paramentos» en el terreno y quien daba la señal para aflojar o estrechar las cuerdas en el momento justo. Los paramentos eran robustos ases de leño, dispuestos a medida que la carga descendía, para permitirle deslizarse sin encontrar obstáculos. El trabajo acababa en el momento en que la carga llegaba a la «cima», nombre dado al lugar donde se quitaban las cuerdas a los bloques y se cargaban en carros tirados por bueyes.
Todo eso podría ser muy parecido al procedimiento empleado por la civilización del Nilo hace más de 4.500 años. Creo que esta técnica fue utilizada por los egipcios en dos ocasiones: en la fase que acabo de describir, inmediatamente después de la cuadratura del bloque, y en el momento final del transporte al sitio de la construcción.
En la fase intermedia del transporte desde la cantera –en lo que respecta al granito de Assuan, distante una media de 800 km de Giza–, seguramente se usaban bueyes para el transporte de los bloques sobre trineos ya que, según la egiptología clásica, ellos no conocían la «rueda» y, por lo tanto, tampoco el carro. Otra posibilidad era transportar la la carga sobre fuertes embarcaciones a lo largo del Nilo.
Todo lo expuesto plantea interrogantes, No debemos olvidar en absoluto el grado de precisión de los constructores de las pirámides. La Gran Pirámide tiene 147 m de altura, con lados de 231 m, y está construida con 2,5 millones de bloques de piedra o, como mínimo, por unas 750.000, si se acepta el cálculo de Zahi Hawass. Tenemos un peso medio de más de 12 toneladas cada bloque y una masa de 2.633.000 m cúbicos, con un peso total de 7 millones de toneladas. ¿Pudo construirse esta pirámide sólo en los 23 años de reinado del faraón Khufu (Keops), cuando para cortar sólo una docena de bloques a principios de 1900 se necesitaban casi dos meses, excluyendo la cuadratura, el transporte, el pulido y la colocación?
Una cultura ignorada
Un cálculo elemental nos indica que sólo para el corte –y naturalmente realizado con hilo helicoidal de acero o de diamante–, a comienzos del siglo pasado se habrían necesitado 18 años, sólo para obtener los bloques de granito no recuadrados. La civilización egipcia, que carecía de estos materiales para el corte, habría necesitado el doble de tiempo, es decir, cerca de 36 años. En lo referente al pulido y la colocación –la parte más compleja– se hace difícil el cálculo, ya que los meses del año útiles para la construcción eran sólo cuatro.
Estos datos nos llevan inevitablemente a preguntarnos: ¿es posible que la pirámide de Giza sea el producto de una civilización en sus albores? ¿O su increíble ingeniería exige un conocimiento y una tecnología maduros que implican un largo desarrollo previo? ¿Estamos ante un legado superior perteneciente a una cultura desconocida?
Verifiquemos en algún escrito de la época, la hipótesis según la cual las pirámides y la Esfinge estaban allí mucho tiempo antes de la civilización egipcia «conocida». Sobre la Esfinge es bien conocido el dictamen científico de John Anthony West y Robert Schoch, quienes han declarado que la edad de este monumento está muy lejos de haber sido demostrada y que las investigaciones de los rastros que las lluvias torrenciales dejaron en la piedra permiten datarla en una época muy anterior al III milenio a.C.
Menos conocida es una fuente que hace referencia a la Gran Pirámide de Giza como a un templo erigido antes del reinado de Keops. La prueba de que la Gran Pirámide ya existía entonces se encuentra en un obelisco calcáreo descubierto por Auguste Mariette a mediados del siglo XIX, entre las ruinas del templo de Isis, junto a la Gran Pirámide. La inscripción del obelisco indica que fue un monumento «autocelebrativo» para conmemorar la reconstrucción o rehabilitación del templo de Isis, ordenada por Keops, que también incluyó la restauración de las imágenes y de los símbolos de las divinidades, que él mismo había descubierto en el interior de ese templo en ruinas.
Después de una invocación a Horus y al augurio de larga vida para el rey, siguen los versos que nos interesan. La inscripción afirma: «Viva Horus Mezdau; al rey del Alto y del Bajo Egipto, a Khufu es dada la vida. Él fundó la casa de Isis, Señora de la Pirámide, junto a la casa de la Esfinge». Este obelisco (que hoy se halla en el Museo del Cairo) sugiere que la Gran Pirámide estaba ya allí cuando Keops reconstruyó el templo de Isis, puesto que la diosa es definida como la «Señora de la Pirámide». También la Esfinge, atribuida a Kefren, ya estaba allí donde la vemos aún hoy y la inscripción individualiza con precisión su posición. En esta inscripción, Keops afirma haber construido una pirámide para la princesa Henutsen «junto al templo de la Diosa». Los arqueólogos han hallado pruebas que lo confirman: la más meridional de las tres pirámides menores construidas junto a la Gran Pirámide, o sea la más próxima al templo de Isis, estaba dedicada a Henutsen, una esposa de Keops. Y éste afirma haber construido una sola pirámide, la de la princesa, y que la Gran Pirámide estaba dedicada a Isis, cuyo templo en ruinas ordenó reconstruir. No es posible que, en una inscripción tan detallada de la rehabilitación del antiguo templo de la «Señora de la Pirámide», Keops omitiera la constancia de que ésta había sido construida por él para honrar a la diosa.
Los objetos y las obras de ingeniería descritos podrían sugerir la existencia de una civilización muy avanzada en un periodo impreciso, hace unos 15.000 a 20.000 años, presumiblemente desaparecida después de un cataclismo que causó su destrucción y la «diáspora» de sus supervivientes.
Naturalmente el término «avanzada» se mide en base a nuestra civilización tecnológica. El término yuga significa «edad» y hace referencia a la doctrina hindú, según la cual la Humanidad se encuentra en este planeta desde hace mucho más tiempo de lo que la ciencia occidental está dispuesta a admitir. Esta misteriosa civilización, tan obstinadamente negada por la arqueología clásica, podría haber tenido una evolución de miles de años de duración. No puede excluirse que su ciencia hubiese tenido una evolución distinta y una tecnología que incluyera el empleo de unos medios y métodos diferentes de los actuales, o que dispusiese de una capacidad mayor recurriendo a fuerzas y energías disponibles en la naturaleza, como el electromagnetismo o las frecuencias sonoras, al menos para ciertos fines. En cualquier caso, algunos vestigios de dicha civilización pervivieron y dejaron esas huellas en muchas maravillas del mundo antiguo.
El ingeniero aeroespacial Christopher Dunn ha destacado cómo sus análisis de los rastros de perforación en el granito de Giza indican que sus creadores han recurrido al empleo de un torno, o incluso a una especie de taladradora que pudo actuar mediante ultrasonidos, para trabajar algunos materiales muy duros, como el granito y la diorita.
Las inequívocas señales de la contrapunta y el cabezal, detectables en el fondo de las vasijas de diorita conservadas hoy en el Museo de El Cairo, revelan una labor de torneado y fresado que sólo posible con el uso de maquinaria de la cual no ha quedado ningún rastro. Cuando hablamos de huellas no nos referimos sólo a las físicas –restos o trozos de maquinaria–, sino también a las descriptivas o pictográficas. Aunque aparecen imágenes de taladradoras, no es posible deducir de ellas que no fuesen sólo manuales.
Objetos de esquisto y diorita
Intentemos analizar en detalle algunas de estas piezas. Para ello debemos responder a la pregunta de cómo conseguiríamos los mismos resultados, teniendo a nuestra disposición la misma materia prima que ellos emplearon y la tecnología actual. En las numerosos excavaciones realizadas en tierra egipcia, uno de los hallazgos más enigmáticos, relativo a una forma de tecnología desconocida, es el «plato de esquisto», descubierto en 1931 en una tumba de la I Dinastía (3100 a.C) y que hoy se conserva en el Museo del Cairo. Según los egiptólogos, en aquella época los egipcios todavía no conocían la tecnología de la rueda. Sin embargo, este plato es una rueda inequívoca, hallada en una tumba tan antigua que echa por tierra las especulaciones de la egiptología oficial. Para muchos investigadores heterodoxos, el extraño objeto es una copia de un «original» en metal, acaso una polea que pudo pertenecer a un torno o a una máquina de cortar.
Cuando se habla de torno o de corte de la piedra no podemos menos que mencionar algunos objetos que presentan señales claras de haber sido trabajados con máquinas. La sala inferior del Museo del Cairo expone un plato de alabastro de época predinástica (IV milenio a.C.), realizado en círculos concéntricos. Un objeto con este diseño, además de presentar una increíble perfección en su realización, muestra en la superficie las huellas circulares de una punta que ha excavado la piedra, exactamente como lo haría un torno moderno.
En el caso de los recipientes de diorita las evidencias de una tecnología plantean incluso mayores interrogantes. Basándose en los motivos de los relieves de la tumba de Mereruka (VI Dinastía) en Saqqara, los egiptólogos han afirmado que los antiguos egipcios hacían los recipientes de diorita con una especie de perforadora de cobre, constituida por un tronco metálico bifurcado en su parte inferior y con dos bolsas de cuero llenas de arena en la parte superior.
Al girar, la punta bifurcada de cobre grabaría la cavidad en el recipiente de diorita, ayudada por el contrapeso de las dos bolsas de cuero llenas de arena. No obstante, el conocido egiptólogo Walter Emery, director de las excavaciones en Saqqara en la década de 1930, declaró que tal sistema era inadecuado para efectuar un trabajo de esta naturaleza, tanto por la imposibilidad de que el cobre perforara la diorita como por la forma de estos recipientes, muchos de ellos perfectamente redondos y otros «panzudos».
De hecho, cuando se quiso replicar dicho sistema con un aparato igual, el trabajo distó mucho de ser tan preciso como el que se aprecia en las piezas predinásticas. Incluso hoy sigue en pie el enigma de cómo los antiguos egipcios lograron fabricar esos objetos, perfectamente pulidos y lustrosos tanto por fuera como en su interior, a pesar de que muchos de ellos presenten una boca pequeña y un cuello demasiado estrecho. La única forma de conseguir esos efectos sería que utilizaran taladros, fabricados con un material que no podía ser el cobre. Pero la mentalidad conservadora se niega a aceptar que aquella cultura dispusiera de esta tecnología. ¿Cómo asumir que la emplearan si ni siquiera se les concede el conocimiento del principio de la rueda?
¿Una bomba hidráulica?
Un elemento posterior de difícil catalogación, hallado en Dehyr El Bahari, cerca de Luxor, y también conservado en el Museo del Cairo, es un instrumento que se remonta a la XI Dinastía y está formado por cuatro aletas en forma de cruz, con un orificio central (como el plato de esquisto), que probablemente debía servir para fijar ese utensilio sobre un eje o perno. Con 12 cm de largo y 8 de alto, sin duda se trata de un objeto que tenía una función «tecnológica». No es difícil suponer que debía girar sobre un eje principal como lo haría una moderna rueda dentada. El ingeniero egipcio Dawoud Khalil Messiha afirma que se trata de los restos de una bomba hidráulica.
Más evidencias se obtienen de la ingeniería egipcia. Para entender mejor lo que esta civilización había logrado ya en la III y IV Dinastía –2700 a.C.– 2480 a.C–, vamos a estudiar las diferentes fases de trabajo en la piedra para construir las pirámides, contrastándolas la documentación disponible. En lo que respecta al material empleado (granito), podemos comparar su trabajo con el realizado durante el periodo comprendido entre finales del siglo XIX y comienzos del XX, cuando se utilizó una tecnología «en fase de desarrollo» muy similar a la hipotéticamente empleada por los egipcios hace más de 4.500 años. Entre finales del siglo XIX y comienzos del XX, el mármol y el granito se extraían con una técnica que, por su complejidad, comportaba una larga y esmerada preparación. La pared de roca era triturada, dividiéndose en bloques de diversas dimensiones. Antes de retirar el bloque de la pared de roca, era necesario liberarlo de la parte que quedaba inservible por la alteración superficial. El excavador tenía que examinar el mármol de cerca, separándolo de las secciones inservibles y, para hacerlo, debía descender poco a poco, atado a una cuerda. También los antiguos egipcios pudieron realizar la misma operación. A continuación, en el siglo XIX entraban en escena otros trabajadores con el «hilo helicoidal», un dispositivo para el corte de la roca, constituido por una cuerda de tres hilos de acero envueltos en forma de hélice y con una longitud variable, que podía alcanzar los 1200-1500 m de longitud para los grandes cortes.
En una hora, el hilo podía cortar, como media, 60 m cúbicos de roca. Este hilo helicoidal se hacía funcionar a una velocidad de 5/6 m por segundo y el corte del bloque era facilitado por una mezcla abrasiva de agua y arena silícea. Ahora bien, sabemos que los excavadores egipcios insertaban en las hendiduras de la roca palos de madera de diferentes medidas, que iban mojando. La madera, al hincharse, rompía la roca. Probablemente también utilizaban una especie de «hilo helicoidal», aunque no fuese de acero, sino fabricado con una fuerte cuerda de cáñamo amasada con una pasta formada con aceite y arena silícea.
Quizás el plato de esquisto antes mencionado era parte integrante de un sistema de dicho «hilo helicoidal». Pero en este punto surge un enigma considerable. Actualmente el hilo de diamante permite cortar bloques de roca a una velocidad increíble: si entre finales del siglo XIX y comienzos del XX, para hacer un corte se necesitaba un mes y medio, hoy el mismo corte se consigue en tres o cuatro días. El hilo de diamante es como un collar de perlas. Los diamantes artificiales se insertan en el cable, separados unos de otros por pequeños muelles.
A continuación entraban en escena los «recuadradores», que al son de cincel y martillo buscaban dar al bloque de roca una forma cuadrada. En tiempos de Miguel Ángel, para trasladar de la cantera al valle los bloques de mármol, se los hacía rodar. Este método, dado su peligrosidad, fue sustituido por otro que consistía en ponerlos sobre una especie de trineo hecho con troncos de haya o de encina que facilitaban el rodamiento sin tanto riesgo.
Con este método se agrupaba a varios bloques de mármol unidos con fuertes cuerdas de cáñamo, que servían también para hacer bajar toda la carga junta, tarea en la cual participaban varios hombres y que no estaba exenta de peligro. Delante de todos iba el jefe, cuyo cometido era el de dirigir el descenso. Él era quien disponía los «paramentos» en el terreno y quien daba la señal para aflojar o estrechar las cuerdas en el momento justo. Los paramentos eran robustos ases de leño, dispuestos a medida que la carga descendía, para permitirle deslizarse sin encontrar obstáculos. El trabajo acababa en el momento en que la carga llegaba a la «cima», nombre dado al lugar donde se quitaban las cuerdas a los bloques y se cargaban en carros tirados por bueyes.
Todo eso podría ser muy parecido al procedimiento empleado por la civilización del Nilo hace más de 4.500 años. Creo que esta técnica fue utilizada por los egipcios en dos ocasiones: en la fase que acabo de describir, inmediatamente después de la cuadratura del bloque, y en el momento final del transporte al sitio de la construcción.
En la fase intermedia del transporte desde la cantera –en lo que respecta al granito de Assuan, distante una media de 800 km de Giza–, seguramente se usaban bueyes para el transporte de los bloques sobre trineos ya que, según la egiptología clásica, ellos no conocían la «rueda» y, por lo tanto, tampoco el carro. Otra posibilidad era transportar la la carga sobre fuertes embarcaciones a lo largo del Nilo.
Todo lo expuesto plantea interrogantes, No debemos olvidar en absoluto el grado de precisión de los constructores de las pirámides. La Gran Pirámide tiene 147 m de altura, con lados de 231 m, y está construida con 2,5 millones de bloques de piedra o, como mínimo, por unas 750.000, si se acepta el cálculo de Zahi Hawass. Tenemos un peso medio de más de 12 toneladas cada bloque y una masa de 2.633.000 m cúbicos, con un peso total de 7 millones de toneladas. ¿Pudo construirse esta pirámide sólo en los 23 años de reinado del faraón Khufu (Keops), cuando para cortar sólo una docena de bloques a principios de 1900 se necesitaban casi dos meses, excluyendo la cuadratura, el transporte, el pulido y la colocación?
Una cultura ignorada
Un cálculo elemental nos indica que sólo para el corte –y naturalmente realizado con hilo helicoidal de acero o de diamante–, a comienzos del siglo pasado se habrían necesitado 18 años, sólo para obtener los bloques de granito no recuadrados. La civilización egipcia, que carecía de estos materiales para el corte, habría necesitado el doble de tiempo, es decir, cerca de 36 años. En lo referente al pulido y la colocación –la parte más compleja– se hace difícil el cálculo, ya que los meses del año útiles para la construcción eran sólo cuatro.
Estos datos nos llevan inevitablemente a preguntarnos: ¿es posible que la pirámide de Giza sea el producto de una civilización en sus albores? ¿O su increíble ingeniería exige un conocimiento y una tecnología maduros que implican un largo desarrollo previo? ¿Estamos ante un legado superior perteneciente a una cultura desconocida?
Verifiquemos en algún escrito de la época, la hipótesis según la cual las pirámides y la Esfinge estaban allí mucho tiempo antes de la civilización egipcia «conocida». Sobre la Esfinge es bien conocido el dictamen científico de John Anthony West y Robert Schoch, quienes han declarado que la edad de este monumento está muy lejos de haber sido demostrada y que las investigaciones de los rastros que las lluvias torrenciales dejaron en la piedra permiten datarla en una época muy anterior al III milenio a.C.
Menos conocida es una fuente que hace referencia a la Gran Pirámide de Giza como a un templo erigido antes del reinado de Keops. La prueba de que la Gran Pirámide ya existía entonces se encuentra en un obelisco calcáreo descubierto por Auguste Mariette a mediados del siglo XIX, entre las ruinas del templo de Isis, junto a la Gran Pirámide. La inscripción del obelisco indica que fue un monumento «autocelebrativo» para conmemorar la reconstrucción o rehabilitación del templo de Isis, ordenada por Keops, que también incluyó la restauración de las imágenes y de los símbolos de las divinidades, que él mismo había descubierto en el interior de ese templo en ruinas.
Después de una invocación a Horus y al augurio de larga vida para el rey, siguen los versos que nos interesan. La inscripción afirma: «Viva Horus Mezdau; al rey del Alto y del Bajo Egipto, a Khufu es dada la vida. Él fundó la casa de Isis, Señora de la Pirámide, junto a la casa de la Esfinge». Este obelisco (que hoy se halla en el Museo del Cairo) sugiere que la Gran Pirámide estaba ya allí cuando Keops reconstruyó el templo de Isis, puesto que la diosa es definida como la «Señora de la Pirámide». También la Esfinge, atribuida a Kefren, ya estaba allí donde la vemos aún hoy y la inscripción individualiza con precisión su posición. En esta inscripción, Keops afirma haber construido una pirámide para la princesa Henutsen «junto al templo de la Diosa». Los arqueólogos han hallado pruebas que lo confirman: la más meridional de las tres pirámides menores construidas junto a la Gran Pirámide, o sea la más próxima al templo de Isis, estaba dedicada a Henutsen, una esposa de Keops. Y éste afirma haber construido una sola pirámide, la de la princesa, y que la Gran Pirámide estaba dedicada a Isis, cuyo templo en ruinas ordenó reconstruir. No es posible que, en una inscripción tan detallada de la rehabilitación del antiguo templo de la «Señora de la Pirámide», Keops omitiera la constancia de que ésta había sido construida por él para honrar a la diosa.
Los objetos y las obras de ingeniería descritos podrían sugerir la existencia de una civilización muy avanzada en un periodo impreciso, hace unos 15.000 a 20.000 años, presumiblemente desaparecida después de un cataclismo que causó su destrucción y la «diáspora» de sus supervivientes.
Naturalmente el término «avanzada» se mide en base a nuestra civilización tecnológica. El término yuga significa «edad» y hace referencia a la doctrina hindú, según la cual la Humanidad se encuentra en este planeta desde hace mucho más tiempo de lo que la ciencia occidental está dispuesta a admitir. Esta misteriosa civilización, tan obstinadamente negada por la arqueología clásica, podría haber tenido una evolución de miles de años de duración. No puede excluirse que su ciencia hubiese tenido una evolución distinta y una tecnología que incluyera el empleo de unos medios y métodos diferentes de los actuales, o que dispusiese de una capacidad mayor recurriendo a fuerzas y energías disponibles en la naturaleza, como el electromagnetismo o las frecuencias sonoras, al menos para ciertos fines. En cualquier caso, algunos vestigios de dicha civilización pervivieron y dejaron esas huellas en muchas maravillas del mundo antiguo.
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