MISTERIOSO LUGAR DE LOS MAESTROS UBICADO EN EL TÍBET
TESTIMONIO DEL MAESTRO MORYA
El primero en hablar sobre este misterioso lugar fue el Maestro Morya, quien en una carta que le escribió en octubre de 1881 al señor Sinnett, le señaló lo siguiente:
« En cierto lugar cuya ubicación no se debe de mencionar a extraños, existe un precipicio atravesado por un frágil puente de pastos entretejidos, y por debajo del cual corre un torrente enfurecido.
El miembro más intrépido de sus clubes de alpinismo difícilmente osaría aventurarse a pasarlo, porque cuelga como una telaraña y parece estar podrido e impracticable. Pero no es así, y aquel que se atreve a afrontar la prueba y tiene éxito, como lo tendrá, si es licito que se le permita atravesarlo [mientras que el profano no lo podrá porque los elementales se lo impedirán] llegará a un desfiladero de una belleza panorámica incomparable.
Es uno de nuestros lugares secretos donde se encuentra algunas de nuestra gente, pero sin embargo, del cual no existe ninguna nota o minuta entre los geógrafos europeos.
A la distancia de un tiro de piedra desde una vieja Lamasería (un templo budista), se levanta una antigua torre, dentro de cuyo seno se ha gestado generaciones de Bodhisattvas (titulo que se les da a aquellos que están cerca de volverse un Buddha, o sea un ser plenamente iluminado). Es allí donde ahora descansa Kuthumi en un estado aparentemente “sin vida”. »
(Carta Mahatma 29, p.219)
TESTIMONIO DE BLAVATSKY
Blavatsky, en una carta que le escribió a la señora Mary Hollis Billings, fechada el 2 de octubre de 1881, dio más detalles sobre ese misterioso lugar:
« Kuthumi se ha ido a dormir por tres meses para prepararse durante su Sumadhi o continuo estado de trance para su iniciación, la penúltima, cuando se convertirá en uno de los más elevados Adeptos.
Pobre Kuthumi, su cuerpo está actualmente tendido frío y tieso en un edificio cuadrado de piedra aislado, sin ventanas ni puertas, cuya entrada se efectúa a través de un pasaje subterráneo, de una puerta en Toong-ting (que es una pequeña sala situada en cada Lamasería).
(O sea que se accede a la antigua torre, por un pasaje subterráneo que conecta con la vieja Lamasería. Y esto me indica que Blavatsky ya estuvo en ese lugar secreto, probablemente cuando ella fue al Oriente para también ser iniciada, aunque obviamente se trató de una iniciación menor en su caso.)
En ese estado, su Espíritu se encuentra actualmente muy libre, y un Adepto puede yacer así durante años, cuando su cuerpo fue cuidadosamente preparado por él mismo de antemano, a través de pases mesméricos y otras técnicas.
Es un hermoso lugar donde se encuentra ahora en la torre cuadrada. De ahí se ve el Himalaya a la derecha y un hermoso lago cerca de la Lamasería. Su Chohan (o sea su Superior) cuida de su cuerpo. Morya también va de vez en cuando a visitarlo. Es un tremendo misterio ese estado de sueño cataléptico para tal período de tiempo. »
(The Theosophical Forum, mayo de 1936, p.345)
TESTIMONIO DE C. RAMIAH
Si bien, el acceso físico a ese lugar solo está reservado para los Adeptos y sus discípulos, también hubo miembros de la Sociedad Teosófica que lo visitaron por medio de su cuerpo astral, y uno de ellos fue C. Ramiah quien narró su experiencia en dos cartas las cuales fueron publicadas en la revista “The Theosophist”:
« Mi edad actual es de 51 años y lo menciono para demostrar que ya no tengo el entusiasmo de la juventud, ni sus inseparables vuelos de la imaginación. Y a continuación les cuento los acontecimientos en el orden en que estos me ocurrieron, y el lector tiene la libertad de sacar la conclusión que le plazca.
Soy un brahmán de la fe ortodoxa y mis padres me criaron en la creencia de la existencia de un gran Dios personal y de muchos otros dioses menores cuyos poderes sobre la naturaleza y los elementos son extensos, y que gradualmente han trabajado sus caminos hacia el conocimiento de la filosofía oculta.
En el año 1864 estaba trabajando en otro distrito cuando una noche en un sueño vi a un Maestro sentado en el aire con un anillo que parecía una estrella muy brillante.
Alrededor del año 1880, una noche fui llevado en sueños a una aldea rural al pie de una gran cadena de montañas y allí vi a un Maestro vestido con una vestimenta budista y con los pies descalzos. Inmediatamente me postré a sus pies, pero él me pidió que me levantara, me puso las dos manos en la cabeza y me indicó que perseverara en el estilo de vida espiritual que yo estaba siguiendo.
En el año 1881, la recién establecida Sociedad Teosófica en Bombay atrajo la atención de muchas personas en la India, y al escuchar que un Maestro estaba favorablemente colaborando para que esa asociación tuviera éxito, oré para que me favorecieran con fe. Repetí esta oración todas las noches y sucedió que una noche en mi sueño me llevaron a la misma cadena de montañas en donde había estadio y ahí percibí al mismo Maestro que ya se me había aparecido anteriormente.
Esta vez él se encontraba parado sobre una roca aislada y había un profundo abismo entre él y yo. Y al no poder acercarme me postré en el suelo, cuando me solicitaron levantarme y me preguntaron qué quería. Yo repetí la oración donde expresaba que quería saber más sobre la fe, y entonces sorpresivamente una gran flama brillante brotó del pecho del Maestro y unas partículas de ese fuego volaron en mi dirección y fueron absorbidas por mi persona. El Maestro desapareció después de eso y aquí terminó mi segundo sueño.
Y curiosamente después de ese sueño y a medida que pasaba el tiempo, yo me volví cada vez menos egoísta y más dispuesto a ver a toda la humanidad, los animales e incluso los objetos, como parte de mí mismo, y estaba cada vez más ansioso por aprender y ser útil para el mundo en general aunque fuera con mis limitados medios.
En la mitad del año 1883, una noche fui llevado en mi sueño a una gran cadena de montañas y allí encontré un gran templo de roca en donde percibí el mismo Maestro que había visto en las dos ocasiones anteriores, y esta vez él se encontraba sentado en un taburete con un altar frente a él, y a su alrededor habían dos filas de Adeptos, una de cada lado, todos vestidos con ropas budistas, excepto el superior.
Me postré como de costumbre y me ordenaron levantarme. Luego me dijeron que fuera por el santuario y alguien me guió, y allí encontré a dos o tres damas de una profunda devoción.
En el santuario observé que había en un lugar oscuro enrollado como una serpiente, una sustancia muy brillante que se parecía al fósforo y expresé el deseo de saber qué era; y una de las damas me dijo que el santuario representaba la tierra en cuyo estado todos nuestros cuerpos físicos deben ser derribados tarde o temprano, y la sustancia brillante representaba el espíritu o esencia (o "Jyoti") que mueve todo el universo.
Luego regresé ante el Jefe y después de postrarme una vez más ante él, dejé el lugar cuyo uno de los Adeptos me mencionó que era el "Harthayery" (1).
Desde entonces no he vuelto a ir a ese lugar en mis sueños, pero he percibido un cambio en mí como si mi ser interior estuviera tratando de volar hacia lo divino; y ahora tengo un deseo muy sincero de ir a las montañas tibetanas en busca de los Maestros.
Estaba tan intrigado con estos sueños que mi mente se volvió muy pesada con estos cuestionamientos que oré a los Maestros para que me ayudaran, y en un sueño que tuve hace unos dos meses, ellos me dijeron que acudiera a ver al Sr. Subba Row. Fui a verlo y le conté toda mi experiencia y él me pidió amablemente que acudiera a la sede de la Sociedad Teosófica para ver si podía reconocer las características del Maestro que se me apareció en mis sueños.
Fui esa misma tarde y alrededor de las 4 pm se abrieron las puertas del "Santuario" y para mi sorpresa, identifiqué en la foto del ilustre Maestro Kuthumi las características exactas del Maestro que yo había visto en mis sueños. Con mis manos unidas en un estado de exaltación y con las palabras "Oh Dios poderoso" en mis labios, caí de rodillas y una hora después me afilié como miembro de la Sociedad Teosófica.
C. RAMIAH.
Madrás,
11 de agosto de 1884.
Después de identificar al Maestro Kuthumi con el Maestro que había visto en mis sueños, resolví recordar con más claridad la forma del Maestro tal como la había visto en mis sueños debido a que su retrato era poco conciso [La pintura del Maestro Kuthumi que les puse arriba solo se pintó 4 años después] y después de un pocas pruebas decididas logré impresionar mi mente con sus rasgos exactos sin omitir ni el atuendo budista ni los pies descalzos.
Yo hacía esto a menudo y cada vez las características se definían más y más claramente. En una ocasión el Maestro apareció sentado aunque por lo general él aparecía de pie, y en algunas ocasiones él apareció en un lugar elevado, y en mis esfuerzos por acercarme hacia él desde las tierras bajas (en donde yo sentía que me encontraba) él extendió su mano para ayudarme a subir. Todo lo anterior fueron visiones en horario diurno durante mis horas de oración y no fueron sueños.
Y a medida que pasaba el tiempo observé que aparecía en el rostro del Maestro una expresión de tristeza, y pensé que esto se debía a causa de mi vida pecaminosa. Y pronto para mi gran pesar sobrevino un cambio en mis visiones en donde percibí que las nubes mentales ocultaban al Maestro por completo de mi vista.
Cuando se dispersaron por un gran esfuerzo de voluntad, la luz interna que me permitió ver el Maestro con el ojo de mi mente se volvió tan intensa y mostró colores tan variados que quedé deslumbrado. Y en otras ocasiones esa misma luz interna se volvió tan inestable que un esfuerzo por ver al Maestro me provocaba un intenso dolor en mi “tercer ojo”.
Sentí mucha frustración por estas dificultades pero seguí persistiendo y un día mientras estaba orando, percibí un rayo de luz de tono dorado brillando dentro de mí, y a medida que lo seguí este rayo creció en intensidad y el tono dorado se difundió por todas partes extendiéndose incluso a toda la Tierra, e incluso fue más allá iluminando hasta donde el ojo de mi mente pudo alcanzar a ver. Y en esta luz percibí mundos en movimiento y todo tipo de materia y formas humanas y otras fuerzas moviéndose en este océano de luz.
La visión era espléndida de contemplar y después de un lapso de unos cinco minutos, la luz se contrajo gradualmente al rayo único original, y en la luz que difundía percibí la forma sublime y gloriosa del Maestro. Sin embargo debo agregar aquí que mientras vi este rayo de luz de color dorado, ni las nubes, ni la luz intensamente fuerte con colores variados, ni la inestabilidad de la luz, perturbaron esta vez la visión.
Este espléndido rayo de luz ha continuado a aparecer en mí pero yo no tengo control sobre él ya que no aparece cuando yo quiero que aparezca y su duración tampoco es fija ni tampoco su intensidad.
Le mencioné todo esto a mi estimado amigo Subba Row y él me aconsejó que viera bien y distinguiera los objetos que surgieran en esa luz gloriosa, y así lo hice.
Un día mientras estaba en las oraciones, apareció el rayo dorado de luz, y al ver a través de él percibí la figura del Maestro, y cuando enfoqué el ojo de mi mente sobre él, el Maestro retrocedió. Entonces lo seguí y él caminó constantemente durante un ascenso y entonces percibí que un país montañoso estaba cerca. Él subió a las montañas y bajó de nuevo, y luego giró a la derecha y luego a la izquierda hasta que por fin encontró un ancho río en donde desapareció.
Instintivamente caminé a lo largo de la orilla del río con la esperanza de encontrar una forma de atravesarlo hasta que llegué a su parte más estrecha, y allí había un muy frágil puente de juncos que cruzaba el río, y confiando en el cuidado protector del Maestro quien me había guiado hasta ese lugar, lo atravesé y me encontré en el otro lado.
Luego proseguí cuesta arriba y cuesta abajo, y cuando me di cuenta de que ya me encontraba muy agotado, descubrí un gran lago a mi vista cuyos lados estaban adornados con grupos de hermosos árboles y con casas de construcción rudimentaria en la orilla; y al observarlas de más cerca percibí que estas estaban habitadas (2).
Sediento y hambriento, me aventuré en la casa más cercana a mí, y con una sola voz todos los habitantes me saludaron y me hicieron participar en sus comidas. Después de esto me vistieron con una bata y una capucha de color amarillo pálido, y ellos tambipen se vistieron forma similar, y después me llevaron al templo de la roca en "Husthagerry" el cual mencioné anteriormente, donde para mi sorpresa y gran alegría encontré al Maestro Kuthumi sentado ante el altar en el mismo taburete que antes. Todos nos postramos ante él y así terminó esta interesante visión.
Sobre la última parte de agosto del año pasado, estaba orando como de costumbre cuando apareció el rayo de luz dorado y el Maestro apareció en él en toda su gloria. El Maestro volvió a retroceder y lo seguí de cerca y después de recorrer el mismo camino sobre las montañas que antes, él desapareció en el lago. En esa ocasión no había personas viviendo en las orillas del lago y las casas estaban vacías. Sin saber por qué intenté llegar al templo de la roca, pero me perdí.
Y después de atravesar muchas montañas y valles peligrosos, me topé con una amplia meseta en donde a cierta distancia percibí un grupo de finos árboles altos a cuya sombra se alzaba una casa limpia orientada hacia el este. Ahí fui y en su entrada vi al Maestro Kuthumi sentado solo y mi mente me indicó que era su propia casa. Le mencioné esta curiosa visión al Sr. Damodar Mavalankar y él me aconsejó que debiera intentar ver qué más podía observar y su consejo lo apliqué en la siguiente vez (3).
Tres o cuatro días después de esta entrevista, me apareció la misma visión y frente a la casa de Maestro Kuthumi apareció otro grupo de árboles con una casa debajo a una distancia de aproximadamente una milla o dos entre las dos casas, y también había un pequeño templo con una cúpula circular a medio camino entre ellas. Y esta otra casa sentí por intuición que pertenecía a otro Maestro (4).
~ * ~
Y estos han sido los encuentros que he tenido con el maestro Kuthumi, en ninguna de las visiones hubo intercambio de palabras entre el Maestro y yo, y desafortunadamente no sé dibujar sino les hubiera enviado un bosquejo del paisaje de las dos casas con el pintoresco templo en medio de ellas.
C. RAMIAH.
Madrás,
4 de septiembre, 1884.
»
Y el editor de la revista que en ese momento era Blavatsky, añadió las siguientes anotaciones:
El corresponsal probablemente se refiere a un altar y no un santuario. Pero los detalles que da de la Jyoti (“llama”) parecen corresponder a lo que se dice que existe en un cierto templo secreto situado en el Tíbet. La llama simboliza lo que los filósofos hindúes conocen como paramjyoti que a veces es representado por los budistas como el "Sol amarillo en el loto".
Aquí el corresponsal no podría haber descrito el lugar con mayor precisión si lo hubiera visto físicamente. Y si hubiera perseverado un poco y hubiera ido más lejos, solo una corta distancia, podría haber notado que un cierto lugar podía ser visitado solo por los iniciados, y tal vez para evitar que se acercara, su curso podría haber sido desviado en el camino.
Esta es una descripción correcta, hasta donde el corresponsal pudo percibir, de la casa del Maestro Kuthumi.
Esta descripción corresponde a la casa del otro Maestro conocido por los teósofos [Morya].
(El testimonio de Ramiah se publicó en el Suplemento de The Theosophist de septiembre de 1884, p.125-126, y octubre de 1884, p.138-139)
TESTIMONIO DE FRANZ HARTMANN
Otro miembro de la Sociedad Teosófica que también relató haber visitado ese lugar fue el escritor Franz Hartmann quien sobre ese acontecimiento escribió lo siguiente:
« En el año 1886, después de mi regreso de la India, conocí por casualidad a la esposa de un trabajador alemán. Esta mujer tenía poca educación pero poseía poderes ocultos extraordinarios.
Ella podía curar enfermedades a distancia y también podía sanar heridas, úlceras y llagas, y podía detener el sangrado sin ver al paciente, simplemente con remedios peculiares; por ejemplo colocando un trapo manchado de sangre procedente del paciente en una olla que contenía sulfato de hierro, y después de lo cual ese paciente dejaba de sangrar.
Esta mujer nunca había oído hablar de lo que se conoce como "psicometría", por lo que decidí hacer un experimento con ella. Le di una carta que había recibido de manera misteriosa en la India. Era una llamada carta "oculta", supuestamente proveniente de un Mahatma en el Tíbet y que fue recibida a través de H.P. Blavatsky.
Le pedí a la mujer que sostuviera la carta en su frente y me contara lo que había visto. Lo hizo y me dio una descripción de un templo budista con un techo dorado, inscripciones, etc., y también de las personas cuyo atuendo ella describió.
El evento me pareció muy inexplicable, especialmente porque en ese momento yo dudaba de la autenticidad de al menos algunas de las "cartas ocultas" recibidas por mí en Adyar. Y después recordé que algunos meses antes me había visto a mí mismo durante un “sueño” en un templo budista en el Tíbet, y esa visión era tan vívida, que en el momento del despertar todavía parecía escuchar las voces de las personas con las que había hablado en ese lugar. »
(Revista The Occult Review de mayo de 1907, p.280-281)
LA MISTERIOSA MANSIÓN DE LOS MAESTROS EN BOMBAY
Sobre esta enigmática residencia, el Coronel Olcott mencionó lo siguiente:
« Hubo Una serie de extraños acontecimientos de los cuales mi amigo Mulji Thackersey fue testigo. Por ejemplo, el 29 de marzo de 1879, Blavatsky le pidió a Mulji que consiguiera una calesa, y cuando esta llegó, ella se subió al vehículo junto con él. Ella se rehusó a contestar sus preguntas respecto a donde iban y simplemente le dijo que le ordenara al conductor en su idioma dar vuelta a la derecha o a la izquierda o ir derecho hacia adelante, según ella le dijese.
Al regresar por la tarde Mulji nos contó lo que ocurrió. Ella había dirigido el curso por numerosas calles serpenteantes y caminos vecinales, llegando a un suburbio de Bombay, a ocho o diez millas de distancia, en un bosque de coníferas. Creo que el lugar se llamaba Parel, aunque puedo estar equivocado. En todo caso, Mulji conocía el lugar, ya que en ese suburbio habían cremado el cadáver de su madre.
En el bosque los caminos y senderos se cruzaban entre sí de manera confusa, pero Blavatsky nunca vaciló respecto a la dirección a seguir pidiéndole al conductor dar vueltas aquí y allá hasta que llegaron a orillas del mar.
Y finalmente para sorpresa de Mulji, ellos se encontraron frente al portón de una mansión privada con un magnífico jardín de rosas en el frente y hermosas construcciones con espaciosas verandas orientales en el fondo.
Blavatsky se bajó y le dijo a Mulji que la esperara ahí y que de ninguna manera se le ocurriera atreverse a ir a la casa, así que Mulji se quedó esperándola lleno de perplejidad; ya que él, que era una habitante de Bombay de toda la vida, jamás había sabido nada de semejante propiedad.
Se acercó a uno de los varios jardineros que estaban arreglando y cuidando a los rosales, pero el hombre no le dijo nada respecto al nombre del dueño de la casa, ni cuanto tiempo había vivido ahí, o cuando se había construido esa casa: algo de lo más inusual entre hindúes ya que a ellos les encanta conversar.
Blavatsky había caminado derecho hasta la casa, y ahí fue cordialmente recibida en la puerta por un hindú de elevada estatura, el cual tenía una apariencia distinguida y notable, y estaba vestido completamente de blanco, y después de saludarse ellos entraron.
Posteriormente reaparecieron los dos, el misterioso desconocido se despidió de ella, y le entregó un gran ramo de rosas, que uno de los jardineros le había dado con este propósito, y Blavatsky regresó con su escolta, se subió a la calesa, y le ordenó al conductor llevarlos de regreso a su domicilio en Bombay.
Todo lo que Mulji le pudo sacar de información a Blavatsky fue que el desconocido era un Ocultista con el que ella estaba relacionada y que ese día había tenido que tratar algunos asuntos con él.
Y la cosa más extraña de toda esta historia era que, por lo que sabíamos, no había posibilidad alguna para que Blavatsky hubiese aprendido algo acerca de este suburbio y de la manera de llegar a él, en todo caso desde nuestra reciente llegada a Bombay, ya que ella nunca había dejado el domicilio donde estábamos hospedándonos; sin embargo ella demostró conocer perfectamente el lugar.
Mulji estaba tan asombrado con esa experiencia que fue a contárselo a sus amigos, lo que llevó a uno de ellos, que profesaba conocer perfectamente el suburbio en cuestión, a apostar 100 rupias que no había una casa semejante a la orilla del mar y que Mulji no podría guiarlo a ese lugar.
Y cuando Blavatsky escuchó de esto, ella le aseguró a Mulji que él perdería esa apuesta, pero Mulji declaró que podía volver sobre cada punto del camino por el que se habían ido y aceptó la apuesta.
Yo hice llamar a un carruaje de inmediato y los tres subimos. Y por medio de otro intérprete hindú, le ordené al cochero que siguiera estrictamente las indicaciones que le mencionara Mulji y nos fuimos.
Después de un largo viaje en coche por caminos tortuosos, por fin llegamos al suburbio en cuyas umbrías profundidades se suponía que debía estar la misteriosa casa.
El suelo era arena de mar casi pura, con un mantillo marrón de agujas de pino, o con alguna otra conífera (posiblemente la casuarina).
Pudimos ver una cantidad de caminos que corrían en diferentes direcciones, y le dije a Mulji que debía mantener una vigilancia aguda porque de lo contrario seguramente se perdería. Pero él sin embargo, estaba tan seguro como era posible, a pesar de la advertencia que le había hecho Blavatsky sobre la pérdida segura de sus 100 rupias.
Durante una hora estuvimos recorriendo la zona, tanto hacia un lado como hacia el otro, y deteniéndonos periódicamente para que Mulji bajara del vehículo y mirara a su alrededor.
Finalmente y justo un minuto después de su última declaración de que esta vez él estaba completamente seguro de que íbamos en la dirección correcta hacia esa misteriosa casa que se encontraba junto al mar, un tren pasó cerca de un terraplén y le mostró al pobre Mulji que en realidad nos había guiado:
¡En la dirección opuesta!
Le ofrecimos darle más tiempo, pero él se sintió tan desconcertado que aceptó su fracaso y regresamos a casa.
Posteriormente Blavatsky nos dijo que Mulji podría haber encontrado esa casa mística si no tuviese en sus ojos un embeleso, y que además, esa casa, como otros lugares habitados por Adeptos, siempre están protegidos de la intrusión de extraños por un círculo de ilusión formado a su alrededor, y custodiado y mantenido con potencia por servidores elementales.
Y esta casa en particular estaba bajo el constante cuidado de un agente confiable, y esa residencia se usaba como un lugar ocasional de descanso y reunión para los Maestros y sus discípulos cuando estaban de viaje.
Y ella nos explicó que de la misma manera, todas las antiguas bibliotecas que se encuentran actualmente enterradas, me refiero a esa vasta cantidad de tesoros que deben mantenerse escondidos hasta que el Karma requiera su restauración para que sean usados por los humanos, esos lugares también están protegidos para que no sean descubiertos por el profano, por imágenes ilusorias de rocas sólidas, de suelo sólido ininterrumpido, por abismos inaccesibles, o cualquier otro obstáculo que hace que se regrese la persona equivocada pero cuya Mâya [ilusión] se disuelve cundo el que debe encontrarlos llega en el momento adecuado. »
(Viejas Hojas de un Diario II, capítulo 4)
EXISTEN PASAJES SUBTERRÁNEOS LLENOS DE TESOROS EN SUDAMÉRICA
Cuando los españoles llegaron a América, los nativos les contaron de “El Dorado” un lugar misterioso repleto de grandes tesoros que durante siglos fue buscado por los exploradores atraídos por la idea de encontrar una ciudad cubierta de oro. Muchos de ellos murieron en el intento y al final se consideró que era solo una leyenda, pero como muchas leyendas, detrás del mito se esconde un realidad...
El escritor Charles Johnston sobre una conversación que tuvo en 1887 con Blavatsky menciona:
« Ella dijo que había una Logia de Adeptos en América del Sur. “Es su tradición ancestral la que los conquistadores españoles encontraron [en las leyendas locales sobre] la ciudad de oro de Manoa o El Dorado. Su raza está conectada con los antiguos Egipcios, y sus Adeptos todavía preservan el secreto de su morada inviolable.” »
(Collected Writings VIII, p400)
William Judge, uno de los fundadores de la Sociedad Teosófica, originalmente en la revista the Theosophist (jul-dec 1885) relató el encuentro que tuvo con un Adepto en Venezuela:
« Casi todos mis amigos en la India y en Europa saben que viajaba frecuentemente a la parte norte del continente sudamericano y también a México. ... Un día muy caluroso en julio de 1881, me encontraba parado frente al pórtico de la iglesia de Santa Teresa en la ciudad de Caracas Venezuela. En donde una gran multitud se agolpaba a la puerta y justo en ese momento salía una procesión, con un niño a la cabeza tocando una matraca para espantar al diablo.
Mientras observaba esto, una voz en inglés me dijo: “es curioso que hayan preservado esta costumbre tan antigua”. Volteándome, vi a un anciano de apariencia muy notable que sonriendo de manera muy peculiar me dijo: “ven conmigo y platiquemos”. Lo seguí y pronto me llevó hacia una casa que yo ya había notado frecuentemente, sobre cuya puerta había una curiosa tableta española antigua que consagraba el lugar al patrocinio de San José y María.
Aceptando su invitación entré y de inmediato vi que ésta no era una casa ordinaria de Caracas. En vez de los sirvientes venezolanos sólo había hindúes limpios, semejantes a los que frecuentemente había visto en la isla inglesa vecina de Trinidad, y en vez de los desagradables olores de ajo y otras cosas usuales de la ciudad, flotaban en el aire deliciosos perfumes, solamente conocidos por los orientales. Así que llegué a la conclusión de que me encontraba en una agradable aventura.
Nos sentamos en un cuarto decorado con tapices y ventilado por punkahs [grandes abanicos hindúes colgados del techo] que evidentemente habían sido puestos ahí no hacía mucho tiempo, y comenzamos a platicar. Yo trataba de descubrir quién era este hombre, pero él me evadía. Aunque él no admitía ni negaba conocer la Sociedad Teosófica y a la señora Blavatsky o a los Mahatmas, él hacía constantemente referencias por las que yo estaba seguro de que él sabía todo acerca de ellos y se había acercado a mí en la iglesia con un propósito.
Después de una larga plática, durante la cual vi que él me estaba observando y sentía la influencia de sus ojos, él me dijo que tenía la libertad de explicar un poco, ya que habíamos llegado a conocernos suficientemente. Que no había llegado ahí de vacaciones o por negocios, sino sólo para llevar a cabo su deber.
Yo le mencioné los pasajes subterráneos que se dice que existen en el Perú llenos de tesoros y luego él dijo que la historia era cierta y que su presencia ahí, estaba conectada con esto. Estos pasajes se extendían desde Perú hasta Venezuela donde estábamos. En el Perú estaban escondidos y había obstrucciones de tal naturaleza, que ningún hombre tenía el poder de removerlas para poder llegar a ellos; pero en este lugar las entradas no estaban tan bien resguardadas, aunque en 1812 un temblor había derribado mucho de la ciudad.
. . .
[Es por eso que] estos hombres en la India que conocían el secreto, lo habían enviado ahí para evitar que nadie encontrara las entradas. Sólo en ciertas estaciones del año era posible descubrirlas y una vez que se terminara la estación él partiría dejando el lugar seguro, ya que hasta que volviera de nuevo el periodo nadie podría encontrar las aberturas sin el consentimiento y ayuda de los Adeptos. »
(Posteriormente el relato fue recopilado por Jasper Niemand en el libro Letters That Have Helped Me con el título “A Weird Tale”)
En una sociedad materialista como la nuestra, cuando se menciona la palabra “tesoro” inmediatamente surge en la mente de la gente oro, piedras preciosas, objetos valiosos, pero en el ámbito esotérico se está refiriendo más precisamente a todo un Conocimiento que se está esperando poder dárselo a la humanidad cuando está ya esté suficientemente desarrollada para recibirlo. Sobre el tema Blavatsky dice:
« Todas las antiguas bibliotecas enterradas, esa vasta cantidad de tesoros que deben mantenerse escondidos hasta que el Karma requiera su restauración para que sean usados por los humanos, están protegidos, dijo ella, para que no sean descubiertos por el profano, por imágenes ilusorias de rocas sólidas, de suelo sólido ininterrumpido, por abismos inaccesibles, o cualquier otro obstáculo que hace que se regrese la persona equivocada pero cuya Mâyâ se disuelve cuando el que debe encontrarlos llega en el momento adecuado. »
(Ver lugares secretos de los Adeptos)
OBSERVACIÓN
Actualmente se suele asociar la ciudad mítica El Dorado con la Atlántida. Y aunque suene fantasioso, puede que tenga algo de realidad. No me acuerdo donde lo leí y por lo tanto no puedo asegurar que sea cierto, pero tengo entendido que originalmente ese tesoro de Conocimiento fue ocultado ahí por los Adeptos de la Atlántida, justo antes que la decadencia de su civilización provocara la catástrofe que la hizo desaparecer. Y en esos pasajes subterráneos estará escondido y resguardado hasta que la humanidad haya evolucionado lo suficiente para merecerlo recibir otra vez.
¿TESTIMONIO?
El Padre Crespi hizo una gran labor humanitaria en Ecuador. Los indígenas, solían retribuirle con regalos. Muchos siendo figuras fabricadas por los nativos, pero también le dieron enigmáticos objetos con ideogramas en relieve desconocidos y varias placas con personajes de las mitologías sumeria, babilónica y asiria. Cuando les preguntó de donde los habían sacado, le respondieron que los habían encontrado en los sistemas de cuevas subterráneas de la selva.
Mucho se ha especulado de su proveniencia, ya que en principio la civilización Mesopotámica no tuvo contacto con América. La mayoría de los investigadores piensan que fueron recientemente elaboradas. Otros especulan que fueron llevadas ahí por una civilización intraterrestre o extraterrestre. Después de la muerte del Padre Crespi, su colección ha casi desaparecido. Yo sospecho que en caso de ser autenticas piezas arqueológicas (porque también hay casos de falsificación, ver las piedras grabadas de Ica) entonces podrían estar relacionadas con ese tesoro escondido. Tal vez piezas que fueron añadiendo nuevos Adeptos.
ESCUELAS SECRETAS DE LOS ADEPTOS
En su diario, el coronel Olcott, uno de los fundadores de la Sociedad Teosófica, narra la extraña experiencia que vivió con Blavatsky cuando viajaron a Monasterio de Karli cavado en las rocas:
« El 4 de abril de 1879, HPB, Mûlji y yo mismo dejamos Bombay por tren, para un viaje a las Cavernas de Karli. ... En la estación de Narel dejamos el tren y tomamos unos palanquines subiendo la loma hasta Matheran, el sanatorio principal de Bombay. Se me dio a entender que habíamos sido invitados a Karli por un cierto Adepto con el que había tenido una estrecha relación en América durante el tiempo en que se escribió Isis Develada [seguramente se ha de estar refiriendo al Mahatma Morya]; y que la gran cantidad de provisiones para nuestro confort durante el camino habían sido ordenadas por él.
. . .
Le dije a Blavatsky que me gustaría agradecerle al Adepto las cortesías que había tenido con nuestro grupo y que si ella se lo pudiese entregar, yo le escribiría. Ella estuvo de acuerdo, escribí la nota y se la di a ella. Ella se la dio a Mûlji pidiéndole que fuera al camino público frente a nosotros y que la entregara.
- “Pero”, le preguntó, “a quien y en donde la entrego, no tiene anotado ningún nombre ni dirección”.
- “No importa, tómala y verás a quien deberás dársela” respondió Blavatsky.
Por consiguiente, bajó a la carretera y después de diez minutos volvió corriendo, sin aliento y mostrando todos los signos de la sorpresa.
- “¡Se fue!” balbuceó.
- “¿Qué?” exclamé.
- “La carta, él la tomó”.
- “¿Quien la tomó?” le pregunté.
- “No lo sé, coronel, a menos de que haya sido un fantasma: él salió del suelo o así me pareció a mí. Iba caminando lentamente mirando a izquierda y derecha, sin saber qué hacer, llevando a cabo las órdenes de la señora Blavatsky. No había ni árboles ni matorrales en los que se pudiese esconder una persona, sino solo el camino blanco y polvoriento. Sin embargo de repente, como si él hubiese salido del suelo, allí estaba un hombre a unas cuantas yardas de distancia, caminando hacia mí. Era el hombre de la mansión de las rosas, el hombre que me dio las flores para usted en la estación de Khandalla, ¡y que vi que se había ido en el tren hacia Poona!”
- “Hombre, esto es absurdo”, le contesté, “debes haber estado soñando”.
- “No, estaba tan despierto como jamás lo he estado en mi vida. El caballero dijo: ‘Tú tienes una carta para mí, esa que traes en la mano, ¿no es cierto?’ Yo apenas podía hablar pero le dije: ‘No lo sé Maharaj, no tiene dirección’. ‘Es para mí, dámela’. La tomó de mi mano y dijo: ‘ahora, regrésate’. Me di la vuelta por un instante y voltee para ver si aún estaba ahí, pero había desaparecido: ¡el camino estaba vacío! Espantado, me di la vuelta y corrí, pero no había ido más allá de cincuenta yardas cuando una voz en mi mismo oído dijo: ‘No te asustes, mantente calmado, todo está bien’. Esto me asustó aún más, ya que no había nadie que pudiese ver. Corrí, y aquí estoy”.
. . .
[Por fin llegamos]. Era una noche de luna, de una magnificencia más allá de todo lo que pueda verse en las frías tierras occidentales y el aire dulce, suave y puro, hacían un encanto de la vida física. Los tres nos sentamos en el césped saboreando la noche y planeando nuestra visita del día siguiente a las Cavernas de Karli.
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A las cuatro de la mañana Baburao, el agente del Adepto, entró a la habitación en la que Mûlji y yo dormíamos, me despertó con un toque, poniendo en mis manos una pequeña caja redonda laqueada que contenía un pân supâri (una hoja de betel acompañada de especies), tal como la que se les da a los huéspedes y susurró en mi oído el nombre del Adepto bajo cuya protección estábamos haciendo este viaje. El significado del regalo era que en la escuela mística en la que estábamos, este es el signo de adopción del nuevo alumno.
Nos levantamos, nos bañamos, tomamos café y a las 5 partimos en un coche de bueyes (shigram) para Karli, a donde llegamos a las 10. Para ese tiempo los rayos del sol eran agobiantes y tuvimos una difícil subida a lo largo del sendero desde el pie del camino hasta las Cavernas, en lo alto de la colina. Blavatsky perdió el aliento y unos peones tuvieron que llevarla en una silla la mitad de la ascensión.
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Habiéndole comunicado a Baburao nuestra decisión de pasar la noche en la colina, él y Mûlji se fueron a buscar una habitación adecuada y a su regreso, nosotros y nuestro equipaje nos trasladamos a un pequeño dormitorio cueva, escavado en la roca de la colina, a cierta distancia a la derecha de la gran caverna templo. Los antiguos escultores habían esculpido un pequeño porche de dos pilares a la entrada y adentro diez cubículos, con puertas abiertas, que daban a una sala cuadrada central o habitación de asamblea. A la izquierda del porche había un estanque, escavado en la roca, que recibía las aguas de un manantial de aguas deliciosamente frías y claras.
Blavatsky nos dijo que en un lugar en esas pequeñas cuevas, una puerta secreta comunicaba con otras cuevas en el corazón de la montaña, en donde aún vivía una escuela de Adeptos, pero cuya existencia no era ni siquiera sospechada por el público en general; y que si pudiese encontrar la parte correcta de una roca y la pudiese mover de una manera particular, no tendríamos obstáculo alguno para entrar – un ofrecimiento muy liberal considerando las circunstancias.
Mûlji y Babula se habían ido al bazar del pueblo junto con Baburao, a comprar provisiones y Blavatsky y yo nos quedamos solos. Nos sentamos en el porche fumando y conversando, hasta que ella me pidió que me quedara donde estaba por algunos minutos y que no mirara a mi alrededor hasta que ella me lo dijese. Ella entonces pasó adentro de la caverna y yo pensé que iría a tomarse una siesta en uno de los cubículos sobre uno de los bloques de piedra excavados en la roca, los cuales les habían servido de cama a los antiguos monjes.
Continué fumando mirando hacia el gran paisaje que se extendía frente a mí como un gran mapa, cuando de repente, desde el interior de la caverna, escuché un sonido como si alguien cerrara de golpe una pesada puerta y un ataque de risa satírica. Naturalmente voltee mi cabeza, pero Blavatsky había desaparecido.
Ella no estaba en ninguna de las celdas, las cuales yo examiné con detalle, ni tampoco pude encontrar la mas mínima hendidura o cualquier otro signo de una puerta en las superficies rocosas de sus muros, que examiné minuciosamente palmo a palmo; no había nada palpable para los ojos o el tacto salvo roca viva. Había tenido una experiencia tan larga y variada de las excentricidades psicológicas de Blavatsky, que pronto dejé de preocuparme del misterio y regresé al porche y a mi pipa, esperando plácidamente lo que pudiese ocurrir.
Había pasado media hora desde su desaparición, cuando escuché unos pasos justo detrás de mí, y a Blavatsky en persona dirigiéndome la palabra, en un tono natural, como si nada fuera de lo común hubiese ocurrido. En respuesta a mi pregunta de dónde había estado, ella simplemente dijo que había tenido que “tratar algunos asuntos” con. . .(mencionando al Adepto) y que había ido a verlo en sus habitaciones secretas.
Curiosamente, ella tenía en sus manos un viejo cuchillo oxidado de un diseño muy curioso, que ella dijo que había levantado en uno de los pasajes ocultos y que a propósito lo había traído consigo. No me permitió que lo tomara, sino que lo arrojó al aire con toda su fuerza, y vi que cayó en unos matorrales bien abajo de la colina.
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Pronto regresó nuestra gente, tuvimos una cena caliente que nos fue servida en el porche de la caverna y luego, después de admirar el panorama iluminado por la luna y de fumar un rato, cada uno se envolvió en sus cobertores acostándose sobre el piso de roca, durmiendo tranquilamente hasta la mañana. Baburao se sentó en la puerta del porche y encendió un fuego de leña que mantuvimos ardiendo como protección en contra de los animales salvajes.
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A la siguiente mañana Mûlji y yo nos levantamos antes que Blavatsky y después de lavarnos en el manantial, él se fue abajo al pueblo, mientras que yo me quedé en el sendero gozando de la vista matutina de las planicies. Después de un tiempo. . .mientras estábamos aún en la Gran Caverna, Blavatsky me transmitió una orden, que. . .recibió telepáticamente del Adepto de que deberíamos ir a Rajputana. »
(Old Diary Leaves, vol. II, p46-57, extractos)
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