miércoles, 9 de mayo de 2018

Iniciaciones en Egipto (II)





Iniciaciones en Egipto (II)

En la entrega anterior intenté reconstruir -basándome en algunos testimonios antiguos y modernos- la primera parte de la iniciación egipcia.

Después de ser recibido en el templo sagrado, el candidato debía descender a las entrañas de la tierra, en una instancia de muerte mística que más tarde fue asociada con el acrónimo VITRIOL (“Visita Interiora Terrae Rectificando Invenies Occultum Lapidem”, es decir “Visita el interior de la tierra y rectificando hallarás la piedra escondida”).

Ahora es momento de continuar con las diferentes instancias del fascinante de la Iniciación ritual egipcia:

d) Purificación por el fuego

Tras pasar la prueba de la Tierra, el candidato debía seguir avanzan­do por los lúgubres pasillos pétreos hasta encontrarse frente a una gran hoguera que le cortaba el paso. En este caso no había salida: había que tomar impulso y pasar la hoguera por un minúsculo paso central, arriesgando a quemarse vivo. En la obra de Etienne François Lantier, el protagonista (Antenor) relata su vivencia de este modo:

“Andando como iba vi, a la extremidad del camino, unas llamas vi­vas y ondulantes. Me di prisa y llegué a un salón de cien pies de alto y otros tantos de ancho. Estaba interiormente circuido de árboles inflamados, y rodeados de ramas de bálsamo arábigo, de espino de Egipto y de tamarindo. El humo salía por unos largos tubos. Aquella pieza parecía un horno encendido. Vi en su pavimento, en el espacio que dejaban los árboles, un enrejado de hierro ardiendo, de figura romboide, que no permitía más lugar para pasarlo que el de una lista intermedia que no ardía, y tan estrecha que solo dejaba el preciso hueco en que ir poniendo alternativamente los pies, siendo aquel el único paso, porque todo lo demás era fuego. No titubeé; puse un pie en el intervalo, después otro; y así fui caminando con pasos tímidos y trémulos”. (1)

e) Purificación por el agua

Unos pocos metros más adelante, el candidato se hallaba frente a un curso de agua, el cual debía superar nadando. Volvemos al relato de Antenor:

“Me encontré con un río, cuyas aguas corrían con estrépito; de ma­nera que, unido este al estruendo y el chasquido de las llamas, redo­blaba el terror. A la otra parte de aquel río distinguí debajo de unos arcos unas escaleras que se perdían entre las tinieblas con barandi­llas de hierro. Conocí que aquel era el camino que había de tomar; y temeroso de que la debilitada luz de la hoguera dejase de alumbrar­me encendí mi farol, que se había apagado entre las llamas por la ra­refacción del aire. Quíteme los vestidos, los até sobre mi cabeza con mi ceñidor, y atravesé el río a nado con un brazo, llevando el otro en alto con mi farol encendido”. (2)



f) Purificación por el aire

Del otro lado del río, el candidato subía las escaleras que había di­visado y se encontraba frente a una puerta que no se abría y dos argollas en lo alto. Mediante engaños, el candidato era empujado a sostenerse de las argollas, mientras que el piso desaparecía ante sus ojos mediante un mecanismo ingenioso de engranajes.

Antenor explica esta prueba: “Eché mano [a las argollas] para ver si tirando se abría la puerta. (…) Al movimiento de las argollas empe­zaron las ruedas a girar con tremendo ruido: me pareció que oía los bramidos infernales, o el horrísono estruendo de mil mundos que se venían abajo. Sobrecogióme el terror y me quedé inmóvil y (…) se me cayó el farol, quedándome en la profunda noche colgado de las argollas. Aumentóse horriblemente el ruido, de manera que temí que todo aquel edificio disuelto me aplastase bajo sus ruinas. Poco a poco se fue apaciguando, y conocí que bajaba; y cuando la puerta estuvo ya en su primera posición, se abrió y me descubrió un espacio iluminado con inmensa cantidad de luces”. (3)

h) Recepción

Tras haber superado todas las pruebas, el candidato era recibido por los iniciados de todos los grados para darle la bienvenida, aunque todavía no estaba completamente iniciado, sino que había atravesado tan solo el primer portal.

Escuchemos una vez más el interesante relato de Antenor: “Cuando llegué allí acababa de salir el sol: divisé al buey Apis por entre las rejas de su establo, y reconocí con admiración que mi salida era por debajo del pedestal de la triple estatua de Osiris, de Isis y de Horus. Recibiéronme los sacerdotes formados en dos filas detrás del santuario. Tenían rapada la cabeza, excepto algunos que llevaban unos bonetes con infinitos ojos pintados en ellos. Supe que eran los sacerdotes de Osiris, dios del sol; y que los ojos representaban los rayos que lanza aquel astro luminoso. (…) Todos los sacerdotes lleva­ban, a semejanza de sus dioses, collares diferentes, según la diversi­dad de sus grados.

Así que me vi entre aquellos personajes empecé a respirar. Púseme a los pies del gran sacerdote, quien me abrazó y me dio la enhora­buena de mi valor y de mi dichoso éxito. Me presentó una copa llena de agua, y me dijo: “Este es el brebaje del Leteo que os hará olvidar todas las falsas máximas del mundo. Después me mandé postrar ante la triple estatua; y pronunció sobre mí, apoyando su mano sobre mi cabeza, esta oración acostumbrada: “Oh, gran diosa de los egipcios, alumbra con tus luces al que ha superado tantos riesgos y trabajos, y sácalo victorioso de las pruebas del alma para que merezca ser admi­tido a tus misterios”. Todos los sacerdotes repitieron lo mismo dán­dose golpes de pecho: luego nos incorporamos; y el gran sacerdote me dio a beber agua de Mnemosina, la cual me traería la memoria, así me dijo, las lecciones de sabiduría que iba a recibir”. (4)



i) Ayuno, estudio y silencio

Los días siguientes a la ceremonia, el iniciado debía seguir una dieta estricta. Según nos dice Antenor:

“Al día siguiente llegaron los sacerdotes a decirme que iba a empe­zar un ayuno de ochenta y un días, mientras los cuales solamente bebería agua. Los dos primeros meses tuve pan a discreción y frutas secadas al sol. Los doce días siguientes tuve la misma cantidad de pan; pero no más que tres onzas de frutas. Los nueve últimos días el ayuno fue rigurosísimo. Diez y ocho onzas de pan eran todo mi alimento”. (5)

Estas prescripciones alimenticias eran comunes a todos los misterios de la antigüedad y además de representar la purificación del cuerpo, también simbolizaban la muerte del viejo hombre y el nacimiento de un hombre nuevo. Según James Frazer, después de algunas ceremonias mistéricas y como una manera de “reforzar” la idea de este “nacimiento segundo”, al iniciado “durante algún tiempo después de su renacimiento, se le mantenía a dieta de leche como a un recién nacido”. (6)

A partir de ese momento empezaban para el neófito largos años de investigación, estudio y dedicación al conocimiento sagrado.

Dice Edouard Schuré sobre este período de estudio: “El tiempo lo repartía en­tre las meditaciones en su celda, el estudio de los jeroglíficos en las salas y patios del templo, tan vasto como una ciudad, y las lecciones de los maestros. Aprendía la ciencia de los minerales y de las plantas, la historia del hombre y de los pueblos, la medicina, la arquitectura y la música sagrada. En aquel largo aprendizaje no tenía sólo que co­nocer, sino devenir: ganar la fuerza por medio del renunciamiento”. (7)

Además de la purificación del cuerpo denso a través del ayuno y del estudio sagrado, el iniciado debía respetar un período de total silen­cio. Antenor nos cuenta lo siguiente:

“La noche del cuadragésimo segundo día me advirtieron que iba a entrar por tiempo de dieciocho días en el más profundo silencio, y que me estaba prohibida toda seña, ni aún para representar mi pen­samiento, excepto en caso de enfermedad, al cual indicaría ponién­dome la mano sobre el corazón”. (8)

Pasada esta etapa, al iniciado se le presentaba uno de los sacerdotes más encumbrados para presentarle un cuestionario de tres pregun­tas, que debían ser reespondidas al cabo de nueve días. Estas preguntas han estado presentes en muchas órde­nes iniciáticas de la historia y aún en nuestros días se siguen presentando a los candidatos de diversas maneras.

Tras contestar el interrogatorio, el iniciado era llevado ante la triple estatua, consagrado “a Isis en nombre de la sabiduría, a Osiris, bienhechor de los hombres y a Horus, dios del silencio y del secreto” (9) y, portando un hacha de doble filo en su mano, debía formular el si­guiente juramento: “Juro no revelar jamás a ningún profano nada de cuanto viere en los templos subterráneos; y si llegare a ser perjuro, llamo, para que venga sobre mí, a la venganza de las divinidades del cielo, de la tierra y de los infiernos, y la muerte más terrible”. (10)

j) Alta iniciación y muerte mística


Tras toda esta etapa preparatoria (que duraba años), finalmente el candidato estaba listo para renacer como un hombre nuevo, imirando el ejemplo del dios Osiris.

La noche de la Alta Iniciación, los sacerdotes llevaban al aspirante a una cripta oculta donde se encontraba un sarcófago tallado en mármol. En ese lugar, era invitado a entrar en la tumba para entrar en comu­nión con Osiris.

El candidato se metía en el sarcófago y luego se acostaba en el mis­mo mientras que los oficiantes cantaban himnos mortuorios y colo­caban la tapa al féretro, en el que apenas entraba el suficiente aire para no morir asfixiado. Y de este modo, totalmente solo y en total oscuridad, el candidato experimentaba la muerte, entrando en un estado de trance místico al utilizar las técnicas secretas que se le habían enseñado en los años de formación.

En la soledad de sarcófago, el candidato perdía la noción del tiempo. ¿Pasaban horas, días, semanas? Finalmente escuchaba ruidos fuera de su tumba y con alegría descubría que eran sus hermanos que procedían a retirar la pesada tapa del sarcófago. Los sacerdotes lo ayudaban a salir del pequeño recinto, ya que sus miembros estaban completamente entumecidos.

Finalmente, el hierofante hablaba: “Ya has resucitado: ven a celebrar con nosotros el banquete de los iniciados, y cuéntanos tu viaje en la luz de Osiris. Porque eres desde ahora uno de los nuestros”. (11)

En la magnífica obra iniciático-picaresca “El asno de oro o la meta­morfosis” de Apuleyo, el autor prefiere no hablar de su experiencia ceremonial en los misterios de Isis, aunque señala: “Por ventura tú, lector estudioso, podrás aquí con ansia preguntar qué es lo que des­pués fue dicho o hecho que me aconteció; lo cual yo diría si fuese conveniente decirlo, y si no conociese que a ninguno conviene saber­lo ni oírlo, porque en igual culpa incurrían las orejas y la lengua de aquella temeraria osadía.

Pero con todo esto no quiero dar pena a tu deseo, por ventura religio­so, teniéndote gran rato suspenso. Mas créelo que es verdad; sepas que yo llegué a las fronteras de la muerte, y hallado el palacio de Proser­pina, atravesé todos los elementos, y a media noche vi el Sol resplandeciendo con majestuosa claridad, y vi los dioses de arriba y abajo, los contemplé cara a cara y los adoré de cerca. He aquí, te he dicho, lo que vi, lo cual como quiera que has oído es necesario que no lo sepas; pero aquello que se puede manifestar y denunciar a las orejas de todos los legos, yo muy claramente lo diré”. (12)



Conclusión
Es probable que muchas de estas referencias sean exageradas y que contengan elementos de ficción. Dado el carácter secreto de estos rituales no podemos pretender reconstruirlos en su totalidad y es altamente probable que haya tenido algunas modificaciones a lo largo de los siglos.

Más allá de esto, debemos tener en cuenta la enorme influencia que ha ejercido el Antiguo Egipto en el imaginario iniciático de Occidente, por lo cual podemos considerar al modelo de iniciación mistérica que hemos resumido como la matriz de toda la ritualística esotérica occidental.

Siendo así, varios de sus elementos han aparecido, de una u otra forma, en casi todas las escuelas simbólicas de Grecia, Roma, y pasaron después a los colegios del Medioevo y el Renacimiento, siguen apareciendo en nuestros días (al menos en su esencia) en la Masonería, el Rosacrucismo y en varias órdenes caballerescas, gnósticas y herméticas.

Sobre esto, dice Jean-Marie Ragon: “El exacto parecido existente entre las ceremonias de los misterios griegos, egipcios y otros, así como entre lo que en unos y en otros se enseñaba, demuestra que su procedencia original ha sido Egipto” (13).

De hecho, dice Mario Roso de Luna refiriéndose a la Masonería que los “tres grados simbólicos de aprendiz, compañero, y maestro fueron calcados en los de la antiquísima iniciación egipcia” (14) y es verdad que, de una u otra manera, estas tres instancias aparecen reflejadas en casi todas las corrientes iniciáticas pues son la representación de la “Ley del Triángulo” expresada en lo Exotérico (lo externo, el Pronaos, el Cuerpo), lo Mesotérico (lo intermedio, el Naos, el Alma) y lo Esotérico (lo interior, el Sancta Sanctorum, el Espíritu).

La semana que viene continuaremos con el Antiguo Egipto.

Autor: Phileas del Montesexto
www.phileasdelmontesexto.com

Notas del texto
(1) Lantier, Etienne François: “Los viajes de Antenor por Grecia y Asia con nociones sobre Egipto”
(2) Lantier: op. cit.
(3) Lantier: op. cit.
(4) Lantier: op. cit.
(5) Lantier: op. cit.
(6) Frazer, James: “La rama dorada”
(7) Schuré, Edouard: “Los Grandes Iniciados”
(8) Lantier: op. cit.
(9) Lantier: op. cit.
(10) Lantier: op. cit.
(11) Schuré: op. cit.
(12) Apuleyo: “La metamorfosis o el asno de oro”
(13) Ragon, Jean-Marie: “Curso filosófico de las Iniciaciones antiguas y modernas”
(14) Citado por Esteban Cortijo en “Masonería y Extremadura”

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