jueves, 13 de noviembre de 2014

Los Misterios de Eleusis


Eleusis (actualmente Elefsina) fue una pequeña población a unos 30 kilómetros al noroeste de Atenas. Albergaba un santuario, dedicado a la diosa Deméter y su hija Perséfone, en ella los misterios habían empezado en torno al 1500 a.C.
Se celebraban anualmente durante unos dos mil años. El templo llegó a adquirir gran importancia por ser la sede de los misterios eléusicos, uno de los mayores cultos de la Grecia antigua, en ella los peregrinos acudían en gran número de toda Grecia y más allá para participar en ellos.
En el siglo VIII a. C. el santuario adquirió su máximo esplendor y su festejo llegó a ser uno de los más importantes de Atenas. A partir del año 300 a.C., el Estado tomó el control de los misterios, esto provocó un vasto incremento en el número de iniciados. Los únicos requisitos para participar en los misterios era carecer de «culpas de sangre», lo que significaba no haber cometido asesinato alguno, y no ser un bárbaro (es decir, saber hablar griego). Se permitía iniciar a hombres, mujeres e incluso esclavos. Pero la expansión del cristianismo y la invasión de los ostrogodos condujeron al total abandono del santuario. El emperador romano Teodosio I cerró los santuarios por decreto en el 392, en un esfuerzo por destruir la resistencia pagana a la imposición del cristianismo como religión estatal. Los últimos vestigios de los misterios fueron aniquilados en 396, cuando Alarico I, rey de los godos, realizó una invasión acompañado por cristianos, trayendo con él el cristianismo arriano y profanando los antiguos ritos sagrados.
La leyenda de Deméter
Los misterios de Eleusis tienen su origen en la diosa del grano, la diosa Démeter; ella originó estos misterios como agradecimiento por haber vuelto a encontrar a su hija Perséfone. Ésta había sido secuestrada por Hades, el dios de la muerte y el inframundo, y como muestra de agradecimiento la diosa del grano regaló a la humanidad los cereales, así como los Misterios de Eleusis. Deméter era la diosa de la vida, la agricultura y la fertilidad. Descuidó sus deberes con la humanidad mientras buscaba a su hija, por lo que la Tierra se heló y la gente pasó hambre: el primer invierno. Durante este tiempo Deméter enseñó los secretos de la agricultura a Triptólemo. Finalmente Deméter se reunió con su hija y la tierra volvió a la vida: la primera primavera. Perséfone no podía permanecer perennemente en la tierra de los vivos, pues había comido unas pocas semillas de una granada que Hades le había dado, y aquellos que prueban la comida de los muertos, ya no pueden volver. Se llegó a un acuerdo por el que Perséfone permanecía con Hades durante un tercio del año, el invierno, puesto que los griegos sólo tenían tres estaciones, omitiendo el otoño, y con su madre los restantes ocho meses. Los misterios eleusinos celebraban el regreso de Perséfone, pues éste era también el regreso de las plantas y la vida a la tierra. Perséfone había comido semillas (símbolos de la vida) mientras estuvo en el inframundo (el subsuelo, como las semillas en invierno) y su renacimiento es un símbolo del renacimiento de toda la vida vegetal durante la primavera y de toda la vida sobre la tierra.
Los misterios eleusinos eran ritos de iniciación anuales al culto a las diosas agrícolas Deméter y Perséfone que se celebraban en Eleusis. De todos los ritos celebrados en la antigüedad, éstos eran considerados los de mayor importancia. A lo largo de milenios, Eleusis fue el centro espiritual más importante de la antigüedad Griega. En estos misterios se enseñaron una serie de reflexiones sobre la vida y la muerte; se sirvieron como ejemplo del mismo grano del centeno; el grano del centeno es plantado en la tierra y muere allí para dar pie a nueva vida.
Por otra parte hemos comentado que la diosa Démeter era la diosa del grano, y esta es una razón de más por la que el principio activo de Eleusis posiblemente creciera del grano.
Los ritos eleusíacos
Se sabía que los adeptos que peregrinaban a Eleusis después de largas preparaciones, al final de su viaje recibían una bebida sagrada; esta bebida era la que les proporcionaba la iluminación. En toda la cuenca mediterránea crece entre la hierba salvaje un cornezuelo de centeno muy especial con ergot. Los sacerdotes de Eleusis recogían este cornezuelo de centeno, lo trituraban y lo mezclaban en la bebida para convertirla en una bebida sagrada.
La procesión comenzaba en el Cerámico (el cementerio ateniense) y la gente caminaba hasta Eleusis, siguiendo el llamado «Camino Sagrado», balanceando ramas llamadas bakchoi por el camino. En un determinado punto de éste, gritaban obscenidades en conmemoración de Yambe (o Baubo, una vieja que, contando chistes impúdicos, había hecho sonreír a Deméter cuando ésta lloraba la pérdida de su hija). La procesión también gritaba «¡Iakch' o Iakche!», refiriéndose a Yaco, posiblemente un adjetivo de Dioniso, o una deidad independiente.
Tras llegar a Eleusis, había un día de ayuno en conmemoración al que guardó Deméter mientras buscaba a Perséfone. El ayuno se rompía para tomar una bebida especial de cebada y menta-poleo llamada kykeon. Posteriormente los iniciantes entraban en una gran sala llamada Telesterion donde les eran mostradas las sagradas reliquias de Deméter. Esta era la parte más reservada de los misterios y aquellos que eran iniciados tenían prohibido hablar jamás de los sucesos que tenían lugar en el Telesterion, so pena de muerte.
Los sacerdotes eran los que revelaban las visiones de la sagrada noche, consistentes en un fuego que representaba la posibilidad de la vida tras la muerte, y varios objetos sagrados. Otros afirman que esta explicación resulta corta para explicar el poder y la longevidad de los misterios, y que las experiencias debían haber sido internas y provocadas por un ingrediente fuertemente psicoactivo contenido en el kykeon.
Había cuatro categorías de gente que participaba en los misterios eleusinos:
Los sacerdotes, sacerdotisas e hierofantes.
Los iniciantes, que se sometían a la ceremonia por primera vez.
Los otros que ya habían participado al menos una vez y eran aptos para la última categoría.
Aquellos que habían alcanzado el epopteia ("la revelación"), que habían aprendido los secretos de los mayores misterios de Deméter.
El ritual comprendía dos grupos de ceremonias: los «pequeños Misterios» celebrados en primavera (consistentes en ayunos, purificaciones y sacrificios, acompañados por explicaciones a los peregrinos), y los «Misterios mayores» celebrados en otoño, cuyo momento culminante consistía en la ceremonia iniciática nocturna, donde los peregrinos eran conducidos a la cámara más profunda y recibían una pócima (el kykeón), de la cual sólo se sabe que contenía agua "con harina" y menta. Nada ha podido llegar a saberse de lo que acontecía en esa ceremonia nocturna.
Sugestión o percepción
Algunos investigadores creen que el poder de los misterios eleusinos procedía de la función del kykeon como agente psicodélico, teoría argumentada en El camino a Eleusis. El trigo podía haber sido parasitado por el hongo cornezuelo, el ergot, un precursor de la LSD. Los iniciantes, sensibilizados por su ayuno y preparados por las ceremonias precedentes, fueran elevados por los efectos de una potente poción psicoactiva a estados mentales revelatorios. Terence McKenna propuso que los misterios giraban en torno a una variedad de hongos psilocíbicos, aunque parece haber pocas evidencias a favor de esta teoría. También se han sugerido algunos agentes enteogénicos más, como la salvia y las amanitas, pero todas estas teorías carecen de pruebas consistentes.
Como hemos leído anteriormente, los aspirantes a iniciación juraban por su vida guardar en absoluto secreto el detalle de la experiencia, y así lo hicieron. La celosa custodia del secreto, y la falta de cualesquiera testimonios de decepción, cobra su auténtico relieve recordando que acudieron en calidad de peregrinos a Eleusis hombres como Platón, Aristóteles, Pausanias, Píndaro, Esquilo, Sófocles, Cicerón, Adriano o Marco Aurelio. Aunque es probable que el número de aspirantes a iniciación fuese aumentando con el transcurso del tiempo, hasta llegar a cifras de millares cada año desde el siglo IV a. C. Lo allí impartido se ofrecía una única vez en la vida de cada persona, y los peregrinos esperaban varios lustros y décadas para incorporarse al grupo que sería iniciado cada año. Los sacerdotes permanecían en el santuario, sin mantener ningún tipo de relación posterior con los iniciados. No había credo ni dogma alguno. No había organización administrativa del culto fuera de las ceremonias bianuales; nadie era invitado u obligado a iniciarse. Aún así durante un milenio y medio acudieron reyes y cortesanas, comerciantes y poetas, esclavos y gentes de toda posición y procedencia. En la base del rito había una promesa de inmortalidad dentro de un marco que apunta más bien a una modalidad de muerte y renacimiento místico. Un mito que nos recuerda al cristianismo cuando Jesús afirmaba que para dar frutos en esta vida había que "morir": «Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere da mucho fruto» (Jn 12, 24). Un misterio que muchos cristianos han oído pero no entienden.
Cicerón cuenta que «los Misterios nos dieron la vida, el alimento; enseñaron a las sociedades las costumbres y las leyes, enseñaron a los hombres a vivir como tales». Todo apunta a una experiencia tan breve como intensa, donde el aspirante a iniciación era introducido al «término» y al «comienzo» de la vida, a morir y renacer, purificando así su concepto de lo real. Y lo ofrecido por los sacerdotes constituía una "visión trascendental" e "iluminación".
La función del ergot
La naturaleza misma de esos objetos sagrados ofrece una imprevista clave para salir del laberinto. Nadie discute que el kykeon contenía, cuando menos, «harina y menta molida», y nadie discute tampoco que el símbolo de estos Misterios era una espiga de cereal.
El cornezuelo o ergot es un hongo rojizo (Claviceps purpurea) que parasita cereales y tiene una inaudita complejidad química. Se menciona ya desde un texto asirio escrito en el siglo VII a.C., donde se habla de «esa pústula nociva en la espiga». A partir de entonces se sabe que la harina hecha a partir de grano parasitado puede causar cuadros patológicos graves. El pan constituía la comida principal de los pobres, y cuando llegaba esa plaga a los campos se veían obligados a arriesgarse a "padecer" o no comer. Así, en la Edad Media en Europa los molineros tenían dos precios distintos, uno para la harina blanca y otro muy inferior para la «espoleada», hecha triturando grano más o menos infectado por el hongo. Cuando tal proporción alcanza cierto grado, y la ingestión de derivados hechos con ella es lo bastante alta, el sujeto cae en una condición de ergotismus convulsivus o de ergotismus gangrenosus que termina a menudo en la muerte tras espantosas agonías. Las epidemias, llamadas «fuego de San Antonio», fueron singularmente dramáticas cuando no había más cereales, y han proseguido en Europa hasta el siglo XX. A la forma gangrenosa se referían como "mal des ardents", "ignis sacer" o "fuego sacro". El santo patrono de los enfermos de este mal era San Antonio, y era la orden de los antonianos la que se ocupó de cuidarlos. Con el progreso de la agricultura, y tras comprobarse en el XVII que la causa del ergotismo era el pan que estaba contaminado con cornezuelo, disminuyeron el número y la frecuencia de aparición de casos. La última de estas epidemias se produjo en los años 1926-1927 en determinadas regiones del sur de la Rusia comunista.
Todo lo relacionado con este hongo era misterioso hasta que A. Hofmann diseccionó su estructura química a finales de los años treinta, dentro de investigaciones que desembocaron en el descubrimiento del LSD. Desde entonces sabemos que el cornezuelo contiene una mezcla de alcaloides, extremadamente variable de acuerdo con las condiciones geográficas. Unos (la ergonovina y la amida del ácido lisérgico) son muy visionarios y de escasa toxicidad; otros (la ergotamina y la ergotoxina sobre todo) constituyen venenos mortales. Pero sabemos que los alcaloides menos tóxicos y más psicoactivos son hidrosolubles, se disuelven en el agua, mientras sucede lo contrario con la ergotamina y la ergotoxina. Bastaría que los sacerdotes eleusinos tomasen el cereal atacado por el hongo, las pasasen por agua y tiraran luego las espigas. Este simple «bautizo» basta para retener las sustancias enteogénicas en el líquido, que una vez dosificado podría utilizarse para las ceremonias iniciáticas.
El hallazgo se redondeó precisando qué acontece concretamente en la cuenca mediterránea. Los trabajos de campo mostraron que en la zona griega el ergot no sólo parasita el centeno, la cebada y el trigo, sino el pasto silvestre (paspalum distichum) y la cizaña (Lolium temulentum). Resultó que tanto ese pasto como la cizaña no sólo contienen sustancias con efecto visionario, sino que sólo contienen esos alcaloides (de los casi treinta que puede albergar el cornezuelo). Así que quien quiera usarlos ni siquiera necesita emplear el filtro de agua, y puede servirse de ellos directamente, en forma de polvo. En consecuencia, «el hombre de la antigua Grecia pudo haber obtenido los alcaloides del cornezuelo a partir de cereales cultivados, aunque un procedimiento más sencillo habría sido utilizar el hongo del pasto común en aquellas latitudes».
Pero se sabe que las comadronas de la vieja Grecia empleaban cornezuelo para aplicaciones locales en obstetricia, y los datos proporcionados por el trabajo de campo acabaron de explicar las extrañas menciones de Aristóteles, Teofrasto, Plauto, Ovidio y Plinio a la cizaña como vehículo de embriaguez, así como las diferencias observadas cuando crecía en Grecia y en Sicilia.
Gracias al ergot el hombre tiene un instrumento para trascender; para poder aceptar jubilosamente la vida mortal el hombre ha de vencer su miedo a la muerte y al más allá, aceptando los estremecimientos de sentirse ya muerto y verse así desde fuera, como se contemplan el chamán y su tribu, el yogui, los sacrificadores de soma y haoma, el místico en general.
El brebaje iniciático
Primero el Hierofante tomaba la pócima en la cámara aislada que se encontraba en el Telesterion, sobre los vestigios de un templo anterior micéico. Mientras realizaba el servicio, el Hierofante entonaba cantos antiguos. Luego entregaba el grano, en unos cálices, a unas sacerdotisas que bailaban con antorchas sobre sus cabezas. Luego se mezclaban los granos con menta y agua, y se servía en las urnas, de donde pasaba luego a unas copas. Finalmente, todos manifestaban con cánticos que habían bebido la pócima, y también manipulado los objetos secretos que el Hierofante había traído consigo en una cesta. Aparecían diversas visiones, fantasmas como el de Iacchos, el exultante y dionisíaco varón que conduce a los iniciados a la visión de la vida eterna; también Euboleo, personificación del plan cosmológico de los dioses, que le asigna su papel de cacería de sus extáticas desposadas. Finalmente aparecía Polutos, Plutón, la más perfecta de estas trasmutaciones. Se trataba de visiones místicas.

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