sábado, 14 de abril de 2012

Los Muertos de la Tierra, ¿son los Vivos de otro plan de evolución?

¿Qué es la muerte? Quizá la analogía más común sea la comparación entre muerte y sueño. Morir, nos decimos, es como dormirse. Esta figura del lenguaje es muy común en el pensamiento y lenguaje de cada día, así como en la literatura de muchas culturas y épocas. Incluso era corriente en la Grecia clásica. En la Ilíada, por ejemplo, Homero llama al sueño «hermano de la muerte», y Platón, en su diálogo la Apología, pone las siguientes palabras en boca de Sócrates, su maestro, que acaba de ser sentenciado a muerte por un jurado ateniense: “Si la muerte es sólo dormirse sin sueños, debe ser un maravilloso premio. Imagino que si a alguien se le dijese que escogiera la noche en que durmió tan profundamente que ni siquiera soñó y la comparase con el resto de noches y días de su vida y que dijese entonces, tras la debida consideración, cuántos días y noches más felices había tenido, creo que… [cualquiera] se daría cuenta de que esas noches y días son fáciles de contar en comparación con el resto. Si la muerte es así, la considero ventajosa, pues todo el tiempo, si la miramos de esa forma, puede tomarse como una sola noche”.



Este artículo está basado en gran parte en las extraordinarias investigaciones del Dr. Raymond A. Moody, doctor en filosofía y medicina, además de ser psiquiatra. Creo que sus investigaciones nos pueden dar una visión completamente distinta de la muerte. Fue el primer médico que estudió de modo sistemático los fenómenos de supervivencia a la muerte corporal, publicando el resultado de sus investigaciones en su éxito mundial de ventas “Vida después de la vida”. Su último libro, The Last Laugh, contiene, como él indica, el material inédito de Vida Después de la Vida, que alguno de sus admiradores confunden con su propio punto de vista del fenómeno de las ECM (Experiencias Cercanas a la Muerte), que tanto le costó publicar. El Dr. John Dee Memorial Theater of the Mind, es un instituto de investigación de Alabama que fue fundado por Moody como un lugar donde la gente puede experimentar estados modificados de conciencia con la intención de invocar las apariciones de los muertos. Moody ha investigado también las regresiones a vidas pasadas y piensa, debido a una sesión hipnótica llevada a cabo por la psicóloga Diana Denholm, que él mismo ha tenido nueve vidas pasadas. De un estudio de 150 personas que habían estado en muerte clínica o que casi murieron, Moody concluyó que hay nueve experiencias comunes en la mayoría de la gente que ha tenido una ECM (Experiencia Cercana a la Muerte). Éstas son: sonidos audibles tales como un zumbido; una sensación de paz y sin dolor; tener una experiencia extracorporal (sensación de salir fuera del cuerpo); sensación de viajar por un túnel; sentimiento de ascensión al cielo; ver gente, a menudo parientes ya fallecidos; encontrarse con un ser luminoso; ver una revisión de su vida; sensación de aversión con la idea de volver a la vida.

La vida es sueño es una obra de teatro de Pedro Calderón de la Barca estrenada en 1635 y perteneciente al movimiento literario del barroco. El tema central es la libertad frente al destino. La concepción de “la vida es como un sueño” es muy antigua: existen referencias en el pensamiento hindú, en la mística persa, en la moral budista, así como en la tradición judeo-cristiana y en la filosofía griega. Según Platón, el hombre vive en un mundo de sueños, de tinieblas, cautivo en una cueva de la que sólo podrá liberarse tendiendo hacia el Bien. Únicamente entonces el hombre desistirá de la materia y llegará a la luz. El influjo de esta concepción platónica en la obra es evidente. Segismundo vive en un principio dentro de una cárcel, de una caverna, donde permanece en la más completa oscuridad por el desconocimiento de sí mismo; sólo cuando es capaz de saber quién es, consigue el triunfo, la luz. Los últimos versos de uno de lo monólogos son los que dan nombre a la obra: “¿Qué es la vida? Un frenesí. ¿Qué es la vida? Una ficción, una sombra, una ilusión, y el mayor bien es pequeño; que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son”.



El budismo envuelve una gran variedad de doctrinas y tradiciones filosóficas, cada una de las cuales tiene una idea de la realidad. Algunos puntos de vista budistas sobre la realidad se relacionan con el origen dependiente mientras otras hablan de causa y efecto. Algunas consideran que el concepto de irrealidad de la realidad es muy confuso. El budismo, consideraría la realidad ilusoria pero no en el sentido de la realidad como una fantasía o irrealidad, sino que nuestras percepciones nos conducen de manera errónea como la manifestación del karma, parte del proceso de impermanencia, similar al concepto hindú de Maya (ilusión). En Dzogchen, la realidad percibida se considera irreal. “El cielo real es saber que samsara y nirvana no son más que una visión ilusoria” (Mipham Rinpoche). Según el profesor contemporáneo Chogyal Namkhai Norbu Rinpoche, todas las apariencias percibidas durante toda la vida de un individuo, a través de todos los sentidos, son como un gran sueño. Se afirma que el sueño de la vida y los regulares sueños nocturnos no son muy diferentes, y que en su naturaleza esencial no hay diferencia entre ellos. La diferencia no esencial entre el estado de sueño y la experiencia de vigilia ordinaria es que esta última es más concreta y vinculada a los sentidos; la experiencia del sueño al dormir es un poco distante. También de acuerdo con esta doctrina, hay una correspondencia entre los estados del sueño y nuestras experiencias al morir. Después de experimentar el estado intermedio se crea una nueva ilusión kármica y otra vida comienza. Así es como sucede la transmigración.

La comprensión de que la vida es sólo un gran sueño nos puede ayudar a liberarnos finalmente de las cadenas de diferentes emociones, diferentes tipos de fijación y las cadenas del ego. Para unos, la muerte es la interrupción de todo lo que la naturaleza ha hecho hasta aquel momento. La inteligencia, el sentimiento, los afectos, todo desaparece repentinamente y el cuerpo se convierte de nuevo en hierba, mineral o humo, según el caso. Para otros, la Muerte es la liberación. El Alma, hecha luz, se desprende del cadáver y se eleva hacia el cielo, rodeada de ángeles y de espíritus gloriosos. Entre estas dos opiniones extremas hay toda una gama de creencias intermedias. Los Panteístas basan la Personalidad del Muerto en las grandes corrientes de la Vida Universal. Los Místicos predican que el Espíritu liberado de las trabas de la materia sigue viviendo intentando salvar con su sacrificio aquellos que sufren todavía en la tierra. Los Iniciados de las diversas escuelas siguen la evolución del ser a través de los diferentes planos de la Naturaleza hasta el momento en que este ser, por su propia voluntad, volverá a adquirir un nuevo cuerpo físico en el Planeta donde aún le queda una “cuenta pendiente“.



Sea lo que fuere, y según las experiencias iniciáticas y escritos de los que han regresado, podemos resumir cual es el estado en el que se encuentra el ser humano inmediatamente después de la muerte.La sensación de la muerte no es dolorosa en los casos en que se sigue una evolución normal. Esta sensación es análoga a la que se experimenta cuando se navega en un barco, de aquí procede la imagen de la barca de Isis, la barca de Caron y todas las ideas mitológicas que en la Antigüedad traducían para el pueblo las sensaciones del plano astral. Para los contemporáneos, la sensación es análoga a la de un viaje en tren, sin sacudidas. El ser no cree haber experimentado lo que nosotros denominamos muerte; se imagina que está durmiendo y soñando. Al mismo tiempo, dado que la muerte constituye un verdadero nacimiento para los planos que aquí denominamos invisibles, el ser vuelve a encontrarse rodeado por todos sus familiares, por todos aquellos que él creía haber perdido, los cuales celebran su llegada con grandes muestras de alegría, mientras que, por otra parte, los pobres olvidados de la tierra se lamentan y creen en una separación definitiva. Dice la tradición iniciática, que durante tres días el espíritu, acompañado de un guía, puede visitar todos aquellos puntos de la tierra que desee, puede aparecerse, ya sea en sueños o bien directamente (fantasmas, como los llaman los vivos) a los seres queridos que ha dejado en la tierra; incluso puede seguir su cortejo fúnebre desde el estado astral, -lo cual ocurre a menudo-; luego sobreviene el sueño…

Los nuevos órganos astrales deben habituarse a los planos en los cuales de aquí en adelante evolucionarán, y dado que la naturaleza no avanza a saltos, esta nueva adaptación se realiza lentamente, según la evolución anterior al espíritu. Para los iniciados, para aquellos que ya se hallan en el plano astral, esta evolución queda suprimida y el paso de las puertas zodiacales se realiza con toda facilidad. Para los no-iniciados y los profanos, aquellos que no han pasado por este plano, para todos éstos, la evolución es más lenta y puede ser que el despertar no se produzca hasta que no haya transcurrido un período que, en tiempo terrestre, oscile entre un mes y un año. Aquí de nuevo todo es individual. Los hindús han estudiado perfectamente estas diferencias de tiempo, y nos muestran que un año del plano divino equivale a 365 del plano terrestre. La muerte no tiene ninguno de los rasgos agradables del sueño y el olvido. Dormir es una experiencia positiva y agradable porque va seguida del despertar. Una noche de sueño profundo permite que las horas que siguen sean más agradables y productivas. Sin la condición del despertar no existirían los beneficios del sueño. De igual modo, la aniquilación de toda experiencia consciente no implica sólo la desaparición de los recuerdos desgraciados, sino también la de los felices. En consecuencia, ninguna analogía nos proporciona realmente alivio o esperanza frente a la muerte.



Hay otro punto de vista que rechaza la noción de que la muerte sea la aniquilación de la conciencia. Según esta tradición, posiblemente más antigua, algún aspecto del ser humano sobrevive cuando el cuerpo físico deja de funcionar y acaba por destruirse. Este aspecto ha recibido muchas denominaciones, como psique, alma, mente, espíritu, ser y conciencia. Con uno u otro nombre, la noción del paso a otra esfera de existencia tras la muerte física es una de las más venerables de las creencias humanas. En Turquía existe un cementerio que fue utilizado por los hombres del Neanderthal hace cien mil años. Sus restos fosilizados han permitido a los arqueólogos descubrir que aquellos hombres primitivos enterraban a sus muertos en féretros de flores, lo que nos indica que quizá consideraron la muerte como ocasión de celebración; como transición del muerto de este mundo a otro. Las tumbas de hombres primitivos que encontramos en todo el mundo sirven de evidencia de la creencia en la supervivencia en la muerte corporal.

¿Cuánto pesa el alma? En los años sesenta del siglo XX, en Inglaterra se dejaba a los cadáveres durante una hora a solas antes de amortajarlos. La creencia era que el alma debía salir del cuerpo, y por eso se les daba un margen de tiempo. En la literatura también hay ejemplos sobre este tema. El Pesador de Almas, de André Maurois. También en la novela de Romain Gary, titulada The Gasp, se habla de un científico que trabajaba en el Real Instituto de Wütrttemburg en 1893. En la novela se refiere que tal científico llamado Klaus, se dedicaba a buscar el peso del alma, aunque es muy probable que ese personaje fuera inventado por Gary. La película 21 Gramos trajo a nuestro tiempo el debate. Pero el debate sobre el peso del alma proviene de su esencia, de la trascendental existencia o no del alma. Así, el pensamiento de toda época se ha centrado en muchas ocasiones sobre esa cuestión. Aunque fue el científico Duncan MacDougall quien en 1901 realizara los experimentos más exhaustivos. Desde Leonardo Da Vinci hasta los antiguos egipcios, todos ellos trataron sobre este tema. Existen pinturas en el antiguo Egipto en las que el dios-chacal Anubis utiliza una balanza para pesar las almas de los muertos. Y Leonardo Da Vinci fue acusado de hechicero cuando en el año 1515 diseccionaba cerebros con la intención de encontrar allí el alma. En aquellos tiempos se creía que era en la cabeza donde residía tan escurridizo elemento. En sus dibujos sobre anatomía, hoy conservados en la biblioteca Real de Windsor, incluye el lugar donde se suponía descansaba el alma de cada persona.



Pero fue Duncan MacDougall quien a comienzos del siglo XX se propuso llevar a la práctica la teoría. Y qué mejor que pesar a un moribundo y observar con todo el detalle y la precisión posible lo que sucedía en tan fatídico momento. Partía de la base de que el alma debía ser material: “Si la entidad personal sigue existiendo después de la muerte del cuerpo, tiene que existir como cuerpo que ocupa espacio”. Para averiguarlo, y tras solicitar los permisos necesarios, escogió a un pobre moribundo que padecía tuberculosis y que estaba en fase terminal. Sucedió un 10 de abril de 1910 en el hospital de Haverhill, donde al parecer provocó no pocas suspicacias. Para llevar a cabo el experimento instaló bajo la cama sobre la que yacía el enfermo una balanza Fairbanks Imperial de bastante precisión, y la ubicó de tal manera que pasara inadvertida para el enfermo y sin obstáculos. Cabe aquí decir que el enfermo consintió el experimento. Pasadas las cinco de la tarde, comenzó la observación. El paciente, un joven de raza negra, falleció a las 9 horas y 10 minutos. Durante ese lapso de tiempo, casi cuatro horas, el joven perdió peso a razón de una onza por hora, es decir 28,34 gramos. Esta pérdida de peso tenía explicación científica, por un lado, obedecía a la evaporación de las membranas mucosas nasofaríngeas, broncopulmonares y bucales que acompañaban su respiración. Por otra parte, la pérdida de peso tenía que ver con la evaporación de humedad producida por la respiración de la piel. Sin embargo, justo cuando expiró, cuando a las 9.10 horas el paciente técnicamente estaba muerto, la balanza descendió inmediatamente tres cuartos de onza, es decir, poco más de 21 gramos. Para MacDougall este hecho fue concluyente, y a raíz del cual, se propuso seguir la investigación con otros pacientes que estuviera a punto de morir para verificar el supuesto de esta primera experiencia. Sus investigaciones, en realidad, tenían de concluyente la pérdida de peso, sin explicación cierta y en el momento del fallecimiento, pero no la existencia real o no del alma humana. Lo cierto es que dicha pérdida no obedecía a movimientos de los intestinos, que por otra parte tampoco habrían influido en el peso, ya que la balanza no hubiera notado la diferencia de que las excreciones estuvieran dentro o fuera del cuerpo. De igual forma, la pérdida de aire en los pulmones tampoco era significativa para variar el peso del cuerpo.



Para finales de mayo MacDougall había realizado el experimento con cuatro moribundos más. Con algunos más suerte que con otros, sobre todo por la dificultad de determinar el momento exacto del fallecimiento o porque la balanza no estaba bien equilibrada en el momento en que se produjo la muerte. No obstante, en uno de los casos sí pudo hacer la medición, hubo un descenso del peso de tres octavos de onza. Tras estos experimentos, MacDougall cambió de pacientes… Comenzó a pesar a perros en el momento de su muerte. En ningún caso hubo variación del peso. Así escribía sus conclusiones MacDougall: “Está definitivamente demostrado que hay una clara pérdida de peso en el ser humano que no se puede explicar por los canales de pérdida conocidos, de modo que aquí tenemos una diferencia fisiológica entre humanos y caninos por lo menos que hasta ahora no sospechábamos”. MacDougall tardó cinco años en publicar todos estos datos. Se dice que por temor a no ser tomado en serio y por la cuestión moral y religiosa que estaba en liza. De hecho en uno de los ensayos que tenía como objeto pesar a una mujer que se estaba muriendo de coma diabético, en el momento en el que era trasladada a la cama con el peso, algunas personas se opusieron a que llevara a la práctica el experimento. Finalmente se decidió a publicar sus resultados en dos revistas: American Medicine y la American Journal of Psychical Research, esta última dedicada a los fenómenos psíquicos. MacDougall, intentándose salvar de una posible “quema” o “caza de brujas” social, ponía en entredicho sus investigaciones, apuntando que habría que realizar un gran número de experimentos para poder llegar a una conclusión cierta. En 1909, H. LaVerne Twining, un profesor de colegio de Los Ángeles realizó el mismo supuesto, aunque esta vez con ratones. Si MacDougall dedujo que los perros no tenían alma, o al menos no parecían perderla al morir, los ratones que envenenaba LaVerne, sí. El profesor, depositaba a los ratones en el plato de una balanza, les proporcionaba cianuro para que a los treinta segundos la cruel muerte les llegara. Al parecer, el fiel de la balanza descendía a continuación. La crueldad del profesor le condujo a introducir un ratón en un tubo de cristal, cuando murió por asfixia, el peso no varió.



En nuestra sociedad, la Biblia es el libro más leído y comentado de cuantos tratan de materias relativas a la naturaleza del aspecto espiritual del hombre y de la vida posterior a la muerte. Sin embargo, en general, la Biblia tiene muy poco que decir con respecto a los hechos que se producen después de la muerte y sobre la naturaleza precisa del mundo posterior a ella. Esto es especialmente cierto por lo que se refiere al Antiguo Testamento. Según los expertos bíblicos, sólo dos pasajes del Antiguo Testamento hablan inequívocamente de la vida posterior a la muerte. En Isaías 26: «Revivirán los muertos; junto con los cadáveres se levantarán. Despertarán y cantarán los que vivieron en el polvo… y la tierra arrojará a los muertos». EnDaniel 12: «Muchos de los que duermen en el polvo de la tierra se despertarán, algunos para la vida eterna, algunos para la vergüenza y el desprecio eternos». Obsérvese que en ambos pasajes se sugiere la resurrección del cuerpo físico, y que el estado de muerte física es comparado al sueño. Es evidente que algunas personas han sacado conceptos específicos de la Biblia cuando han tratado de elucidar o de explicarme lo que les ocurrió. Por ejemplo, un hombre identificó la oscura envoltura por la que pasó en el momento de la muerte con el bíblico «valle de la sombra de la muerte». Dos personas mencionaron las palabras de Jesús: «Yo soy la luz del mundo» Al menos en parte, identificaron a la luz con Cristo sobre la base de esa frase. Uno de ellos dijo: «Nunca vi a una persona en esa luz, pero para mí era Cristo… La conciencia, la unidad con todas las cosas, el amor perfecto. Creo que Jesús se refería a eso cuando dijo que era la luz del mundo».

Hay algunos casos paralelos que ninguno de los entrevistados había mencionado. El más interesante se encuentra en los escritos del apóstol San Pablo. Era un perseguidor del cristianismo hasta su famosa visión y conversión en el camino de Damasco. En Hechos 26: «Al mediodía, ¡oh rey!, vi en el camino una luz venida del cielo, más brillante que el sol, que me rodeó a mí y a quienes viajaban conmigo. Cuando hubimos caído todos a tierra, escuché una voz que me hablaba y me decías en lengua hebrea: “Saúl, Saúl, ¿por qué me persigues? Te es duro dar coces contra los aguijones”»Yo le dije: “¿Quién eres tú, Señor?” Él respondió: “Soy Jesús, a quien tú persigues. Levántate y ponte de pie, pues me he aparecido a ti para que seas mí servidor y testigo de las cosas que has visto y de las que te mostraré…” .»Así pues, oh rey Agripa, no fui desobediente a la visión celestial… Mientras decía esto, Festo gritó: “¡Pablo, estás loco, tanto aprender te ha afectado a la mente!”.«Yo le respondí: “No estoy loco, noble Festo; hablo de cosas verdaderas y sensatas”». Este episodio tiene alguna semejanza con el encuentro con el ser luminoso en las experiencias cercanas a la muerte. Ante todo, el ser está dotado de personalidad, aunque no se vea forma física, y de él emana una «voz» que hace preguntas y da instrucciones. Cuando San Pablo trata de contárselo a los otros, se burlan de él y lo consideran loco. Sin embargo, la visión cambió el curso de su vida. Desde entonces se convirtió en el primer promotor del cristianismo, como forma de vida que implicaba el amor a los otros. También hay diferencias, por supuesto. San Pablo no estuvo cerca de la muerte durante su visión. También habla de que fue cegado por la luz y perdió la vista durante tres días, lo que se opone a los informes que dicen que, a pesar de que tenía un brillo indescriptible, ni los cegó ni les impidió ver las cosas que les rodeaban. En sus discusiones sobre la naturaleza de la vida del más allá, San Pablo dice que algunos ponen en duda el concepto cristiano de otra vida al preguntar por el tipo de cuerpo que tendrá el muerto.



En Corintios 15: «Alguno dirá: ¿Cómo resucitan los muertos? ¿Con qué cuerpo? Loco…, lo que tú siembras no es el cuerpo que brotará, sino un simple grano…; pero Dios le da el cuerpo que le place, y a cada semilla su propio cuerpo… Hay cuerpos celestiales y cuerpos terrestres: una es la gloria del celestial y otra la del terrestre… Así es también la resurrección del muerto. Se ha sembrado en corrupción y resucita en incorrupción. Se ha sembrado en deshonor, resucita en gloria. Se ha sembrado en debilidad, resucita en poder. Se ha sembrado en un cuerpo natural, resucita en un cuerpo espiritual… Fijaos, os muestro un misterio: no todos moriremos, pero todos seremos transformados. En un momento, en el pestañear de un ojo, con la última trompeta, pues la trompeta sonará, todos los muertos resucitarán incorruptibles». Es interesante que el breve esbozo que hace San Pablo de la naturaleza del «cuerpo espiritual» se corresponda tan bien con los relatos de quienes se han encontrado fuera de sus cuerpos. En todos los casos, la inmaterialidad del cuerpo espiritual -su falta de sustancia física- se ha puesto de relieve. San Pablo dice, por ejemplo, que mientras el cuerpo físico es débil y feo, el espiritual será fuerte y hermoso. Esto recuerda el relato de una experiencia cercana a la muerte en la que el cuerpo espiritual estaba completo mientras que el físico podía verse mutilado; así como otro en que el cuerpo espiritual no parecía tener una edad particular; es decir, no estaba limitado por el tiempo.



El filósofo Platón, uno de los mayores pensadores de todas las épocas, vivió en Atenas del 428 al 348 a.C. Nos legó un cuerpo de pensamiento en la forma de veintidós diálogos filosóficos, la mayor parte de los cuales incluyen a Sócrates, su maestro, como interlocutor, y a un pequeño número de letrados. Platón creía en la utilidad de la razón, la lógica y la argumentación para alcanzar la verdad y la sabiduría, pero sólo hasta cierto punto, pues también era un gran visionario que sugería que la verdad última sólo podía llegar con una experiencia casi mística de iluminación e intuición. Aceptaba que había planos y dimensiones de la realidad distintos al mundo sensible y físico, y creía que la esfera física sólo podía entenderse por referencia a los planos «superiores» de la realidad. En consecuencia, estaba interesado principalmente en el componente incorpóreo y consciente del hombre, el alma, y consideraba el cuerpo físico como su vehículo temporal. No es sorprendente, por tanto, que se sintiese atraído por el destino del alma tras la muerte física, y que varios diálogos -especialmente Fedón, Gorgias y La República – traten en parte de ese tema.



Los escritos de Platón están plagados de descripciones de la muerte que son semejantes a las que relatamos en el artículo. Por ejemplo, Platón define la muerte como la separación de la parte incorpórea de una persona viva, el alma, de la parte física, el cuerpo. Es más, la parte incorpórea está sometida a menos limitaciones que la física. Por tanto, Platón señala que el tiempo no es un elemento de la esfera que existe más allá del mundo sensible y físico. Las otras esferas son eternas y, según la notable frase de Platón, lo que llamamos tiempo no es sino «el reflejo móvil e irreal de la eternidad». Platón habla en varios pasajes de que el alma separada de su cuerpo puede encontrarse y conversar con los espíritus de otros y ser guiada en la transición de la vida física a la otra esfera por espíritus guardianes. Menciona que en el momento de la muerte puede encontrarse una barca que lleve a través de una masa de agua a la «otra orilla» de la existencia. En Fedón , el empuje y composición dramática de los argumentos y palabras utilizadas vienen a señalar que el cuerpo es la prisión del alma y que, en consecuencia, la muerte es como un escape o liberación de esa prisión. Platón articula -a través de Sócrates- la antigua visión de la muerte como sueño y olvido. Pero lo hace sólo para desaprobarla y darle un giro de 180 grados. Según Platón, el alma viene al cuerpo físico desde una esfera del ser superior y más divina. Para él, es el nacimiento lo que constituye el sueño y el olvido, pues el alma, al nacer en un cuerpo, pasa de un estado de gran conciencia a otro mucho menos consciente y olvida las verdades que sabía en su estado anterior externo a un cuerpo.

Por tanto, la muerte es despertar y recuerdo. Pone de manifiesto que el alma que ha sido separada del cuerpo en la muerte puede razonar y pensar con mayor claridad que antes y puede reconocer las cosas en su verdadera naturaleza. Nada más morir se enfrenta a un «juicio» en el que un ser divino muestra ante el alma todas las cosas -las buenas y las malas- que ha hecho en su vida. En el libro décimo de La República encontramos la similitud más notable. Platón cuenta el mito de Er, un soldado griego. Er fue a una batalla en la que murieron muchos griegos, y cuando sus compatriotas recogieron los cadáveres de la misma, su cuerpo estaba entre ellos. Yacía sobre una pira funeraria junto con otros para ser quemado. Al cabo de un tiempo, su cuerpo revivió y Er describe lo que vio en el viaje a las esferas del más allá. En primer lugar, su alma salió del cuerpo, se unió a un grupo de otros espíritus y todos juntos marcharon a un lugar en el que había «aberturas» o «pasadizos» que conducían de la tierra a las esferas del más allá. Aquí las otras almas eran detenidas y juzgadas por seres divinos que podían ver enseguida todas las cosas que el alma había hecho en su vida terrena. Sin embargo, Er no fue juzgado. Los seres le dijeron que debía regresar para informar a los hombres del mundo físico acerca de cómo era el otro mundo. Tras tener otras visiones, Er fue devuelto, pero dijo que no sabía cómo había regresado al cuerpo físico. Despertó y se encontró sobre la pira funeraria.



Es importante tener bien presente que el mismo Platón nos advierte que su descripción de los detalles precisos del mundo en el que entrará el alma tras la muerte son sólo «probabilidades, en el mejor de los casos». Si bien no duda de la supervivencia de la muerte física, insiste en que al intentar explicar la vida del más allá desde nuestra vida física actual nos enfrentamos con dos grandes desventajas. Ante todo, nuestras almas se encuentran aprisionadas en los cuerpos físicos y estamos, pues, limitados por los sentidos físicos en lo que se refiere a experimentar y aprender. La visión, el oído, el tacto, el gusto y el olor, cada uno en su forma, pueden confundirnos. Para nuestros ojos, un objeto enorme es pequeño si está distante, podemos oír mal lo que alguien nos dice, etc. De todo esto puede resultar que tengamos falsas opiniones o impresiones de la naturaleza de las cosas. Nuestras almas no pueden ver la realidad en sí mismas hasta que se hayan liberado de las distracciones e imprecisiones de los sentidos físicos. En segundo lugar, Platón dice que el lenguaje humano es inadecuado para expresar directamente las realidades últimas. Las palabras ocultan, más que revelan, la naturaleza interna de las cosas. En consecuencia, las palabras humanas no podrán hacer otra cosa que indicar -mediante la analogía, el mito y en otras formas indirectas- el carácter verdadero de lo que está más allá de la esfera física.



El Libro tibetano de los muertos es una compilación de las enseñanzas de los sabios de muchos siglos del Tíbet prehistórico, que pasó de una a otra de las primeras generaciones por tradición oral. Fue escrito finalmente en el siglo VIII a.C., pero incluso entonces fue escondido para mantener el secreto ante los extraños. Este libro inusual ha tomado la forma que le prestaron sus diversos e interrelacionados usos. Los sabios que lo escribieron veían la muerte como una habilidad: algo que puede hacerse con arte o de manera inconveniente, según que se tuvieran o no los conocimientos requeridos para hacerlo correctamente. Por tanto, el libro era leído como parte del rito funerario o ante la persona que estaba muriendo cuando le llegaban sus últimos momentos. Se pensaba que servía así para dos funciones. En primer lugar, para ayudar a la persona que estaba muriendo a recordar cada uno de los maravillosos fenómenos conforme los iba experimentando. En segundo lugar, para ayudar a los que seguían viviendo a tener pensamientos positivos y a no mantener al muerto con su amor y preocupación emocional, de forma que pudiera entrar en los planos posteriores a la muerte con una estructura mental adecuada y liberado de todas las preocupaciones corporales.



Para conseguir esos fines, el libro contiene una detallada explicación de los diferentes estadios que atraviesa el alma tras la muerte física. La correspondencia entre su relato de los primeros estadios de la muerte y la descripción que me han hecho los que se han encontrado cerca de ella es fantástica. Ante todo, en el Libro tibetano, la mente o alma de la persona muerta abandona el cuerpo. Poco tiempo después, el alma se «desvanece» y se encuentra en un vacío; no en un vacío físico, sino uno sometido a sus propios límites y en el que existe la conciencia. Puede oír ruidos y sonidos alarmantes, descritos como rugido, estruendo y ruidos silbantes, como los del viento, y generalmente el muerto ve que él y lo que le rodea está envuelto en una luz neblinosa y gris. Se sorprende de verse a sí mismo fuera del cuerpo físico. Ve y oye a sus parientes y amigos lamentándose sobre su cuerpo y preparando el funeral, y cuando intenta comunicar con ellos, ni lo escuchan ni lo ven. Todavía no ha comprendido que está muerto y se encuentra confuso. Se pregunta a sí mismo si está muerto o no, y cuando comprende finalmente que sí lo está, no sabe adónde irá o lo que hará. Se siente pesaroso y deprimido en su estado. Durante un tiempo permanece cerca de los lugares que le han sido familiares durante su vida física.

Observa que todavía está en un cuerpo -llamado el cuerpo «brillante»-, que no parece estar compuesto de sustancia material. Puede atravesar las piedras, paredes y montañas sin encontrar resistencia. El viaje es casi instantáneo. Cuando desea ir a algún sitio, llega en un momento. Su pensamiento y percepción están menos limitados; su mente es muy lúcida y sus sentidos parecen más perfectos y cercanos a la naturaleza divina. Si en la vida física ha sido ciego, o mudo, o lisiado, se sorprende de que en su cuerpo «brillante» tiene todos los sentidos, y que todas las facultades de su cuerpo físico se han restaurado e intensificado. Puede encontrarse con otros seres con el mismo tipo de cuerpo y con uno de luz pura y transparente. Los tibetanos aconsejan al muerto que se aproxima a esa luz que trate de tener sólo amor y compasión hacia los otros. El libro también describe los sentimientos de inmensa paz que el muerto experimenta, así como una especie de “espejo en el que se refleja toda su vida, los actos buenos y malos, para que él y los seres que lo juzgan puedan verlos”. En esta situación no cabe la mala interpretación, y la mentira sobre la propia vida es imposible. En resumen, aunque el Libro tibetano de los muertos incluye estadios más largos que ninguno de los entrevistados por el Dr. Moody han recorrido, es obvia la similitud entre lo que se relata en este antiguo manuscrito y lo que le han contado personas del siglo XX.



Emanuel Swedenborg, que vivió entre 1688 y 1772, nació en Estocolmo. Era famoso en su época e hizo contribuciones respetables en varios campos de las ciencias naturales. Sus escritos, orientados en un principio hacia la anatomía, fisiología y psicología, le ganaron un gran reconocimiento. Sin embargo, en un periodo más tardío de su vida sufrió una crisis religiosa y comenzó a hablar de experiencias según las cuales pretendía haber estado en comunicación con entidades espirituales del más allá. Sus obras posteriores tienen muchas descripciones de cómo es la vida que hay más allá de la muerte. De nuevo es sorprendente la correlación entre lo que él escribe de algunas de sus experiencias espirituales y lo que cuentan los que han tenido experiencias cercanas a la muerte. Por ejemplo, describe cómo, cuando han cesado las funciones corporales de respiración y circulación, el hombre todavía no ha muerto, sino que está separado de la parte corpórea que utilizó en el mundo: “El hombre, cuando muere, sólo pasa de un mundo a otro”.Afirma que él mismo ha pasado por las primeras etapas de la muerte y ha tenido experiencias fuera de su cuerpo: “Pasé por un estado de insensibilidad de los sentidos corporales, casi por el estado de la muerte; la vida de pensamiento interior seguía entera, por lo que percibí y retuve en la memoria las cosas que ocurrieron y lo que les ocurre a los que han resucitado… Especialmente se percibe… que hay una absorción…, un tirón de… de la mente, es decir, del espíritu, hacia fuera del cuerpo”.

Durante la experiencia se encuentra con seres a los que identifica con «ángeles». Éstos le preguntan si está preparado para morir: “Aquellos ángeles me preguntaron primero cuál era mi pensamiento, si era como el de los que mueren, que generalmente se preguntan sobre la vida eterna; me dijeron que deseaban mantener mi mente en ese pensamiento”. La comunicación que tiene lugar entre Swedenborg y los espíritus no es de tipo terrestre y humano. Es casi una transferencia directa de pensamientos. No hay posibilidad de mala comprensión. Los espíritus conversan entre sí mediante un lenguaje universal. Todo hombre, nada más morir, conoce ese lenguaje, que es propio a su espíritu. Lo que le dice un ángel o un espíritu a un hombre se oye igual que lo que le dice un hombre a otro hombre. Pero no es oído por los otros que están allí, sino por él sólo; la razón es que lo que dice el ángel o el espíritu fluye primero al pensamiento de hombre… La persona recién fallecida no comprende que está muerta, pues sigue en un «cuerpo» que se asemeja al cuerpo físico en varios aspectos. El primer estado del hombre tras la muerte es similar a su estado en el mundo, pues externamente es de la misma manera… Por tanto, no sabe otra cosa que el hecho de que sigue en el mundo. Una vez que se han maravillado de que están en un cuerpo y de que siguen en el mundo. desean saber lo que es el cielo y el infierno. El estado espiritual es menos limitado. La percepción, el pensamiento y la memoria son más perfectos, y el tiempo y el espacio ya no constituyen obstáculos, como en la vida física. Todas las facultades de los espíritus. se dan en un estado más perfecto, así como las sensaciones, pensamientos y percepciones. El muerto puede encontrarse con otros espíritus, a los que conoció en vida. Están allí para ayudarle a pasar al más allá.



En resumen, nos enfrentamos con dos respuestas opuestas a nuestra pregunta sobre la naturaleza de la muerte, ambas originadas en tiempos antiguos y ambas ampliamente sostenidas hoy en día. Unos dicen que la muerte es la aniquilación de la conciencia; otros, con igual seguridad, que es el paso del alma o mente a otra dimensión de la realidad. En el resto del libro no deseo rechazar ninguna de las respuestas; sólo pretendo informar de los resultados de una investigación que he acometido personalmente. El Dr. Moody se ha encontrado con gran número de personas que han pasado por lo que llamaremos «experiencias cercanas a la muerte». Las ha conocido de diversas formas.. En 1965, cuando era estudiante de filosofía en la Universidad de Virginia, conoció a un profesor de psiquiatría de la facultad de medicina. Desde el primer momento quedó sorprendido por su amabilidad y cordialidad, pero la sorpresa fue mayor cuando, posteriormente, se enteró de que había estado «muerto» -en dos ocasiones, con diez minutos de intervalo- y que hizo un fantástico relato de lo que le ocurrió en aquel estado. Más tarde le oyó relatar su historia a un pequeño grupo de estudiantes interesados. Quedó muy impresionado.

Unos años después, tras haber recibido el doctorado en filosofía, El Dr. Moody era profesor en una universidad del este de Carolina del Norte. En uno de los cursos sus alumnos leían el Fedón de Platón, obra en la que la inmortalidad es una de las materias discutidas. En las clases había enfatizado las otras doctrinas presentadas por Platón en el libro, pasando por alto la discusión de la vida posterior a la muerte: “Un día, al acabar la clase, un estudiante me detuvo para hablar conmigo. Me preguntó si podíamos discutir el tema de la inmortalidad. Le interesaba porque su abuela había “muerto” durante una operación y le contó una sorprendente experiencia. Le pedí que me hablara de ella y, para mi sorpresa, me relató casi la misma serie de acontecimientos que había oído al profesor de psiquiatría unos años antes“. A partir de ese momento su búsqueda de casos se hizo más activa y comenzó a incluir lecturas sobre la supervivencia humana a la muerte biológica en sus cursos de filosofa. Quedó sorprendido cuando descubrió que, de cada clase de treinta alumnos, uno al menos venía a verle después de la lección y le contaba una experiencia personal cercana a la muerte.



Lo que más le llamó la atención fue la gran similitud de las historias, a pesar del hecho de haber sido vividas por gente de muy diversos antecedentes religiosos, sociales y culturales. En 1972 se matriculó en una facultad de medicina Cuando fue más conocido su interés en el tema, los doctores comenzaron a ponerle en contacto con personas a las que habían resucitado y que contaban experiencias inusuales. Las experiencias que ha estudiado pertenecen a tres categorías distintas: a) Experiencias de personas que han resucitado después de que sus médicos las consideraron clínicamente muertas; b) Experiencias de personas que, en el curso de accidentes o enfermedades graves, han estado muy cerca de la muerte física; c) Experiencias de personas que, al morir, hablaban con otras personas que se encontraban presentes. Posteriormente, estas últimas le informaron del contenido de la experiencia de la muerte. A pesar de las diferencias en las circunstancias que rodean los casos próximos a la muerte y en los tipos de personas que los han sufrido, sigue en pie el hecho de que hay una notable similitud entre los relatos de las experiencias. De hecho, las similitudes entre los distintos informes son tan grandes que pueden elegirse fácilmente quince elementos separados y recurrentes entre el grupo de historias que el Dr. Moody ha recogido.

Un hombre está muriendo y, cuando llega al punto de mayor agotamiento o dolor físico, oye que su doctor lo declara muerto. Comienza a escuchar un ruido desagradable, un zumbido chillón, y al mismo tiempo siente que se mueve rápidamente por un túnel largo y oscuro. A continuación, se encuentra de repente fuera de su cuerpo físico, pero todavía en el entorno inmediato, viendo su cuerpo desde fuera, como un espectador. Desde esa posición ventajosa observa un intento de resucitarlo y se encuentra en un estado de excitación nerviosa. Al rato se sosiega y se empieza a acostumbrar a su extraña condición. Se da cuenta de que sigue teniendo un «cuerpo», aunque es de diferente naturaleza y tiene unos poderes distintos a los del cuerpo físico que ha dejado atrás. Enseguida empieza a ocurrir algo. Otros vienen a recibirlo y ayudarlo. Ve los espíritus de parientes y amigos que ya habían muerto y aparece ante él un espíritu amoroso y cordial que nunca antes había visto -un ser luminoso-. Este ser, sin utilizar el lenguaje, le pide que evalúe su vida y le ayude mostrándole una panorámica instantánea de los acontecimientos más importantes. En determinado momento se encuentra aproximándose a una especie de barrera o frontera que parece representar el límite entre la vida terrena y la otra. Descubre que debe regresar a la tierra, que el momento de su muerte no ha llegado todavía. Se resiste, pues ha empezado a acostumbrarse a las experiencias de la otra vida y no quiere regresar. Está inundado de intensos sentimientos de alegría, amor y paz. A pesar de su actitud, se reúne con su cuerpo físico y vive.



Trata posteriormente de hablar con los otros, pero le resulta problemático hacerlo, ya que no encuentra palabras humanas adecuadas para describir los episodios sobrenaturales. También tropieza con las burlas de los demás, por lo que deja de hablarles. Pero la experiencia afecta profundamente a su existencia, sobre todo a sus ideas sobre la muerte y a su relación con la vida. Hay que tener en cuenta que el relato anterior no trata de ser una representación de la experiencia de una persona. Más bien es un «modelo», un compuesto de los elementos comunes encontrados en muchas historias. A pesar de las sorprendentes similitudes entre los diversos relatos, ninguno de ellos es idéntico (aunque algunos se aproximen notablemente).

Muchos han observado a este respecto que no existían palabras para lo que estaban intentando decir o que no conocían adjetivos y superlativos para describirlo. Una mujer lo resumió con las siguientes palabras: “Me encuentro con verdaderos problemas cuando trato de contárselo, pues todas las palabras que conozco son tridimensionales. Conforme tenía la experiencia, pensaba: «Cuando me hallaba en clase de geometría me decían que sólo había tres dimensiones y siempre lo acepté. Estaban equivocados. Hay más.» Nuestro mundo, en el que ahora vivimos, es tridimensional, pero el próximo no lo es. Por eso es tan difícil contárselo. He de describirlo con palabras tridimensionales. Es lo más cercano que puedo conseguir, pero no es realmente adecuado. No puedo darle un cuadro completo”. Numerosos individuos afirman haber oído a los doctores o a espectadores en el momento en que les daban por muertos. Una mujer contó al Dr. Moody: “Estaba en el hospital, pero no sabían qué me pasaba. El doctor James me dijo que bajara al departamento de radiología para que me miraran el hígado por si descubrían algo. Como tenía alergia a muchos medicamentos, comprobaron lo que me iban a poner en el brazo y, como no hubo reacción, siguieron adelante. Cuando usaron la dosis completa, me quedé paralizada. Oí con toda claridad cómo el radiólogo que estaba conmigo fue hacia el teléfono, marcó un número, y dijo: «Doctor James, he matado a su paciente, Mrs. Martin.» Sabía que no estaba muerta. Traté de moverme y decírselo, pero no pude. Cuando estaban tratando de reanimarme, pude oírlos hablar de los centímetros cúbicos que necesitaba de un medicamento, pero no sentí las agujas ni cuando me tocaron”.



Otro de los casos es el de una mujer que ya había tenido problemas con el corazón y tuvo un ataque cardiaco en el que casi perdió la vida. Le contó al Dr, Moody lo siguiente: “De repente, quedé paralizada por terribles dolores en el pecho. Era como si hubieran rodeado la mitad del pecho con una cinta de hierro y estuvieran apretando. Mi marido y un amigo común me oyeron caer y vinieron corriendo a ayudarme. Me encontraba rodeada por una profunda oscuridad y a través de ella oí a mi esposo diciéndome como desde una gran distancia: «¡Esta vez ha sido definitivo!» Pensé que tenía razón”. Un joven que se creyó muerto después de un accidente de automóvil, cuenta: «Oí a una mujer que preguntaba si estaba muerto y que alguien más le respondía que sí». Por ejemplo, un doctor le dijo al Dr. Moody: “Una paciente mía tuvo un paro cardiaco cuando había otro cirujano conmigo y yo me disponía a operarla. Vi cómo se le dilataban las pupilas. Durante cierto tiempo intentamos reanimarla, pero no teníamos ningún éxito, por lo que pensé que se había muerto. Le dije al colega que estaba trabajando conmigo: «Intentémoslo una vez más, y si no resulta lo dejamos.» Esta vez su corazón volvió a latir. Posteriormente le pregunté si recordaba algo de su «muerte». Me respondió que no mucho, salvo que me había oído decir: «Intentémoslo una vez más, y si no resulta lo dejamos»”.

Hay muchos que describen sentimientos y sensaciones agradabilísimas durante los primeros estadios de sus experiencias. Tras una grave herida en la cabeza, uno de los signos vitales de un hombre era indetectable. Como él mismo dice: “En el lugar de la herida noté una momentánea sensación de dolor, pero desapareció por completo. Sentí como si flotara en un espacio oscuro. El día era muy frío, y sin embargo, mientras estaba en esa negrura, lo que sentía era calor y la sensación más agradable que había experimentado nunca… Recuerdo que pensé: «Debo estar muerto»”. Una mujer que fue reanimada después de un ataque cardiaco, comentó: “Comencé a experimentar las más maravillosas sensaciones. Lo único que sentía era paz, comodidad: sólo quietud. Todos mis problemas habían desaparecido, y pensé: «Qué paz y quietud, nada me duele»”. Un hombre recuerda: “Tuve una enorme y agradable sensación de soledad y paz… Era muy bello y sentía gran paz en mi mente”. Un hombre que «murió» tras las heridas recibidas en Vietnam, dijo: “Mientras era herido sentí un gran alivio. No había dolor y nunca me había sentido tan relajado. Me encontraba a gusto y todo era agradable”.



En muchos casos, los informes que hablan de la muerte o su proximidad se refieren a inusuales sensaciones auditivas. Algunas son muy desagradables. Un hombre que permaneció «muerto» durante veinte minutos en una operación abdominal habla de un «terrible zumbido que venía del interior de mi cabeza. Me hacía sentirme muy incómodo… Nunca lo olvidaré». Otra mujer habla de que, al perder la conciencia, sintió «una aguda vibración. Podría describirla como un zumbido. Me sentía como en una especie de remolino» Tan desagradable sensación también la han descrito como un fuerte chasquido, un fragor, un estallido, y como un «sonido silbante, como el del viento». En otros casos los efectos auditivos parecían tomar una forma musical más agradable. Por ejemplo, un hombre que revivió tras haber sido considerado como muerto a la llegada a un hospital cuenta que durante su muerte experimentó lo siguiente: “Oí lo que me pareció un tintineo de campanas a mucha distancia, como si viniera impulsado por el viento. Parecían campanas de viento japonesas… Fue lo único que pude escuchar”. Una joven que casi murió por hemorragia interna asociada con un problema de coagulación sanguínea dijo al Dr. Moody que en el momento de perder la conciencia comenzó a oír «música de un tipo especial; una soberbia y hermosísima clase de música».



A menudo, junto con el ruido, se tiene la sensación de ser empujado rápidamente por un espacio oscuro. Las personas a quienes ha entrevistado el Dr. Moody utilizan palabras muy diferentes para describirlo: una cueva, un pozo, un hoyo, un recinto, un túnel, un embudo, un vacío, un hueco, una alcantarilla, un valle y un cilindro. Aunque utilicen diferentes terminologías, es evidente que tratan de expresar la misma idea. Veamos dos relatos en los que figura prominentemente el túnel: “Me ocurrió cuando tenía nueve años. Hace veintisiete de ello; pero fue tan sorprendente que nunca lo he olvidado. Una tarde me puse muy enfermo y me llevaron a toda prisa al hospital más cercano. Cuando llegué, dijeron que iban a dormirme, aunque no recuerdo el motivo, pues era muy joven entonces. En aquella época se utilizaba el éter. Me lo suministraron pasándome un paño por la nariz y, según me dijeron después, al instante mi corazón se detuvo. En aquel momento no supe que eso era precisamente lo que me había ocurrido, pero lo importante es que cuando ocurrió tuve una experiencia. Lo primero que sentí fue un ruido rítmico parecido a brrrrrnnnng-brrrrrnnnng brrrrrnnnng. Luego comencé a moverme a través de un largo espacio oscuro. Parecía una alcantarilla o algo semejante. Me movía y sentía todo el tiempo ese ruido zumbante”. Otro informante establece lo siguiente: “Tuve una reacción alérgica a una anestesia local y dejé de respirar. Lo primero que ocurrió -bastante rápido fue que pasaba a gran velocidad por un vacío oscuro y negro. Puede compararlo a un túnel. Era como si fuera montado en la montaña rusa de un parque de atracciones y pasara por ese túnel a gran velocidad”.



Durante una grave enfermedad, un hombre estuvo tan cerca de la muerte que sus pupilas se dilataron y el cuerpo se le quedó frío: “Me encontraba en un hueco oscuro y negro. Es difícil de explicar, pero me sentía como si me moviera en el vacío a través de aquella negrura. Era plenamente consciente y pensaba que estaba como en un cilindro carente de aire. Me sentía como en el limbo, a medio camino de aquí y a medio camino de algún otro lugar”. Un hombre, que «murió» varias veces tras graves quemaduras y heridas, cuenta: “Estuve en estado de shock durante una semana, y en ese tiempo escapaba repentinamente a ese hueco oscuro. Me parecía estar allí mucho tiempo, flotando y cayendo por el espacio… Estaba tan acostumbrado a ese vacío que no pensaba en nada más”. Antes de esa experiencia, que le ocurrió cuando era niño, un hombre había tenido miedo a la oscuridad. Su corazón dejó de latir a causa de heridas internas producidas en un accidente de bicicleta: “Tuve la sensación de moverme por un profundo y oscurísimo valle. La oscuridad era tan impenetrable que no podía ver absolutamente nada, pero era la experiencia más maravillosa y libre de inquietudes que pueda imaginar”. En otro caso, una mujer, que había tenido peritonitis, relata lo siguiente: “El doctor ya había avisado a mi hermana y hermano para que me vieran por última vez. La enfermera me puso una inyección que me ayudara a morir mejor. Las cosas que me rodeaban en el hospital comenzaron a parecerme cada vez más lejanas. Mientras ellas retrocedían, entraba en un estrecho y oscurísimo pasadizo. Parecía encajar en su interior. Y comencé a deslizarme y a caer, caer, caer”.



Una mujer, que estuvo cerca de la muerte tras un accidente de tráfico, traza un paralelo con un programa de televisión: “Una sensación de profunda paz y quietud, sin miedo, tras la cual me sentí en un túnel; un túnel de círculos concéntricos. Poco después vi un programa de televisión, llamado El túnel del tiempo, en el que los personajes viajan por ese túnel en espiral. Es lo más parecido a lo que yo sentí”. Un hombre, que estuvo muy cerca de la muerte, trazó un paralelo con un antecedente de su religión. Lo cuenta así: “De repente, me encontré en un valle muy profundo y oscuro. Había un sendero, casi una carretera, por el valle, y yo descendía por él… Luego, cuando ya estaba bien, pensé: «Ahora sé a qué se refiere la Biblia cuando habla del “valle sombrío de la muerte”, pues he estado allí»”.



Es un tópico decir que la mayoría de nosotros nos identificamos con nuestros cuerpos físicos. También damos por supuesto que tenemos «mente». Pero a casi todo el mundo la «mente» le parece más efímera que el cuerpo. Después de todo, no es más que el efecto de la actividad química y eléctrica producida en el cerebro, que es parte del cuerpo físico. A muchos les parece incluso imposible imaginar que existen en algo que no sea el cuerpo físico, al que están acostumbrados. Con anterioridad a sus experiencias, las personas a las que entrevistó el Dr. Moody no eran diferentes, como grupo, y por lo que se refiere a esta actitud, de la persona media. Ése es el motivo de que, tras su rápido paso por el túnel oscuro, una persona que ha “muerto” se encuentre tan sorprendida. En aquella circunstancia pudo verse a sí misma mirando a su cuerpo físico desde un punto exterior, como si fuera un «espectador», como si viera a las personas y acontecimientos «en el escenario de un teatro» o «en la pantalla de un cine». Veamos algunos relatos en las que se describen los extraños episodios en que se vieron fuera del cuerpo: “Tenía diecisiete años y trabajaba, junto con mi hermano, en un parque de atracciones. Una tarde fuimos a nadar y se nos unieron otros compañeros. Uno de ellos dijo: «Crucemos el lago a nado.» Ya lo había hecho en numerosas ocasiones, pero ese día, por algún motivo, me hundí en mitad del lago, me quedé medio flotando y de repente sentí como si estuviera fuera de cuerpo, fuera de todo, en el espacio. Me encontraba en un punto estable, sin moverme, desde el que veía mi cuerpo en el agua a tres o cuatro pies, subiendo y bajando. Lo veía desde atrás y un poco lateralmente. Aunque me encontraba fuera, seguía sintiéndome con forma corporal. Tuve una sensación etérea que es casi indescriptible. Me sentía como una pluma”.



Una mujer recuerda: “Hace un año ingresé en el hospital con problemas cardiacos, y a la mañana siguiente, mientras me encontraba en casa, comenzó a dolerme mucho el pecho. Pulsé el timbre que tenía al lado de la cama para llamar a las enfermeras. Vinieron y comenzaron a hacerme cosas. Me sentía muy incómoda acostada sobre la espalda y me di la vuelta, pero en ese momento dejé de respirar y el corazón se detuvo. Oí gritar a las enfermeras, mientras sentía que salía de mi cuerpo y me deslizaba entre el colchón y la barandilla que había al lado de la cama -en realidad era como si pasase a través de la barandilla- hasta posarme en el suelo. Luego comencé a elevarme lentamente. Al subir vi que más enfermeras estaban entrando precipitadamente en la habitación; serían unas doce. El doctor estaba haciendo una ronda por el hospital y lo llamaron. También lo vi entrar. Pensé: «¿Qué estará haciendo aquí?» Floté hasta el techo, pasando al lado de la lámpara que colgaba de él, y me detuve allí mirando hacia abajo. Me sentía como si fuera un pedazo de papel que alguien ha arrojado hacia arriba.Desde allí los miraba mientras intentaban reanimarme. Mi cuerpo estaba tumbado sobre la cama y todos lo rodeaban. Oí decir a una enfermera: «¡Dios mío, ha muerto!», mientras otra se inclinaba para hacerme la respiración boca a boca. La miraba desde atrás mientras lo hacía. Nunca olvidaré su pelo; lo tenía muy corto. Entraron con una máquina y me dieron descargas en el pecho. Al hacerlo, mi cuerpo saltó y pude oír los chasquidos y crujidos de mis huesos. ¡Era algo horrible! Mientras los veía allí abajo golpeando el pecho y doblando mis brazos y piernas, pensaba: «¿Por qué están haciendo todo eso? Ya me he muerto.»”.



Un joven al que entrevistó el Dr. Moody le contó lo siguiente: “Me ocurrió hace dos años, cuando acababa de cumplir diecinueve. Conducía el coche para llevar a su casa a un amigo y, al llegar a una intersección, me detuve para mirar en ambas direcciones y no vi que viniese coche alguno. Me metí en la intersección y oí gritar a mi amigo con todas sus fuerzas. Cuando miré, me cegó una luz: eran los faros de un coche que se precipitaba hacia nosotros. Escuché el horrible ruido que hizo el lado del coche al estrujarse, y durante un instante me pareció atravesar un espacio cerrado y oscuro. Fue todo muy rápido. Luego me encontré flotando a unos cinco pies por encima de la calle y a cinco yardas del coche, desde donde oí el eco del choque. Vi que la gente corría y se arremolinaba alrededor del lugar del accidente. Mi amigo, en estado de shock, salió del coche. Pude ver mi propio cuerpo en la chatarra entre toda aquella gente y cómo intentaban sacarlo. Mis piernas estaban retorcidas y había sangre por todas partes”. Como es de suponer, por las mentes de las personas que se encontraron en esas situaciones pasaron pensamientos y sensaciones que no se produjeron en todas. A algunas, la noción de hallarse fuera de sus cuerpos les parecía tan impensable que, incluso cuando la estaban experimentando, se sentían muy confusas y durante mucho tiempo no ligaron aquella situación con la muerte. Se preguntaban qué estaba ocurriendo, por qué podían verse desde fuera, como si fueran espectadores.



Las respuestas emocionales a tan extraño estado varían mucho. Algunas informan que al principio sintieron un desesperado deseo de regresar a sus cuerpos, pero que no tenían la más ligera idea de cómo hacerlo. Otras recuerdan que sintieron mucho miedo, casi pánico. Sin embargo, algunas tuvieron reacciones más positivas, como la siguiente: “Enfermé gravemente y el doctor me trasladó a un hospital. Una mañana me rodeó una sólida niebla gris y abandoné el cuerpo. Tuve la sensación de flotar hacia fuera, y cuando miré atrás me vi a mí mismo en la cama, pero no sentí miedo. Me encontraba tranquilo y sereno, con una gran paz, sin sentir la menor preocupación o miedo. Era, simplemente, una sensación de tranquilidad. Pensé que me debía estar muriendo y que así ocurriría si no regresaba al cuerpo”. Las actitudes que los distintos individuos sienten ante los cuerpos que han dejado atrás son muy variables. Es muy común que recuerden sensaciones referentes al cuerpo. Una joven, que en el momento de la experiencia estaba siguiendo cursos de enfermera, expresó un miedo incomprensible: “En la escuela de enfermeras intentaban que comprendiéramos que debíamos donar nuestros cuerpos a la ciencia; pero cuando los veía esforzarse por que respirara de nuevo, pensé: «No quiero que usen mi cuerpo»”. Dos personas más dijeron al Dr. Moody que pensaron exactamente lo mismo cuando se encontraron fuera de sus cuerpos. Es curioso, ambas pertenecían a la profesión médica. Uno era doctor y la otra enfermera.



En algún caso, esta preocupación toma la forma de lamento. El corazón de un hombre se detuvo después de una caída en la que su cuerpo quedó destrozado. Recuerda: “Ahora sé que estaba tumbado en la cama, pero entonces veía la cama y al doctor ocupándose de mí. No podía entenderlo, veía mi propio cuerpo tumbado sobre la cama. Me sentí muy mal cuando lo vi tan desecho”. Algunos han dicho que tuvieron sentimientos de infamiliaridad con respecto a sus cuerpos, como en este sorprendente pasaje: “No entendía que pudiera tener esa forma. Estaba acostumbrado a verme en fotos o frente a un espejo, y en ambos casos parecía plano. De repente yo, o mi cuerpo, estaba allí y podía verlo. Podía verlo perfectamente a cinco pies de distancia. Tardé unos momentos en reconocerme”. En uno de los informes, esta infamiliaridad toma una forma extrema y humorística. Un médico nos cuenta que durante su «muerte» clínica estaba al lado de la cama mirando su propio cadáver, que ya había asumido el típico color gris de los muertos. Desesperado y confuso, trataba de decir qué es lo que podía hacer. Llegó a la conclusión de que debía irse, pues se estaba sintiendo muy mal. De niño, su abuelo le había contado historias de fantasmas y, paradójicamente, «no me gusta estar alrededor de eso que parecía un cuerpo muerto…, ¡ni siquiera aunque fuera yo mismo!». En el extremo opuesto, algunos han dicho que no tenían sensaciones particulares con respecto a sus cuerpos. Por ejemplo, una mujer que tuvo un ataque de corazón y sintió que se estaba muriendo se vio empujada a través de una oscuridad hasta el exterior de su cuerpo. Éste es su relato: “No volví la vista atrás para mirar el cuerpo. Sabía que estaba allí y que podía verlo si miraba. Pero no quería verlo, pues sabía que había hecho todo lo que estaba en mi mano en la vida y quería dirigir mi atención a la otra esfera de cosas. Pensaba que volverme para mirar el cuerpo era como hacerlo para mirar el pasado y no lo deseaba”.

Similarmente, una joven que tuvo la experiencia tras un accidente en el que recibió varias heridas, cuenta: “Podía ver mi cuerpo enredado en el coche entre todos los que se habían reunido alrededor, pero no sentía nada por él. Como si se tratase del de otra persona, o mejor, de un objeto… Sabía que era mi cuerpo, pero no me producía ninguna sensación”. A pesar de lo extraño de ese estado, la situación se imponía tan repentinamente a la persona muerta que podía pasar algún tiempo antes de que entendiese el significado de lo que estaba ocurriendo. Podía estar fuera del cuerpo algún tiempo, tratando desesperadamente de clasificar las cosas que estaban ocurriendo y que pasaban por su mente, antes de comprender que estaba muriendo o, incluso, que estaba muerta. Cuando se producía la comprensión, podía llegar con potentes fuerzas emocionales y provocar sorprendentes pensamientos. Una mujer recuerda que pensó: «¡Estoy muerta! ¡Qué maravilla!». Un hombre contaba al Dr. Moody que le llegó el siguiente pensamiento: «Esto debe ser lo que llaman “muerte”». Incluso en el momento de la comprensión, ésta podía acompañarse de una sensación de sorpresa y de un rechazo de aquel estado. Por ejemplo, un hombre, recordando la promesa bíblica de «tres veintenas y diez años», protestó porque apenas había vivido una veintena. Una joven contó este impresionante relato de esos sentimientos: “Pensé que estaba muerta y no me preocupaba, pero no conseguía saber adónde iría. Mi pensamiento y conciencia eran como los que había tenido en vida, aunque no podía entenderlo. Pensaba: «¿Adónde voy? ¿Qué haré? ¡Dios mío, estoy muerta! ¡No puedo creerlo!» Nadie se cree nunca que va a morir. La muerte es algo que va a ocurrirle a otra persona, nunca te crees de verdad que a ti te sucederá… Por consiguiente, decidí esperar hasta que desapareciera toda la excitación y se llevaran mi cuerpo, tratando mientras tanto de pensar adónde debía ir”.



A este respecto quiero hacer mención a la película Ghost, protagonizada por Demi Moore, Patrick Swayze, Tony Goldwyn y Whoopi Goldberg, escrita por Bruce Joel Rubin y dirigida por Jerry Zucker. Ganó dos Oscar, a la mejor actriz de reparto (Whoopi Goldberg) y al mejor guion original, y fue nominada a otros tres: a la mejor película, a la mejor música y al mejor montaje. Sam Wheat (Patrick Swayze) y Molly Jensen (Demi Moore) son una pareja feliz que vive en la ciudad de Nueva York. El único problema en su relación es la incomodidad aparente de Sam al decirle “Te quiero” (“I love you” en inglés) a su novia, ya que sólo le responde ante esto diciendo “ídem” (“igual” en latín). Esto molesta a Molly, quien siente que necesita escucharlo diciéndole “Te amo” como respuesta. Una noche, mientras caminan hacia su nuevo apartamento tras una salida al teatro, son atacados por un ladrón llamado Willy López (Rick Aviles). Éste saca una pistola y durante el forcejeo entre Sam y el atracador, la pistola se dispara. Tras el disparo, Sam comienza a perseguir al ladrón, que sale huyendo, aunque finalmente lo pierde de vista. Cuando regresa hacia Molly, se da cuenta de la verdad: el disparo le ha alcanzado en el corazón y ha muerto prácticamente en el acto. Como un espectador invisible, presencia a Molly meciendo su cadáver, intentando desesperada e inútilmente mantenerle con vida, y se da cuenta que se ha convertido en un fantasma, atrapado entre ambos mundos. Las luces descienden para llevárselo, pero logra escapar. Poco a poco, logra hacerse a la idea de que ya no está vivo.

En el hospital donde llevaron su cuerpo se encuentra con un anciano, quien también es un fantasma, e intenta reanimarle. En ese momento ven a un paciente que se está muriendo y viene la luz para llevarse su alma, esta sale del cuerpo del paciente, mientras que el anciano dice que tuvo suerte de que no vinieran los otros para llevárselo. Sam intenta preguntarle ¿quiénes son… cuando el anciano desaparece. En su sepelio, Sam ve a una mujer de azul cruzar una lápida mientras ésta le saluda. Mientras poco a poco va aceptando que ha muerto, y que ya no puede estar com Molly. Sam se da cuenta de que el robo había sido planeado cuando Willy entra en la casa y camina entre sus pertenencias. Sam sigue a Willy hacia su casa y descubre que su amigo y compañero de trabajo, Carl Bruner (Tony Goldwyn), había contratado a Willy para robarle a Sam y así obtener la contraseña del ordenador de su oficina. Carl estaba envuelto en un blanqueo de dinero en el banco en el cual trabajaban él y Sam. Sam había cambiado recientemente su contraseña, encerrando a Carl fuera de las cuentas falsificadas en las que Carl había ocultado el dinero. Sam se llena de resentimiento hacia su supuestamente mejor amigo, pero se da cuenta de que, como fantasma, no puede hacer mucho.



Sam teme que Molly esté en peligro pero él se encuentra indefenso, incapaz de comunicarse con ella en su estado actual. Sin embargo, encuentra a Oda Mae Brown (Whoopi Goldberg), una artista que se hace pasar por médium que irónicamente descubre (después de escuchar a Sam criticando su negocio fraudulento) que realmente tiene el poder de su familia de escuchar a los fantasmas, aunque no puede verlos. Viéndola como su única esperanza de comunicarlo con Molly, Sam comienza a acosar a Oda Mae hasta que ella finalmente se rinde y accede a ayudarlo. Oda Mae, reticente, llama a Molly y le dice que se está comunicando con Sam, pero Molly es escéptica. Sólo logra convencerla cuando Oda Mae le cuenta cosas privadas que sólo sabía Sam, principalmente su uso de la palabra “ídem”. Mientras perseguía a Willy hasta su apartamento, Sam conoce a un fantasma inquieto (Vincent Schiavelli) rondando en el subterráneo de Nueva York, quien le enseña a mover y tocar objetos focalizando sus emociones en el blanco. También descubre que Oda Mae estaba siendo solicitada por fantasmas provenientes de lugares tan lejanos de Nueva York como Nueva Jersey para que hablase con sus parientes vivos. Uno la posee brevemente, pero este hecho baja la energía de los fantasmas. Sam le promete a Oda Mae que ya no sería molestada si lo ayuda.

Mientras tanto, Molly va a la policía, ya que había vuelto su escepticismo acerca de las palabras de Oda Mae. El sargento le asegura que tenía razón al dudar, y que no había carpeta alguna con el expediente de ‘Willy López’, aunque sí había una gran carpeta con datos de Oda Mae Brown, quien es reconocida entre los policías locales como impostora. Sam y Oda Mae deciden frustrar el plan de Carl. Carl había robado cuatro millones de dólares y los había depositado en una cuenta fraudulenta. Bajo las instrucciones de Sam, Oda Mae se hace pasar por ‘Rita Miller’ (el nombre de la cuenta) para retirar el dinero, y de mala gana le da el cheque a dos monjas que pedían caridad. Carl entra en pánico cuando se da cuenta de que la cuenta había sido cerrada, y es atormentado por Sam quien, invisible, se comporta como un poltergeist y tipea la palabra “ASESINO” en su computadora. Carl localiza el dinero perdido y termina en la puerta de la casa de Molly, preguntando sobre Oda Mae. Molly cae y revela que Oda Mae era Rita Miller, y que sabía el secreto de que Carl había tratado de acceder a la computadora de Sam. Carl se da cuenta de que el fantasma de su antiguo compañero de trabajo está presente y le dice que regresaría a matar a Molly si no le devolvía el dinero. Sam corre a advertirle a Oda Mae, pero Willy llega poco antes.



Oda Mae y sus hermanas escapan mientras Sam aterroriza a Willy, propiciándolo a huir hacia la calle en estado de pánico. Willy es golpeado por un camión y muere, pero su alma no fue llevada por la luz, sino que las sombras comenzaron a convertirse en seres demoníacos quienes lo tomaron a la fuerza y lo arrastraron hacia la oscuridad mientras pide desesperádamente que lo ayuden. Presenciando esto, Sam comprende que esos demonios son los otros que el anciano en el hospital le había mencionado. Sam y Oda Mae se dirigen rápidamente a advertirle a Molly que está en peligro, pero Molly sigue sin estar segura acerca de Oda Mae; no obstante, se convence luego de que ésta pasa un penique bajo la puerta y Sam usa sus poderes para ubicar el penique en la mano de Molly (Molly y Sam coleccionaban peniques para tener buena suerte). Sam luego usa el cuerpo de Oda Mae para compartir un momento de pasión con Molly, pero Carl, indignado, aparece y amenaza con matar a Molly si Oda Mae no consigue su dinero. Sam es eyectado a la fuerza del cuerpo de la médium y trata de detener a Carl, pero la posesión había menguado sus poderes.

Molly y Oda Mae escapan hacia un desván ubicado sobre el departamento, perseguidas por Carl. Éste trata desesperadamente de atrapar a las mujeres y finalmente atrapa a Oda Mae, empuñando un arma. Molly sale a defensa de la médium, pero Carl la supera y la toma como rehén. La energía de Sam regresa y obliga a Carl a arrojar el arma, permitiéndole a Molly huir sin sufrir daños. Peleando en vano para detener los ataques de Sam, Carl torpemente le arroja un gancho de una grúa. El gancho pasa a través del cuerpo transparente de Sam y golpea una ventana abierta, la cual cae y mata a Carl mientras trata de escapar. Carl ve a Sam cuando su alma sale de su cuerpo y se aterroriza cuando se da cuenta de que murió. Los demonios salen de las sombras y se lo llevan, y Carl expresa arrepentimiento mientras su espíritu es arrastrado a la oscuridad. Cuando Sam regresa hacia donde estaban Oda Mae y Molly, Molly puede verlo y escucharlo, ya que había asumido una forma parcialmente visible. Luego de despedirse de Oda Mae, comparte un último beso con Molly y le dice que la ama, a lo que ella responde con “ídem”. Sam luego se va acompañado por una luz brillante.



En algunos casos que ha estudiadoel Dr. Moody, las personas muertas cuyas almas, mentes, conciencias -o como queramos llamarlas- se liberaron de sus cuerpos, decían que tras la liberación no se sentían en ningún tipo de «cuerpo». Se sentían conciencias «puras». Una de ellas me dijo que durante la experiencia era como si «pudiera ver todo lo que me rodeaba -incluyendo mi cuerpo yacente-, sin ocupar espacio alguno»; es decir, como si fuera un punto de conciencia. Otras no recordaban si estaban o no en un cuerpo tras haber abandonado el cuerpo físico, pues se hallaban totalmente embebidas en los acontecimientos que les rodeaban. Sin embargo, la mayoría de los entrevistados afirman haberse encontrado en otro cuerpo tras la liberación del físico. No obstante, entramos en un área que es muy difícil tratar. El “nuevo cuerpo” es uno de los dos o tres aspectos de las experiencias de muerte en los que lo inadecuado del lenguaje humano presenta los mayores obstáculos. Casi todos los que han hablado al Dr. Moody de ese cuerpo se han sentido frustrados y han alegado que no podían describirlo. Empero, los relatos de ese cuerpo guardan gran semejanza entre sí. Aunque cada individuo usa diferentes palabras y traza analogías distintas, los diversos modos de expresión caen con gran frecuencia en lo mismo. Todos los informes muestran también bastante acuerdo por lo que respecta a las propiedades y características del nuevo cuerpo. Para adoptar un término que resuma sus propiedades, y dado que ha sido usado por dos de los entrevistados, a partir de ahora lo llamaremos «cuerpo espiritual».

Los entrevistados casi siempre fueron conscientes de sus cuerpos espirituales por sus limitaciones. Cuando salían del cuerpo físico trataban desesperadamente de contarles a los otros su situación, pero nadie parecía oírlos. Todo ello queda muy bien ilustrado y extractado en la historia de una mujer que sufrió una parada respiratoria y fue llevada a una sala de emergencia, donde se hizo un intento de reanimación: “Los vi mientras me reanimaban. Era realmente extraño. No me encontraba muy alta; era como si estuviese encima de un pedestal, no muy por encima de ellos, pero lo suficiente para verlos. Traté de hablarles, pero nadie me oía”. Para complicar el hecho de que las personas que lo rodean no lo oyen, el que se encuentra en un cuerpo espiritual se da cuenta pronto de que tampoco lo ven. El personal médico o el resto de personas que se encuentran allí pueden ver a través del cuerpo espiritual sin dar el menor signo de haberse apercibido de su presencia. El cuerpo espiritual también carece de solidez; atraviesa fácilmente los objetos físicos del entorno y no puede agarrar ningún objeto o persona. Según un informante: “Los doctores y enfermeras golpeaban mi cuerpo para reanimarlo y hacerme regresar, y yo no dejaba de repetirles: «Dejadme solo. Quiero que me dejéis solo. Cesad de golpearme.» No me oían. Por tanto, traté de cogerles las manos para que dejasen de golpearme, pero nada ocurría. Nada podía hacer. No sabía lo que ocurría, pero no podía moverles las manos. Trataba de mover y tocar sus manos; cuando las había golpeado, seguían allí. No sé si mis manos las traspasaban, las rodeaban o qué era lo que ocurría. No sentía ninguna presión en sus manos cuando trataba de moverlas”.



Otro de los informantes dice: “La gente venía de todas direcciones hasta el lugar del accidente. Desde el estrecho sendero donde me encontraba podía verlos. Al llegar no parecían advertirme. Seguían caminando con la vista al frente. Cuando estaban muy cerca traté de dar la vuelta, de apartarme de su camino, pero pasaron a través de mí”. Tampoco hay variación en que el cuerpo espiritual carece de peso. La mayor parte lo notan cuando, como en algunos de los párrafos citados, se encuentran flotando hacia el techo de la habitación o en el aire. Algunos lo describen como «una sensación de flotabilidad», una «sensación de ingravidez» o de «ir a la deriva». Normalmente, en nuestros cuerpos físicos tenemos muchos modos de percepción que nos informan de en qué parte del espacio se hallan nuestros cuerpos o sus miembros en un momento dado y de si se están moviendo. La visión y el sentido del equilibrio son muy importantes a este respecto, pero hay otro sentido implicado en ello. La cinestesia es nuestro sentido de movimiento o tensión en los tendones, articulaciones y músculos. Normalmente, no somos conscientes de las sensaciones que nos llegan a través del sentido cinestésico, porque esa percepción se ha entorpecido por el uso constante. Sin embargo, si desapareciera de repente notaríamos su ausencia. El hecho es que algunos informantes hicieron comentarios referentes a que eran conscientes de la falta de sensaciones físicas, de peso corporal, de movimiento y sentido de la posición.



Esas características del cuerpo espiritual, que en un principio pueden verse como limitaciones, también pueden, con igual validez, considerarse como falta de limitaciones. Una persona con cuerpo espiritual está en posición privilegiada con respecto a las personas que la rodean. Puede verlas y oírlas, pero ellas no pueden hacer lo mismo con ella. Asimismo, aunque atraviesa el pomo de la puerta cuando quiere tocarlo, no tienen ninguna importancia, pues pronto descubre que puede atravesar la puerta. Una vez que se sabe cómo hacerlo, viajar es extremadamente sencillo en ese estado. Los objetos físicos no presentan ninguna barrera y el movimiento de un lugar a otro puede ser muy rápido, casi instantáneo. Además, a pesar de la falta de perceptibilidad por parte de la gente con cuerpos físicos, todos los que lo han experimentado están de acuerdo en que el cuerpo espiritual es algo, aunque ese algo sea imposible de describir. Hay común acuerdo en que tiene forma (a veces una nube circular o amorfa y a veces la misma que el cuerpo físico) e incluso partes (proyecciones o superficies análogas a los brazos, piernas, cabeza, etc.). Incluso en los informes en que se habla de configuración redondeada, a menudo se añade que tiene extremos, una parte superior y otra inferior definidas, y a veces los «miembros» antes mencionados.



Esto es muy similar a la proyección astral o desdoblamiento astral, que es un tipo de experiencia mental subjetiva, por la cual ciertos sujetos dicen haber experimentado algún tipo de percepción extrasensorial, consistente en una separación o “desdoblamiento” de lo que llaman el “cuerpo astral” (o sutil) que se separa del cuerpo físico. Este tipo de experiencias se alcanzan bien por una fuerte sugestión, mediante la meditación profunda, el sueño o el uso de psicotrópicos. La descripción de los individuos que dicen haber tenido experiencias de ese tipo consiste en haber sido transferidos dentro de un cuerpo astral (o “doble”), que se movería en un mundo paralelo conocido como plano astral. Un viaje astral es la separación del cuerpo físico y el cuerpo astral. Esta separación es muy parecida a la muerte, muchas de las personas que han permanecido muertas clínicamente durante algunos minutos lo han experimentado conscientemente. Pero no hace falta estar al borde de la muerte para experimentarlo. Algunas personas lo experimentan de forma espontánea cuando están perfectamente despiertas, sin proponérselo siquiera, mientras que otras se pasan la vida buscando en vano dicha experiencia y lo mas que consiguen, después de ayunar y de meditar durante años, es una potente proyección mental.

Durante la realización de un viaje astral las limitaciones físicas parece que pueden superarse. La persona puede desplazarse a miles de kilómetros de distancia de forma instantánea, ve lo que sucede y lo describe con increíble exactitud. Los ejemplos de esta clarividencia provocada por experiencias fuera del cuerpo son innumerables. La Sociedad de Investigaciones Psíquicas británica cuenta en sus archivos con numerosos casos comprobados, que incluyen incluso la resolución de un crimen gracias a un testigo que presenció el robo y muerte de un hombre, mientras se encontraba fuera de su cuerpo. Lo más corriente es que las personas que se encuentran realizando un viaje fuera del cuerpo se comporten como fantasmas; pueden ver pero no ser vistos, ni intervenir físicamente donde se encuentran. Aunque esto no siempre es así. Hay personas que afirman haber visto figuras espectrales de familiares y conocidos, que después se comprobó que estaban bien vivos, aunque dormidos, cuando se produjo el fenómeno. En ocasiones, la aparición de esos supuestos espectros se produce durante la agonía de la persona, como si quisiese despedirse de sus allegados por última vez. Los expertos los llaman “fantasmas de los vivos” y su presencia obedece a desdoblamientos astrales. Durante un viaje extracorporal se pueden recorrer grandes distancias y atravesar todo tipo de obstáculos, pero también hay ocasiones en que el viajero astral no puede atravesar una simple pared, y tiene que salir por la puerta, como una persona física.



Algunos pasajes de literatura religiosa parecen confirmar esta similitud entre la muerte y las Experiencias Extracorporeas. De algunos fragmentos de la Biblia podría deducirse que la muerte es allí descrita como la rotura de «un cordón de plata» que une el «otro» cuerpo al cuerpo físico, como por ejemplo se menciona en Eclesiastés. En otras religiones como la hindú o el budismo esta aún más arraigada esta idea y prácticamente en todas las culturas han existido “Chamanes” o Hechiceros que afirmaban tener Experiencias Extracorporeas. A veces el mundo físico visto en una Experiencia Extracorporea no se corresponde mucho con la realidad. Puede que se añadan cosas con significado simbólico, como por ejemplo rejas en las ventanas para evitar la huida, o una especie de luminosidad en torno a los objetos. Sentir que uno sale fuera de su cuerpo debe ser, a todas luces, una experiencia impactante. Viajar hasta lugares lejanos, ver cosas que se escapan a la percepción habitual, y hasta sentir que se es algo más que cuerpo físico, son algunas de las realidades a las que es posible acceder cuando la mente se libera del cuerpo. Se trata de un fenómeno vivido no sólo por místicos, chamanes y personas que han sentido de cerca la muerte, si no por gentes normales en situaciones corrientes. Una súbita sensación de ligereza invade el cuerpo. Y antes de terminar de acostumbrarse, los ojos comienzan a percibir la habitación de modo diferente. Ya no está tendido en la cama, sino muy cerca del techo. O al menos eso parece. Al girar la vista, surge una visión estremecedora: tendida sobre la cama se encuentra una persona a la que uno conoce muy bien… demasiado bien. La primera sorpresa es verse a sí mismo acostado, mientras que el auténtico yo se encuentra flotando en la habitación. Después ya no hay prácticamente límites a lo que puede pasar. Ir a visitar a un amigo al otro lado de la ciudad, viajar a lejanos países, ver lo que pasa en la habitación de al lado, o incluso reunirse con algún pariente que falleció hace cierto tiempo



Volviendo a las investigaciones del Dr. Moody, vemos que ese cuerpo lo han descrito con términos muy variados, pero estaban formulando la misma idea en todos los casos. Las palabras y frases que han utilizado los diferentes entrevistados incluyen bruma, nube, como el humo, vapor, transparente, nube de colores, algo tenue, modelo energético, u otras que expresan significados similares. Finalmente, todos observan una degradación del tiempo en ese estado exterior al cuerpo. Algunos dicen que aunque tienen que describir su estancia en un cuerpo espiritual en términos temporales (pues el lenguaje humano lo es), el tiempo no formaba parte de su experiencia, del mismo modo que lo es cuando se está en un cuerpo físico. A continuación se incluyen algunas entrevistas del Dr. Moody en las que se habla de algunos de estos aspectos fantásticos de la existencia en un cuerpo espiritual: “Perdí el control del coche en una curva, saltó por los aíres y recuerdo haber visto el azul del cielo y que el coche caía en una zanja. Mientras el vehículo se salía de la carretera, pensé: «He tenido un accidente.» En ese momento perdí el sentido del tiempo y mi realidad física por lo que respecta al cuerpo; perdí contacto con mi cuerpo. Mi ser, o mi espíritu, o como quiera llamarlo, se salía de mí, fuera de mi cabeza. No era nada doloroso, era como si se elevara y estuviera por encima de mí… [Mi «ser»] sintió que tenía densidad, pero no una densidad física; no sé de qué tipo, imagino que ondas o algo semejante. Nada realmente físico, casi como si estuviera cargado, si así quiere llamarlo. Lo cierto es que sentía que tenía algo…; era pequeño, y como si fuera circular, pero sin contornos rígidos. Podría recordar a una nube… Daba la impresión de que estaba dentro de una envoltura propia… Para salir del cuerpo, lo hizo primero el extremo grande y luego el más pequeño… Tenía una sensación de ligereza. No había tensión en mi cuerpo [físico]; la sensación era de total separación. Mi cuerpo no tenía peso… Lo más sorprendente de toda la experiencia fue el momento en que mi ser quedó suspendido por encima de la cabeza. Era como si estuviera decidiendo si se iba o se quedaba. Parecía que el tiempo se hubiera detenido. Al principio y al final del accidente todo se movía muy rápido, pero en ese tiempo particular, una especie de tiempo interior, mientras mi ser estaba suspendido por encima de mí y el coche caía a la zanja, me pareció que tardaba mucho en caer. Además, en ese momento no me sentía muy implicado en el coche, ni en el accidente, ni en mi propio cuerpo; sólo me sentía unido a la mente…Mi ser no tenía características físicas, pero he de describirlo en esos términos. Podría hablar de ello de muchas maneras, con muchas palabras, pero ninguna sería realmente adecuada. Es difícil de describir. Finalmente, el coche golpeó contra el suelo y dio varias vueltas, pero mis únicas heridas fueron una torcedura de cuello y un pie magullado”.



Otro entrevistado dijo: “[Cuando salí fuera del cuerpo físico] fue como si saliera de mi cuerpo y entrara en otra cosa. Era otro cuerpo…, pero no un cuerpo humano normal. Era algo diferente. Ni un cuerpo humano ni un globo de materia. Tenía forma, pero no color. Poseía algo que usted podría llamar manos. No puedo describirlo. Me hallaba demasiado fascinado con todo lo que me rodeaba -ocupado en ver desde fuera mi propio cuerpo- y no pensaba en el tipo de cuerpo en que estaba metido. Todo parecía transcurrir muy de prisa. Aunque el tiempo no era el mismo, existía. Las cosas parecen sucederse más rápidamente cuando se está fuera de cuerpo”. Otro entrevistado comentó: “Recuerdo que me llevaron a la mesa de operaciones y que me hallé varias horas en estado crítico. Durante ese tiempo estuve entrando y saliendo de mi cuerpo físico y pude verlo directamente desde arriba. Mientras lo hacía, seguía estando en un cuerpo; no era un cuerpo físico, sino algo que podría describirse como modelo energético. Si tengo que ponerlo en palabras, diría que era transparente, un ser espiritual en oposición a un ser material. Tenía diversas partes”.



Otra persona explicó: “Cuando mi corazón dejó de latir… sentí que era un balón redondo, o casi sería mejor decir que era una pequeña esfera dentro del balón. No puedo describírselo”. Y otro relató que: “Estaba fuera del cuerpo y lo miraba desde diez yardas de distancia, pero seguía pensando como cuando estaba en un cuerpo físico. Aquello desde donde pensaba tenía la misma altura. No era un cuerpo, o al menos lo que pensamos que es un cuerpo. Podía sentir algo, una especie de… de envoltura, como una forma transparente, aunque no del todo. Una energía, quizá algo así como una pequeña esfera de energía. No era consciente de ninguna sensación corporal, temperatura o algo semejante”. En sus informes, otros entrevistados han mencionado brevemente la semejanza de forma entre sus cuerpos físicos y los espirituales. Una mujer me dijo que mientras estaba fuera de su cuerpo físico sentía «todas las formas corporales: piernas, brazos, todo; incluso aunque no percibía una sensación de peso». Otra mujer, que vio el intento de reanimación de su cuerpo desde un poco más abajo del techo, dice: «Seguía dentro de un cuerpo. Me inclinaba y miraba hacia abajo. Moví las piernas y noté que una estaba más caliente que la otra». En ese estado, según recuerdan algunos, el pensamiento se encuentra tan falto de impedimentos como el movimiento. Una y otra vez el Dr. Moody ha escuchado de sus entrevistados que en cuanto se acostumbraban a la nueva situación comenzaban a pensar más lúcida y rápidamente que en la existencia física. Por ejemplo, hablando de lo que le ocurrió mientras estaba «muerto», un hombre le dijo al Dr. Moody: ”Las cosas que no son posibles ahora lo eran entonces. La mente es tan clara, tan agradable. Mi mente lo dominaba todo al instante, sin tener que pensar en ello más de una vez. Al cabo de un rato, cuanto estaba experimentando tenía algún significado para mí”.



La percepción, en el nuevo cuerpo, es al mismo tiempo semejante y diferente a la percepción en el cuerpo físico. En algunos aspectos, la forma espiritual es más limitada. Ya vimos que no hay sentido cinestésico. En dos casos le informaron que no había sensación de temperatura, mientras que en la mayor parte de ellos hablan de una confortable sensación de calor. Ninguno de los entrevistados habló nunca de olores o sabores. Por otra parte, los sentidos que se corresponden con los de la vista y el oído permanecen intactos en el cuerpo espiritual, o en realidad son más perfectos que en la vida física. Un hombre le dijo que su visión era increíblemente más poderosa y, según sus propias palabras, “no entiendo cómo podía ver tanto”. Una mujer, recordando estas experiencias, observaba: «Daba la impresión de que el sentido espiritual no tuviese limitaciones, de que podía verlo todo en todas partes». En el siguiente relato, de una mujer que salió de su cuerpo tras sufrir un accidente, se describe muy gráficamente ese fenómeno: “Había mucha actividad y la gente corría hacia la ambulancia. Siempre que miraba a una persona para saber lo que estaba pensando se producía un efecto semejante al de una lente de zoom y yo me encontraba allí. Pero parecía que esa parte de mí, a la que llamaré mente, seguía estando en su posición primitiva, a varias yardas de mi cuerpo físico. Cuando quería ver a alguien, parecía como si una parte de mí, como una trazadora, se desplazase hasta allí. Tenía la sensación de que si ocurría algo en cualquier parte del mundo podía ir allí”.



Sólo por analogía puede hablarse de sentido del oído en el estado espiritual, pues casi todos afirman no haber escuchado sonidos o voces humanas. Más bien parecen recoger los pensamientos de quienes los rodean y este mismo tipo de transferencia directa de pensamientos juega un papel importante en los estadios posteriores de las experiencias de muerte. Una mujer señalaba: “Podía ver a quienes me rodeaban y entender lo que estaban diciendo. No los oía como lo oigo a usted. Era más bien que sabía lo que estaban pensando, pero en mi mente, no en su vocabulario real. Lo sabía un segundo antes de que abrieran la boca para hablar”. Según un informe muy interesante, parece ser que los más graves daños en el cuerpo físico no afectan de ningún modo al espiritual. Un hombre perdió parte de su pierna en un accidente y fue declarado clínicamente muerto. Lo supo porque vio claramente su cuerpo dañado mientras el doctor trabajaba con él. Hablando del tiempo en que estuvo fuera de su cuerpo, cuenta: “Podía sentir mi cuerpo y estaba entero. Lo sabía. Lo sentía entero, y comprendía que todo mi yo se encontraba allí, aunque no estuviese”. En este estado incorpóreo una persona está separada de las otras. Puede verlas y entender sus pensamientos, pero ellas no son capaces de verla ni oírla. La comunicación con los otros seres humanos no existe, ni siquiera a través del tacto, pues el cuerpo espiritual carece de solidez. No es sorprendente, por tanto, que al rato se produzcan profundos sentimientos de aislamiento y soledad. Un informante contó al Dr. Moody que podía ver todo lo que le rodeaba en el hospital: doctores, enfermeras y el resto del personal, pero le era imposible comunicarse con ellos de ninguna manera, por lo que, según sus propias palabras, “me encontraba desesperadamente solo”.



Muchos otros han descrito intensos sentimientos de soledad: “Mi experiencia, todas las cosas por las que estaba pasando, era bella, pero indescriptible. Deseaba que hubiera otros conmigo para verlo, y tenía la sensación de que nunca sería capaz de describir a nadie aquello. Me sentía solo porque quería que alguien estuviese a mi lado para compartirlo. Sabía que no era posible, que me encontraba en un mundo privado, y llegué a sentirme algo deprimido”. Otro informante cuenta: “Era incapaz de tocar nada, de comunicarme con alguno de los que me rodeaban. Es una terrible sensación de soledad; te sientes completamente solo y eres consciente de ello”. Y otro: “Estaba asombrado. No podía creer lo que ocurría. No estaba preocupado ni pensaba: «Estoy muerto y mis padres han quedado atrás. Estarán tristes y no los volveré a ver.» Nada de eso pasaba por mi mente. No obstante, era consciente de estar solo, muy solo; casi como si fuera un visitante de algún otro lugar; como si no tuviese relaciones, como si no existiese amor ni nada semejante. Todo era muy… técnico. En realidad no lo entiendo”. Pronto desaparecen, sin embargo, los sentimientos de soledad de la persona muerta, conforme va profundizando más en sus sentimientos cercanos a la muerte. En determinado momento, vienen otros para ayudarle en la transición que está sufriendo. Pueden tener la forma de otros espíritus, frecuentemente la de parientes o amigos muertos que el individuo ha conocido en vida. En muchos casos de los que el Dr. Moody ha entrevistado aparece un ser espiritual de carácter muy diferente



Algunos le dijeron que en determinado momento, mientras estaban muriendo -a veces nada más iniciarse la experiencia, a veces después de que habían tenido lugar otros acontecimientos- se daban cuenta de la presencia de otros seres, que estaban allí para facilitarles la transición a la muerte o, en dos casos, para decirles que su tiempo de morir no había llegado y debían regresar a sus cuerpos físicos: “Tuve esta experiencia cuando estaba teniendo un hijo. El parto fue difícil y perdí mucha sangre. El doctor dio el caso por perdido y dijo a mis parientes que estaba muriendo. Sin embargo, me daba cuenta de todo, y cuando le oí decir eso sentí que volvía en mí. Cuando lo hice, me di cuenta de la presencia de multitudes de ellos flotando por el techo de la habitación. A todos los había conocido en mi vida pasada y ya habían muerto. Reconocí a mi abuela y a una compañera de la escuela, así como a otros muchos parientes y amigos. Creo que, sobre todo, vi sus caras y sentí su presencia. Todos parecían complacidos. Era una ocasión de felicidad y sentí que habían venido para protegerme o guiarme. Era como si estuviera volviendo a casa y ellos se encontraran allí para darme la bienvenida. En ese tiempo tuve la sensación de que todo era luminoso y bello. Fue un momento glorioso”.



Un hombre recuerda: “Varias semanas antes de mi experiencia de proximidad a la muerte, Bob, un buen amigo mío, había sido asesinado. Cuando salí de mi cuerpo, tuve la sensación de que Bob estaba allí, a mi lado. Podía verlo en mi mente y sentir su presencia, pero era algo extraño. No lo vi con su cuerpo físico. Podía ver cosas, pero no en forma física, sino algo así como en su apariencia. ¿Tiene algún sentido todo esto? Él estaba allí y no tenía cuerpo físico. Era una especie de cuerpo transparente, y aunque podía sentir todas sus partes -piernas, brazos, etc.-, no las veía físicamente. En aquellos momentos no pensé que fuera extraño, pues no necesitaba verlo con mis ojos. No tenía ojos, además. Le pregunté: «Bob, ¿adónde voy ahora? ¿Qué ha ocurrido? ¿Estoy muerto?» Nunca me respondía, no decía una palabra. A menudo, mientras estuve en el hospital, lo vi allí y le repetí las preguntas; pero nunca respondió. El mismo día que el doctor dijo que viviría, él desapareció. A partir de ese momento ni lo vi ni sentí su presencia. Era como si hubiera estado esperando a que pasase esa frontera final para hablarme y darme todos los detalles de lo que iba a suceder”.

Aqui queremos hacer referencia a las iniciaciones egipcias. Al llegar el crepúsculo, los sacerdotes de Osiris, llevando antorchas, acompañaban al nuevo adepto a una cripta baja sostenida por cuatro columnas apoyadas sobre esfinges. En un extremo se encontraba un sarcófago abierto, tallado en mármol. Los arqueólogos han visto en el sarcófago de la gran pirámide de Gizeh, durante largo tiempo y en base a lo dicho por Herodoto, la tumba del rey Sesostris. Pero Herodoto no era un iniciado, y los sacerdotes egipcios no le han confiado más que narraciones sin valor y cuentos populares. Pero los reyes de Egipto tenían sus sepulturas en otras partes. La estructura interior tan rara de la pirámide prueba que debía servir para las ceremonias de la iniciación y prácticas secretas de los sacerdotes de Osiris. Se encuentran allí el Pozo de la verdad, que hemos descrito, la escalera ascendente y la sala de los arcanos. La cámara llamada del Rey, que encierra el sarcófago, era aquella donde se conducía al adepto la víspera de su grande iniciación. Estas mismas disposiciones estaban reproducidas en los grandes templos del Egipto alto y medio. — Ningún hombre — decía el hierofante — escapa a la muerte, y toda alma viviente está destinada a la resurrección. El adepto pasa en vida por la tumba para entrar desde ahora en la luz de Osiris. Acuéstate pues en esa tumba, y espera la luz. Esta noche franquearás la puerta del Espanto y alcanzarás el umbral de la Maestría. El adepto se acostaba en el sarcófago abierto; el hierofante extendía la mano sobre él para bendecirle, y el cortejo de los iniciados se alejaba en silencio de la cripta. Una pequeña lámpara depositada en tierra ilumina aún, con su resplandor dudoso, las cuatro esfinges que soportan las columnas pequeñas de la cripta. Se oye un coro de voces profundas, bajo y velado. ¿De dónde viene?. ¡El canto de los funerales!… Ya expira; la lámpara arroja un último resplandor y se apaga por completo.



El adepto queda solo en las tinieblas: el frío del sepulcro pasa sobre él, hiela todos sus miembros. Pasa gradualmente por las sensaciones dolorosas de la muerte, y queda aletargado. Su vida desfila ante él y cuadros sucesivos como una cosa irreal, y su conciencia terrestre se vuelve cada vez más vaga y difusa. Pero, a medida que siente su cuerpo disolverse, la parte etérea, fluida, de su ser, se destaca. Entra en éxtasis…¿Qué es ese punto brillante y lejano que aparece imperceptible sobre el fondo negro de las tinieblas?. Se aproxima, se agranda, se convierte en una estrella de cinco puntas cuyos rayos tienen todos los colores del arco iris, y que lanza en las tinieblas descargas de luz magnética. Ahora es un sol quien le atrae en la blancura de su centro incandescente. — ¿Es la magia de los maestros la que produce aquella visión?. ¿Es lo invisible que se hace visible?. ¿Es el presagio de la verdad celeste, la estrella flamígera de la esperanza y de la inmortalidad?. — La visión desaparece, y en su lugar un capullo brota en la noche: una flor inmaterial, pero sensible y dotada de un alma. Porque se abre ante él como una rosa blanca y extiende sus pétalos; ve vibrar sus hojas vivas y enrojecerse su cáliz inflamado. — ¿Es flor de Isis, la Rosa mística de la sabiduría que encierra el Amor en su corazón?. — Más he aquí que la rosa se evapora como una nube de perfumes. Entonces, el extático se siente inundado por un soplo cálido y acariciador. Después de haber tomado formas caprichosas, la nube se condensa y se vuelve una figura humana. Es la de una mujer, la Isis del santuario oculto; pero más joven, sonriente y luminosa. Un velo transparente se arrolla en espiral a su alrededor, y su cuerpo brilla a través. En su mano sostiene un rollo de papiros. Se aproxima despacio, se inclina sobre el iniciado acostado en la tumba, y le dice: “Soy tu hermana invisible, soy tu alma divina, y éste es el libro de tu vida. Él contiene las páginas completas de tus existencias pasadas y las páginas blancas de tus vidas futuras. Un día las desarrollaré todas ante ti. Me conoces ahora: llámame y volveré”.

También queremos mencionar un extracto de las enseñanzas egipcias sobre la reencarnación que se remontan a 3.000 años a. C. Según M. Fontaine, en su obra Egyptes: “Antes de nacer, el niño ha vivido y la muerte no pone fin a nada. La vida es un devenir, Khéprou, su paso es como el del día solar que vuelve a empezar. El Hombre se com pone de inteligencia, Khou y de materia, Khat. La inteligencia es luminosa y para habitar el cuerpo se reviste de una sustancia que es el alma: Ea. Los Animales poseen alma: Ea, pero un Ea privado de inteligencia, de Khou. La vida es un soplo: Niwou. Cuando el soplo se retira en Ea, el hombre muere. Esta primera muerte se manifiesta materialmente a través de la coagulación de los líquidos, el vaciado de las venas y de las arterias, la disolución de la materia que forma el cuerpo. Mediante el embalsamiento, todas las materias son conservadas, la sangre inclusive, las cuales Ea volverá a vivificar después del juicio de Osiris. El soplo está al servicio del alma”.



Volviendo a las investigaciones del Dr. Moody, en algunos casos los espíritus que encontraron no eran personas a las que hubieran conocido en la vida física. Una mujer contó que durante su experiencia de separación del cuerpo no sólo vio su propio y transparente cuerpo espiritual, sino el de otra persona que había fallecido recientemente. No sabía de quién se trataba, pero hizo una observación muy interesante: «No veía que esa persona, ese espíritu, tuviese una edad determinada. Ni siquiera yo tenía un sentido del tiempo». En unos cuantos casos, los entrevistados han llegado a creer que los seres con los que se encontraban eran sus «ángeles guardianes». A un hombre, el misterioso espíritu le dijo (aparentemente mediante el pensamiento): «Te he ayudado en este estadio de la existencia, ahora te haré pasar a otros». Una mujer dijo que, mientras estaba abandonando el cuerpo, detectó la presencia de dos seres que se identificaron como «ayudantes espirituales». En dos casos muy similares le hablaron de haber escuchado una voz que les decía que no estaban muertos y debían regresar. Uno de ellos lo cuenta así: “Oí una voz. No era una voz de hombre, sino algo que está más allá de los sentidos. Me dijo lo que debía hacer – « regresar»- y que no debía sentir miedo por volver a mi cuerpo físico”. Los seres espirituales pueden tener una forma algo más amorfa: “Mientras estuve muerto en aquel vacío hablé con gente; en realidad no puede decirse que hablase con gente corporal. Tenía la sensación de que había gente que me rodeaba. Podía sentir su presencia e incluso sus movimientos, pero no pude ver a nadie. De cuando en cuando hablaba con alguno de ellos, pero no podía verlos. Siempre que preguntaba qué era lo que ocurría recibía un pensamiento de alguno de ellos diciéndome que no pasaba nada, que estaba muriendo pero que sería hermoso. Por tanto, nunca me preocupé de mi condición. Siempre obtenía una respuesta a cada pregunta que hacía. No dejaron mi mente en la incertidumbre”.

El elemento común quizá más increíble de los relatos que ha estudiado el Dr. Moody, y con toda certeza el que mayor efecto ha producido en el individuo, es el encuentro con una luz muy brillante. Lo típico es que en su primera aparición la luz sea débil, pero rápidamente se hace más brillante, hasta que alcanza un resplandor sobrenatural. A pesar de que esta luz -generalmente dicen que es blanca o «transparente»- tiene un brillo indescriptible, muchos de los entrevistados especifican que no daña a la vista, ni deslumbra, ni impide ver las cosas que los rodean -quizá porque en ese momento ya no tengan ojos físicos para «deslumbrarse». No obstante la inusual manifestación de luz, nadie ha expresado duda con respecto a que era un ser, un ser luminoso. Todos afirman que es un ser personal, que tiene una personalidad bien definida. El amor y calidez que emanan de él hacia la persona que está muriendo carecen de palabras para expresarse, pero ésta se encuentra totalmente rodeada y poseída por él, muy a gusto y totalmente aceptada en su presencia. Siente una irresistible atracción magnética ante ese ser, una atracción inevitable. Mientras que la anterior descripción del ser luminoso permanece siempre inalterable, su identificación varía entre los diferentes individuos y parece estar en función de los antecedentes religiosos, educación o creencias del individuo que ha sufrido la experiencia.



Casi todos los cristianos por educación o creencia identifican la luz con Cristo o trazan paralelos bíblicos en apoyo de su interpretación. Un hombre y una mujer judíos lo identificaron con un «ángel». En ambos casos, los sujetos dejaron bien claro que ello no implicaba que el ser tuviera alas, tocara el arpa o tuviera forma o apariencia humanas. Sólo era luz. Ambos se referían a que consideraban al ser como un emisario o guía. Un hombre que no había tenido creencias ni educación religiosas antes de la experiencia lo identificaba simplemente con un «ser luminoso». La misma definición utilizó una señora de fe cristiana, quien no parecía oponerse mucho a llamar Cristo a la luz. Poco después de su aparición, el ser comienza a comunicarse con la persona que está sufriendo la transición. La comunicación es igual de directa que las que encontramos antes en la descripción de la forma en que una persona en el cuerpo espiritual puede «recoger los pensamientos» de los que lo rodean. En este estadio, todos afirman que no oyeron sonidos físicos o voz que proviniese del ser, y no le respondieron con sonidos audibles. Informan que tuvo lugar una transferencia directa y sin impedimentos de pensamientos, y que además se hacía en forma tan clara que no había posibilidad de malinterpretarlo o mentirle. Además, ese intercambio comunicativo no se produce en la lengua nativa del sujeto, aunque la entiende perfectamente y toma conciencia de todo instantáneamente. Ni siquiera puede traducir los pensamientos que intercambiaron, cuando estaba cerca de la muerte, al lenguaje humano que habla ahora, después de haber sido reanimado.

El siguiente estadio de la experiencia ilustra perfectamente las dificultades de traducción de este lenguaje sin palabras. El ser dirige un pensamiento, casi inmediatamente, a la persona en cuya presencia ha aparecido de manera tan sorprendente. Usualmente, las personas con quienes ha hablado el Dr. Moody tratan de formular el pensamiento en forma de pregunta. Entre las traducciones que ha oído se encuentran: «¿Estás preparado para morir?», «¿estás listo para morir?», «¿qué puedes enseñarme de lo que has hecho con tu vida?», «¿qué has hecho con tu vida que sea suficiente?» Las dos primeras formulaciones, referidas a la «preparación», pueden, a primera vista, tener un sentido diferente a las otras dos, que enfatizan la «realización». Opino que todos tratan de expresar el mismo pensamiento, y tal idea es apoyada, en cierta manera, por la siguiente cita de una de las mujeres entrevistadas: “Lo primero que hizo fue preguntarme si estaba lista para morir o qué había hecho con mi vida que quisiera enseñarle”. Incluso en las formas más inusuales de construir la pregunta se descubre, tras la debida elucidación, que tienen en gran parte el mismo sentido. Por ejemplo, un hombre dijo que, durante su muerte: “La voz me hizo una pregunta: «¿Vale la pena?» Lo que quería decir era si el tipo de vida que había llevado hasta ese momento me parecía válido entonces, sabiendo lo que sabía”.



Todos insisten en que la pregunta, por extrema y profunda que pueda ser en su impacto emocional, no se plantea en absoluto como condena. Todos están de acuerdo en que no dirige la pregunta para acusarlos o amenazarlos, pues, sin importar cuál vaya a ser la respuesta, siguen sintiendo la aceptación y el amor total proveniente del ser luminoso. La cuestión los hace pensar en sus vidas, sonsacárselas. Podría decirse que es una pregunta socrática, que no se hace para adquirir información, sino para ayudar a la persona interrogada a que escoja por sí misma el camino de la verdad. Veamos algunos informes de primera mano de ese fantástico ser: “Oí a los doctores cuando dijeron que había muerto y comencé a sentir que estaba cayendo -en realidad era como si flotase- por aquella oscuridad, que era una especie de cápsula. Lo cierto es que no hay palabras para describirlo. Todo era muy negro salvo, a gran distancia, esa luz. Era muy brillante, aunque no muy grande al principio. Crecía conforme me iba acercando a ella. Trataba de llegar a esa luz, pues sentía que era Cristo. No era una experiencia atemorizadora. Al contrario, resultaba agradable hasta cierto punto. Inmediatamente conecté la luz con Cristo, quien dijo: «Yo soy la luz del mundo.» Me dije a mí misma: «Si es así, si voy a morir, ya sé lo que me espera al morir: esa luz»”.

Otro testimonio dice: “Entré a la sala y fui a servirme una copa. En ese momento, como descubrieron más tarde, se me produjo el ataque de apendicitis. Me quedé muy débil y caí al suelo. Comencé a sentir que iba a la deriva, un movimiento de mi ser real dentro y fuera de mi cuerpo, y a oír una música muy bella. Floté por la sala y salí de ella hacia el porche. Allí casi tuve la impresión de que las nubes, en realidad una neblina rosada, comenzaba a reunirse a mi alrededor. Luego floté a través del techo, como si no existiese, hacia una luz transparente como el cristal puro, una luz blanca resplandecedora. Era muy hermosa y muy brillante, pero no me hacía daño en los ojos. No es posible describir aquí esa luz. No veía realmente a una persona en ella, pero tenía una identidad especial. Era una luz de comprensión y amor perfectos. A mi mente llegó el pensamiento: «¿Me amas?» No lo formuló exactamente como una pregunta, pero sospecho que la connotación de lo que la luz dijo fue: «Si me amas, regresa a la vida y completa lo que iniciaste en ella.» Durante todo el tiempo tenía la impresión de estar rodeado por un amor y una compasión irresistibles”.



Y otro testimonio explica: “Sabía que estaba muriendo y que nada podía hacerse, ya que nadie podía oírme… Estaba fuera de mi cuerpo; no me cabía la menor duda, pues podía verlo en la mesa de operaciones. ¡Mi alma estaba fuera! Todo ello hizo que al principio me sintiera muy mal, pero entonces vino esa luz brillante. Parecía un poco apagada al principio, hasta que se convirtió en ese enorme haz. Era una tremenda cantidad de luz; no un gran foco brillante, mucho más. Me daba calor y me invadió una cálida sensación. Era de un blanco brillante y amarillento…; predominaba el blanco. Tremendamente brillante, tanto que no puedo describirlo. Parecía cubrirlo todo y, al mismo tiempo, no me impedía ver cuanto me rodeaba: la mesa de operación, los doctores y enfermeras. Podía verlo todo porque no me cegaba. Al principio, cuando la luz llegó, no estaba muy seguro de lo que ocurría, pero luego me preguntó -bueno, fue algo parecido a una pregunta- si estaba listo para morir. Era como hablar con una persona, aunque no había allí ninguna. La luz hablaba conmigo, sonoramente. Pienso ahora que la luz que me hablaba comprendía que no estaba preparado para morir, que se trataba más de probarme que de otras cosa. Desde el momento en que la luz me habló me sentí muy bien, seguro y amado. No es posible imaginar ni describir el amor que llegaba hasta mí. Era agradable estar con esa persona. Y tenía también sentido del humor”.

La inicial aparición del ser luminoso y sus preguntas de prueba sin palabras constituyen el preludio de un intenso momento en que el ser presenta a la persona una revisión panorámica de su vida. Es obvio que ese ser puede ver la vida del individuo y no necesita información. Su única intención es provocar la reflexión. La revisión sólo puede describirse en términos de memoria, pues es el fenómeno que más se le parece de entre los que estamos familiarizados, pero tiene unas características que lo diferencian de cualquier tipo normal de recuerdo. En primer lugar, es extraordinariamente rápida. Esos recuerdos, en los casos en que reciben una descripción temporal, se siguen unos a otros a gran velocidad en orden cronológico. Otros entrevistados no tienen conciencia de un orden temporal. El recuerdo fue instantáneo; todo apareció al mismo tiempo y pudieron aprehenderlo todo con una mirada mental. Sea cual sea la forma en que lo expresan, todos están de acuerdo en que la experiencia transcurre en un instante de tiempo terrestre.



Y aquí es conveniente hablar del Registro Askásico. Todo lo que hacemos, todo lo que nos pasa, todo lo sucedido en la Tierra desde su creación, todo absolutamente todo, queda impreso para siempre en el Registro Askásico, el cual representa las indestructibles vibraciones, consistentes en la suma total del conocimiento humano emanado del mundo. Todo cuanto ha sucedido en la Tierra existe en forma de vibración. Aunque no hay término que lo describa, lo más cercano es asemejarlo a una onda radial. Tenemos constantemente en torno de nosotros ondas radiales procedentes de todas partes del mundo. Cada una de ellas trae un programa diferente, un idioma diferente, una música diferente, un tiempo diferente. Es posible que vengan ondas de una parte del mundo que contengan un programa, que para nosotros se transmita mañana. Todas esas ondas nos vienen constantemente, pero las olvidamos y hasta que tenemos un aparato mecánico, no podemos recibir esas ondas y detenerlas de modo que se hagan audibles, visibles y comprensibles para nosotros. Así, con un aparato mecánico eléctrico podemos retardar las ondas de frecuencia radial y convertirlas en ondas de frecuencia auditiva y visual.

Como todo científico sabe, vemos por la noche estrellas que a lo mejor han dejado de existir. Algunas de esas estrellas son tan distantes que la luz proveniente de ellas pudo haber comenzado su viaje antes de la formación de la Tierra. No tenemos medio de saber si una estrella murió hace un millón de años atrás, pues su luz es probable que nos llegue, quizás, un millón de años después. Podría ser más fácil retener un sonido. Vemos la estela del rayo y escuchamos el trueno poco después. La lentitud del sonido es lo que hace que tarde en oírse después de verse el rayo. Así, la lentitud de la luz puede hacer posible un instrumento para “ver” el pasado. Si pudiésemos trasladarnos al instante a un planeta tan lejano, al que la luz necesite un año en llegar desde el punto de partida, veríamos su luz un año antes de llegar nosotros. Si tuviésemos algo, todavía por crear, súper poderoso, como por ejemplo un telescopio súper sensible con el cual poder enfocar cualquier parte de la Tierra, veríamos hechos ocurridos un año atrás. Partiendo de la posibilidad de tener ya nuestro súper telescopio, podríamos dirigirnos a un planeta tan lejano al que la luz tarde un millón de años en llegar; y en seguida, podríamos ver la Tierra tal como era hace un millón de años. Avanzando cada vez más, siempre en forma instantánea, naturalmente, llegaremos por último a un punto desde el cual podremos ver el nacimiento de la Tierra, o incluso del sol. El Registro Askásico nos permite llegar a esto. Con mucha práctica en el viaje astral, con considerable práctica en meditación y combinando ambas, podremos entrar al mundo astral donde el Tiempo y el Espacio no existen, y las demás “dimensiones” se superan. Entonces, sólo entonces, podremos ver todo: Otro Tiempo y otro Espacio.



A pesar de la rapidez, los informantes del Dr. Moody están de acuerdo en que la revisión, casi siempre descrita como una exhibición de imágenes visuales, es increíblemente vívida y real. En algunos casos se informa de que las imágenes son de color vibrante, tridimensionales, e incluso móviles. Aunque pasan con extrema rapidez, cada imagen es percibida y reconocida. Hasta las emociones y sentimientos asociados con las imágenes pueden ser experimentados de nuevo conforme van pasando. Algunos de los entrevistados afirman que, aunque no pueden explicarlo, el hecho es que todo lo que habían hecho en la vida estaba en esa revisión: desde lo más insignificante a lo más significativo. Otros hablan de que sólo vieron los momentos cumbres de sus vidas. Algunos cuentan que hasta en el periodo posterior a la experiencia de revisión podían recordar con todo detalle los acontecimientos de sus vidas. Algunos lo identifican con un intento educativo por parte del ser luminoso. Mientras ellos ven la exhibición, el ser parece poner de relieve dos cosas en la vida: aprender a amar a los demás y adquirir conocimiento. Veamos un relato representativo de esto: “Cuando apareció la luz, lo primero que me dijo fue: «¿Qué tienes que enseñarme de lo que has hecho con tu vida?», o algo parecido. En ese momento comienzan las visiones retrospectivas. Me pregunté qué estaba sucediendo, pues de repente había regresado a mi infancia. A partir de ese instante fue como si pasara desde mi primera infancia, año a año, hasta aquel momento. Realmente es extraño en dónde empezó: cuando era una niña y jugaba en el riachuelo vecino. Hubo más escenas de esa época: experiencias que había tenido con mi hermana y con gentes de la vecindad y los lugares reales en los que había estado. De repente me encontré en el jardín de infancia y vi un juguete que me gustaba mucho en el momento en que lo rompí; y lloré durante mucho tiempo. Fue una experiencia realmente traumática. Las imágenes continuaron repasando mi vida y recordé cuando estaba en la escuela de niñas y fuimos al campo. Recordé muchas cosas sobre la escuela pública. Luego me encontré en la escuela superior, fue un gran honor ser elegida para el grupo de estudiantes avanzados, y recordé el momento de la elección. De allí pasé a otra escuela superior más avanzada, a la graduación y a los primeros años de universidad, en los que me encontraba en ese momento”.

Las visiones retrospectivas se producían en orden cronológico y eran muy vívidas. Las escenas eran idénticas a cuando las ves en realidad tridimensionales y en color. Además, se movían. Por ejemplo: “cuando me vi a mí misma rompiendo el juguete, pude ver todos los movimientos. No los estaba viendo siempre desde mi propia perspectiva. Es como si la niña que veía fuera alguien más, en una película, una niña más jugando entre otras. Sin embargo, era yo. Me vi haciendo cosas de niños, exactamente las mismas cosas que había hecho, pues las recordaba. Mientras observaba todo aquello no vi la luz. Desapareció nada más preguntarme lo que había hecho y comenzaron las visiones, pero sabía que seguía conmigo todo el tiempo, que me llevaba a través de las visiones, pues sentí su presencia y hacía comentarios. Trataba de enseñarme algo en cada uno de los episodios. No estaba tratando de ver lo que estaba haciendo -ya lo sabía-, sino que elegía determinados momentos de mi vida y los ponía frente a mí para que tuviera que recordarlos. A través de todos ellos seguía poniendo de relieve la importancia del amor. Los momentos en que me lo mostró mejor implicaban a mi hermana; siempre había estado muy cerca de ella. Vi algunos momentos en que había sido egoísta con ella, pero también otros en que la había amado y había compartido cosas. Me señaló que debía intentar hacer cosas para otras personas, que debía intentarlo al máximo. Sin embargo, no era una acusación ni nada que pudiera parecérsele. Cuando pasábamos por episodios en los que había sido egoísta, su actitud es que debía aprender también de ellos. Otra de las cosas que le interesaba mucho era el conocimiento. Me señaló las cosas que debía hacer con lo aprendido, y dijo que iba a continuar aprendiendo, y que cuando regresara -pues en esos momentos ya me había dicho que iba a hacerlo- habría siempre una búsqueda de conocimiento. Dijo que es un proceso continuo, por lo que tuve la sensación de que prosigue después de la muerte. Creo que mientras veíamos las escenas estaba tratando de enseñarme. Todo era realmente extraño. Yo estaba allí viendo las visiones retrospectivas; las revivía y todo era muy rápido. Sin embargo, la velocidad era suficiente para que pudiera aprehenderlas. No transcurrió mucho tiempo. La luz vino, tuve las visiones y se marchó. Debieron ser menos de cinco minutos y más de treinta segundos, pero no puedo decirlo con seguridad. Sólo me asustó enterarme de que no podía terminar todavía mi vida terrena. Con las visiones retrospectivas disfruté, era agradable. Había regresado a la niñez, casi la había revivido. Era una forma de regresar y ver que ordinariamente no puede hacerse”.



Es de señalar que hay informes en los que se produce la revisión sin que haya aparecido el ser luminoso. Por regla general, en las experiencias aparentemente «dirigidas» por el ser la revisión es más apasionante. Sin embargo, es usualmente caracterizada como vívida y rápida y como exacta, tanto si el ser aparece como si no, y tanto si se produce en una experiencia cercana a la «muerte» como si lo hace durante una aproximación: “Tras atravesar aquel lugar largo y oscuro, todos los pensamientos de la niñez, mi vida entera, estaban allí, frente a mí, al final del túnel. Creo que tenían más la forma de películas que de pensamientos. No puedo describírselo con exactitud, pero todo estaba allí, al mismo tiempo. Quiero decir que no aparecía y desaparecía un acontecimiento, sino que todo, absolutamente todo, se producía al mismo tiempo. Pensé en mi madre, en las cosas que había hecho mal. Tras ver las pequeñas cosas que hice de niño y haber pensado en mi madre y mi padre, deseé no haber hecho esas cosas y poder regresar y deshacerlas”. En los dos ejemplos siguientes, aunque no se había producido muerte clínica en el momento de la experiencia, tuvieron lugar con verdadera tensión psicológica o con heridas: “Toda la situación se desarrolló repentinamente. Había tenido un poco de fiebre y malestar durante dos semanas, pero esa noche me puse muy enfermo y me sentí mucho peor. Estaba en la cama y recuerdo haber intentado incorporarme para decirle a mi mujer que estaba muy enfermo, pero me resultó imposible moverme. Después me encontré en un hueco totalmente negro y las imágenes de toda mi vida pasaron frente a mí. Regresé a la época en que tenía seis o siete años y recordé a un buen amigo de la escuela pública. Pasé de allí a la escuela superior, al colegio, a mis estudios de dentista y a la práctica profesional. Supe que estaba muriendo, y recuerdo haber deseado dejar medios de mantenimiento a mi familia. Me inquietaba sentirme morir y que hubiese cosas que había hecho y lamentaba, así como otras que sentía haber omitido. Diría que las imágenes de la visión tenían la forma de películas mentales, aunque eran mucho más vívidas que las normales. Sólo vi los momentos cumbres, y era tan rápido que daba la impresión de ver parte de toda mi vida y ser capaz de hacerlo en pocos segundos. Pasaba ante mí como una película en movimiento a tremenda velocidad, que, sin embargo, era capaz de ver y comprender totalmente. No había tiempo para que las emociones volvieran con las imágenes. No vi nada más durante la experiencia. Salvo las imágenes, todo era oscuridad. Sin embargo, todo el tiempo sentí la presencia de un ser amante enormemente poderoso. Es realmente interesante. Cuando me recobré, podía contarles a todos cualquier parte de mi vida con gran detalle. Es toda una experiencia, pero difícil de poner en palabras, pues ocurre con excesiva rapidez, sin que ello pierda claridad”.

Un joven veterano describía así su revisión: “Mientras servía en Vietnam recibí varias heridas, más tarde me consideraron «muerto» a causa de ellas, aunque en todo momento era consciente de lo que estaba ocurriendo. Recibí seis impactos de ametralladora, pero no me sentí preocupado. Reviví en mi mente el instante en que fui herido. No estaba atemorizado y me sentía muy a gusto. En el momento del impacto mi vida pasó frente a mi como una película, regresé al tiempo en que era un niño, desde donde las imágenes fueron progresando a través de toda la vida. Puedo recordarlo todo, pues era muy vívido. Pasaba con gran claridad frente a mí. En poco tiempo pasé de las primeras cosas que podía recordar hasta aquel momento. No era nada desagradable, y no me lamenté ni tuve sentimientos de culpa. Si he de hacer una comparación, lo mejor que encuentro es una serie de cuadros; como diapositivas. Es como si alguien estuviese pasándome diapositivas a gran velocidad”. Para terminar, un caso de extrema emocionalidad. La muerte fue inminente aunque no se habían producido heridas: “El verano siguiente a mi primer año de colegio universitario acepté el trabajo de conductor de un tractor que arrastraba una camioneta. Ese verano tenía el problema de quedarme dormido al volante. Una mañana, bien temprano, hacía un largo viaje e iba dando cabezadas. Lo último que recuerdo fue haber visto una señal de carretera, tras lo cual me dormí. Luego oí una terrible rozadura. El neumático exterior derecho estalló y, a causa del peso y la inclinación de la camioneta, lo mismo ocurrió con los izquierdos. Quedó sobre uno de sus lados y se deslizó hacia abajo en dirección a un puente. Me asusté al darme cuenta de lo que estaba ocurriendo: el tractor iba a estrellarse contra el puente. Durante el tiempo que se deslizaba pensé todas las cosas que había hecho. Sólo vi algunas, las más culminantes, pero eran muy reales. En el primer recuerdo seguía a mi padre mientras caminaba por la playa; tenía dos años. En orden cronológico fui viendo más cosas de mis primeros años y recordé haber roto el coche rojo nuevo que me habían regalado en Navidad. Recuerdo haber llorado cuando fui por primera vez a la escuela, con un impermeable amarillo limón que me había comprado mi madre. Recordé algo de cada uno de los años que pasé en la escuela pública: a cada uno de mis profesores y un poco de cada año. Luego fui a la escuela superior de primer grado, me saqué el permiso de conducir y comencé a trabajar en una tienda de ultramarinos. Recordé hasta ese momento, un poco antes de comenzar el segundo año. Esas cosas y algunas otras pasaron por mi mente con gran rapidez. Posiblemente no duró más de una décima de segundo. Ahí terminó todo y me quedé mirando al tractor. Pensé que estaba muerto, que era un ángel. Me pellizqué para saber si estaba vivo, si era un fantasma o qué cosa era. El vehículo estaba destrozado, pero no me hice ni un rasguño. De alguna manera conseguí saltar por el parabrisas, pues los cristales estaban rotos. Cuando me calmé, pensé que era extraño que esas cosas que ocurrieron en mi vida y tanto me habían impresionado hubieran pasado por mi mente en esos momentos de crisis. Ahora podría recordarlas y describirlas una a una, pero tardaría como mínimo quince minutos. Todo había pasado enseguida, automáticamente, en menos de un segundo. Era sorprendente”.



En algunos casos han contado al Dr. Moody que durante la experiencia se aproximaron a lo que podría llamarse frontera o límite. En los diversos relatos ha tomado la forma de masa de agua, niebla gris, una puerta, un cercado o simplemente una línea. Aunque sea una especulación, cabe preguntarse si no habrá una sola experiencia básica o idea en la raíz de todos ellos. Si ello es cierto, las distintas versiones representarán tan sólo las diferentes maneras individuales de interpretar, describir o recordar la base de la experiencia. Veamos algunos relatos en los que juega un papel predominante la idea de frontera o límite: “Fallecí tras un paro cardiaco y de repente me encontré en un campo que giraba. Era hermoso y de un verde intenso; un color que desconocemos en la tierra. Me rodeaba una hermosa luz. Miré hacia delante, al campo, y descubrí una valla. Me dirigí hacia ella y vi a un hombre al otro lado que también caminaba hacia la valla, pero en dirección opuesta a la mía, como si desease encontrarme. Quise alcanzarlo, pero me sentí atraído irresistiblemente hacia atrás. Al mismo tiempo lo vi dar la vuelta y alejarse de la valla”. Otro testimonio explica que: “Esta experiencia tuvo lugar durante el nacimiento de mi primer hijo. Al octavo mes de embarazo enfermé de algo que mi doctor describió como condición tóxica y me pidió que ingresara en el hospital para tener el hijo. Nada más acabar el parto sufrí una grave hemorragia que tuvieron dificultades para controlar. Era consciente de lo que estaba pasando, ya que, como yo misma era enfermera, comprendía el peligro existente. En aquel momento perdí la conciencia y escuché un molesto zumbido. En la siguiente imagen que vi navegaba en una nave o una pequeña vasija hacia el otro lado de una masa de agua. En la otra orilla pude ver a los seres queridos que habían muerto: mi madre, mi padre, mi hermana, y otros. Podía verlos, incluso sus rostros, como los conocí en la tierra. Me llamaban y pedían que fuera allí, y mientras tanto yo les decía: «No, no. No estoy preparada para unirme a vosotros. No quiero morir. No estoy preparada para ir.».La experiencia fue muy extraña, pues durante todo el tiempo podía ver a los doctores y enfermeras trabajando con mi cuerpo, pero era más como si fuera una espectadora en lugar de la persona -el cuerpo- con la que estaban trabajando. Trataba desesperadamente de comunicarle al doctor que no iba a morirme, pero nadie podía escucharme. Todo -los médicos, las enfermeras, la sala de partos, la nave, el agua y la costa distante- formaba una especie de conglomerado. Todo estaba mezclado, como si una escena tuviera sobreimpresa la otra. La nave casi alcanzó la costa distante, pero cuando iba a hacerlo dio la vuelta y tomó la dirección opuesta. Finalmente, logré comunicar con el doctor y decirle: «No voy a morir.» Creo que fue en ese momento cuando volví a entrar en el cuerpo y el doctor explicó lo ocurrido. Había tenido una hemorragia posterior al parto y casi me muero, pero iba a ponerme bien”.



Otro entrevistado explico esta experiencia: “Me hospitalizaron por una grave afección en los riñones y estuve en coma durante una semana. Los médicos no sabían si sobreviviría. Durante ese periodo de inconsciencia sentí que me elevaba, como si no tuviera cuerpo físico. Se me apareció una brillante luz blanca. Tenía tal resplandor que no podía ver a través de ella, pero estar en su presencia resultaba tranquilizador y maravilloso. En la vida física no existe ningunas experiencia semejante. Mientras estaba en su presencia llegaron a mi mente los siguientes pensamientos: «¿Quieres morir?» Contesté que no lo sabía, pues nada conocía de la muerte. Entonces la luz blanca me dijo: «Traspasa esa línea y lo aprenderás.» Sentí que era consciente de la línea que había frente a mí, aunque en realidad no podía verla. Cuando la crucé, me inundaron los más maravillosos sentimientos de paz y tranquilidad y desaparecieron todas mis preocupaciones”. Otro dice: “Tuve un ataque de corazón y me encontré en un hueco negro. Me daba cuenta de que había dejado el cuerpo físico. Sabía que estaba muriendo, y pensé: «¡Dios mío, hice todo lo que pude según lo que sabía en cada momento. Por favor, ayúdame!» Inmediatamente la negrura se tornó gris pálido y seguí moviéndome y deslizándome con rapidez hasta que enfrente de mí, muy distante, pude ver una niebla gris y me precipité hacia ella. Tenía la impresión de que no me acercaba tan deprisa como era mi deseo, pero cuando me aproximé lo bastante pude ver a través de ella. Más allá de la niebla había gente, y sus formas eran como las de los terrestres. También vi algo que podría tomarse como edificios. Todo era penetrado por una maravillosa luz: un resplandor vivo de amarillo dorado, pero de color pálido, no ese dorado duro que conocemos aquí. Cuando me acerqué más, me sentí segura de que iba a atravesar la neblina. Tuve una sensación de maravillosa alegría; no hay palabras para describirlo en ningún lenguaje humano. No me había llegado el momento de cruzar la niebla, pues al instante apareció en el otro lado mi tío Carl, que había muerto unos años antes. Cerró el camino, y me dijo: «Regresa. No has completado tu labor en la tierra. Regresa ahora.» Si bien no quería hacerlo, no tenía otra alternativa, y enseguida estaba de vuelta en el cuerpo. Sentí un terrible dolor en el pecho y oí a mi hijo pequeño diciendo: «¡Dios mío, devuélveme a mamá!»”.



Otro testimonio explica: “Me llevaron al hospital en un estado crítico que llamaron «inflamación», y el médico dijo que no iba a superarlo. Avisó a los parientes cercanos porque no iba a vivir mucho tiempo. Llegaron y se reunieron alrededor de la cama, y mientras el doctor decía que estaba muriendo me pareció que mis parientes se alejaban. Era como si en vez de irme yo fueran ellos los que viajaran hacia atrás. Se hacían más y más oscuros, pero los veía. Perdí la conciencia y no supe nada más de lo que ocurría en la sala del hospital, sólo que estaba en un estrecho pasadizo en forma de U. Como un agujero de la anchura de un sillón. Pasaba justamente mi cuerpo con los brazos y manos pegados a los costados. Pasó primero la cabeza y estaba oscuro, con una oscuridad de las de allí. Me movía por él, y al final vi una hermosa puerta pulimentada que no tenía pomo. Al lado de la puerta había una luz muy brillante. Parecía que todo el mundo era muy feliz allí y los rayos se movían y agitaban. Daba la impresión de que todos estaban muy ocupados. Miré hacia arriba, y dije: «Señor, aquí estoy. Si me quieres, tómame.» Me tiró hacia atrás con tanta rapidez que sentí que había perdido la respiración”.



Como es obvio, todas las personas con las que el Dr. Moody ha hablado han «regresado» desde algún punto de la experiencia. Por regla general, se ha producido en ellas un interesante cambio de actitud. Recordemos que los sentimientos más comunes informados en los primeros estadios de la experiencia eran un desesperado deseo de regresar al cuerpo y lamentaciones por el propio fallecimiento. Sin embargo, una vez que la persona había alcanzado cierta profundidad en la experiencia ya no quería regresar, e incluso se resistía a hacerlo. Así ocurrió, sobre todo, con los que habían ido lo bastante lejos para encontrarse con el ser luminoso. Como señaló un hombre de la manera más enfática: «Nunca quise abandonar la presencia de aquel ser». Las excepciones a esta generalización son frecuentemente aparentes, no reales. Algunas madres que tenían hijos pequeños en el momento de la experiencia le dijeron que, aunque por ellas mismas hubieran preferido seguir donde estaban, sintieron la obligación de regresar y educar a los hijos: “preguntaba si me quedaría allí, pero mientras lo hacia recordé a mi familia, mis tres hijos y mi marido. Lo que siguió es lo más difícil de decir: cuando en presencia de esa luz tuve esa maravillosa sensación ya no quise regresar. Sin embargo, me tomé mis responsabilidades en serio, y comprendí que tenía un deber con la familia. Por tanto, decidí regresar”. En algunos casos le han contado que aunque se sentían cómodos y seguros en su nueva existencia sin cuerpo, e incluso estaban gozando de ello, se sintieron felices de poder regresar a la vida física porque habían dejado sin hacer alguna tarea importante. En algunos casos tomó la forma de un deseo de completar una educación: “Llevaba ya tres años en el colegio y sólo me faltaba uno para terminar. Pensé: «No quiero morir ahora.» Creo que si la experiencia llega a durar un poco más, de haber estado más tiempo con esa luz, ya no habría pensado más en mi educación, pues me hubiera entregado totalmente a las cosas que estaba experimentando”.



Los relatos presentan una gran variación al llegar al momento del modo de regreso a la vida física y al motivo del retorno. Casi todos afirman que no saben cómo o por qué regresaron, o que sólo pueden hacer conjeturas. Unos pocos piensan que fueron sus propias decisiones de regresar al cuerpo y retornar a la vida terrena los factores decisivos: “Me hallaba fuera de mi cuerpo y comprendí que debía tomar una decisión. Sabía que no podía estar mucho tiempo así -muchos no podrán entender esto, pero para mí entonces estaba perfectamente claro-, por lo que tenía que decidir si me iba o regresaba. Era maravilloso poder cruzar al otro lado, y creo que quería quedarme. Pero, en cierta manera, saber que tenía algo bueno que hacer en la tierra era igual de maravilloso. Por tanto, pensé: «Sí, debo regresar y vivir», y volví el cuerpo físico. Casi estoy por creer que yo mismo detuve la hemorragia. En cualquier caso, lo cierto es que enseguida me recuperé”. Hay otros que piensan que la vida les fue permitida por «Dios» o por el ser de la luz, ya como respuesta a un requerimiento propio -generalmente porque la petición se hizo sin motivos egoístas-, o porque Dios o el ser tenían alguna misión para ellos: “Me encontraba encima de la mesa y podía ver todo lo que estaban haciendo. Sabía que me moría y que así sería, pero me preocupé por mis hijos y por quién cuidaría de ellos. Por tanto, no estaba preparada para irme y el Señor me permitió vivir”. Como recuerda uno de los entrevistados: “Dios fue bueno conmigo, pues estaba muerto y permitió que los doctores me resucitaran para cumplir un fin. Se trataba de ayudar a mi esposa, que tenía un problema alcohólico y no podía seguir adelante sin mí. Se encuentra mucho mejor ahora, y estoy convencido de que su mejoría tiene relación con lo que pasó”.



Una joven madre cuenta: “El Señor me envió de regreso, pero no sé por qué. Lo sentí allí y me di cuenta de que Él me reconoció y supo quién era yo. No se decidió a dejarme en el cielo, aunque desconozco el motivo. He pensado muchas veces en ello desde entonces y creo que era, o bien porque tenía dos niños pequeños que cuidar o porque yo personalmente no estaba preparada para ir allí. Todavía sigo buscando la respuesta y no puedo encontrarla”. En algunos casos, los entrevistados han expresado el sentimiento de que el amor o las oraciones de los otros los trajeron desde la muerte sin que para ello intervinieran sus propios deseos: “Estuve con mi tía mayor durante su última enfermedad, que fue muy prolongada. Ayudé a cuidarla, y todo el tiempo los miembros de la familia rezábamos para que recuperase su salud. Dejó de respirar varias veces, pero siempre se recuperaba. Finalmente, un días me miró, y me dijo: Joan, he estado allí, en el más allá, y es hermoso. Quiero quedarme, pero no puedo hacerlo si sigues rezando para que permanezca a tu lado. Tus oraciones me están sosteniendo aquí. Por favor, no reces más.» Todos dejamos de hacerlo y al poco tiempo murió”. Una mujer comunicó: “El médico dijo que había muerto, pero viví a pesar de ello. La experiencia que pasé fue muy alegre, carente de toda , sensación desagradable. Cuando regresé y abrí los ojos, mi hermana y mi marido me vieron. Podía ver su consuelo y las lágrimas que brotaban de sus ojos. Pude comprobar que era un alivio para ellos que sobreviviera. Sentía que había sido llamada -magnetizada- por el amor de mi hermana y mi marido. Desde entonces he creído que otra gente puede hacerte regresar”.



En algunos casos recuerdan haber retrocedido rápidamente por el túnel oscuro que atravesaron en los momentos iniciales de la experiencia. Un hombre recuerda que al morir fue impulsado hacia delante por un valle oscuro. Sintió que se aproximaba al final del túnel y, en determinado momento, oyó que lo llamaban desde atrás y volvió por el mismo camino. Algunos han experimentado el volver a entrar en sus cuerpos físicos. Sin embargo, la mayoría dicen que en el último momento de la experiencia se durmieron o quedaron inconscientes y que más tarde despertaron en sus cuerpos físicos: “No recuerdo haber entrado en mi cuerpo. Sentí que me dormía y de repente desperté y me vi en la cama. La gente que había en la habitación se encontraba en la misma posición que tenía cuando estaba fuera de mi cuerpo mirándolo y mirándolos”. Por otra parte, algunos recuerdan haber sido atraídos a sus cuerpos físicos con una sacudida al final de la experiencia: “Me encontraba en el techo viendo cómo trabajaban con mi cuerpo. Cuando pusieron conexiones en mi pecho y mi cuerpo saltó, sentí que mi cuerpo caía como un peso muerto. En mi siguiente visión ya estaba dentro de él”. O bien: “Decidí regresar, y cuando lo hice me pareció sentir una sacudida que me introdujo en el cuerpo, y en ese mismo momento volvía la vida”. En los informes en que el acontecimiento es recordado con algún detalle, la reentrada se hace «a través de la cabeza»: “Mi «ser» tenía un extremo grande y otro pequeño, y al final del accidente, tras haber estado suspendido sobre mi cabeza, volvió a entrar. Cuando dejó el cuerpo, lo hizo primero el extremo grande, pero al regresar fue el pequeño el que entró en primer lugar”.

Otra persona relata: “Cuando los vi recoger mi cuerpo y sacarlo del volante se produjo una especie de silbido y sentí que pasaba por un área limitada, creo que una especie de embudo. La oscuridad era profunda y me movía por ella rápidamente de regreso al cuerpo. Tenía la impresión de que la succión que me atraía se iniciaba en la cabeza, que entraba por ella. No tuve la sensación de haber tomado una decisión, y ni siquiera me dio tiempo de pensar en ello. Estaba a varias yardas del cuerpo y de repente me encontré en él. Ni siquiera tuve tiempo para pensar: «Estoy siendo succionado hacia el cuerpo»”. Las sensaciones que estaban asociadas con la experiencia persistieron algún tiempo después de haberse resuelto la crisis médica: “Al regresar, estuve llorando una semana por tener que vivir en este mundo después de haber visto el otro. No quería regresar”. Otra persona explica: “Cuando regresé, me llevé conmigo algunas de las maravillosas sensaciones que tuve allí. Duraron varios días, e incluso ahora las percibo algunas veces”. Y otro dice: “Esa sensación era indescriptible, y en cierta manera permaneció conmigo. Nunca la olvidé, y todavía pienso en ella con frecuencia”. Hay que dejar bien claro que una persona que ha pasado por una experiencia de este tipo no alberga dudas con respecto a su realidad y su importancia. Las entrevistas que ha hecho el Dr. Moody están frecuentemente adornadas con observaciones para precisar ese hecho. Por ejemplo: “Mientras estuve fuera del cuerpo me sentía sorprendido de lo que me estaba ocurriendo. No podía entenderlo, y sin embargo era real. Vi mi cuerpo con claridad desde fuera. Mi mente no estaba en una situación desde la que pudiera querer hacer algo o no hacer nada. No producía ideas. Me encontraba, simplemente, en ese estado de mente”. Y también: “No era una alucinación ni nada semejante. Una vez tuve una alucinación, cuando me dieron codeína en el hospital. Ocurrió mucho antes que el accidente en que «fallecí». Esta experiencia no tenía nada de alucinación”



Tales observaciones provienen de gentes muy capaces de distinguir el sueño y la fantasía de la realidad. Las personas a las que ha entrevistado el Dr. Moody están bien equilibradas y no cuentan sus experiencias como si hubieran sido sueños, sino como acontecimientos que les sucedieron realmente. A pesar de estar convencidos de la realidad e importancia de lo que les ha ocurrido, comprenden que la sociedad contemporánea no es un entorno en que informes de esa naturaleza puedan ser recibidos con comprensión. Algunos han dicho que se dieron cuenta desde el principio de que los otros los considerarían mentalmente inestables si relataban sus experiencias. En consecuencia, decidieron permanecer en silencio por lo que respecta a ese asunto o hablarlo sólo con parientes muy cercanos: “Fue muy interesante, pero no me gustaba hablar de ello con los demás, pues suelen mirarte como si estuvieras loco”. Otro de ellos recuerda: “Durante mucho tiempo no hablé de ello con nadie. No conté nada en absoluto. Me atemorizaba que nadie pensara que estaba contando la verdad y me dijeran: «Te estás inventando todo eso». Un día me decidí: «Bueno, veremos cómo reacciona mi familia ante ello», y lo conté, pero no lo he hecho con nadie más hasta ahora. Creo que mi familia pensó que había ido demasiado lejos”. Algunos trataron al principio de contárselo a alguien, pero no los creyeron y resolvieron desde entonces permanecer en silencio: “Sólo se lo he contado a mi madre. Un poco después del hecho le dije cómo me había sentido, pero era un niño y no me prestó mucha atención; por tanto, no hablé de ello con nadie más”. O bien: “Traté de comentarlo con un sacerdote, pero me dijo que había tenido una alucinación, así que mantuve la boca cerrada”. Otro dice: “Era muy popular en la escuela superior, aunque no dejaba de ser una más. Era partidaria, no líder. Tras aquella experiencia traté de hablar con los demás y automáticamente me consideraron loca. Intentaba contarlo y me escuchaban con interés, pero más tarde descubrí que decían: «Está ida.» Cuando vi que se había convertido en materia de bromas dejé de comunicarlo. Yo había estado intentando decir: «Fíjate qué cosa más extraña me ha ocurrido.» Trataba de que comprendiesen que necesitamos saber muchas cosas sobre la vida, más de las que yo hubiera podido imaginar, y más, por supuesto, de las que ellos creían”.



Otro entrevistado explica: “Al despertar, traté de hablar con las enfermeras sobre lo que había experimentado, pero me dijeron que no hablara, que sólo había estado imaginando cosas”. Y otro dice: “Enseguida te das cuenta de que los demás no lo aceptan con la facilidad que tú desearías. Por eso no intentas ir por ahí contándole esas cosas a todo el mundo”. Es curioso que de todos los casos que ha estudiado el dr. Moody sólo un médico revela cierta familiaridad con las experiencias de proximidad a la muerte o expresa alguna simpatía hacia ellas. Tras su experiencia de salir del cuerpo, una joven dijo: “Mi familia y yo preguntamos al doctor sobre lo que me había ocurrido, y éste dijo que era frecuente, en las personas con graves heridas o dolores, que el alma se saliera del cuerpo”. Teniendo en cuenta el escepticismo y falta de comprensión que acompañan a cualquier intento de expresar una de estas experiencias, no es sorprendente que casi todos los que la han pasado acaben pensando que es algo único que nadie más ha experimentado. Por ejemplo, un hombre dijo: «He estado en un lugar en el que nadie más ha estado». Con frecuencia, ha ocurrido que tras entrevistar a alguien preguntándole detalles de su experiencia y decirle que otros han tenido exactamente las mismas percepciones y han pasado por las mismas situaciones, esa persona se ha sentido aliviada: “Es muy interesante descubrir que otros han tenido la misma experiencia, pues no había entendido… Me alegro de haberlo oído y saber que alguien más ha pasado por ello. Ahora sé que no estoy loco. Siempre lo consideré como algo real, pero no hablé con nadie porque tenía miedo de que me miraran y pensaran: «Tu mente se paró al mismo tiempo que tu cuerpo.». Me imaginaba que alguien más habría pasado por esa experiencia, pero pensaba que probablemente nunca me encontraría con nadie que supiera de ellas, pues la gente no iba a ir por ahí contándolo. Si alguien, antes de haber pasado yo por ello, hubiera venido a contármelo, lo miraría y me preguntaría a mí mismo qué era lo que estaba tratando de sacar de mí, pues así nos comportamos en esta sociedad”. Todavía hay otra razón por la que algunos son reticentes a relatar esa experiencia. Piensan que es tan indescriptible, que se encuentra tan alejada de las posibilidades del lenguaje humano y de las formas de percepción y existencia terrestres, que carece de sentido intentarlo.



Como era razonable esperar, tal experiencia tiene un efecto profundo sobre las actitudes ante la muerte física, especialmente en el caso de quienes previamente no hubieran creído que ocurriese algo después de la muerte. En una u otra forma, casi todos han expresado que ya no temen a la muerte. Esta idea, empero, ha de ser clarificada. En primer lugar, ciertas formas de muerte resultan indeseables, y, en segundo lugar, ninguno de ellos busca activamente la muerte. Todos sienten que tienen tareas que realizar mientras estén físicamente vivos y se muestran de acuerdo con lo que dijo uno de ellos: «He de cambiar muchas cosas antes de irme de aquí». Igualmente, todos desaprueban el suicidio como medio de volver a las esferas que vislumbraron durante sus experiencias. La idea central es que el estado de muerte ya no les resulta lúgubre. Veamos un caso: “Supongo que esta experiencia modeló en cierta forma mi vida. Era un niño cuando me ocurrió, sólo tenía diez años, pero toda mi vida he estado convencido, a partir de entonces, de que hay vida después de la muerte. No me cabe la menor duda de ello, y no tengo miedo a morir. He conocido personas que se atemorizaban realmente ante la idea. Siempre sonrío interiormente cuando oigo a alguien dudar de la existencia de un más allá, o decir: «Cuando te has muerto, te has ido.» Pienso para mí mismo que no saben de qué hablan.Durante mi vida me han ocurrido muchas cosas. En el despacho he tenido una pistola apoyada en la sien, pero no he sentido apenas miedo, pues pensaba: «Si realmente muero, si de verdad me matan, sé que viviré en otro lugar»”.



Incluso los que con anterioridad a la experiencia habían tenido alguna convicción tradicional sobre la naturaleza del más allá parecen haberse separado un poco de ella para seguir su propia aproximación a la muerte. De hecho, en todos los informes que ha reunido el Dr. Moody, nadie hace un cuadro mitológico de lo que hay al otro lado. Ninguno ha descrito las puertas nacaradas de los dibujantes, ni las calles doradas, ángeles alados tocando el arpa, ni un infierno de llamas con demonios con horcas. En la mayor parte de los casos se abandona el modelo de recompensa-castigo, incluso por parte de quienes estaban acostumbrados a pensar en esos términos. Descubrieron, para su sorpresa, que incluso cuando sus actos aparentemente más horribles y pecaminosos se hacían manifiestos ante el ser luminoso, éste no respondía con cólera, sino con comprensión e incluso con humor. Una mujer que pasó por la etapa de la revisión de la vida con ese ser vio algunas escenas en las que en lugar de amor había demostrado egoísmo. «Su actitud -cuenta ella-, cuando llegamos a esas escenas, era que con ellas había estado aprendiendo». En lugar del viejo modelo, muchos se han vuelto hacia uno nuevo, a una nueva comprensión del mundo del más allá; una visión sin juicios unilaterales, con un desarrollo cooperativo hacia el fin último de la autorrealización. De acuerdo con estas nuevas visiones, el desarrollo del alma, especialmente por lo que se refiere a las facultades espirituales del amor y el conocimiento, no se detiene tras la muerte; continúa en el otro lado, quizá eternamente, pero con toda seguridad por un tiempo y una profundidad que sólo podremos vislumbrar, mientras estemos en los cuerpos físicos, «a través de un cristal, misteriosamente».



Es natural plantearse ahora la cuestión de si es posible adquirir alguna evidencia de la realidad de las experiencias cercanas a la muerte, independiente a la misma descripción de las experiencias. Muchas personas informan que han estado fuera de sus cuerpos durante largos periodos y que han sido testigos de muchos acontecimientos del mundo físico mientras tanto. ¿Pueden comprobarse algunos de esos informes con otros testigos que hubieran estado presentes, o con acontecimientos posteriores que los confirmen, siendo de esta forma corroborados? En bastantes casos, la sorprendente respuesta a esa pregunta es afirmativa. Incluso puede decirse que la descripción de los acontecimientos vistos desde fuera del cuerpo suele ser muy comprobable. Algunos doctores, por ejemplo, me dijeron que han quedado muy desconcertados por la forma en que pacientes sin conocimientos médicos podían describir, correctamente y con todo detalle, el procedimiento utilizado en los intentos de reanimación, aunque estos acontecimientos hubieran tenido lugar cuando los doctores sabían que los pacientes estaban «muertos». En algunos casos, los entrevistados han informado de que sorprendieron a sus doctores o a otras personas con la descripción de acontecimientos que habían visto mientras estaban fuera del cuerpo. Por ejemplo, cuando estaba muriendo, una joven salió de su cuerpo y pasó a otra sala del hospital, donde se encontró con su hermana mayor que lloraba, y decía: «¡Oh, Kathy; por favor, no mueras; por favor, no mueras!» La hermana mayor quedó sorprendida cuando, posteriormente, Kathy le dijo exactamente dónde había estado y lo que había dicho en esos momentos.



En los dos extractos siguientes se describen acontecimientos similares: “Cuando todo hubo terminado, el doctor me dijo que había estado muy grave, y le contesté: «Ya lo sé.» «¿Cómo lo sabe?» «Puedo decirle cuanto ha ocurrido.» No me creía, así que se lo conté todo, desde el momento en que dejé de respirar hasta que volví a la vida. Él se sorprendió mucho de que supiera todo eso. No sabía qué decir, pero vino a verme en varias ocasiones para preguntarme cosas sobre ello”. “Cuando desperté después del accidente, mi padre se encontraba allí, y yo ni siquiera quería saber cómo estaba, o lo que pensaban los doctores qué ocurría. Sólo deseaba hablar de la experiencia que pasé. Le conté a mi padre quién había sacado mi cuerpo del edificio, y hasta le describí el color de sus ropas y la conversación que sostuvieron. Éste afirmó que todo era cierto. Mi cuerpo había estado inánime todo ese tiempo, y no hubiera podido ver u oír todas esas cosas de no encontrarme realmente fuera de él”. En unos cuantos casos el Dr. Moody ha podido obtener testimonios independientes que corroboraban tales acontecimientos.



Para terminar incluimos un relato excepcional que encierra muchos de los elementos ya comentados. Contiene además una variante única de la que no hemos hablado antes: el ser luminoso le habla de antemano de su inminente muerte y decide luego dejarlo vivir: “Cuando aquello ocurrió padecía, y sigo padeciendo, una grave asma bronquial con enfisema. Un día tuve un ataque de tos y se me produjo una ruptura en la parte inferior de la espina dorsal. Durante dos meses consulté a varios médicos, pues me causaba un dolor terrible, y finalmente uno de ellos me remitió a un neurocirujano, el doctor Wyatt. Me examinó y dijo que debía ingresar inmediatamente en un hospital, lo que hice sin demoras. El doctor Wyatt sabía que tenía una grave enfermedad respiratoria y llamó a un especialista pulmonar, quien habló de consultar al anestesista, doctor Coleman, sobre la conveniencia de dormirme. El especialista pulmonar me trató durante tres semanas con el fin de que el doctor Coleman pudiera anestesiarme. Este último, aunque bastante preocupado, un lunes dio su consentimiento. Planearon la operación para el viernes siguiente. El lunes por la noche me dormí y tuve un sueño tranquilo hasta la madrugada del martes, en la que desperté con graves dolores. Me di la vuelta y traté de colocarme en una postura más cómoda, y en ese momento apareció una luz en una esquina de la habitación debajo del techo. Era una bola de luz, casi como un globo, pero no muy grande. Diría que no más de doce o quince pulgadas de diámetro. Al aparecer la luz tuve una sensación. Mentiría si dijera que era horripilante. Era una sensación de paz completa y relajación profunda. La luz extendió una mano hacia mí y me dijo: «Ven conmigo. Quiero enseñarte algo.» Inmediatamente, sin la menor vacilación, alcé mi mano y me cogí a la suya. Al hacerlo, tuve la sensación de ser arrastrado fuera de mi cuerpo, y al mirar hacia atrás lo vi allí, tumbado sobre la cama, mientras yo me elevaba hacia el techo de la habitación. Nada más abandonar el cuerpo, tomé la misma forma que la luz. Sentí -he de utilizar mis propias palabras para ello, pues nunca he oído a nadie contar algo semejante-, que esta forma era un espíritu. No era un cuerpo, sino un jirón de humo o de vapor. Parecía como el humo de un cigarrillo iluminado al ascender hacia una lámpara. Sin embargo, mi forma actual tenía colores. Había naranja, amarillo y otro que no podía diferenciar muy bien…, podía ser un índigo, un color azulado. Aquel espíritu no tenía la forma de un cuerpo. Era aproximadamente circular, aunque tenía lo que podíamos llamar una mano. Lo sé porque cuando la luz me tendió la suya yo se la cogí. El brazo y la mano de mi cuerpo seguían con él, pues pude verlos sobre la cama al lado de mi cuerpo cuando me elevaba hacia la luz. Cuando no utilizaba la mano espiritual, el espíritu recobraba la forma circular. Fui atraído hasta la posición de la luz y ambos atravesamos el techo y la pared de la sala del hospital, traspasamos un corredor y creo que unos suelos hasta pasar a un piso inferior. No teníamos dificultad para atravesar puertas o paredes, pues desaparecían de nuestra vista cuando nos aproximábamos a ellas. Durante ese periodo me pareció que nos movíamos. Mejor dicho, sabía que nos estábamos moviendo, aunque no hubiera sensación de velocidad. En un momento, casi instantáneamente en realidad, me di cuenta de que habíamos llegado a la sala de recuperación del hospital. Ni siquiera sabía entonces en qué parte del mismo se encontraba, pero llegamos allí y de nuevo nos encontramos en una esquina de la habitación cercana al techo. Pude ver a los doctores y enfermeras con sus trajes verdes y las camas que allí había. Entonces me dijo el ser -me enseñó-: «Ahí te van a llevar. Cuando te saquen de la mesa de operaciones te pondrán en esa cama, pero nunca despertarás. No te darás cuenta de nada desde que te lleven a la mesa de operaciones, hasta un poco después, que vendré por ti.» No dijo esto con palabras. No era una voz audible, pues, si así hubiera sido, la habrían oído los que se encontraban en la habitación. Era más bien una impresión que me llegaba, pero en forma tan vívida que yo no podía decir que no la había oído o sentido. Era bien definida. Con respecto a lo que veía…; bueno, era mucho más fácil reconocer las cosas estando en forma espiritual. Me preguntaba qué era lo que estaba tratando de enseñarme. Inmediatamente supe lo que tenía en su mente. No había duda. Aquella cama -la cama de la derecha según se entra del corredor- era donde iba a estar y que me sacaría de allí con un propósito determinado. Luego me explicó el motivo. No quería que tuviese miedo cuando llegara el momento de que mi espíritu abandonara el cuerpo, pero sí que conociese la sensación que se tenía al pasar por ese punto. Quería asegurarse de que no tendría miedo, pues el paso no sería inmediato; tendría que atravesar otras etapas primero, pero él lo supervisaría todo y estaría esperándome al final. Cuando me uní a él para viajar hasta la sala de recuperación y me había convertido yo mismo en un espíritu, en cierta manera nos habíamos fusionado en uno. No obstante, seguíamos siendo dos espíritus separados. Él tenía pleno control de cuanto iba sucediendo en lo que respecta a lo que me concernía a mí. Incluso si viajábamos a través de las paredes y los techos, tenía la impresión de que seguíamos en tan estrecha comunicación que nada podía molestarlo. Nunca había sentido esa paz, esa calma y serenidad. Tras decirme aquello, regresamos a mi habitación y volví a ver mi cuerpo en la misma posición en que lo dejamos. Creo que estuve fuera de él unos cinco o diez minutos, pero el paso del tiempo no tenía nada que ver con aquella experiencia. De hecho no recuerdo si alguna vez pensé en que el tiempo estaba pasando. Me había cogido tan de sorpresa que estaba anonadado. Era tan vívido y real…, más que una experiencia ordinaria. A la mañana siguiente no experimentaba el menor miedo. Al afeitarme no sentí temblor en la mano, como me venía ocurriendo desde hacía seis u ocho semanas. Sabía que iba a morir, pero no me daba pena ni miedo. No pensaba siquiera en si podía hacer algo para evitarlo. Estaba preparado. En la tarde del miércoles, un día antes de la mañana de mi operación, me encontraba en la habitación del hospital y me sentí preocupado. Mi esposa y yo teníamos un hijo, un sobrino adoptado, que nos estaba causando problemas. Decidí escribirles una carta a cada uno, expresándoles mis preocupaciones, y esconderlas en donde no pudieran ser encontradas hasta después de la operación. Cuando ya había escrito dos páginas a mi esposa, mis ojos se abrieron y rompí a llorar. Sentí que alguien estaba presente, y pensé que había llorado tan alto que una enfermera se acercaba para ver qué me pasaba. Pero no había oído abrir la puerta. De nuevo sentí aquella presencia, pero sin ver ninguna luz esa vez. Al igual que antes, me llegaron pensamientos y palabras: «Jack, ¿por qué estás llorando? Pensé que te gustaría estar conmigo.» «Sí, me gusta, lo deseo con fuerza.» «¿Por qué estás llorando, entonces?» «Tenemos un problema con nuestro sobrino, y temo que mi esposa no sepa cómo solucionarlo. Estoy tratando de ponerle en palabras cómo me siento y lo que quiero que ella haga por él. También estoy preocupado porque creo que mi presencia habría contribuido algo a solucionarlo». Entonces volví a sentir sus pensamientos: «Como te estás preocupando por alguien más y pensando en los otros, te garantizo que tendrás lo que deseas. Vivirás hasta que tu sobrino se haya hecho un hombre.» Después se fue. Dejé de llorar y destruí la carta para que mi esposa no la encontrase accidentalmente. Aquella tarde, el doctor Coleman entró a verme y me dijo que esperaba tener problemas para hacerme dormir y que no debía sorprenderme de despertar y encontrarme con muchos cables, tubos y máquinas rodeándome. No le conté mi experiencia, limitándome a asentir y decirle que cooperaría. A la mañana siguiente la operación fue muy larga, pero salió bien. Cuando estaba recuperando la conciencia, el doctor Coleman se encontraba allí, y le dije: «Sé exactamente dónde me encuentro.» Él me preguntó: «¿En qué cama?» «En la primera de la derecha, según se entra en la sala.» Se rió y pensó que estaba hablando por efectos de la anestesia. Iba a decirle lo ocurrido, pero en ese momento entró el doctor Wyatt, y dijo: «Está despertando ahora. ¿Qué piensa hacer?» El doctor Coleman respondió: «No tengo que hacer nada. Nunca en mi vida me he sorprendido tanto. Estoy aquí con todo ese equipo preparado y no necesita nada.» El doctor Wyatt replicó: «Todavía ocurren milagros.» Cuando me levanté y vi lo que me rodeaba me encontré en la misma cama que la luz me había mostrado días antes. Hace tres años de esto, pero sigue tan vívido como entonces. Ha sido lo más fantástico que me ha ocurrido nunca y me ha cambiado. Sólo he hablado de ello con mi esposa, mi hermano, mi sacerdote y con usted. No sé cómo contarlo, es muy difícil de explicar. No trato de producir un gran shock en su vida ni de fanfarronear. Pero después de aquello ya no tengo dudas. Sé que hay vida después de la muerte”.

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