jueves, 13 de mayo de 2010
LA LEY DEL AMOR
LA LEY DEL AMOR
Francisco Manuel Nácher
Todo lo que querríais que hicieran
los demás por vosotros, hacedlo
vosotros por ellos, porque eso
significan la Ley y los Profetas.
Mateo 7:12
- ¿Cómo hay gente que, sabiendo que no es cierto lo que dicen, lo
dicen? Hay que ser ciego o loco, o no sé cómo calificarlo, para decir
que lo que estás viendo que es blanco, es negro y que lo verdadero es
falso o lo falso, verdadero.
- No es tan difícil de entender. Pero, de esa histórica
incomprensión - y, precisamente, por parte de los más evolucionados,
los que saben distinguir entre el blanco y el negro, y precisamente
demostrando que han caído en la misma trampa que aquéllos a los que
descalifican - han nacido toda la violencia y todas las miserias de las que
la Humanidad ha sido víctima.
- ¿Entonces resulta que el equivocado soy yo?
- No es que estés equivocado. Es que, creyéndote superior, o más
en lo cierto, o con más derecho, haces lo mismo que aquél a quien
condenas: Despreciarlo. Y con ello sólo demuestras que esa superioridad
tuya es imaginaria.
- O sea, que yo no sé lo que es bueno y lo que es malo y lo que es
verdad y lo que no lo es.
- No se trata de que sepas distinguirlo. Lo importante es el uso que
haces de ello.
- No te entiendo.
- Mira. Tú sabes que, en última instancia, el progreso de la
humanidad, en cualquier campo, se debe siempre a su conocimiento y
manejo de las leyes naturales que va descubriendo.
- No estoy tan seguro.
- Bueno, te pondré algunos ejemplos y te convencerás: El hombre
primitivo que, ignorando que la frotación de los cuerpos transforma la
energía del movimiento en calor, no podía calentar un leño frotándolo;
es decir, podía, pero eso para él no tenía objeto ¿no?
- Por supuesto.
- Sigamos. Si ese hombre no sabía tampoco que, al alcanzar cierta
temperatura, el leño ardía, tampoco tenía sentido para él frotar el leño.
Pero, para el que conocía ambos fenómenos - que no son sino la
plasmación en la realidad de dos leyes naturales (toda frotación produce
calor y cada cuerpo tiene su temperatura de ignición) - la cosa era fácil:
Utilizó - obedeció, en términos exactos - ambas leyes y, mediante ello,
obtuvo el fuego. ¿Quieres más ejemplos? Tú mismo, y yo, y todos, de
recién nacidos cuando, desde la cuna alzábamos los brazos para alcanzar
la bombilla del techo o el osito de peluche del estante, ignorábamos la
existencia de la distancia y por eso intentábamos cosas imposibles. ¿Y
qué pasó? Pues pasó que con la repetición de intentos infructuosos,
aprendimos la ley (para alcanzar algo con la mano ha de estar a menor
distancia de lo que da de sí el brazo) y, desde entonces, alargamos la
mano hacia lo que sabemos que podemos alcanzar - la frase es "lo que
tenemos a mano" - y renunciamos a aquello que no alcanzamos o nos
valemos, para alcanzarlo, de otro conocimiento - herramientas - lo cual
no es sino la utilización de otras leyes naturales, que ya hemos
aprendido.
- Comprendo por dónde vas.
- Y, si sigues examinando cuantas cosas quieras, cuantas
actuaciones desees, siempre te encontrarás con la misma respuesta: Sólo
se trata de conocer las leyes naturales y luego, obedeciéndolas,
utilizarlas para conseguir lo que nos propongamos.
- ¿Por qué obedeciéndolas?
- Pues porque, si no las obedeces, las leyes naturales no te ayudan.
Si el hombre primitivo no obedecía la ley del calentamiento por
frotación o la de que hay que elevar la madera a su temperatura de
ignición, ¿cómo podía conseguir fuego? Y si tú y yo y todos, no
obedecemos la ley de las distancias y tratamos de asir con las manos
algo más allá de nuestro alcance, estamos repitiendo nuestra intentona de
bebés. Las leyes naturales hay que descubrirlas, conocerlas y
obedecerlas, que equivale a decir "utilizarlas" .
- Bien, ¿y qué tiene esto que ver con que yo estoy al mismo nivel
que el que no distingue lo verdadero de lo falso?
- Pues tiene mucho que ver. Lo mismo que esas leyes que te he
expuesto se refieren al mundo físico, el mundo que vemos y tocamos,
también hay leyes naturales, - es decir, superiores al hombre, que les
está sometido y no puede sustraerse a ellas - y que rigen el mundo de los
sentimientos y de las emociones y aún el mundo del pensamiento. Y esas
leyes, por ser leyes naturales, es decir, consustanciales al mundo, al que
están configurando permanentemente, son infranqueables para el
hombre y - quizás por no ser obra del hombre sino de Dios, de la
naturaleza o como lo quieras llamar - no se pueden incumplir, es decir,
ignorar, si se quiere uno desenvolver normalmente. Mejor dicho: Se
pueden incumplir, pero la consecuencia del incumplimiento se
producirá, sin tener en cuenta ni la intención del infractor, ni su carácter,
ni su edad, sexo o condición y, además, de modo inevitable. Por
ejemplo: Tú puedes arrojar una piedra a lo alto, pero esa piedra volverá a
caer a la tierra; tardará más o menos, pero caerá cumpliendo la ley de
gravedad; o puedes arrojarte por la ventana y aletear como un pájaro
pero, como no eres un pájaro y no cumples las leyes que permiten volar,
te estrellarás contra el suelo; o puedes ingerir un veneno, infringiendo la
ley que te obliga a vivir y, salvo que uses un antídoto - lo cual sería
emplear, es decir, obedecer otra ley natural - te morirás. Y así podría
ponerte miles de ejemplos.
- ¿Y cuál es esa ley que yo infrinjo igual que el ignorante que
llama negro al blanco?
- Son varias. La primera establece que todo hombre, en cualquier
instante de su vida, posee - y ajusta su conducta a ella - una escala de
valores.
- ¿A qué llamas tú aquí una escala de valores?
- Pues, a una serie de cosas que te son importantes, por necesarias
o convenientes, ordenadas de mayor a menor interés, es decir que,
cualquier valor tú estás dispuesto a sacrificarlo en favor de otro que esté
por encima en tu escala de valores.
- No sé...
- Eso es exactamente así. Es una ley. Y lo vas a ver: Tú, por
ejemplo - y sólo es un ejemplo, pues yo no puedo conocer tu escala de
valores - tienes como primer valor la conservación de la vida (salud,
alimentos, etc.), después las posesiones (dinero, bienes, etc.), luego los
placeres, etc. Si tienes dinero pero peligra tu vida, que está por encima
en tu escala de valores, ¿no sacrificarás el dinero que haga falta para
salvarla?
- Hombre, claro.
- Y, si peligra tu fortuna, ¿no sacrificarás los placeres para
conservarla?
- Sí. En el supuesto que tú has propuesto, sí.
- Claro, ahí estaría precisamente la diferencia, por ejemplo, entre
un personaje calderoniano o de Lope de Vega, en cuya escala de valores
el honor estaba por encima de la vida, y otro, con esos valores
invertidos.
- Ya comprendo. Sigue.
- Sigo. La segunda ley natural, a este respecto, establece que esa
escala de valores, a lo largo de la vida e, incluso, a veces, a lo largo del
día, va variando su orden de prelación. Por ejemplo, para el niño, el
jugar está por encima del aprender pero en un adulto es lo lógico que ese
orden se invierta. Tú te puedes levantar hoy, por ejemplo, con la amistad
por encima de la propia estimación pero luego, cuando tu amigo te
ofende, cambias el orden, sacrificas la amistad al amor propio y le
contestas "debidamente" a tu amigo.
- ¿Y?
- Falta, para aclarar el caso que nos ocupa, una tercera ley natural,
muy importante y muy ignorada, que establece que cada hombre hace
todo lo que hace lo mejor que puede, de acuerdo con su escala de valores
de ese momento.
- Hombre, eso es un poco raro ¿no? Porque puede conducir a que
todo tenga una justificación.
- Exactamente. No una justificación, pero sí una explicación que lo
haga comprensible. Y la ignorancia de eso es lo que ha producido la
miseria de la Humanidad.
- ¿Quieres decir que hay que justificar, por ejemplo, al asesino, al
violador o al ladrón, por ponerte tres ejemplos bien claros?
- No quiero decir, en modo alguno, que la sociedad tenga que
justificarlos sino que, en el momento de cometer sus respectivos delitos,
ellos actuaron de acuerdo con su escala de valores de entonces.
- Por tanto ¿qué debe hacer la sociedad? ¿Agradecerles su delito?
- No. La sociedad, que ha establecido también su escala de valores
que, teóricamente es la suma o el compendio o, mejor, la media
aritmética, de las escalas de valores de la mayor parte de sus
componentes, espera y exige que todos sus miembros ajusten a ella su
propia escala de valores - esa es la principal misión de la educación - y
actúen en consecuencia. Y, cuando no ocurre así, obviamente, queda
demostrado el carácter antisocial de esa conducta - ojo, he dicho de esa
conducta y no de esa persona - y reacciona como tiene establecido, es
decir, separándolos de la sociedad, y metiéndolos en la cárcel con el fin
de que paguen su delito. Y ahí está el error.
- ¿Error por qué? ¿Es que no son delitos? ¿Es que no son
delincuentes?
- Sí. Son delitos. Y, si al que comete un delito se le llama
delincuente, son delincuentes. Pero sólo en el momento de delinquir.
¿Tú no has tenido nunca la tentación e incluso te has recreado en ella, de
"cargarte" a alguien o de aprovecharte de alguien o de apropiarte de algo
ajeno o, incluso, no has hecho nunca nada ilícito? ¿Eres delincuente por
eso? No, pero solamente porque la sociedad no lo sabe. No. La manera
de restablecer el equilibrio jurídico, alterado por el delito, no consiste en
castigar.
- ¿En qué consiste, pues?
- Sencillamente, en cambiar la escala de valores, de modo
permanente, a los que tú llamas delincuentes. ¿A ti no te ha remordido
algo la conciencia, aunque los casos más conocidos no se han dado en
nuestro país, cuando has sabido que se había ejecutado en la cámara de
gas o en la silla eléctrica a un delincuente, equis años después de su
delito, cuando ese delincuente había manifestado su arrepentimiento
sincero, había escrito libros, había estudiado carreras, en una palabra,
había dado más garantías que muchos hombres en libertad, de que podía
ser un ciudadano ejemplar? ¿Y por qué te remordía la conciencia por
aquella muerte y te parecía injusta? Pues porque ese hombre te constaba
que había reestructurado, de modo fiable, su escala de valores, es decir,
que no era probable que, en las mismas circunstancias, repitiese lo que
hizo. ¿Tú no sabes que lo que hace avanzar a la Humanidad y a cada uno
de sus componentes es, precisamente, la comisión de errores y su
enmienda posterior, es decir, el "aprender la lección”? ¿No ves que el
verdadero mérito no está en la "inocencia", que supone inactividad y,
por tanto inexperiencia, sino en la "virtud", que presupone haber caído,
haberse levantado y haber aprendido la lección que incluye,
inexcusablemente, el propósito de enmienda?
- Sí. Me parece razonable. Pero acaba de aclararme el asunto al que
íbamos.
- Ahora ya puedo hacerlo: Si tú ves una cosa blanca y otra negra,
como tú dices, es decir, si un asunto te parece correcto y otro no, es
sencillamente porque el primero está por encima del segundo en tu
escala de valores.
- ¿Así de sencillo? Y ¿qué pasa con los otros?
- Pues que su escala de valores está estructurada al revés,
sencillamente.
- Entonces resulta que ya no hay nada bueno ni nada malo y que
todo es café con leche, ¿no?
- No. Lo que pasa es que los conceptos de bueno y malo, como los
de bonito y feo, caliente y frío, este y oeste o verdadero y falso, son
conceptos relativos y no absolutos, dependiendo siempre de la jerarquía
de valores de cada uno y de la sociedad en que vive. Lo que para ti es
superfluo, para un necesitado puede ser vital. Lo que para ti es frío, para
un esquimal puede ser agradable. Lo que para ti es irrespirable, para un
sherpa es lo normal...
- ¿Y qué? Volvamos al violador, por ejemplo ¿cómo lo explicas?
- Muy sencillo. Fíjate: Hasta puede ocurrir que su escala de valores
sea parecida a la tuya o a la mía. Pero, en un determinado momento, el
deseo sexual, que está normalmente por debajo del respeto a los demás,
pasa a un lugar preferente y él actúa de acuerdo con su escala de valores
haciendo lo que en ese momento es lo mejor que puede hacer. Otra cosa
será que esa conducta sea la correcta, a tenor de la escala de valores de
la sociedad que, como te he dicho, es la quintaesencia de las de sus
componentes. Recuerda que en la edad de piedra el hombre iba a la caza
de hembras y estaba bien visto, lógicamente, a tenor de la escala de
valores de aquella sociedad. Y otra cosa será que, si se ha producido esa
transposición rápida en el violador, ello se deba a que su escala de
valores no es aún lo suficientemente firme en ese aspecto. Pero él actuó
lo mejor que podía y sabía actuar. Y la labor de la sociedad, si desea que
no vuelva a violar, ha de consistir en cambiar, de forma firme y estable
esa escala de valores.
- ¿Y con relación a lo nuestro?
- Pues lo mismo. Las personas que tú acusas, para ti equivocadas o
malintencionadas, han actuado de acuerdo con su escala de valores y,
aunque a ti te pese, han hecho lo mejor que podían hacer. ¿Que resulta
que, por ejemplo, se han vendido? Pues eso será porque en su escala de
valores el dinero está por encima de la veracidad. Pero ¿hasta qué punto
tienes tú que ponerte furioso y despreciarlos, cuando no hay relación de
causa a efecto entre su actuación y tu cólera, sino entre su actuación y la
estructura de tu escala de valores? ¿Tú no comprendes que, si es cierto
que ellos han trasladado el dinero por encima de la veracidad, tú has
trasladado el odio y el desprecio por encima del respeto a tus
semejantes? ¿En qué puedes considerarte mejor?
- Hombre, visto así, tienes razón. Pero, si todo lo que me dices es
como me lo dices, ¿cómo es que nadie se ha dado cuenta hasta ahora?
- Claro que se han dado cuenta. ¿Qué crees que significa aquello de
"no juzguéis y no seréis juzgados" o aquello de que "el que esté libre de
culpa que arroje la primera piedra" o aquello, definitivo, de "ama a tu
prójimo como a ti mismo"? Y ¿qué crees que han predicado todos los
fundadores de religiones y todos los filósofos importantes? Lo que
ocurre es que también la Humanidad va errando y aprendiendo de sus
errores. Y por eso las leyes van cambiando, generalmente a mejor; y por
eso aparecen la Cruz Roja y Cáritas y la Unicef y Manos Unidas y
Proyecto Hombre y la Madre Teresa de Calcuta y la Declaración de los
Derechos Humanos y los del Niño y la equiparación de la mujer al
hombre, y todo eso está cada vez más de moda; porque la Humanidad se
va concienciando, va ha asimilando sus errores y va reajustando su
escala de valores. ¿Que quedan aún racistas, fanáticos religiosos o
antirreligiosos, intransigentes? Claro que quedan. Pero la dirección que
ha de seguir ya la tiene clara la Humanidad. Y, mira como todas esas
organizaciones internacionales, e incluso las constituciones de muchos
países, ya no hacen diferencias basadas en el sexo, la raza, la religión, la
clase social, la cultura, las ideas políticas o cualquier cosa que no sea la
característica de pertenecer al género humano. Se fijan en el hombre. Y,
en ese camino, pronto habrá voces pidiendo que se estudie y se proclame
y se haga propia la nueva ley que el hombre acaba de descubrir, la única
solución de la Humanidad: La Ley del Amor. Y, curiosamente, resultará
así que la ciencia acabará coincidiendo, al fin, con la religión, y se habrá
cerrado un período de la historia de la evolución del hombre.
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