lunes, 22 de marzo de 2010

LA MUJER Y SU OBRA


La mujer y su obra

(Carta a los Estudiantes, de julio de 1929, por la Sra. Heindel)

Si fuéramos a creer la profecías y las pruebas que sirven a los augures de desgracias y a los
pesimistas para llegar a conclusiones concernientes al futuro destino de la mujer moderna, estaríamos
para creer que la Humanidad va por una ladera deslizándose precipitadamente hacia el infierno.
La era de la libertad y de la emancipación de la mujer a que hemos arribado, ha sido causa de
inevitables controversias, que es lo que siempre ha sucedido cuando se ha efectuado algún
cambio en el mundo. La gente, por regla general, es pesimista, dispuesta siempre a comparar
negativamente el período en que viven, en relación con el en que vivieron sus antepasados;
así, a menudo, se dice que la Humanidad era más pura y virtuosa en tiempos pasados. Pero,
basta leer la Biblia y la historia antigua, con todas sus guerras y matanzas, para convencernos
de que nuestros antepasados eran más pecadores y rebeldes de lo que lo somos nosotros
en la actualidad. Mirando hacia atrás en la historia, encontramos que cada edad ha
tenido sus vicios y sus virtudes.

En toda época, en la historia de cada país, podemos trazar la influencia de la mujer
modelando el destino de los pueblos, y ver cómo su refinamiento ha logrado sostener al
hombre para que no cayera en la brutalidad. La pura y dulce naturaleza de la mujer, al par
que su inspiradora influencia, han infundido valor y perseverancia al sexo fuerte. Entre
los dolores y las labores del alumbramiento, ha dado al país sus grandes hombres.
Sobre la madre ha recaído la responsabilidad de proporcionar una forma a la vida de sus
hijos. Su cuerpo ha sido la cuna donde se ha abrigado el diminuto cuerpecillo que ha de
ser habitado por el ego que viene. A ella le ha encomendado Dios las vidas y, en gran
parte, la modelación de los caracteres de los hombres, que han servido de instrumentos
para la construcción de las grandes ciudades de nuestros países. Y, por todo ello, miramos
a la mujer como el más poderoso factor en la obra del mundo. Si fuera posible hacerla
comprender y que despertara al sentimiento de la magnitud de su poder, si pudiera darse
cuenta cabal de su potencia y de la influencia
que tiene para el bien o para el mal, haría mejor uso de su tiempo y de sus oportunidades.
Se nos dice en la página 42 del Concepto Rosacruz del Cosmos que la mujer, en la antigua
Lemuria, fue la originadora de la cultura. Se la enseñó a desarrollar la imaginación, y las
primeras ideas sobre el bien y el mal fueron expresadas por ella. Desarrolló la idea del
"bien vivir" y, a este respecto, ha ido a la vanguardia siempre.
Es hacia la mujer hacia la que la Humanidad debe volver los ojos para redimirse del pecado
y del sufrimiento. La madre ha sido el símbolo de la fe y del amor para sus hijos. Y no importa
cuán a menudo pequen o cuántas veces se aparten de la senda del honor y de la rectitud,
llevan en sus corazones implantados los ideales de pureza y de amor. La maternidad es
el mismo cimiento sobre el que todo el mundo reposa. Abraham Lincoln rindió el siguiente
tributo a su madre. "Todo cuanto soy o cuanto espero ser, se lo debo a mi madre."
Allí donde las mujeres son fuertes y virtuosas, los países prosperan, pero lo contrario sucede
allá donde la moral de la mujer se relaja. Los augures de calamidades se pasan la vida diciendo
que la mujer de hoy en día se está dando al diablo y arrastrando al hombre con ella. Pero,
si comparamos la situación del presente con la que nos muestra la historia de las edades
pasadas, llegamos a la conclusión de que los tiempos y la evolución del hombre han dado
origen a cualidades en la naturaleza de la mujer que son indispensables, dadas las
condiciones de la existencia en la actualidad. Cada paso hacia delante trae
consigo sus problemas y sus cambios.

Siempre tropezamos con un elemento de la sociedad que es apto para usar de su influencia
en la accesión y diseminación del mal; por lo general, se halla entre los ricos ociosos y las
gentes pusilánimes por naturaleza. Así lo dice el viejo proverbio: "En la cabeza de los
ociosos el diablo monta su taller". La mujer ociosa fácilmente se enreda con compañías que
la arrastran hacia abajo; es como la mariposa, que se lanza sobre la llama, que le chamusca las alas.
Vemos que, con frecuencia, la mujer que se mantiene muy protegida contra las asperezas
de la vida se desarrolla con carácter débil y que, cuando llega el tiempo de la adversidad,
cuando las circunstancias la arrojan al inmisericorde y cruel mundo, es incapaz de gobernarse
y hacerse dueña de la situación. Cuando la protección continúa todo el tiempo, se
torna egoísta, centra todas las cosas en sí
misma, haciéndose egocéntrica. Tal mujer es, por regla general, inepta para abrirse camino en
el mundo y se pierde con mayor facilidad que su otra hermana más libre, la mujer que se ha
pelado los codos contra las rigurosidades del mundo; ésta, con la mayor facilidad, sale
incólume en las grandes pruebas de la vida.

La independencia sin precedentes de que la mujer disfruta hoy, se ha subido a la cabeza
de algunas de nuestras hermanas más débiles, que se han convencido de que libertad
es sinónimo de licencia. Afortunadamente, el número de estas desventuradas es una minoría.
A causa de la publicidad que se da a los actos de las mujeres que se salen de lo ordinario, el
mundo está pronto a sacar conclusiones consistentes en juzgar la moralidad de todo
el sexo por lo que hacen unas cuantas "adelantadas" , a las que les encanta ponerse a la luz
del proyector para mejor atraer la atención. Mas, juzgando las cosas con serena crítica,
imparcialmente sopesando la presente situación y teniendo en cuenta cuál es, en realidad,
el estado mental y moral de la mujer moderna, hay que sentirse orgulloso de ellas y de su
intelectualidad, viendo en qué nivel tan superior están en comparación con sus antepasadas
femeninas. En consecuencia, tenemos que reconocer que las innovaciones del presente
han de dar muy satisfactorios frutos en lo venidero.
En el día de hoy, muchas mujeres son ejemplos vivientes de fortaleza y de perseverancia,
siendo esto una demostración de lo que ellas pueden hacer de sus vidas con el recto uso
de su libertad. Algunas, encarrilándose en el mundo de los negocios, tal vez se vuelvan
hombrunas, pero ésas cuentan sólo entre la minoría. La mujer moderna ha adquirido natural
independiente, posee individualidad que le da mayor encanto del que tuvieron sus
antecesoras, las del tipo negativo, semejantes a las enredaderas, que tienen que apoyarse en algo
para no rastrear por los suelos.

La mujer es ahora libre, pudiendo pensar y obrar por sí misma. ¿No tendrá tal situación algún
efecto sobre sus hijos? La maternidad, a una mujer bien equilibrada, le añade nuevos encantos, y
sus hijos resultarán también equilibrados, como efecto del carácter firme de la madre. Además,
estas firmeza y serenidad mentales la harán verdadera compañera para el hombre a quien elija
para esposo. Comentando "las bellezas del balneario" en los Estados Unidos, Arthur
Brisbane dice: "Un traje de baño y lo que éste deja ver cuentan poco en materia de
belleza. La belleza está en el cerebro, en la expresión de los ojos, y no en los hoyuelos,
los rizos ni en los contornos o llanuras de las formas, que ya están pasados de moda." La
muchacha sobreenaguada, tímida y ruborosa ha desaparecido, ojalá para siempre; en
su lugar, tenemos a la muchacha de franco continente, libre en sus movimientos, sin
sobrecarga de ropa, mostrando el talle en su lugar, pelo recortado, quemada por el
sol, atlética en sus ejercicios corporales, que perdió la mojigatería para convertirse en un
buen camarada. Tiene ideas propias y no se deja gobernar a ciegas por las ideas
de los demás; la muchacha moderna piensa por sí misma, se ha individualizado.
En los tiempos del pasado, las muchachas tenían que casarse según los padres lo
decidieran; ellas no se atrevían a desobedecerles, aún cuando el marido elegido les
repugnara; no tenían derecho a la elección; había que someterse a la voluntad paterna.
Al presente, los padres no pueden ejercer coacción sobre su hija, porque ella está, de
todo punto, determinada a elegir por sí misma. A causa de esta independencia de
pensamiento y acción, se dice que las muchachas son obstinadas; los padres se
quejan de que la hija es atrevida, porque discrimina a quién es al que quiere entregarse
en matrimonio. La muchacha moderna ha perdido el miedo a la oscuridad, al sol y
al viento; se ha convertido en la niña mimada de la naturaleza y – en el caso de las que
no han aprendido a beber y a fumar - ¡qué madres tan exuberantes de salud
llegarán a ser! Y, con todo eso, la muchacha moderna ha conservado su pureza y sanidad interior.
Por desgracia, hay un tipo de mujeres que están usando de su libertad del modo más
indigno y más peligroso: su descarado y vulgar despliegue de riqueza y sus
extravagancias están produciendo la más lamentable influencia sobre los pusilánimes
de ambos sexos que, por espíritu de imitación, tratan de copiar lo que ven, saliéndose de
sus medios. El amor al lujo es responsable de muchos de los crímenes del día,
cometidos tanto por hombres como por mujeres; pero hay que tener presente que
siempre ha sucedido lo mismo, y esperar que muchos de esos males se remediarán
gracias a la misma emancipación de la mujer. Emerson dijo: "Siendo las mujeres las
más susceptibles, son por eso los mejores indicadores
de lo que está por suceder en el conjunto."
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