viernes, 1 de enero de 2016

Apolonio de Tiana y Simón el Mago – H. P. Blavatsky


Apolonio de Tiana y Simón el Mago – H. P. Blavatsky

El párrafo del presente artículo, fue escrito por H. P. Blavatsky y apareció en junio de 1881 en la revista Theosophist, y ha sido digitalizado por la Biblioteca digital Upasika.

En la “Historia de la Religión Cristiana hasta el año Doscientos”, de Charles B. Waite, A.M., anunciada y reseñada en el Banner of Light (Boston), encontramos partes de la obra relacionadas con el gran taumaturgo del segundo siglo d.C. Apolonio de Tiana, sin rival en el Imperio Romano.

“El tiempo del cual este volumen toma especial conocimiento está dividido en seis periodos, durante el segundo de los cuales, 80 al 120 d.C., está incluida la ‘Era de los Milagros’, la historia que demostrará ser de interés para los espiritualistas como una forma de comparar las manifestaciones de inadvertidas inteligencias de nuestro tiempo con similares eventos de los días inmediatamente posteriores a la introducción del Cristianismo. Apolonio de Tiana fue la más notable personalidad de este periodo, y fue testigo del reinado de una docena de emperadores romanos. Antes de su nacimiento, Proteo, un dios egipcio, se le apareció a su madre y le anunció que encarnaría en el niño venidero. Siguiendo las indicaciones dadas en un sueño, ella se dirigió a un prado para recoger flores. Estando allí, una bandada de cisnes formó un coro a su alrededor, agitando sus alas y cantando al unísono. Mientras estaban ocupados en ello, y el aire era abanicado por un delicado céfiro, Apolonio nació.”

Esta es una leyenda de las que, en tiempos pretéritos, hacían de cada personalidad notable un “hijo de Dios” milagrosamente nacido de una virgen. Y lo que sigue es historia. “En su juventud él tenía un poder mental y una belleza personal maravillosos, y hallaba su mayor felicidad en las conversaciones con los discípulos de Platón, Crisipo y Aristóteles. No comía nada que tuviese vida, se mantenía con frutas y productos de la tierra, era un admirador entusiasta y un discípulo de Pitágoras, y como tal, permaneció en silencio durante cinco años. Dondequiera que él fue reformó el culto religioso y realizó actos maravillosos. En las fiestas, asombró a los invitando produciendo pan, frutos, verduras y varios bocados exquisitos que aparecían a su orden. Se animaron estatuas con vida, y las figuras de bronce de los pedestales tomaron posición y realizaron las labores de los sirvientes. Por ejercicio del mismo poder ocurrieron desmaterializaciones, vasos de oro y plata, con sus contenidos, desaparecieron; incluso los sirvientes desaparecían de la vista en un instante.

En Roma, Apolonio fue acusado de traición. Llevado a examen, el acusador avanzó, desplegó el rollo en el que había sido escrita la imputación, y quedó pasmado al encontrarlo completamente en blanco.

Encontrándose en un cortejo fúnebre, dijo a los asistentes: ‘coloquen el féretro y yo secaré las lágrimas que Uds. han vertido por la doncella’. Tocó a la joven mujer, profirió unas palabras, y la muerta volvió a la vida. Estando en Esmirna, fue convocado a Efeso, donde se había producido un brote de rabia. ‘No debe perderse la jornada’, dijo, y tan pronto pronunció esas palabras estaba en Efeso.

Cuando tenía casi cien años, fue llevado ante el Emperador romano, acusado de ser un encantador. Fue conducido a prisión. Allí alguien le preguntó cuándo recuperaría la libertad. ‘Mañana si depende del juez; en este momento si depende de mí’. Dicho esto, liberó sus pies de los grilletes y dijo: ‘Vea Ud. la libertad de que disfruto’. Él, entonces, lo reemplazó en los grilletes.

En el tribunal se le preguntó: ‘¿Por qué los hombres lo consideran un Dios?’
‘Porque –contestó- todo hombre bueno recibe tal denominación’.
‘¿Cómo pudo predecir la plaga de Efeso?’
Él contestó: ‘manteniendo una dieta alimenticia más ligera que la de otros hombres’.

Sus respuestas a los acusadores sobre estos y otros interrogantes exhibieron tal fuerza que el Emperador quedó muy impresionado, y lo declaró inocente del crimen que se le imputaba; pero ordenó que permaneciera detenido para sostener con él una conversación privada. El contestó: ‘podrá usted detener mi cuerpo, pero no mi alma; e incluso agregaré, tampoco mi cuerpo’. Habiendo proferido estas palabras, desapareció de ante el Tribunal, y aquel mismo día se encontró con sus amigos en Puteoli, a tres días de Roma.

Apolonio de Tiana y Simón el Mago – H. P. Blavatsky

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