sábado, 17 de octubre de 2009

La Vida T. Lobsang Rampa


La Vida
T. Lobsang Rampa
juan marin alcaraz"

En verdad, todo lo que existe es «vida». Incluso aquellas criaturas que normalmente
llamamos «sin vida», son vivientes. La forma normal de su existir puede haber cesado,
y en este caso, nosotros las llamamos «muertas», sin vida; pero con el cese de esta vida,
una nueva forma de existencia aparece. El proceso de disolución, crea vida por sí mismo.
Todo aquello que es, vibra. Todo objeto existente consiste en moléculas moviéndose
continuamente. Usaremos el vocablo «moléculas» y no los de átomos, neutrones, protones,
etc., por la razón de que aquí se trata de un curso de metafísica y no de química ni de física.
Intentamos pintar un «cuadro general», y no un detallado examen microscópico que resul­taría
impertinente por causa de las materias tratadas.
Tal vez nos veamos obligados a decir unas pocas palabras sobre moléculas y átomos, ante
todo para calmar a los puristas que, si no, escribirían y nos explicarían cosas que ya sabemos.
Las moléculas son pequeñas, muy pequeñas; pero pueden ser percibidas por el microscopio
electrónico y por aquellos que están instruidos en las artes metafísicas. El diccionario
define la molécula como la porción más pequeña de una substancia, capaz de existir de
una manera independiente, y conservando las propiedades de aquélla. Pese a su pequeñez, las
moléculas se componen de partículas aún más diminutas, conocidas por el nombre de «átomos».
Un átomo es parecido a un sistema solar en miniatura. El núcleo representa el sol en nuestro
sistema solar. Alrededor de este «sol», giran los electrones, muy por el estilo que, en nuestro
sistema, giran los planetas alrededor del nuestro centro solar. Como en el sistema planetario,
cada átomo se compone de espacio casi vacío. Aquí (fig. 1), se dibuja el átomo de
carbono — el «ladrillo» de nuestro Universo —; se ve enormemente magnificado.
La fig. 2 reproduce la dispo­sición del Universo planetario nuestro. Cada substancia posee
un número distinto de electrones alrededor de su «sol»— el núcleo. El uranio, por ejemplo,
tiene noventa y dos electrones, al paso que el carbono sólo consta de seis. Dos de ellos
muy próximos al núcleo y los cuatro restantes girando a mayor distancia de éste. Pero ahora,
vamos a olvidar todo eso de los átomos y ceñirnos a las moléculas.
El hombre es una masa de moléculas girando rápidamente. En su apariencia, es sólido; no
es fácil hacer pasar un dedo a través de su carne y sus huesos. Con todo, esa solidez es
una ilusión que se nos impone debido a que pertenecemos — con exceso — a la
Humanidad. Consideremos una criatura infini­tamente pequeña que pueda estar a una
cierta distancia de un cuerpo humano y mirarlo. Esta criatura vería soles en rota­ción,
espirales de nebulosas y corrientes de astros semejantes a la Vía Láctea. En las partes
blandas del cuerpo — la carne —las moléculas estarían ampliamente dispersas. En
las substan­cias más duras — los huesos — las moléculas ofrecerían más densidad,
apretadas juntas como un gran enjambre de estrellas.
Imaginamos a uno de vosotros mismos situado en la cumbre de una montaña cuando
la noche es muy clara. Estáis solo, lejos de las luces de cualquier ciudad, las cuales, por
refrac­ción a través de las gotas de humedad suspendidas en el aire, hacen que los cielos
aparezcan como empañados. (esta es la razón por la cual los observatorios se hallan
siempre en sitios apartados.) Estáis en vuestra propia cumbre... Encima de vosotros las
estrellas brillan claramente. Contempláis cómo ruedan en formación interminable ante
vuestros ojos maravillados. Grandes galaxias se extienden delante de vosotros. Enjambres
de astros adornan la negrura del cielo nocturno. Cruza el cielo la banda que se conoce por
Vía Láctea; parece un largo trazo de humo. Estrellas, mundos, planetas. Moléculas. Así
aquella criatura microscópica os vería a vosotros. Los luceros del cielo aparecen como
puntos de luz con increíbles espacios en medio de ellos. Están a billones, a trillones... Sin
embargo, comparado con el gran espacio entre ellas, nos hacen el efecto de escasas. Un
supuesto navío del espacio puede moverse entre las estrellas sin tocar ninguna de ellas.
En la suposición de que os fuera posible contornear los espacios entre las estrellas — las
moléculas —, ¿qué se vería? La criatura microscópica que os está mirando
desde lejos también se lo pregunta.Nosotros sabemos que todo lo que ella ve somos nosotros.
¿Cuál, entonces, es la formación final de las estrellas en los cielos? Cada hombre es un uni­verso
en el cual los planetas — moléculas — giran en derredor de un sol central. Cada piedra
o ramito, o gota de agua, se compone de moléculas en constante, inacabable movimiento. El
hombre se compone de moléculas que se mueven: este engendra una forma de electricidad
que, unida a la «electricidad» producto del Super-yo, da lugar a la vida sensible.
Alrededor de los polos de la Tierra brillan resplandecientes tempestades magnéticas, que
dan origen a las auroras boreales con todo su acompañamiento de luces coloreadas.
Del mismo modo, alrededor de todos los planetas — y moléculas —se producen radiaciones
magnéticas que se conjugan y se inter­fieren con otras radiaciones emanadas de otros
mundos o mo­léculas. «Nadie es un mundo dentro de sí mismo.» No existen mundos ni
moléculas sin otros mundos y otras moléculas. Cada criatura, mundo o molécula, depende
de la existencia de otras criaturas, para que su existencia pueda continuarse.
También puede apreciarse que cada grupo de moléculas posee una densidad distinta. Son
como enjambres de estrellas me­ciéndose en el espacio. En algunas partes del Universo hay
áreas muy despobladas de estrellas o planetas, o mundos — como se quiera llamarlos. Mas
en otras existe una gran densidad; por ejemplo en la Vía Láctea. De la misma forma una
piedra puede representar una concentración muy fuerte de galaxias. El aire está mucho
menos poblado de moléculas y, como sabemos, pasa por los conductos capilares de nuestros
pulmones y se mezcla con el torrente sanguíneo. Más allí de la atmósfera existe un
espacio donde hay grupos de moléculas de hidrógeno en ancha dispersión. El espacio
no es el vacío absoluto, como la gente se imagina; es una colección de moléculas de
hidrógeno en frenética oscilación y, por ello, las estrellas, los planetas y los mundos están
compuestos de moléculas de hidrógeno.
Es evidente que si un cuerpo posee una cantidad importante de grupos moleculares, será
una cosa de la mayor dificultad para otro cuerpo el pasar a través de las moléculas del
pri­mero; pero lo que es llamado un «fantasma», que tiene sus moléculas ampliamente
espaciadas, puede atravesar con faci­lidad una pared de ladrillos. Pensemos en lo
que es la pared en cuestión: un conjunto de moléculas, algo parecido a una nube de
polvo suspendida en el aire. Por improbable que parezca, existe espacio entre una
molécula y otra, lo mismo que existe entre las estrellas, y si alguna criatura es lo bastante
pequeña, o si sus moléculas están lo suficientemente disper­sas, entonces les es factible
el pasar a través de las moléculas de la pared sin tocar ninguna. Esto nos permite apreciar
cómo un «fantasma» puede aparecerse en un salón cerrado, y cómo puede circular a través
de una pared en apariencia sólida. Todo es relativo; una pared que es sólida para cualquiera
de nosotros, puede no serlo para un fantasma o una criatura del astral.

"Tu, para siempre"

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