viernes, 16 de octubre de 2009

El Dios de la Realización del Ser.-


CABALLEROS DE LA ORDEN DEL SOL
El Dios de la Realización del Ser.-

El siguiente enfoque como el anterior, está realizado desde un punto de vista místico, pero haciendo más hincapié en la Realización del Ser. No importa a qué religión pertenezcan los místicos ni de qué época sean, todos dan siempre la misma idea. En China tenemos los postulados de Laotse y de Zhuangzí. En el cristianismo a San Juan de la Cruz y Santa Teresa de Jesús. En el Islam a Ibn Arabi, Al Halag o Al Ghazzali. También el contenido del sermón de Buda es similar al Sermón de la Montaña de Jesucristo. Estos son solamente una pequeña muestra de los tantos místicos que nos han iluminado con su experiencia en todas las culturas y tiempos y que encuentran en el lenguaje una tremenda limitación para expresar lo que experimentaron. Algunos han recurrido a la poesía para expresar lo inefable, lo innombrable, lo inverbalizable. Otros han recurrido a los símbolos. Digamos que desde el punto de vista de la Realización del Ser no hay las diferencias entre culturas y épocas que observamos en otros discursos.

Del hombre a Dios

En cábala se dice que la Torá es la extensión y permutación del nombre de Dios IHVH. El objeto por tanto de la cábala parece ser el conocimiento de Dios, principio y fin de todas las cosas. Dios (Elohim) y la naturaleza (ha teva), tienen en hebreo, el mismo valor gemátrico, por lo que estudiando al hombre y a la naturaleza, realiza éste la búsqueda de Dios. Y es buscando a Dios como el hombre llega a tomar conciencia de sí mismo; buscando a Dios el hombre llega a experimentar su libertad y la establece en la experiencia de su ser al darse cuenta que es el mismo Ser uno e indivisible. Es así como el hombre reata o religa, une lo separado en un nudo armonioso de suave dulzor al ejercer su libertad y voluntad de unión en Eso que es su origen y su condición natural.

Lo que sorprende a la razón es que alrededor de seis mil millones de seres individualizados tengan un solo asiento, un solo origen y un solo fin. Un solo Dios para tantos millones de seres. Sí, seis mil millones de seres, pero una sola procedencia y un único destino: Dios.

Amar a Dios sobre todas las cosas es el primer mandamiento para los seis mil millones de seres, pero el Zohar lo indica de esta forma: "Y conoceréis que Yo soy el Eterno vuestro Dios". De manera que en vez de una orden "amar a Dios", implica que hay una sola condición para todos los seres: Unidad en la Eternidad.

Alexander Safran en su libro "La Cábala" pregunta: "¿Se puede ordenar a un hombre a que conozca a Dios?". Conocer a Dios no se limita a un acto de conocimiento intelectual que tenga a Dios por objeto. Antes bien, sería necesario que cada hombre tuviera en su mente la predisposició n de introducirse en una peliaguda tarea de búsqueda de la divinidad. Como quiera que toda la humanidad la podemos dividir en grados de inquietud, de necesidad y predisposició n, podemos suponer que una parte de la población ni siquiera se plantee la inquietud de conocer a Dios. En otro nivel podemos encontrar a los que se sienten a gusto con su religión y los postulados establecidos por ella. Y en otros casos hay una porción que ha visto agotado su paradigma y están iniciando la búsqueda de respuestas que satisfagan sus inquietudes. Son estos, los actuales buscadores que antes o después llegarán a realizar místicamente la unión con Dios. Todos, no obstante, en algún momento, llegarán a tal realización.


Dios no es un objeto para analizar o conocer desde la razón humana, no es percibido por los sentidos y dada su naturaleza profunda no es asequible a la razón. Cuando hablamos de Dios lo hacemos desde nuestra razón o nuestra emoción, lo cual lo coloca como un objeto que aparece ante nosotros según el sujeto, es decir, según nosotros mismos. Pero Él no es ni objeto ni sujeto, por tanto, la tarea para conocer a Dios debe plantearse desde un método que excluya nuestras proyecciones. Dios no se puede poseer. Nuestra educación del "tener" debe cambiarse a "ser" y experimentar el ser equivale a tomar la dirección de la realización de unidad, de vivenciar nuestro origen y nuestro destino unidos en una sola experiencia. Esta vivencia nos muestra un ser global y este Ser o Dios, cuando está presente en la experiencia, es como si se comprometiera a una toma de conciencia, de ahí que la frase bíblica "Yo Soy" (Anohi en hebreo), abarque todos los nombres sagrados de Dios así como sus mandamientos expresados por aquellos que lo han realizado.

Dios es el Ser, la Realidad, la cual es percibida cuando el ser humano llega a la realización de Ser. Esto no es un juego de palabras, quiere decir que cuando uno profundiza en cierto nivel de conciencia hasta perder aquella del carné de identidad, cuando uno no percibe lo físico, cuando los sentidos están acallados y la mente en reposo, llega a la realización de su ser más profundo, pues bien, en ese momento uno empieza a sentir que Dios es esa experiencia del Ser. En este estado de conciencia no hay proyección del sujeto en el objeto, es una Realidad nueva que la razón y los sentidos no habían percibido antes, por eso decimos que Dios no es objeto ni sujeto. Desde esta experiencia eterna, atemporal, que lo abarca todo, es que podemos aseverar que algunas expresiones viejas de los sabios se vuelven nuevas en la experiencia. Nos referimos a frases tales como que Dios es el todo, que es omnipresente, que nada puede establecerse con independencia de Él, que lo abarca todo, etc. También comprendemos que Dios es la Esencia, la Interioridad, y que cuando hablamos de Reintegración nos estamos refiriendo a esta magnífica experiencia de Ser. También en el Sepher Yetzirah hay una frase que dice "Y antes que el uno ¿qué puedes tú contar?" porque Dios es el Uno y si es uno no puede ser otro. Él se puede extender a través de todos los planos, Atziluth, Briah, Yetzirah y Assiah, estar en el hombre, retrotraerse sobre Sí mismo, permutarse, pero Él siempre es Él. Y dijo Filón: "Dios no puede ser concebido de ninguna manera que no sea por Dios mismo".


¿Nos hemos planteado alguna vez porqué todos los hombres en algún momento de su vida se sienten atraídos hacia Dios? ¿Es porque nos sentimos indefensos y queremos buscar fuera o dentro de nosotros alguna especie de protección o es porque en lo más profundo de nosotros sentimos una atracción natural a la realización del Ser? En la Biblia podemos encontrar alusiones que interpretándolas de cierta manera nos podrían orientar la respuesta. Dice el Primer libro de Reyes que cuando Salomón pecó (por construir un templo a Astarté) le quitó el dominio de todo Israel, pero por consideración a su padre David, le dejaría una tribu. Israel es Dios extendido en el plano de Yetzirah (formación), según se desprende de la adición y reducción teosófica (gematría) de su nombre Israel: I = 10; Shin = 300; Rosh = 200; Alef = 1; Lamed = 30. Total 541 (nivel de Yetzirah o formación). De donde 5+4+1 = 10. De donde 1+0 = 1. Por tanto, Dios es el Uno e Israel es el Uno en el plano de Yetzirah. Dios e Israel es lo mismo en su sentido más profundo. Dios se ha extendido hasta la humanidad. Visto lo anterior podemos interpretar que cuando el hombre se separa de Dios en conciencia, Él, que somos nosotros mismos, nos quita el dominio, vale decir, perdemos la conciencia global, pero nos deja una tribu, o sea, un hilo que nos mantiene unidos a Él; el trabajo ahora consiste en recuperar dicha conciencia a través de ese hilo o luz interior que vive en los corazones de todos los hombres y que expresamos simbólicamente como novia, hermana, matrona, shej'nah, alma, etc.

Respecto a la experiencia del hombre en su descubrimiento de Dios por interiorizació n en su propia conciencia, dice Safran: "Cuando el hombre se da cuenta de que existe un anohi, un Yo, y que este anohi le dirige la palabra, descubre su propio ser y se da cuenta de que él también puede convertirse en un anohi. Hasta entonces ha existido, sí, pero ha ignorado su existencia, y no se ha interrogado a su propósito".

Quizás ahora podemos comprender otra frase bíblica, aquella que dice que Dios crea al hombre a su imagen y semejanza. Si los seis mil millones de seres humanos de la tierra realizaran por la experiencia de Ser, se darían cuenta de que efectivamente somos imagen y semejanza de Dios. Habría que dejar a un lado la individualizació n y perspectiva de la auto identificació n engañosa y dirigirse hacia el interior de si mismo en una profunda iniciación como aquella dictada por el Filósofo Desconocido que en palabras simples dice "la iniciación que busco es aquella que profundizando en mi ser, llegue a la comunión con el Dios de mi corazón".

Hemos indicado otras veces que el nombre de Jesús en hebreo (IHShVH), significa literalmente el Dios que salva. De nuevo volvemos a la idea de salvación no como una espera pasiva de que algo de fuera vendrá a salvarnos, sino como una condición activa de profundizació n en nuestra propia conciencia hasta realizar el Ser. Esa es la salvación o reintegración o restauración, es unir lo separado en conciencia. "Es el hombre quien asegura su salvación a través de la acción" (Safran).

¿Cómo podemos conocer a Dios mientras no lleguemos a la realización de Ser? Cuando hablamos de conocer a los hombres decimos "por los hechos les conocerás". Cuando hablamos de conocer a Dios también deberíamos dirigir nuestra observación y estudio hacia sus hechos. Estudiar la naturaleza y al hombre es el método para aquel que no ha llegado a la realización del Ser. Sin embargo, el que ha recibido el regalo de la realización del Ser comprenderá que ya no necesita el método de estudiar a la naturaleza y al hombre, porque su nueva vivencia lo impregna del Yo Soy. No obstante, mientras no se tenga la realización del Ser, el método aludido es válido, pues establece un diálogo entre su ser externo y su ser interno, y éste, el interno, al sentir la demanda sincera y tremenda del ser externo, su hambre de Dios, lo dirige hacia la realización del Ser trayéndole la experiencia maravillosa y sublime que no pueden describir las palabras. A propósito de esto recuerdo el diálogo de un monje y su discípulo quien le pregunta al maestro ¿cuándo puedo ver a Dios? Acto seguido el viejo monje lo coge por la pechera y le introduce su cabeza en un estanque de agua a punto de ahogarlo. Después de unos minutos lo saca para que respire y le responde: "Podrás ver a Dios cuando lo desees tanto como deseabas respirar ahora".

La referencia antigua del Génesis es una posibilidad para comenzar el estudio de los hechos imputados a Dios. En esa obra que habla de la creación, se establece desde el principio una estrecha relación entre hombre y Dios. Allí Creador y criatura quedan unidos. El Dios creador es Elohim, mientras que el interlocutor con el hombre es IHVH. Es este Dios el que comienza una creación inacabada, pero establece la relación con el hombre para que éste continúe la obra. Cuando el hombre descubre a Dios por interiorizació n, cuando llega a la realización del Ser, establece esta relación entre él y Dios y lo contempla como si se mirara al espejo pues ese es su Compañero. El nombre Elohim, Dios, y "ha-teva", la naturaleza, poseen el mismo valor numérico, ochenta y seis, por tanto, si se estudia a ésta se empieza a establecer una más estrecha relación con Dios.


Dios no es percibido por los sentidos ni por la razón, de manera que Dios no es eso que pensamos o sentimos emocionalmente. Tampoco la teología o la filosofía pueden acercarnos a la experiencia del Yo Soy. El método científico jamás nos acercará al lugar de nuestra conciencia en el que podamos aprehender a Dios. Y la educación que hemos recibido de niños, la cual nos ha llenado de paradigmas, no es ni por asomo adecuada para sentirnos a imagen y semejanza de Dios. Hay una realidad metafísica que hay que aprehender prescindiendo de los esfuerzos del pensamiento especulativo como lo hacen los hombres de la cábala, los cuales se sumergen en su propio ser hasta llegar a la Realidad. Aún así, pareciera que hay una parte del Ser que se resiste a ser descubierto, por lo tanto, la tarea del hombre de buscar a Dios no es cuestión de unos pocos días. Los cabalistas no se desaniman pues la realización del ser le infunde una fe esperanzadora de que otro día encontrarán un escalón más al que subir. No es la fe ciega, ni siquiera la fe religiosa, sino una confianza en que en la acción permanente será conducido a una ampliación de la conciencia que le haga sentir de modo esclarecido la admonición del místico musulmán, Al-Hallag (858-922), la cual transcribimos a continuación:

"Tu espíritu se ha mezclado con mi espíritu
Como el vino se mezcla con el agua clara;
Si algo te toca, me toca a mí,
Ahora tú eres yo en cualquier situación...
¡OH, tú, conciencia de mi conciencia!, tan sutil, que quedas
Oculto al poder imaginativo de todos los vivientes,
Pero fuera o dentro, tú te revelas a todas las cosas
En todas las cosas.
Ignorancia sería pedirte perdón, y demostraría la magnitud
De mi duda y el exceso de mi balbuceo.
¡OH, tú, síntesis de todo!, tú no eres diferente de mí;
¿Cómo puedo yo pedirme perdón a mí mismo?
Entre tú y yo hay un "yo soy" que me entristece;
Aparta, pues, en tu bondad este "soy yo"

Podrá parecerle irreverente a alguno las sentencias del místico musulmán, pero aquel que haya experimentado el Ser comprenderá la extensión y la intención de sus palabras. Bendito sea el Señor todos los días.

Anidar

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