martes, 2 de agosto de 2011

La enseñanza de la montaña

En la antigua china, en la cima del Monte Ping se encontraba el templo en donde moraba el gran maestro Hwan, el Ilustrado Mayor. De sus muchos discípulos, solo uno ha llegado a ser conocido por nosotros, Lao-Li.

Por más de veinte años, Lao-Li, estudió y medito junto al gran maestro Hwan. A pesar de que Lao-Li era uno de los más brillantes y más decididos discípulos, tenía que alcanzar la máxima ilustración. Aún no poseía la sabiduría de la vida.
Lao-Li luchó y se esforzó al máximo durante días y noches, durante meses y aún años, hasta que una mañana, la caída de una flor de cerezo le habló a su corazón. "No puedo luchar más contra mi destino", reflexionó. "Así como esa flor de cerezo, yo debo resignarme a mi suerte".

Desde ese momento, Lao-Li decidió abandonar la montaña y renunciar a la posibilidad de alcanzar la máxima ilustración.

Lao-Li fue entonces a buscar a Hwan para comunicarle su decisión. El maestro se hallaba sentado frente a un muro blanco, en profunda meditación. Respetuosamente, Lao-Li, se acerco a él.

"Ilustre Maestro", dijo. Pero antes de que pudiera continuar, el maestro habló, "Mañana me uniré a ti y bajaremos de la montaña". No hacía falta decir nada más. El maestro había comprendido.

A la mañana siguiente, antes de partir, el maestro miró hacia al vasto paisaje alrededor de la montaña.

"Dime, Lao-Li, dijo, "¿qué ves?"

"Maestro, veo el sol apenas levantándose en el horizonte, las colinas serpenteando por millas enteras y, abrigados abajo en el valle un lago y un pueblo pequeño".

El maestro escuchó la respuesta de Lao-Li. Sonrió y emprendió el descenso de la montaña.

Hora tras hora, mientras el sol recorría el cielo, ellos proseguían su marcha, y sólo se detuvieron cuando llegaron al pie de la montaña.

De nuevo Hwan preguntó a Lao-Li qué veía.

"Gran maestro, a lo lejos veo los gallos correteando alrededor de los graneros, las vacas adormiladas sobre las praderas que recién retoñan, los ancianos tomando el sol de la tarde y los niños jugueteando en el arroyuelo".

El maestro permaneció en silencio y continuaron la marcha hasta llegar a las puertas del pueblo. Allí el maestro hizo un gesto a Lao-Li y ambos se sentaron a la sombra de un viejo árbol.

¿Qué aprendiste hoy, Lao-Li? preguntó el maestro. "Tal vez esta sea la última enseñanza que vas a recibir de mí".

El silencio fue la única respuesta de Lao-Li.

Finalmente luego de un gran silencio, el maestro continuó. "El sendero que lleva a la máxima ilustración es como nuestro viaje bajando de la montaña. Sólo llega a aquellos que se dan cuenta de que lo que uno ve en la cima de la montaña no es igual a lo que uno ve al pie de ella". Sin esta enseñanza, cerramos nuestras mentes a todo lo que no podemos ver desde nuestra posición y así limitamos nuestra capacidad de crecer y de mejorar. Pero con esta sabiduría, Lao-Li, puedes despertar. Todos reconocemos que podemos ver muchas cosas pero en realidad son casi nada. Esta es la enseñanza que abre nuestra mente y la deja progresar, golpea todos nuestros prejuicios y nos ayuda a respetar aquello que al principio no podemos ver. Nunca olvides esta última lección, Lao-Li:

"Lo que tu no puedes ver puede ser visto desde otra parte de la montaña".

Cuando el maestro terminó de hablar, Lao-Li miró hacia el horizonte y a medida que el sol se ocultaba frente a él, parecía nacer en su corazón. Lao-Li, volvió su mirada hacia Hwan, pero el Gran Maestro ya no estaba allí.

Y así termina esta vieja historia china. Cuentan que Lao-Li regresó a la montaña para continuar viviendo allí. Llegó a ser un extraordinario Ilustrado Mayor.
¡Cuánto amo el monte Tong! Es mi alegría.
Pasaría en él cien años sin pensar en la vuelta.
Me gustaría danzar agitando mis mangas
y, de una sola vez, rozar todas las copas de los pinos.

Li Po

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