miércoles, 17 de noviembre de 2010




REFLEXIONES TRAS UNA OPERACIÓN DE CATARATAS

por Francisco Manuel Nácher


Hace casi un año me operaron el ojo izquierdo y me extirparon una hermosa
catarata, a la que yo llamaba cariñosamente “Iguazú”, y que sólo me permitía ver el
cuarenta por ciento de lo posible. Fue muy sencillo. Diríase que “incoloro, inodoro e
insípido” como el agua destilada, es decir, sin dolor, sin anestesia y sin recuperación.
Y en un momento me encontré con una visión muy original. Porque, con el ojo
operado veía perfectamente (el ciento diez por ciento, según afirmó el oftalmólogo),
con todo detalle, y podía hacer alardes de capacidad visual, mientras que, con el
derecho, seguía viendo como antes.
Pero, cuando comparaba la visión de uno y otro ojo, resultaba que con el
operado lo veía todo con mucho más detalle y, yo diría que con más luz, mientras que
con el otro (con un sesenta por cierto de visión), curiosamente, lo veía todo más
“vivo”, más lleno de matices, de colores, de “alegría”. Y desde entonces he jugado
frecuentemente a guiñar un ojo u otro y comparar lo que percibía. Y, decididamente,
me quedo con la visión que me proporciona el ojo aún no operado, ya que, como he
dicho, es más cálida, más familiar, con más matices.
Pero ayer, estando leyendo en el jardín, hice, una vez más, el ejercicio de guiñar
un ojo u otro y comparar. Y se me ocurrió mirar las flores de una planta de reciente
adquisición, cuyo nombre no conozco y que produce dos clases de campanillas, unas
blancas y otras rojas.
Y entonces ocurrió: me di cuenta de que las flores rojas, con el ojo derecho, el
que ve mal, las veía rojas, pero con el operado, el que ve bien, las veía moradas, de
un morado cardenalicio precioso. En cambio, con los dos ojos, las veía rojas como
con el derecho. Repetí muchas veces la comparación. Y, como estoy acostumbrado a
preguntarme siempre el por qué de las cosas, surgió la pregunta: ¿Por qué ocurre
esto? Y, tras un instante de reflexión, deduje que el ojo izquierdo recibía mucha más
luz que el derecho y por eso veía las flores moradas, mientras que el derecho las veía
rojas, lo cual hace pensar que el morado absorbe más luz que el rojo (¿será casualidad
que sean precisamente los dos colores extremos del arco iris?) o, dicho de otro
modo, refleja menos luz.
Pero, casi en el acto, surgió otra pregunta, esta vez inquietante, y a la que no
supe responder: ¿de qué color eran las flores, en realidad, moradas o rojas?
Y, a continuación, atropellando a esa pregunta, otra más preocupante aún:
¿cómo es el mundo en realidad? ¿Como lo veo con el ojo operado o como lo percibo
con el no intervenido? Porque, no es posible que sea de las dos maneras a la vez. ¿O
sí?
De lo que no cabe duda es de que, si las flores son en realidad rojas, mi ojo
operado cambia la realidad, es decir, me proporciona una realidad inexistente. Y, si
son moradas, es el no operado el que lo hace. Pero, ¡otra pregunta aún más
inquietante!: las flores no pueden regular la luz que reflejan. Ellas reflejan siempre la
misma. Luego el error está en mis ojos. Y eso quiere decir que el mundo que percibo
por la vista puede no ser – seguramente no es – como yo lo veo. Y una última
pregunta: ¿Cómo lo ven los demás? Porque si mis dos ojos ven dos cosas distintas,
¿cómo voy a pretender que veo lo que los demás…?
Inesperadamente, pues, me he encontrado en medio de un cúmulo de
interrogantes, de dudas y de incertidumbres, lo que me hace casi desear no haberme
operado y haberme quedado en el mundo de siempre, el mío, el habitual, que yo creía
igual para todos…pero que, ¿lo era realmente o sólo lo creía yo?
¿Y qué ocurrirá cuando me operen el ojo derecho, que se va acercando
rápidamente a percibir sólo el cuarenta por ciento de lo posible, que es el límite que la
ciencia ha establecido para intervenir? ¿Me tendré que despedir para siempre del
mundo que me acompañó durante ochenta y dos años de mi vida, todo lleno de
matices, de color, de vida, para quedarme viendo “mejor” (según los médicos),
mundo con más luz pero con menos matices, desconocido y casi hostil? Ahora, por lo
menos, tengo el recurso de guiñar un ojo u otro y pasar de uno a otro de “mis”
mundos. Pero, si me operan el “ojo malo”, si me privan de mi otra catarata, la
“Niágara”, y me quedo con los dos ojos “buenos” ya nunca podré ver más que el
mundo nuevo. ¿Valdrá la pena? ¿Será el miedo al cambio lo que siento?
Todas estas reflexiones, que parecen una historieta humorística, me han llevado
a confirmar lo que siempre se nos había dicho y no habíamos acabado de creer: queeste mundo es un mundo de ficción, un mundo que creamos cada uno de nosotros, a
partir de las vibraciones que percibimos y que interpretamos como objetos, personas,
voces, colores, montes, ríos, mares, cielo, nubes, calor, frío, dureza, blandura, música,
ruido, perfume, sabor, dolor, etc. Pero que no es real, sino mental, aunque se nos ha
enseñado a creer que es real, material, denso, medible, tocable, permanente…Y no
estará de más que empecemos a aceptar que ésa es la realidad y que el competir entre
nosotros y el hacer depender nuestra felicidad de la posesión de las interpretaciones
que nosotros mismos hacemos de unas vibraciones que perciben nuestros sentidos y
traducen nuestros cerebros interpretándolas como materiales y externas, no deja de
ser una postura ilógica, irracional e injustificada, y que lo que procedería hacer es
elevarnos al origen de esas vibraciones, donde estará la realidad que creíamos tener
ya al alcance de la mano.

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