lunes, 10 de agosto de 2020

El evangelio de San Juan desde una perspectiva esoterica




El evangelio de San Juan desde una perspectiva esoterica

Publicado por Jean Peronik .

"En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios (o divino). Este era en el principio con Dios. Todo tiene su origen en él; y sin este Verbo nada de lo creado se creó. En él estaba la vida, y la vida devino la luz de los hombres. Y la luz resplandeció en las tinieblas; mas las tinieblas no la comprendieron"

Las primeras palabras del Evangelio de Juan efectivamente tocan los más profundos misterios del mundo. Esto se evidencia cuando se contemplan las correspondientes verdades científico-espirituales; y será necesario recurrir a los conocimientos espirituales más profundos para que esas palabras se nos presenten en su justo aspecto. Para ello, hemos de recordar brevemente algunas verdades elementales de la concepción antroposófica, y luego compenetrarlas de perspectivas más amplias hacia importantes misterios cósmicos. Representémonos brevemente la naturaleza del ser humano, como ella, según el concepto de la ciencia espiritual, se nos presenta desde el despertar a la mañana hasta la noche, cuando el hombre vuelve a dormirse. Sabemos que el ser humano es integrado por cuerpo físico, cuerpo etéreo o vital, cuerpo astral y el yo. Pero estos cuatro principios del ser humano no existen en el conjunto que normalmente les atribuimos para el estado de vigilia, sino únicamente durante este mismo estado de vigilia. Ante todo debemos tener presente que en la noche, durante el sueño, el hombre es, en el fondo, un ser de naturaleza bien distinta, pues esos cuatro principios (Wesensglieder) se hallan entonces enlazados de una manera totalmente distinta de la del estado de vigilia. Cuando el hombre duerme, el cuerpo físico y el etéreo hállanse tendidos sobre el lecho; el cuerpo astral y el yo están, en cierto modo, desprendidos de su unión con los cuerpos físico y etéreo; se encuentran —no en sentido espacial, sino en sentido espiritual— fuera de cuerpo físico y cuerpo etéreo; de modo que durante la noche, el hombre es un ser que en realidad se compone de dos partes; una que ha quedado en el lecho, y la que se ha desprendido de los cuerpos físico y etéreo. Ahora bien, ante todo hay que tener presente que en todo el tiempo que dura el sueño de la noche, el cuerpo físico y el etéreo, que quedan en el lecho, no podrían existir, como tales, si los abandonara lo que los compenetra durante el día, o sea lo que vive en el cuerpo astral y en el yo; y es aquí donde hemos de penetrar más profundamente en los misterios del mundo.

Con respecto al cuerpo físico hay que tener en cuenta que este cuerpo, al que vemos con los ojos, al que tocamos con la mano, ha pasado por un proceso evolutivo muy largo, en el decurso de toda la evolución de nuestro planeta Tierra. Además, los que conocen algo de esta materia, saben que anteriormente nuestra Tierra ha pasado por otros estados evolutivos. Así como hay encarnaciones anteriores del hombre, así también hay incorporaciones anteriores de un planeta. Todo en el mundo grande, el universo, y en el mundo chico, obedece a la ley de la reincorporación. Nuestra Tierra, antes de ser este planeta, había pasado por un estado el que llamamos la “antigua Luna”, puesto que la Luna actual es una parte desprendida de aquel antiguo planeta; de modo que hablamos no de la Luna actual, sino de un planeta similar a nuestra Tierra. Y como hay un período que corre entre una encarnación del hombre y un nuevo nacimiento, así también hay un tiempo transcurrido entre el planeta al que denominamos antigua Luna y la incorporación del planeta Tierra. Lo mismo hemos de decir con respecto al estado “Sol” de nuestro planeta, pues un estado al que llamamos Sol, precedió al estado lunar de nuestro planeta, y al estado solar precedió el estado Saturno. De modo que la mirada retrospectiva abarca a tres incorporaciones anteriores de nuestro planeta.

En el antiguo Saturno le fue dado a nuestro cuerpo físico humano su primitiva predisposición. Fue un primer germen del cuerpo físico humano, muy distinto, por cierto, del actual cuerpo físico; y en ese antiguo Saturno, fuera del cuerpo físico, todavía no existió nada de lo que hoy forma parte del hombre. Sólo cuando Saturno se había convertido en Sol, es decir durante la segunda incorporación de nuestro planeta Tierra, se añadió al cuerpo físico el cuerpo etéreo que lo impregnaba y compenetraba; con la consecuencia de que el cuerpo físico fue sujeto a una transformación; tomó otra forma y obtuvo otra característica de su existencia. Durante la incorporación solar de nuestro planeta Tierra, el cuerpo físico se halla, pues, en el segundo grado de su existencia. ¿Cómo pudo llegar a él? Por el hecho de que, mientras que en Saturno tenía aún calidad de máquina, de autómata, en el Sol, en cambio, se tomó en cuerpo interiormente viviente, al compenetrarlo el cuerpo etéreo; éste transformó al cuerpo físico. En la Luna, el cuerpo astral penetró en el conjunto de cuerpo físico y cuerpo etéreo. Nuevamente se transformó el cuerpo físico, llegando a su tercera conformación; el cuerpo etéreo a la segunda. Finalmente, sobre la Tierra se añadió el yo a los cuerpos físico, etéreo y astral; y el yo nuevamente transformó al cuerpo físico, con lo cual éste llegó a constituirse en su complicada estructuración de ahora. Por consiguiente, lo que hoy se nos presenta como cuerpo físico humano, es un organismo muchas veces transformado cuya actual complejidad se debe a que ha pasado por cuatro estados evolutivos. Si decimos que nuestro actual cuerpo físico se compone de las mismas substancias y fuerzas físicas y químicas que los minerales en lo externo del cosmos, también hemos de tener presente que, no obstante, existe una enorme diferencia entre dicho cuerpo y el mineral. Hablando de una manera elemental, caracterizamos la diferencia entre el cuerpo físico humano y el cuerpo físico de un mineral, de un cristal de roca, por ejemplo, diciendo: el cristal de roca, siempre que no llegue a ser destruido por acción externa, conserva su forma; no así el cuerpo físico humano que por sí solo no puede mantener su forma; ésta sólo se mantiene intacta por el hecho y durante el tiempo que en él se encuentren un cuerpo etéreo, un cuerpo astral y un yo. En el instante en que estos últimos se separen de él, el cuerpo físico empieza a ser algo totalmente distinto de lo que es entre el nacimiento y la muerte: se desintegra, porque obedece a las leyes de las substancias y fuerzas físicas y químicas; mientras que el cuerpo físico del mineral se conserva.

Algo parecido ocurre con el cuerpo etéreo. Al haberse separado el cuerpo etéreo, cuerpo astral y el yo, del cuerpo físico, inmediatamente después de la muerte, se desprende también, un poco más tarde, el cuerpo etéreo de su unión con el cuerpo astral y el yo, para disolverse en el éter del universo, al igual que el cuerpo físico se desintegra en la tierra. Del cuerpo etéreo subsiste entonces, unido con el ser humano, aquel extracto del cual hemos hablado en otras oportunidades. Así podemos decir que en cierto modo el cuerpo físico del hombre es de igual valor que el reino mineral que nos circunda; sin embargo, hemos de tener presente la gran diferencia que existe entre el reino mineral y el cuerpo físico humano. Si se ha dicho que en Saturno nuestro cuerpo físico aún no estaba compenetrado de cuerpo etéreo, cuerpo astral y yo, se podría argüir que el cuerpo físico realmente era entonces del valor de un mineral. Empero, hemos dicho que a este estado antiguo en que se hallaba en Saturno, sucedieron tres transformaciones del cuerpo físico. Pero el mineral, tal como hoy lo tenemos, como mineral sin vida, tampoco puede existir de tal manera que únicamente tenga en sí mismo un cuerpo físico. Téngase presente que para nuestro mundo físico es cierto que el mineral únicamente tiene un cuerpo físico; sin embargo, no es una verdad absoluta. Al igual que nuestro cuerpo físico se nos presenta con su cuerpo etéreo, cuerpo astral y yo, así también el mineral posee no solamente el cuerpo físico, sino también cuerpo etéreo, cuerpo astral y yo; sólo que estos principios superiores de su naturaleza se hallan en mundos superiores. El cuerpo etéreo del mineral está en el así llamado mundo astral; su cuerpo astral está en el así llamado mundo celeste, o devacán; su yo está en un mundo espiritual, superior a aquél. De modo que el cuerpo físico humano se diferencia del cuerpo físico de un mineral por el hecho de que aquél en su estado de vigilia, en este mundo físico, tiene en sí mismo su cuerpo etéreo, su cuerpo astral y su yo; el mineral, en cambio, no tiene en sí mismo su cuerpo etéreo, cuerpo astral y yo. Sabemos que fuera de nuestro mundo también existen otros: al mundo que percibimos con nuestros sentidos lo compenetra el mundo astral, y a éste el devacán que se subdivide en un mundo devacán inferior y otro superior.

Frente al mineral, el ser humano se halla en situación privilegiada, puesto que tiene en sí mismo sus otros tres principios. No así el mineral, sino que hemos de decirnos que en el plano físico el mineral no es un ser completo. No es posible, por ejemplo, encontrar en la naturaleza exterior, la uña de un dedo humano, como un ente que exista por sí mismo, porque, para poder crecer le es indispensable el organismo humano, sin éste no puede existir. Si nos imaginamos un ser pequeñito que con sus ojos ve únicamente las uñas de un hombre, sin ser capaz de percibir el resto del organismo humano, ese pequeño ser, atravesando con la vista lo demás del espacio a su alcance, únicamente vería aquellas uñas humanas. Así, comparativamente, los minerales no son sino las uñas de los dedos, y para considerarlos en su totalidad, hay que ascender a los mundos superiores, donde se hallan su cuerpo etéreo, cuerpo astral, etc. Todo esto hay que tenerlo bien presente, para comprender que en la realidad espiritual superior no puede haber ser alguno que no tenga, de alguna manera, cuerpo etéreo, cuerpo astral y yo. Ningún ser físico puede existir sin este requisito.

Ahora bien, entre todo lo expuesto hasta ahora, hay, en realidad, cierta contradicción. Hemos dicho que durante la noche, cuando duerme, el hombre es un ser totalmente distinto de lo que él es en su estado de vigilia, estado que resulta plenamente comprensible, pues tenemos ante nosotros el ser humano constituido por sus cuatro principios. No así cuando contemplamos, en cuanto a su ser físico, al hombre que duerme; esto es, cuerpo físico y cuerpo etéreo, en el lecho; cuerpo astral y yo hállanse afuera. La contradicción radica en que se trataría de un ser abandonado por su cuerpo astral y yo. La roca no duerme, su cuerpo etéreo, cuerpo astral y yo no la compenetran; sin embargo, quedan con ella constantemente en la misma unión. En cuanto al hombre, todas las noches le abandonan el cuerpo astral y el yo; quiere decir que durante la noche el hombre se desentiende de sus cuerpos físico y etéreo; los abandona a sí mismos. Este hecho no siempre se considera lo suficiente: que todas las noches se produce la transformación de que el hombre, como ser espiritual, se despide de sus cuerpos físico y etéreo, los deja abandonados a sí mismos. Pero ellos no pueden existir por sí mismos; pues ningún cuerpo físico, ni etéreo, puede existir de por sí; hasta la roca tiene que hallarse compenetrada de sus principios superiores; de modo que es fácilmente comprensible que es totalmente imposible que durante la noche nuestro cuerpo físico y cuerpo etéreo queden en el lecho, sin cuerpo astral y yo. Pero ¿qué es lo que ocurre? Nuestro cuerpo astral y nuestro yo no se hallan entonces en los cuerpos físico y etéreo; pero en su lugar hay en ellos otro yo y otro cuerpo astral. He aquí que el ocultismo dirige nuestra atención a la existencia divino-espiritual, a entidades espirituales superiores. Durante la noche, mientras nuestro yo y cuerpo astral están fuera del cuerpo físico y cuerpo etéreo, obran en éstos el cuerpo astral y el yo de entidades superiores divino-espirituales. Y esto tiene su origen en lo siguiente.

Si consideramos toda la evolución de la humanidad a partir del estado saturniano, a través de los estados solar y lunar, hasta nuestra Tierra, se podría argüir que en Saturno sólo existió el cuerpo físico humano, sin cuerpo etéreo, cuerpo astral y yo humanos. Pero aquel cuerpo físico no pudo tener existencia por sí solo, así como actualmente la roca no existe por sí; también en aquel estado el cuerpo físico sólo pudo existir por hallarse compenetrado de cuerpo etéreo, cuerpo astral y yo de entidades divino-espirituales. Ellas lo habitaban y siguieron habitándolo. Cuando en el Sol se añadió al cuerpo físico un cuerpo etéreo propio, este pequeño cuerpo etéreo humano en cierto modo se mezcló con el anterior cuerpo etéreo de las entidades divino-espirituales; así como también en Saturno el cuerpo físico se hallaba compenetrado de entidades superiores.

En base a la justa comprensión de lo expuesto, llegaremos a comprender mejor al ser humano actual; y esto nos permite reiterar y comprender lo que desde un principio se enseñó en el esoterismo cristiano. Al lado del cristianismo exotérico siempre se ha cultivado, también, el cristianismo esotérico. Muchas veces me he referido a que San Pablo, el gran apóstol del cristianismo, con su fervoroso gran talento oratorio obró para enseñar a los pueblos el cristianismo, pero que, al mismo tiempo, fundó una escuela esotérica cuyo dirigente fue Dionisio el Areopagita a quien se hace referencia en Los Hechos de los Apóstoles. En esa Escuela cristiano-esotérica de Atenas, directamente fundada por San Pablo, se enseñó la más pura ciencia espiritual. Y en base a lo expuesto en las consideraciones precedentes, contemplaremos ahora lo que allí se enseñaba.

En esa Escuela cristiano-esotérica también se decía: el hombre, tal como él se nos presenta en su estado diurno de vigilia, se constituye de cuerpo físico, cuerpo etéreo, cuerpo astral y el yo; si bien no se usaban exactamente las mismas palabras; pero esto no es lo principal. Además se explicaba en qué punto de su evolución se halla el hombre actualmente; pues este hombre constituido por los referidos cuatro principios no permanece en el estado en que él nos aparece. Para considerar en sentido puro al hombre constituido por los cuatro principios, hemos de representarnos no su estado actual, sino que debemos remontarnos en su evolución hasta el lejano período de Lemuria. En el período lemuriano, al ser humano, que entonces estaba constituido por cuerpo físico, cuerpo etéreo y cuerpo astral, se sumó, además, el yo. Así se puede decir, en sentido puro: el hombre se componía de cuerpo físico, cuerpo etéreo, cuerpo astral y yo. Pero a partir de entonces, todos los hombres pasaron por muchas encarnaciones; y el sentido de esta evolución consiste en que, pasando de encarnación en encarnación el yo ha de transformar los tres principios de su naturaleza, comenzando con la transformación del cuerpo astral. En ningún hombre de desarrollo común se halla un cuerpo astral igual a como fue en la primera encarnación terrenal; antes del obrar del yo. A partir de esa primera encarnación el yo transformó, desde la interioridad, ciertas representaciones, sentimientos y pasiones originariamente inherentes al ser humano; y de encarnación en encarnación, el yo continúa el trabajo de transformación. Resulta pues que actualmente no posee simplemente los cuatro principios, cuerpo físico, cuerpo etéreo, cuerpo astral y yo, sino que, dentro del cuerpo astral posee por el trabajo del yo, una parte que ha sido creada por el yo mismo. Actualmente en todo hombre el cuerpo astral se divide en dos partes: una que ha sido transformada por el yo, y la otra, no transformada. Esta transformación continúa, y para cada ser humano llegará el tiempo en que todo su cuerpo astral será el resultado de la creación por el yo. Según la sabiduría oriental, la parte del cuerpo astral transformada por el yo, se llama Manas; en Occidente: Yo espiritual. De modo que, hablando de los cuatro principios, podemos distinguir: cuerpo físico, cuerpo etéreo, cuerpo astral, el yo y, como quinto elemento, la parte transformada del cuerpo astral, Manas o Yo espiritual. El hombre seguirá con este trabajo de transformación de sí mismo. La Tierra pasará por nuevas incorporaciones y, paso a paso, el hombre adquirirá lo que ya ahora el iniciado puede adquirir: la capacidad de trabajar para transformar también al cuerpo etéreo. En realidad el hombre en general ya está trabajando en ello, y la parte ya transformada por el yo, se llama Budhi o Espíritu vital. Por último el hombre transformará, por el trabajo de su yo, al cuerpo físico; y la parte así transformada, se llama Atman u Hombre-Espíritu.

Si paseamos la mirada hacia lejanos tiempos por venir, se nos presentan otras formas planetarias, otras incorporaciones de la Tierra; y al haber pasado por los estados planetarios que en el ocultismo llamamos Júpiter, Venus y Vulcano, el hombre habrá llegado a un grado evolutivo mucho más elevado; habrá transformado en Manas o Yo espiritual, a todo su cuerpo astral; en Budhi o Espíritu vital, a todo su cuerpo etéreo; y en Atman u Hombre- Espíritu, a todo su cuerpo físico.

Comparemos una vez: el hombre como se nos presentará al final de la evolución de nuestra Tierra con el hombre en su origen. En el principio sólo existió el cuerpo físico del hombre, compenetrado de cuerpo etéreo, cuerpo astral y yo, pero estos últimos pertenecieron a entidades divinas, que lo habitaban. Al final de toda la evolución de la Tierra, el hombre estará compenetrado de su yo; y el yo mismo vivirá en el cuerpo astral como Manas o Yo espiritual; como Budhi o Espíritu vital, compenetrará enteramente al cuerpo etéreo; y el cuerpo físico estará totalmente compenetrado de Atman u Hombre-Espíritu; todos ellos creados por el yo. ¡Una gigantesca diferencia entre el principio y el final de la evolución del hombre! Pero si contemplamos bien esta diferencia, se esclarece lo que deliberadamente he llamado una contradicción: el estado de sueño; todo lo comprenderemos, precisamente, por la forma en que lo explica el esoterismo cristiano. Hemos de ver claramente qué es lo que como cuerpo físico se nos presentará cuando la Tierra haya llegado al fin de su evolución. No es de modo alguno el cuerpo físico actual, sino lo que por el trabajo del yo, llegará a ser: resultará totalmente espiritualizado, como así también los cuerpos etéreo y astral. Empero, también antes de su espiritualización por el yo, el cuerpo físico ya estuvo espiritualizado. Incluso la roca, como queda dicho, se halla ahora compenetrada espiritualmente de cuerpo etéreo, cuerpo astral y el yo, principios que, viviendo en mundos superiores espirituales, pertenecen a la roca. De modo que el cristianismo esotérico dice con razón: ciertamente, lo que hoy tenemos ante nosotros como cuerpo físico humano, es algo que el hombre no es capaz de dominar; puesto que aún no ha llegado al fin de su evolución, cuando el trabajo del yo llegue a transformar hasta el cuerpo físico. Tampoco es capaz de dominar lo que el hombre tiene en el cuerpo etéreo; sólo llegará a dominarlo cuando la Tierra se encuentre en su estado planetario de Venus. Dominará estos dos principios, cuando haya desarrollado Budhi y Atman. Pero semejantes cuerpos físico y etéreo deberán dominarse de una manera espiritual; y lo que a su tiempo el hombre mismo podrá dar a los cuerpos físico y etéreo, ya tiene que estar en ellos; ya ahora tienen que hallarse en los cuerpos etéreo y físico, las partes espirituales que a su tiempo el yo les podrá dar. En el comienzo, cuando el hombre se hallaba en Saturno, los principios espirituales ya estuvieron en el cuerpo físico, como asimismo cuando el hombre se hallaba en el Sol; y permanecieron en él. El esoterismo cristiano dice, con razón: actualmente ya se halla en el cuerpo físico humano lo que en él estará cuando el hombre haya llegado a la cumbre de su evolución; pero lo tiene como Atman divino, entidad divino-espiritual. Y en el cuerpo etéreo ya se halla Budhi, pero como Espíritu vital divino. Hemos dicho que el cuerpo astral se divide en dos partes; una a la que el hombre ya domina, y la otra a la que aún no domina. En esta última parte también se halla Yo espiritual, pero como entidad divina. Únicamente en la parte del cuerpo astral en que el yo ha trabajado desde la primera encarnación, poseemos el Yo espiritual humano. Así se nos presenta el hombre.

Para caracterizar al hombre en su estado de vigilia, hemos de decir: el cuerpo físico como lo tenemos a la vista, no es sino su aspecto exterior; por dentro es lo que llamamos ser átmico, entidad superior divinoespiritual. Lo mismo ocurre con el cuerpo etéreo: exteriormente él es el principio que mantiene la integridad del cuerpo físico; por dentro es Espíritu vital divino; e incluso al cuerpo astral le compenetra el Yo espiritual divino. Únicamente la parte transformada es algo que el yo se ha conquistado dentro de todo este conjunto.

Consideremos ahora al hombre que está durmiendo: ya no existe aquella contradicción. El hombre, como cuerpo astral y yo, hállase afuera. Todas las noches, el hombre tranquilamente deja su cuerpo físico y su cuerpo etéreo. Si abandonara al cuerpo físico sin que seres divino-espirituales velasen por su integridad, volvería a encontrarlo destruido, a la mañana siguiente. Lo físico divino-espiritual y lo etéreo divinoespiritual permanecen en los cuerpos físico y etéreo cuando éstos están en el lecho, hallándose afuera el cuerpo astral y el yo. Aquéllos están compenetrados de esencialidad átmico-divina y búdhico-divina.

Echemos ahora una mirada retrospectiva sobre el comienzo de la evolución terrestre, al período en que del ser humano el yo aún no había transformado nada. Cuando el hombre estuvo por entrar en su primera encarnación, el yo aún no se había unido con los tres principios, cuerpos físico, etéreo y astral. Del estado lunar, estos tres principios vinieron a la Tierra; y en ésta el yo se unió con aquéllos. Sin embargo, en ellos se hallaba el Yo divino; sólo gracias a éste pudieron existir: el cuerpo astral estaba compenetrado de un Yo espiritual divino; el cuerpo etéreo de un Espíritu vital divino; el cuerpo físico de fuerza átmico-divina u Hombre-Espíritu.

Volvamos la mirada aun más atrás: a los estados evolutivos Luna, Sol y Saturno. En este último, el Espíritu vital divino que ahora, durante la noche, habita en el hombre que se halla en el lecho, dio forma al cuerpo físico humano en su calidad mineral; durante el estado solar lo formó en su calidad vegetal; durante el estado lunar pudo formarlo en cuanto a su capacidad para sentir placer y dolor, pero sin poder decir yo, a sí mismo. Después de estos grados evolutivos inferiores, pasemos ahora a la evolución terrestre en sentido propio.

Durante ella, el cuerpo físico humano, a través de su ulterior transformación, deberá perfeccionarse aún más de lo que fue anteriormente. ¿Qué es lo que antes aún no había alcanzado y que el espíritu divino había retenido en su esfera? ¿Qué es lo que éste aún no le había confiado al cuerpo humano? Es la facultad de hacer resonar desde su interior su ser anímico. En la Luna el cuerpo humano, en su nivel evolutivo del animal, era mudo; la capacidad para hacer resonar hacia afuera lo interior, aún se hallaba con Dios; no se lo había confiado a su propio ser. Si bien hay animales capaces de producir sonidos, se trata de algo distinto; ellos se encuentran en estados totalmente distintos: producen sonidos, por cierto, pero en virtud de la divinidad en ellos. Expresar con palabras su ser anímico interior, esto es algo que sólo sobre la Tierra le fue conferido al hombre; antes los hombres eran mudos.

Considerando todo lo que acabo de exponer, podemos decir que toda la evolución fue dirigida y encauzada de tal manera que la palabra, la facultad de hablar, originariamente era con Dios, y que Dios primero creó las condiciones previas para que el aparato físico obtuviese la capacidad para hacer resonar desde el interior esta palabra. Como la flor en la semilla así también existió en Saturno, como germen, el hombre que resuena y que habla, el hombre dotado de la palabra y del Logos. Pero el resonar se hallaba oculto en el germen; sólo del germen se desarrolló, al igual que la planta se halla oculta en la semilla, y de ella se desarrolla. Volviendo la mirada sobre el cuerpo físico humano durante el estado planetario de Saturno, preguntémonos: ¿Cuál es el origen primitivo de este cuerpo físico humano, y qué fue lo imprescindible sin lo cual no hubiera podido pasar por toda la evolución?

Proviene del Logos o del Verbo, pues ya en Saturno este cuerpo físico humano fue dirigido de manera tal que más tarde se convirtiera en un ser dotado del hablar, en un testigo del Logos. El que el cuerpo humano tenga ahora esta forma, se debe a que el “Verbo” fue la base de toda la Creación. Desde un principio todo el cuerpo humano tuvo la predisposición para que finalmente pudiese brotar de él la palabra. Por esta razón, el cristiano esotérico se dice a sí mismo: en el Verbo o en el Logos hemos de reconocer al arquetipo del cuerpo físico humano; desde el principio, en este cuerpo físico obró el Logos o el Verbo; y éste todavía sigue obrando en aquél. Cuando el cuerpo físico, abandonado por el yo, hállase en el lecho, el Logos divino obra en los principios abandonados por el hombre.

Consideremos ahora la ulterior evolución. A Saturno siguió el estado planetario Sol, en que al cuerpo físico se sumó el cuerpo vital humano. Mientras que en Saturno el cuerpo físico fue una especie de máquina, de autómata, pero compenetrado y mantenido por el Logos, en el estado solar se sumó el cuerpo vital, y en él obró el Espíritu vital divino. En Saturno, el cuerpo humano es expresión del Logos; Saturno pasa, y en el Sol, al incorporarse nuevamente el cuerpo humano, se le suma el cuerpo vital, compenetrado por el Espíritu vital. En el Sol, el Logos llega a ser vida, al elevar al hombre a un nivel superior. En la Luna se añadió al hombre el cuerpo astral; éste, incluso actualmente, aparece a la conciencia clarividente como una aura que envuelve al hombre. Es un cuerpo luminoso, si bien invisible para la conciencia actual; pero es, para la visión clarividente, luz espiritual. Y la luz física no es sino luz espiritual transformada. También la luz solar física es la incorporación de la luz cósmica, espiritual-divina. En nuestro mundo actual existe la luz que para el hombre irradia desde el Sol. Pero hay otra luz que irradia desde la luz interior del hombre: en el estado lunar, el cuerpo astral del hombre todavía resplandecía para los seres en torno de él. De modo que en la Luna se sumé el cuerpo astral luminoso a los cuerpos físico y etéreo humanos.

Consideremos ahora todo el decurso de la evolución. En el Saturno tenemos el cuerpo físico como expresión del Logos; en el Sol se le suma el cuerpo etéreo como expresión del Espíritu vital: el Logos llega a ser vida. En la Luna se añade el cuerpo luminoso: la vida llega a ser luz. Así se nos presenta la evolución del cuerpo humano.

El hombre, cuando descendió a la Tierra, fue un ser creado por las entidades divino-espirituales, y existió porque en sus cuerpos físico, etéreo y astral vivió el Logos que fue vida y que llegó a ser luz. Y sobre la Tierra para el hombre y en el hombre, se añadió el yo. Pero éste capacité al hombre, no solamente para vivir en la luz, en la vida, sino para contemplarlo todo desde afuera, situarse frente al Logos, a la vida, a la luz. A consecuencia de ello, todo se convirtió en lo material, se hizo existencia material.

Habiendo llegado hasta aquí con nuestro pensamiento, hemos fijado, con cierta exactitud, el punto en que en la próxima conferencia comenzaremos para hacer ver cómo del hombre emanado de la divinidad, se ha desarrollado el hombre actual dotado del yo, pues antes de este último había existido su predecesor divino.

Lo que el hombre ha conquistado con el trabajo de su yo, lo arranca todas las noches de los cuerpos físico y etéreo; pero lo que en él siempre estuvo, permanece en él y sigue manteniendo esos dos cuerpos, cuando el hombre infielmente los abandona y se desentiende de ellos. Allí está aquella primitiva entidad espiritual-divina.

Todo lo que con los términos del esoterismo cristiano hemos tratado de exponer como profundo misterio de la existencia, sabiduría bien conocida para los “ministros del Logos de los primeros tiempos”, el Evangelio de Juan lo expresa con precisión y con palabras lapidarias. En su versión correcta, esas primeras palabras traducen los hechos que acabo de exponer. Contemplémoslo todo de nuevo para comprender correctamente su valor.

En el principio era el Logos, como imagen primordial del cuerpo físico humano, y como origen esencial de todas las cosas. Todos los animales, vegetales, minerales se crearon más tarde; en Saturno, de todo ello, realmente no existió nada sino el hombre. En el Sol se agregó el reino animal; en la Luna, el reino vegetal; y en la Tierra, el reino minera1. En el Sol, el Logos devino vida; en la Luna devino luz; y ésta apareció ante el hombre dotado del yo. Pero el hombre debió aprender a conocer lo que el Logos había sido y la forma en que finalmente se manifestó. En el principio era el Logos; después devino vida; más tarde, luz, y la luz vive en el cuerpo astral. La luz resplandeció en el interior humano, en las tinieblas que carecían del conocimiento. La existencia terrenal ha de conducir al hombre a sobreponerse a las tinieblas en su interior, para llegar a conocer la luz del Logos.

Palabras lapidarias o, quizá, difíciles de comprender, son las primeras palabras del Evangelio de Juan. Pero no hay que esperar que lo más profundo del mundo se expresara con palabras triviales. ¿No resulta extraño, un desdén de lo sagrado, decir que para comprender un reloj hace falta penetrar profundamente en la esencia de la cosa; pero que para la comprensión de lo divino en el mundo basta emplear la más simple inteligencia humana? Es muy triste que en nuestros tiempos, con respecto a lo profundo de los documentos religiosos, se diga: ¿para qué estas explicaciones tan complicadas, si todo puede considerarse de un modo simple y sencillo? Pero nadie penetrará en el verdadero sentido de las palabras con que comienza el más profundo de los Evangelios, sino quien tenga la intención y la buena voluntad de contemplar los grandes hechos de la evolución del mundo.

Y ahora vamos a traducir las primeras palabras del Evangelio de Juan que son, a la vez, una expresión de la ciencia espiritual.

En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios (o divino). Este era en el principio con Dios. Todo tiene su origen en él; y sin este Verbo nada de lo creado se creó.

En él estaba la vida, y la vida devino la luz de los hombres. Y la luz resplandeció en las tinieblas; mas las tinieblas no la comprendieron.

El Evangelio explica, después, cómo las tinieblas, paso a paso, llegarán a la comprensión.

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