Apolonio de Tiana y la Ciudad de los Sabios
Shambala: Oasis de Luz (Buenos Aires: Molina, 1990)
Andrew Tomas
Capítulo 8: Apolonio en el Tíbet
La Iglesia Cristiana usó todo su poder para hacer pasar a Apolonio de Tiana por un mito o, al menos, por un secuaz del Diablo. Los milagros de Apolonio inquietaron a los primero Padres de la Iglesia, como podemos ver por el embarazo que muestra Justino el Mártir:
¿Cómo explicar que los talismanes de Apolonio tenían el poder de calmar el furor de las olas, la violencia de los vientos y los ataques de las bestias feroces y, mientras que los milagros de nuestro señor solo son conservados por la tradición, los de Apolonio son más numerosos y se manifiestan efectivamente por hechos tan concretos, que arrastran a todos los asistentes?
La Historia atestigua la realidad de Apolonio. La historia romana nos dice que el emperador Caracalla hizo edificar un santuario en su memoria, y que Alejandro Severo expuso una estatua de Apolonio en su templo privado. El Museo Capitalino de Roma posee un busto del mismo. La emperatriz Julia Domna, segunda esposa de Septimio Severo, sentía un interés tal por la vida de Apolonio de Tiana, que, hacia el 200’ de nuestra Era, encargó a Flavio Filostrato que escribiera una biografía de éste filósofo.
Aunque Apolonio de Tiana fuese un contemporáneo de Jesús, la labor de Filostrato fue menos ardua que la de los cuatro evangelistas, ya que la emperatriz pudo poner a su disposición 97 cartas de Apolonio, los libros de Moerágenes y el Diario de Damis. Por lo tanto, la documentación de Filostrato fue sólida y concreta, si bien nos describe cosas aparentemente fabulosas.
Apolonio de Tiana nació en Capadacia (actualmente, en la Turquía Central), el año 4 antes de nuestra Era, precisamente el año en que se supone nació Cristo. Era alto, bien parecido y de notable inteligencia. A los catorce años, sus maestros no pudieron seguir instruyéndolo, ya que sabía más que ellos. A los dieciséis años entró en el Templo de Esculapio y emitió los votos pitagóricos. Llevando una vida ascética, no tardó en desarrollar en grado sorprendente, sus dones de clarividente y terapeuta.
Al mismo tiempo, se dedicó vigorosamente a defender las ideas de justicia social, atacando a los que explotaban a los pobres. Filostrato relata un incidente a propósito de una especulación sobre el grano, que llegó a hacerse demasiado caro para los desheredados. Consternado, el joven Apolonio apostrofó así a los comerciantes de trigo: “La Tierra es madre de todo –gritó- , ya que es justa. Pero vosotros sois injustos y pretendeís monopolizar a esta madre en vuestro provecho. Si no os arrepentís, no permitiré que viváis”. Su amenaza causó el efecto deseado y detuvo a los especuladores sin escrúpulos.
Un acontecimiento importante se produjo, en lo tocante a los dioses en la vida del joven neopitagórico, cuando un sacerdote de Apolo del templo de Dafne, le entregó unas placas de metal cubiertas de diagramas. Era el mapa de los viajes de Pitágoras a través de los desiertos, los ríos y las montañas, con representaciones de elefantes y otros símbolos que indicaban el camino seguido por el filósofo para ir a la India. Apolonio decidió seguir el mismo itinerario, y organizó su larga expedición.
Llegado a Babilonia, su comportamiento excéntrico fascinó al rey hasta tal punto, que invitó a Apolonio a prolongar su estancia en el reino. Y en Nínive (Mespila) se encontró con el asirio Damis, que se convertiría en su guía, su compañero leal y su alumno. En amplia medida debemos a Damis el relato de sus peregrinaciones a la India y al Tíbet.
Tras un largo y difícil recorrido, Apolonio y Damis atravesaron el Indo y siguieron el curso del Ganges. En un punto del valle del Ganges se desviaron hacia el Norte, en el Himalaya, y escalaron la cadena montañosa, a pie, durante dieciocho días. El camino los llevaría al Nepal del Norte o al Tíbet. Pero Apolunio tenía un mapa y sabía exactamente donde encontrar la Morada de los Sabios.
A despecho de su confianza, se empezaron a producir hechos inquietantes cuando Apolonio y su guía se acercaron a su destino. Tuvieron la extraña sensación del que el camino por el que marchaban desaparecía de pronto tras ellos. Se hallaban como en un lugar encantado, donde hasta el paisaje era móvil y se transformaba, a fin de que no pudieran establecer un punto de referencia fijo. Siglos más tardes se refirieron a fenómenos idénticos algunos exploradores, cuyos guías se negaban a traspasar “la frontera prohibida de los dioses”.
Ello confirma los peregrinos incidentes mencionados por Filostrato.
Un joven de piel negruzca apareció de pronto ante Apolunio y Damis, y se dirigió en griego al filósofo, como si su llegada fuese esperada: “Su camino debe detenerse aquí –dijo – pero han de seguirme, ya que los Dueños me han dado la orden en tal sentido”. La palabra “Dueños” sonó agradablemente a los oídos pitagóricos de Apolonio de Tiana, por lo cual abandonó alegremente a portadores y equipajes, para llevarse consigo solo al fiel Damis.
Cuando Apolonio de Tiana fue presentado al rey de los Sabios, cuyo nombre era Iarchas o Hiarchas (el Santo Maestro), quedó sorprendido que el contenido de la carta que se disponía a entregarle era ya conocido por él. Asimismo, conocía su entorno familiar y todos los incidentes de su largo viaje desde Capadocia.
Apolonio permaneció varios meses en la región transhimaláyica. Durante su estancia, el filósofo y Damis pudieron admirar cosas increíbles, tales como pozos que proyectaban los rayos de una brillante luz azulada. Pantarbes, o piedras fosforescentes, irradiaban una tal claridad, que la noche se trocaba en día. Lámparas similares, consideradas como milagrosas, fueron vistas en el Tíbet por el padre Huc en el siglo XIX.
Según Damis los habitantes de la ciudad sabían utilizar la luz solar. Los Hombres Sabios podían utilizar la gravitación para elevarse en el aire, hasta una altura de tres pies, y podían incluso planear. Apolunio observó una ceremonia en el curso de la cual los Sabios golpearon el suelo con sus bastones y fueron aerotransportados. Fenómenos paralelos fueron verificados en el Tíbet por la sabia exploradora Madame David-Neel en el siglo XX, lo cual da validez al relato de Filostrato.
Las realizaciones científicas e intelectuales de los habitantes de esta ciudad perdida impresionaron tan fuertemente a Apolonio, que se limitó a asentir con la cabeza cuando el rey Hiarchas le dijo: “Has venido a casa de los hombres que saben todas las cosas”.
Damis observa que sus anfitriones “vivían a la vez en la Tierra y fuera de ella”. Esta enigmática observación, ¿significa que los Sabios eran capaces de vivir en dos mundos, el físico y el espiritual, o que poseían los medios de comunicarse con planetas distantes? En lo referente a su sistema social, parece ser que era comunitario, ya que, según palabras de Apolonio, “no poseían nada, y, sin embargo, tenían toda la riqueza del mundo”. En cuanto a su ideología, el rey Hiarchas profesaba una filosofía cósmica según la cual “el Universo es una cosa viva”.
Cuando llegó el tiempo de la separación, Apolonio dijo a los Sabios de las montañas: “Vine a vosotros por caminos de tierra, y me habéis abierto no solo el camino del mar, sino también por vuestra sabiduría, el de los cielos. Todo lo que me habéis enseñado lo llevaré a los griegos, y, si no he bebido en vano la Copa de Tántalo, permaneceré unido a vosotros como si estuvierais presente” ¿No hay aquí una referencia bastante clara a un método de comunicación telepática?
Los Maestros Espirituales del mundo encargaron a Apolonio una misión. Ante todo debía esconder ciertos talismanes o imanes en lugares que, en una época futura, adquirirían un significado histórico ¿Se trataba de fragmentos de la milagrosa Chintamiani de la Torre de Shambala? Seguidamente, el filósofo debería arremeter contra la tiranía de Roma y humanizar un régimen fundado en la esclavitud.
Lentamente, los dos hombres descendieron a la llanura de la India y reanudaron su largo camino hacia Occidente. Por fin llegaron a Esmirna, donde, según el rey Hiarchas, Apolonio, debía encontrar una estatua de su última encarnación bajo los rasgos de Palamedes. Según Damis, a Apolonio no le costó trabajo alguno conseguir el emplazamiento exacto indicado por el rey.
PD: Se cree que Damis llevaba un diario de notas donde registró todas las historias que protagonizó junto a su Maestro. Sin embargo, hasta la fecha, sus escritos están desaparecidos. Hay quién dice que Apolonio vio las famosas Stanzas de Dzyan durante su periplo por Asia.
Publicado por Debora Goldstern
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