La Cruzada Albigense, 1209-1244
Publicado por Templarcrux
Las Cruzadas eran guerras religiosas acontecidas durante la Edad Media en las que los cristianos, normalmente con el beneplácito del Papa de Roma, atacaban a pueblos que profesaban otras religiones. Las cruzadas respondían a motivos religiosos como “recuperar” Tierra Santa y defender los reinos cristianos de la expansión musulmana y sobre todo a motivos políticos y económicos como era expandir las fronteras del cristianismo y controlar las principales rutas comerciales del Mediterráneo y el Mar Báltico. Dentro de éste escenario, la Cruzada Albigense fue una cruzada atípica, ya que se lanzó dentro de un territorio europeo como era el sur de Francia y contra población “francesa”. El motivo de esta cruzada era suprimir la corriente religiosa que propagaban los Cátaros. Esta corriente “herética” era una gran amenaza para la Iglesia Católica, al criticar su corrupción, despotismo e hipocresía, y al contrastar la enorme riqueza del Papa y los obispos frente a la pobreza del pueblo llano. Los Cátaros predicaban la igualdad, la solidaridad y el desarrollo individual como única fuente de salvación, una doctrina que de haberse extendido habría acabado con el predominio de la Iglesia Católica en el Mundo Medieval. La cruzada albigense, fue una sangrienta persecución religiosa contra los cátaros albigenses, llamados así por Albi, una localidad de la región de Occitania (Languedoc, Provenza), en el sur de Francia, en la que residían las mayores comunidades de Cátaros. Las doctrinas cátaras llegaron a Occitania a través de las rutas comerciales que comunicaban el sur de Francia con Tierra Santa, los Balcanes y con el Este de Europa, lugares donde subsistían diversas corrientes “heréticas”, como el dualismo gnóstico y el maniqueísmo, corrientes de las que surgen ideológicamente los cátaros. El nombre “Cátaro”, provenía del griego y significaba “puro”, siendo adoptado por estos religiosos por considerarse los únicos cristianos puros o “perfectos”. Los cátaros se dividían en dos grupos, el grupo de los “perfectos”, los cátaros ascéticos que buscaban el máximo conocimiento espiritual y el grupo de los “creyentes”, personas que simpatizaban con su doctrina pero que eran incapaces de convertirse en ascetas y sacrificar su modo de vida en busca del conocimiento que liberara sus almas. Los primeros cátaros aparecieron en Occitania alrededor del año 1012, ganando su doctrina adeptos rápidamente por su abierta critica a los vicios en los que incurrían los obispos, sacerdotes y frailes de la Iglesia Católica. Los cátaros creían en un mundo dual; el mundo material era obra del poder creador del demonio y por eso existía la maldad en él. Solo el mundo espiritual de Dios era perfecto y de ese mundo provenía el alma humana inmortal, siendo para ellos el cuerpo una simple morada temporal. Para ellos el alma se reencarnaba, incapaz de volver al mundo espiritual si no había alcanzando el conocimiento necesario. Por ello, la única forma de alcanzar el paraíso sería alcanzar personalmente el conocimiento espiritual máximo, convirtiéndose así, merced a ese conocimiento, en un hombre “puro” o “perfecto”. Las principales polémicas que les causaron la fulgurante condena de la Iglesia Católica, fueron la creencia de que Jesús no fue material sino una aparición espiritual, un ángel que vino a salvar ideológicamente al mundo, liberando las almas atrapadas por la materia. Por tanto negaban la “humanidad” de Jesús, entendiendo su muerte y resurrección como una alegoría. Otra doctrina polémica propagada por los cátaros era que Yahvé, el Dios del Antiguo Testamento, era en verdad el diablo, ya que había creado el mundo material y se había comportado de forma malvada y vengativa repetida veces, generando guerras, epidemias, destruyendo ciudades y alentando la lucha del hombre contra el hombre. La Iglesia Católica al defender y anteponer lo material era por tanto la Iglesia del Diablo para los cátaros y por eso la criticaban duramente. Aparte de la amenaza teológica que representaban, los cátaros eran una amenaza socio política, ya que negaban el valor de los juramentos en nombre de Dios y el derecho del hombre para castigar el mal. La negación del valor del juramento era importantísima, pues en la época feudal el juramento de fidelidad era básico para la práctica del vasallaje y para dar validez a cualquier acuerdo político o económico. Otra ruptura novedosa era la inclusión de la mujer en todos sus ritos religiosos; mujeres y hombres podían convertirse en “perfectos” por igual y predicar su doctrina, toda una novedad en la Edad Media y que contrastaba con la doctrina de exclusión de la mujer de la Iglesia Católica. La popularidad de los cátaros no se debía solo a sus novedosas doctrinas sino que sobre todo era debida a su ejemplo moral. Su ascetismo y frugalidad en su modo de vida (llegando a veces a morir de hambre), su castidad total, y su comportamiento solidario, similar al de los primeros cristianos, contrastaban enormemente con la enorme corrupción que predominaba en la Iglesia Católica de la época, llena de frailes y sacerdotes que tenían varios hijos, vendían la absolución de los pecados y sobre todo comían y bebían en exceso gracias a los impuestos que pagaban los pobres campesinos. Por tanto el pueblo llano veía a los cátaros como un modelo a seguir en cuanto a moralidad y religiosidad. La herejía cátara fue combatida desde el principio por la Iglesia Católica, el fraile cisterciense Bernardo de Claraval se desplazó en el año 1145 a Occitania para predicar contra los cátaros, obteniendo bastante éxito en algunas zonas, gracias a su magnifica oratoria, ya que no en vano era apodado “Doctor Melifluo” (Doctor boca de miel). El papa Eugenio III continuó enviando legados a Occitania para combatir la herejía, pero estos predicadores no tuvieron éxito, al no saber hacer llegar su mensaje a la gente sencilla. En 1179 el papa Alejandro III intentó cambiar de métodos y exhortó a los nobles a tomar las armas para combatir a los herejes. Como respuesta a su llamado, el cardenal Enrique de Albano comandó un ejército contra los cátaros, tomando la fortaleza cátara de Lavour, hecho que fue intrascendente, pues la herejía persistió, e incluso aumento su influencia en la zona. El fracaso de la Iglesia Católica en combatir la herejía generó que no solo el pueblo llano fuera mayoritariamente atraído por la prestigiosa doctrina cátara, sino que también se sumara al movimiento cátaro la mayoría de la nobleza occitana, convirtiéndose muchos nobles en “creyentes”. Ésta nobleza permitió a los cátaros establecer sus principales núcleos en los condados de Agen, Albi, Carcasona y Tolosa. Dentro de estos condados los cátaros estaban bajo la protección de la nobleza, lo cual permitía que los inquisidores del papado no pudieran perseguirlos sin el consentimiento del señor de la zona. La expansión de la herejía cátara era una seria amenaza para el predominio de la Iglesia Católica en el mundo feudal y para el orden social establecido, lo que originó que el Papa Inocencio III, que llegó al poder en 1198, escribiera a sus obispos de Occitania instándoles a castigar a los herejes cátaros por todos los medios. Pero los obispos occitanos no hicieron nada por oponerse a la herejía, ya que muchos simpatizaban con su doctrina en secreto y finalmente el Papa les retirará su autoridad en 1204. En otoño de 1203, Inocencio III designó como legados papales a Raoul de Fontfroide y Pierre de Castelnau, con la misión de predicar contra la herejía. Al año siguiente se les uniría como legado papal el temible inquisidor Arnaud Amalric (llamado también Amaury en otras fuentes). Intentando poner orden en la convulsa situación religiosa, el rey Pedro II de Aragón, aliado de Raimundo VI, el conde de Tolosa y vinculado a los cátaros por ser heredero del condado de Montpellier y tener vasallos afines a este movimiento, como era Ramón Roger Trencavel, conde de Carcasona, intentó que sacerdotes católicos y predicadores cátaros llegaran a un acuerdo en el coloquio de la ciudad de Beziers en 1204, pero el intento fue infructuoso. Pierre de Castelnau, el legado papal más importante, pretendía acabar con el apoyo de la nobleza a los cátaros, exigiendo a los nobles que se comprometieran a perseguir la herejía y erradicarla en sus respectivos dominios. Los nobles occitanos se negaron a cumplir estas condiciones y fueron excomulgados, incluido el más poderoso conde de Occitania, Raimundo VI de Tolosa, que fue excomulgado el 29 de mayo de 1207. Viendo que no podía detener la herejía mediante presiones políticas a los nobles, en 1207 el Papa instó al rey Felipe II de Francia para que realizara una cruzada contra los cátaros, pero el monarca francés estaba inmerso en conflictos más importantes contra el rey inglés Juan Sin Tierra y no hizo caso del llamado papal. Raimundo VI, ante el temor de que se lanzara una cruzada contra sus tierras cambió de posición y juró perseguir a los herejes a cambio de que le levantaran la excomunión, pero a lo no cumplir su promesa, ya que no era partidario de perseguir a sus propios súbditos, Pierre de Castelnau le amenazó con excomulgarlo de nuevo. El 14 de enero de 1208, Raimundo VI, se reunió con el legado Pierre de Castelnau en la abadía de Saint Gilles, intentando llegar a un acuerdo con éste y evitar su excomunión. La reunión fracasó por la intolerancia del soberbio legado, el cual, a su regreso de la reunión fue asesinado de un lanzazo por hombres de Raimundo VI (posteriormente Pierre de Castelnau será declarado “mártir de la Iglesia” por Inocencio IV). Este asesinato provocó que el 9 de marzo de 1208, el Papa dirigiera una carta a todos condes, barones y señores del reino de Francia convocándoles a una cruzada contra los cátaros. La cruzada logró la adhesión de prácticamente toda la nobleza del norte de Francia, la cual acudió a la cruzada motivada por la promesa papal de que podrían apoderarse de las fértiles tierras de los nobles del sur que apoyaban a los cátaros y porque su participación en la contienda les granjearía el perdón de sus pecados. El rey Felipe II Augusto de Francia, preocupado por asegurar sus conquistas, declina participar en la expedición, pero da libertad a sus súbditos para que acudan libremente. Viendo que la cruzada podía ser el fin para su condado Raimundo VI de Tolosa cambió de bando, humillándose en Saint-Gilles el 18 de junio de 1209 para obtener el perdón del Papa y su permiso para participar en la cruzada. La participación de Raimundo VI del lado cruzado fue una verdadera traición a sus parientes y vasallos occitanos que lucharon para defender a los cátaros. El ejército cruzado debido a la gran afluencia de nobles franceses estaba compuesto por unos 30.000 hombres, un tamaño inmenso para la costumbre de la época. La dirección de la cruzada correspondía en su aspecto religioso al legado papal Arnaud Amalric y en su aspecto militar estaba dirigida por el noble Simón IV de Montfort, debido a la larga experiencia militar de éste noble, que había participado en la Cuarta Cruzada (contra Bizancio) y había peleado en Tierra Santa. Ramón Roger Trencavel, vizconde de Albí, Béziers y Carcasona será el principal líder de los nobles que defendían a los cátaros. El 21 de julio de 1209, los cruzados sitiaron Béziers, uno de los principales focos cátaros. Simón de Montfort atacó la ciudad, tomándola rápidamente y masacrando horriblemente a la población, sin importarle si eran cátaros o no. Alrededor de 8.000 personas murieron en la ciudad de Béziers, pasando a la historia la famosa frase:”Matadlos a todos, que Dios reconocerá a los suyos”, atribuida por la mayoría de fuentes al legado papal Arnaud Amalric. Esta matanza sobrecogió a la población de la zona y tuvo un efecto devastador sobre los nobles defensores y sus tropas, capitulando sin resistencia la mayoría de fortalezas y ciudades que acogían a los cátaros. En mi opinión la matanza fue probablemente instigada por Simón de Montfort, el cual, al participar en la Cuarta Cruzada y combatir en Tierra Santa, seguramente había contemplado masacres similares y se había dado cuenta de su valor propagandístico y su efecto sobre la moral enemiga. La única plaza que ofreció resistencia tras Béziers fue Carcasona, donde resistía Ramón Roger Trencavel, quien era sobrino de Raimundo VI de Tolosa y cuñado de Pedro II de Aragón, el cual acudió hasta la zona en conflicto para solicitar condiciones de paz entre ambos bandos. El legado Arnaud Amalric permitió que Ramón Roger y doce acompañantes pudieran abandonar la ciudad, pero el honor de Ramón Roger le hizo permanecer en la ciudad. Posteriormente Ramón Roger muere de disentería según algunas fuentes o más probablemente envenenado. La falta de agua que sufrió la ciudad durante el asedio y sobre todo la muerte de Ramón Roger hicieron que Carcasona se rindiera finalmente. Sin embargo, los cruzados debido a las presiones de Pedro II, no masacraran a la población como hicieron en Béziers. El legado papal, Arnaud Amalric, otorgará las posesiones de la familia Trencavel a Simón de Montfort, como premio por sus éxitos en la dirección militar de la cruzada. A su vez, Amalric será recompensado por el Papa con la diócesis de Narbona. Los cátaros apresados durante la cruzada serán juzgados por los inquisidores del Papa, declarados culpables de herejía y quemados vivos en la hoguera, en lo que personalmente considero un genocidio atroz. La masacre de Béziers y el expolio de las posesiones de la familia Trencavel por Simón de Montfort van a crear un fuerte resentimiento en los nobles occitanos que apoyaron la cruzada y en Pedro II de Aragón. Raimundo VI de Tolosa a partir de entonces defenderá de nuevo a los cátaros, negándose a entregar a los cátaros de la ciudad de Tolosa a la autoridad de Arnaldo Amalric. Como consecuencia de su negativa será de nuevo excomulgado. Raimundo VI intentará reconciliarse con el Papa Inocencio III y convocará a concilio en Saint Gilles en julio de 1210 y en Montpellier en febrero de 1211. Pero el fracaso de las negociaciones generará que Raimundo VI asuma una posición más beligerante, expulsando al obispo de Tolosa de la ciudad. Pedro II de Aragón, viendo como Simón de Montfort intenta apoderarse de más tierras de Occitania, intentará llegar a un acuerdo con éste. Simón de Montfort aceptará la proposición de casar a su hija con el heredero de Pedro II, pero una vez concertado el matrimonio seguirá persiguiendo a los nobles occitanos, vasallos de Pedro II. El 27 de enero de 1213, Raimundo VI de Tolosa jurará fidelidad a Pedro II, convirtiéndose en vasallo del rey aragonés en un último intento desesperado de proteger su condado de las ambiciones de Montfort. Las presiones de Simón de Montfort no cesarán y Pedro II, viendo que el Papa es incapaz de hacer entrar en razón a Montfort, reunirá un ejército para enfrentarse con él. El 12 de septiembre de 1213, el rey aragonés es derrotado en la batalla de Muret y asesinado. Esta derrota generará que Raimundo VI pierda Tolosa y tenga que exiliarse a Cataluña. Simón de Montfort conquistará Tolosa, siendo reconocido posteriormente en el “IV Concilio de Letrán” de 1215 como Conde de Tolosa. Sin embargo, su posterior disputa con Arnaud Amalric por el ducado de Narbona, generará que éste le excomulgue y le quite la legitimidad para poseer el condado de Tolosa. Tanto Simón de Montfort como Arnaud Amalric ambicionaban extender su dominio sobre los condados occitanos, siendo esa la causa de su disputa. Ante esta situación y sin que la Iglesia le respalde, en 1216, Simón de Montfort decide prestar homenaje al rey Felipe II de Francia incorporando el Condado de Tolosa y los condados de Béziers y Carcasona, a la Corona de Francia. A la muerte de Inocencio III, Raimundo “el joven”, hijo de Raimundo VI de Tolosa, iniciará una exitosa rebelión que le permitirá reconquistar Tolosa en 1217, reinstaurando a su padre en el trono del condado. Simón de Montfort al enterarse sitió Tolosa inmediatamente, pero el 25 de junio de 1218 un piedra lanzada desde las murallas de Tolosa acabó con su vida. El condado de Tolosa será recuperado tras la muerte de Montfort por sus legítimos dueños. La guerra terminó definitivamente con el tratado de París de 1229, un tratado mediante el cual, el rey de Francia asumió la mayor parte de los feudos en conflicto, obligando a Raimundo VII a comprometerse a combatir a los cátaros y asumiendo el Condado de Tolosa tras la muerte sin descendencia de éste, acabando así la independencia de Occitania. Ese mismo año de 1299 se encomendó a La Inquisición extirpar totalmente la herejía, acabando con los núcleos cátaros que aún existían en la zona. Uno de los principales núcleos cátaros que sobrevivieron a la guerra era el núcleo del Castillo Montsegur, una fortaleza que servia de refugio y templo de oración, perteneciente a Esclaramunda de Foix, hermana de Ramón Roger. En 1242, unos 60 soldados del noble Pierre Roger de Mirepoix, defensor de los cátaros, parten del castillo de Montsegur para asesinar al tribunal de la Inquisición que tenía sede en Avignonet. Este asesinato era una venganza por la gran cantidad de cátaros que habían muerto en la hoguera a manos de la inquisición. Esta acción hará que al año siguiente, en 1243, el Concilio de Beziers decida la destrucción de Montsegur. El mes de mayo de 1243, 6.000 hombres al mando militar del senescal de Carcasona, Hughes de Arcis, y al mando religioso de Pierre Amiel, el arzobispo de Narbona, asedian el castillo de Montsegur. Los defensores, dirigidos por Ramón de Péreille, señor del castillo y por Pierre Roger de Mirepoix, apenas cuentan para la defensa con 150 soldados y algunos voluntarios de los pueblos de la zona, ya que los “perfectos” nunca se defienden por si mismos, no usan la violencia ni ofrecen resistencia. Así que los “creyentes”, los soldados y nobles simpatizantes con la causa, son los que defienden a los 300 cátaros refugiados en el castillo. Pese a tan exigua guarnición, el castillo resiste fácilmente el asedio, debido a su difícil acceso, ya que se encuentra enclavado en lo alto de una escarpada montaña. Los únicos accesos al castillo están vigilados y el suministro está garantizado por la colaboración de los pueblos de la zona, los cuales mandan víveres al castillo por rutas secretas. El asedio será realmente duro para el ejército del rey de Francia, debido al duro clima y la falta de víveres. Finalmente, tras varios meses de infructuosa espera, el senescal Hughes des Arcis contratará los servicios de algunos montañeses gascones para que le ayuden. En enero de 1244, los montañeses conseguirán eliminar a los guardias que vigilaban los accesos a la cima de la montaña donde está el castillo y el ejército francés podrá instalar en ella un trebuchet (catapulta). Durand, el obispo de Albi, cuna de los cátaros, será el encargado de dirigir los disparos contra el castillo de esta arma de asedio. Tras meses de duros combates entablados bajo el frió y la nieve, los cátaros viendo que no hay salida para su situación, deciden negociar su rendición. Hughes des Arcis, viendo el lamentable estado de su ejército, y la falta de víveres, aceptará todas las condiciones de los sitiados, comprometiéndose a darles una tregua de 15 días para que puedan celebrar el misterio del “consolamentum” (consuelo), su ceremonia de preparación para la muerte. Otra condición que aceptará el senescal es que los defensores de la fortaleza sean perdonados de toda falta, hasta de la matanza de inquisidores en Avignonet. Respecto a los cátaros, los que abjuren de su fe serán perdonados, pero la mayoría prefiere morir en la hoguera levantada a los pies del castillo. El 16 de marzo de 1244 el castillo de Montsegur se rinde, la guarnición sale en paz, mientras los cátaros con su maestro Bertrand Marty a la cabeza se lanzan por si mismos a la hoguera. Finalmente 225 cátaros serán quemados vivos en la hoguera. Durante el periodo de tregua, cuatro personas abandonaron el castillo, bajando con sogas de él. Eran los encargados de ocultar los “tesoros” cátaros. Respecto a la naturaleza de este tesoro hay varias dudas entre los historiadores, mientras algunos piensan que podría ser dinero o joyas, (algo casi imposible, ya que contrastaría con la doctrina de frugalidad de los cátaros). Otros escritores, amantes de la leyenda, piensan que el tesoro pudo haber sido el mítico “Grial”. Pero lo más probable es que lo que pusieran a salvo fueran los textos sagrados y manuscritos de su religión. El castillo de Montsegur está construido de una manera especial, está orientado a los cuatro puntos cardinales y tiene zonas que se iluminan a media que el sol avanza en su trayectoria. Estas características han hecho que sea considerado como un templo solar, pero la relación entre esta característica y la religión de los cátaros es desconocida. Sea como sea, fue el lugar que marcó el fin de los “perfectos”, los cuales irían desapareciendo progresivamente ante el exterminio al que los sometió la Inquisición. Los cátaros, personas incapaces de cometer actos de violencia, murieron abrasados en las llamas de la intolerancia que encendió la Iglesia Católica. Murieron por pensar diferente y por ser consecuentes con la doctrina que predicaban. Tras los cátaros, les llegaría el turno a los Templarios, la Orden de monjes guerreros que sufrió también la influencia oriental del cristianismo gnóstico, acabando muchos de sus miembros en la hoguera, al igual que los cátaros. El fundamentalismo cristiano propagado por la Iglesia Católica en su intento por preservar la sociedad estamental y los privilegios económicos y sociales de la aristocracia eclesiástica, cobraría cientos de miles de vidas a lo largo de su historia, manchando de sangre el mensaje de paz y amor de Jesús de Nazareth. El novelista e historiador Peter Berling tratara magníficamente el tema en su novela: “Los hijos del Grial”, la cual recomiendo encarecidamente por lo bien documentada que está.
Autor: Marco Antonio Martín García
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