miércoles, 8 de abril de 2015
LA HERMANDAD SOLAR DE LOS ANDES
LA HERMANDAD SOLAR DE LOS ANDES
Antón Ponce de León Paiva
Débora Goldstern
Hoy Crónica Subterránea repasa el trabajo de Antón Ponce de León Paiva. La elección de este autor para ilustrar el post del día no es casual, ya que su obra responde al espíritu del Blog, con el cual tratamos de responder los enigmas acerca del Mundo Subterráneo y Civilizaciones Desaparecidas que son los tópicos centrales de este sitio.
Que todos los caminos confluyen a los Andes, parece ser el mensaje que este sabio peruano intenta acercarnos. No solo porque tras sus páginas se da a luz la existencia de una Hermandad de origen Solar escondida en el corazón de la cordillera andina, descendiente de un continente desaparecido denominado Hatun Pachamama, mejor conocido como Mu; sino, porque también revela que antiguas tradiciones perdidas de aquella civilización, aún perviven ocultas, esperando un día reaparecer para iluminar el camino del hombre americano que está llamado a tener un papel preponderante en los tiempos por venir.
Antón Ponce de León Paiva: “Y … el anciano habló” (1995).
Han transcurrido más de cuarenta años desde aquel día en que vi por primera y última vez a Yupanqui Puma, descendiente de Tupac Inca Yupanqui, décimo Inca de la Segunda Dinastía, hijo de Pachacutec, coronado Inca a la muerte de éste, según comentaba mi padre. Sin embargo, pareciera que lo hubiera visto apenas hace unas horas tendido en su lecho de muerte. Su imagen llena de luz, imponente pese a su físico envejecido, me impresionó sobremanera.
A la sazón, yo tenía siete años y mis días trascurrían apaciblemente entre el calor familiar y la escuelita N°711, donde mi padre era profesor, allí en Urubamba, enclavada e el Valle Sagrado de los Incas. Aquel hogar paterno, ubicado a dos kilómetros al norte del pueblo, tenía extensión aproximada de dos hectáreas, sembradas de hortalizas, cereales, frutales y pastos para las dos vacas que nos proporcionaban la leche del desayuno, ovejas, cerdos, gallinas y conejos que teníamos.
Era, pues, una granja pequeña; mi madre cultivaba una variedad enorme de rosas y flores en general en su bien cuidado jardín delante de la casa, donde se deleitaban nuestras abejas para ofrecernos luego una exquisita miel.
Cuando cumplí siete años, mi padre, como regalo para mi onomástico, me permitió injertar siete nuevos perales que nos brindaron posteriormente muy ricas peras. Este bello lugar es la sede de lo que he llamado “Samana Wasi”, es decir, la casa del descanso, la casa de la paz y por extensión la casa del equilibrio, de la armonía. El Valle Sagrado de los Incas, que prácticamente se desarrolla desde Huambutío al sur hasta Machupicchu al nor-noroeste, se encuentra bañado por el río Vilcanota (nuestros antepasados lo llamaron Wilcamayo: Wilca, sagrado; Mayo, río). Este valle se caracteriza por su agradable clima así como por su multicolor paisaje que fascina a los que tienen la suerte de visitarlo frecuentemente y a los extraños que llegan en busca de paz, de conocimientos y renovación de sus energías para retomar sus actividades cotidianas con mayor fuerza y vigor... Es pródigo ofreciéndonos los frutos de su tierra: manzanas, peras, ciruelas, duraznos, capulí (parecido ala guinda), la exquisita frutilla de la que se elabora una bebida fermentada llamada frutillada; el maíz en sus diferentes variedades, especialmente el blanco que ostenta una calidad que no ha podido ser igualada en ninguna parte del mundo, etc. En este magnífico y variado margo geográfico, un acupunto* de la tierra, un punto de luz de nuestro planeta bañado por esa columna vertebral que serpentea Los Andes, aconteció mi historia.
Todos los días bajaban de las montañas hasta Samana Wasi, campesinos nativos a recibir las enseñanzas que mi padre les impartía a partir de las cinco de la tarde aproximadamente. Nuestra sala comedor servía para este fin; se sentaban en el piso de cemento y yo me acomodaba en medio de ellos sobre sus ponchos; mi padre encendía cuatro velas (Tawa, palabra quechua que significa cuatro, número sagrado en la cosmogonía andina) delante de la pizarra y empezaba lo que todos los días hacía; enseñar, enseñar con paciencia y cariño, características de él; con mucha comprensión y tolerancia corregía los errores que cometían esas manos agricultoras. “En la medida en que ustedes deseen aprender, aprenderán”; les decía: “Todo depende de ustedes y está en ustedes...” Esta diaria y desinteresada tarea, muy meritoria por cierto, significaba sacrificar sus horas de descanso tanto a mi padre como a los hombres del campo, todos ellos mayores de edad y con familia, que luego de arduas jornadas llegaban sudorosos aún a recibir sus lecciones en aras de superación, y quedó grabada en mi memoria con la claridad de un día invernal en el Cuzco, ciudad sagrada, misteriosa y grande como muy pocas en el mundo: Esta escena ya rutinaria no tendría nada de particular si no fuera por un hecho realmente insólito en aquellos tiempos de diferencias sociales profundas y maltrato al indígena, acto que se repetía diariamente. Cuando llegaban abrazaban de una manera muy particular a mi padre, cariñosa y respetuosamente; éste correspondíale de igual forma como cuando dos amigos se encuentran después de mucho tiempo de ausencia, efusivamente, y lo llamaban directamente por su nombre y no como era costumbre en esos tiempos, es decir, “wiracocha, señor o papay”. Terminada la lección del día se retiraban todos despidiéndose con el mismo acto ceremonial, esto es, el abrazo cariñoso.
Asomaba la primavera por séptima vez para mí y con ella la vida, cuando a la media noche de un día memorable y triste a la vez, que no olvidaré, escuchamos golpes fuertes en la puerta de la casa; los perros (teníamos dos) ladraron y despertamos todos; mi padre salió de su dormitorio a ver qué ocurría y yo medio dormido aún, tras él; abrió la puerta y nos encontramos con un joven campesino indígena, esbelto y muy agitado; además se le veía muy cansado, y se protegía del frío con un poncho rojo y un chullo (gorro) del mismo color; no lo había visto antes.
— ¿El señor Antonio?, preguntó después de saludar a mi padre.
— Soy yo, contestó éste.
— Yupanqui Puma se está muriendo y dice que vayas de inmediato porque necesita hablar contigo. Mi padre quedó mudo por unos instantes.
— Espérame un momento, le dijo y entró en su dormitorio donde le comentó a mi madre la triste noticia; lloraba como si se tratase de su propio padre.
— Oh, qué pena, dijo ella y se levantó a preparar el viaje.
— Yo también quiero ir, dije.
— No, fue la respuesta de mi padre (generalmente era muy tolerante conmigo, pero esta vez no); sin embargo, insistí tanto que finalmente accedió a mi petición y ensillaron mi caballo.
Partimos de madrugada con dirección hacia las montañas de Pumahuanca, pasando por Chupan (o Pumacchupan –Cola de puma- como también se conoce a esta hermosa meseta triangular, bañada por dos riachuelos que se unen en su vértice: Pacchac y Sutoc, abundante y escaso respectivamente), donde me pareció ver en la oscuridad un gigante que nos aplastaría en cualquier momento, era el cerro llamado Korihuayrachina (donde se ventea el oro) que forma la base de la extraña y muy energética meseta triangular donde existen restos arqueológicos que mi padre visitaba con frecuencia (en una oportunidad lo acompañé hasta la cumbre donde existen construcciones rectangulares muy antiguas. Por la forma de las lajas, Karon Sieberg, investigadora alemana que ha escrito sobre el Gran Pajaten y las culturas amazónicas, diría que son talantes o tienen su influencia). Continuamos el viaje hacia Kunkani (cuello y más allá... No sé si conversaba con Francisco Uñapilco, que así se llamaba el joven campesino, más me parecía que iban en silencio. De rato en rato giraba la cabeza para mirarme y seguir jalando de la rienda al caballo que iba muy lentamente.
Traspusimos varias montañas, vi una laguna muy bonita, vallecitos, algunos ríos (o riachuelos, pero a mí me parecían ríos). Pasamos la noche en una especie de cueva; al día siguiente proseguimos y ya cuando el padre Inti se ponía, al trasponer una montaña, llegamos a ver una aldea pequeña ubicada en otra bella meseta. El caminito de bajada era angosto y peligroso; tenía unos descansos de piedra labrada, me parecían incas, como si fueran miradores, donde nos detuvimos unos minutos. A medida que nos acercamos escuchamos más nítidamente unos cánticos muy extraños y tristes que me ponían la piel de “carne de gallina”.
Pese al ambiente tétrico, por lo menos para mí, sentí un perfume como de rosas unas veces y otras a flor de retama, pero no se veían ni rosas ni retamas, tal vez la oscuridad de la noche que se aproximaba no me permitía ya ver algo; le comenté a mi padre, que me confirmó sin más explicaciones. El aire estaba perfumado definitivamente y una brisa suave nos envolvía tibiamente. Entramos ya a oscuras a la plaza del pueblo y nos acercamos a una choza de donde salieron unos campesinos que al reconocer a mi padre se acercaron y lo abrazaron en la forma que ya era muy familiar para mí; me bajó del caballo y entró presuroso en ella, yo tras él. En una tarima de palos y cueros, especie de cama, yacía un anciano de cabellos largos y lacios, de tez cobriza surcada de arrugas. Rodeaban el lecho cuatro ancianos parados; las mujeres que cantaban sentadas en el piso de tierra formaban un círculo delante de la cama; los varones sentados sobre bancas de madera pegadas a las paredes. Se veían algunos cuyes (conejillos de indias) caminando entre los pies de éstos; a la izquierda de la puerta de entrada había un fogón con dos olas grandes de barro donde dos mujeres jóvenes calentaban algo que luego nos invitaron a beber (un mate caliente y agradable); más allá del fogón se distinguía una escalera de palos con los pasos muy envejecidos por el uso y el tiempo, que conducía a un altillo donde se guardaban los alimentos. Cerca de ellas un niño de aproximadamente dos o tres años, vestidos con un culi (especie de falda envolvente, distraído mirando a la gente y seguramente ajeno e ignorando la tragedia que vivía todo el pueblo por la postración del anciano. Mi padre permaneció parado en silencio mirando a éste que abrió los ojos pequeños y brillantes, lo llamó con la mano derecha que mi padre agarró con mucho cariño y se agachó para escuchar mejor lo que le decía Yupanqui Puma; lo abrazaba fuertemente, yo sentía que se sacudía llorando mientras lo escuchaba, desde luego yo no entendí nada de aquella conversación. En un momento mi padre puso su cabeza sobre el pecho del anciano, le dio un beso en la frente y se paró: ¡YUPANQUI PUMA HABIA DESENCARNADO!... ya no estaba; cesaron aquellas melodías que me sobrecogían, hubo silencio, debajo de la cama descubrí un perro blanco lanudo, de buen tamaño, echado, parecía dormido, sin embargo emitía un aullido muy débil, más parecía un quejido de dolor. ¿Presentía la muerte de su amo y amigo?... Mi padre respiró profundamente y salimos de la choza; escuché que lloraban todos sin hacer ruido. La noche afuera estaba bella; el cielo, despejado totalmente, se encontraba tachonado de estrellas... ¡una se movió, descendió un poco, luego se detuvo para moverse nuevamente! Pregunté que era.
— Es Yupanqui Puma que se fue, ya es libre... Partió en su último viaje, con la alegría del que se va para vivir... –dijo mi padre.
No insistí, se encontraba muy dolido como para explicarme más... Ahora sé qué fue aquello. Quise volver a la choza, mi padre de espaldas a ella me detuvo agarrándome del brazo izquierdo, tal vez para que no viera la ceremonia que se realizaba dentro; sin embargo, giré la cabeza y me quedé estupefacto: ¡la choza se encontraba totalmente iluminada como si estuviera cubierta por una cúpula de luz dorada que me parecía cambiar a violeta y luego nuevamente dorada! Me asusté y le dije que él también mirara; lo hizo, le pareció lo más natural.
— Así es cuando se va un hombre como Yupanqui Puma, me dijo, en pos de su nueva misión, totalmente consciente de la realidad... Algún día comprenderás lo que te digo, hijo.
Miré nuevamente el cielo, la luna empezaba a salir iluminando la meseta como si quisiera gobernar la noche; no se sentía ni la más pequeña brisa, todo parecía inmóvil, un silencio profundo; había en el ambiente paz con una alegría extraña... La estrella que se movió ya no estaba, pero varios de los que se encontraban en la plaza aparentemente orando en meditación interna, miraban el cielo sin hacer ningún comentario, lo que me llamó la atención, desde luego. ¿Siempre acontecía ese fenómeno, que ya les era familiar? ¿Veían con frecuencia “estrellas” que se movían? Indudablemente no estamos solos en el Universo; además había desencarnado un personaje muy importante... Nos alojaron en la choza vecina; no pude dormir pensando que en cualquier momento volvería a escuchar aquellas tétricas melodías, por lo menos eso es lo que pensé. Abrí los ojos y me encontré con la habitación iluminada, creí que había amanecido, mi padre estaba de pie conversando con un hombre parecido a Yupanqui Puma, pero... ¡No pisaba el piso! Me asusté. ¿Qué ocurre, papá? –dije. Nada hijo, nada, sigue durmiendo; me abrazó cariñosamente.
Uñapilco nos despertó de madrugada, pues cuando salimos de la choza se distinguían aún las estrellas, parecían más brillantes. Hacía un poco de frío y ...¡Sorpresa! Montado sobre mi caballo que había ensillado Francisco estaba aquella criatura que vi la noche anterior junto al fogón en la choza donde falleció Yupanqui Puma; desde luego mi sorpresa no pasó desapercibida para mi padre, que me dijo de inmediato: Lucas –que así se llamaba- se va con nosotros; lo cuidarás en el viaje para que no se caiga. Me sentó detrás de él dentro de la misma silla, nos cubrió con su poncho y emprendimos el retorno. Lamentablemente no estuvimos en el entierro del cuerpo de Yupanqui Puma, que debió haber sido algo muy especial. Salimos de la aldea sigilosamente; mi padre sostenía con la mano izquierda las riendas del caballo y caminaba lentamente al lado de Francisco Uñapilco, como quien no quiere dejar el lugar. No hablaron durante todo el trayecto o es que yo no escuché. Al atardecer del día siguiente legamos a Samana Wasi; Uñapilco ya ni ingreso, se despidió en la puerta, dio un beso al niño que iba conmigo; a mí me agarró de la cabeza con un gesto cariñoso, lo miré y tenía los ojos empañados; se abrazaron con mi padre y no lo volví a ver más... Cuando entramos a nuestro hogar, mi madre nos esperaba con impaciencia. Mi padre le narró lo acontecido, ella escuchó con mucha atención. Así me enteré de quién era realmente Yupanqui Puma, aquel personaje gigante que sin decirme una sola palabra influyó en mi vida desde entonces. ¿La orientó debidamente o me mostró el camino que debía abrir y recorrer durante este lapso tan insignificante que llamamos vida terrestre y creemos es la única? ¡Qué ingenuos! Yupanqui Puma, un anciano que había visto nacer y morir a varias generaciones, descendiente de la nobleza inca y heredero de la tradición quechua, de su cosmogonía, del Conocimiento Universal, fue un sabio, un maestro, un iniciado, un ¡Ilac Uma!, Cabeza de Luz, Mente de Luz, Cabeza Resplandeciente de Sabiduría, jefe máximo de la religión quechua en una escala de siete peldaños que aún subsiste escondida en las chincanas (laberintos) invisibles a los neófitos y profanos curiosos. ¡A quién fui a conocer! ¡Qué honor tan grande e inmerecido el que se me confirió! Los cuatro ancianos que se encontraban parados alrededor de su lecho, eran sus hijos. No se conocía su edad, se decía que podía tener ciento treinta o ciento cuarenta años y el último de sus hijos era Lucas, de apenas dos o tres años; extraño, contra todo principio genético; su madre, muy joven, había fallecido al darle a luz y como sus otros hermanos eran ancianos de ochenta y noventa años, le encargó a mi padre su cuidado, protección y educación. Lucas desde entonces creció como el último de mis hermanos. Como me dormía, mi madre me acostó y ellos siguieron conversando. Tantas fueron las emocione vividas esos días que me quedé profundamente dormido; en mis “sueños” recorrí nuevamente el camino andado; en el Korihuayrachina encontré a Yupanqui Puma (no sé cómo llegué a la cima de esa montaña); corrí y lo abracé, cruzó sus brazos sobre mi espalda cariñosamente, me habló de muchas cosas que no entendí y me señaló dos lugares con nevados muy bellos que yo conocía. Luego en otro momento del “sueño” escuché su voz pero no lo veía a él, me dijo: “No intentes volver en busca de este camino porque no lo encontrarás” y así fue...
Siempre me pregunté qué relación existió entre mi padre y este ser tan especial llamado Yupanqui Puma, Illac Umac de una raza de verdaderos constructores de una sociedad nueva, más justa y equitativa, y aquellos campesinos que tan especialmente se saludaban y despedían cada vez que se encontraban con mi padre. ¿Pertenecían a algún grupo fraternal o logial? ¿Qué los unía tanto y tan herméticamente que nadie se enteró hasta hoy? Mi juvenil cabeza empezó a llenarse de infinidad de interrogantes: ¿Quiénes eran mis verdaderos padres? ¿Quién era yo? ¿Realmente pertenecía a mis padres? ¿O era un ser que buscó materializarse en ese hogar para cumplir su misión (como todos) en esta vida? Si existía, ¿dónde estaba Dios? ¿Porqué no me escuchaba? Bullía en mí con mucho calor un sentimiento de profunda religiosidad incomprensible aún, que desesperadamente me indujo a mirar el insondable espacio en busca de una respuesta, sentía miedo de la muerte y me aterraba pensar que podía llegar en cualquier momento sin que yo comprendiera la vida que vivía ahora. Empecé a buscar explicación a mis tempranos y múltiples problemas metafísicos. ¡Tantas experiencias vividas en tan poco tiempo me abrumaban tremendamente! Y busqué la respuesta afuera, en el exterior, sin darme cuenta de que empezaba también a cometer mi primer error...
Traté de disipar todas mis dudas durante treinta años, buscando en más de una oportunidad el camino que me llevara hasta aquella aldea donde conocí a Yupanqui Puma, pero nunca pude encontrarlo; por otro lado, mi padre guardaba un hermetismo total. Cada vez que le preguntaba evadía la respuesta que siempre fue la misma:
— Eramos amigos, por eso me encomendó a su último hijo, no existió ninguna otra relación.
Guardó su secreto hasta la muerte, comportamiento digno únicamente de los grandes hombres que saben respetar sus compromisos. Cuando desencarnó, todos sus hijos sentimos mucho su desaparición física, pero ahora sabemos que está bien... En ese lapso (treinta años) ingresé a varias escuelas espirituales, tratando de hallar respuesta a mis incógnitas, claridad para mis dudas que fueron cada vez más numerosas y más importantes. Así conocí a los Rosacruces, Gnósticos, Masones, Antropósofos, Teósofos, etc., etc., que trataron indudablemente de ayudarme. Volvía del extranjero y retornaba a Urubamba, tratando de encontrar siempre el camino que me condujera a aquel hermoso lugar de Yupanqui Puma, sin conseguir mi objetivo.
Un día marcado también como otro hito importante en mi vida, me encontraba en Urubamba (qué novedad) con mis padres y hermanos en casa de mi hermana mayor, gozando de cortas vacaciones; cuando tocó la puerta un muchacho campesino, joven, de veinticinco años aproximadamente, que preguntó por mi padre; cuando salió éste, el joven le dijo:
— ¿Tú eres Antonio?
Mi padre sonrió, le brillaban los ojos de alegría y se abrazaron como cuando yo tenía siete años. Al recordar y observar al mismo tiempo esta escena “el corazón se me salía del pecho”. Todas las vivencias de mi niñez, se hicieron presentes; me parecía estar frente a Uñapilco; mi padre muy emocionado le dijo; señalándome:
— Este es mi hijo.
— Sí, lo supuse, es como me dijeron, contestó mirándome.
¡Qué momentos aquellos! Con mucha solemnidad, continuó mi padre, dirigiéndose a mí:
— Hijo, has esperado este momento por mucho tiempo, ya ha llegado. Partirás en compañía de José Pumaccahua a aquellas alturas a las que tantas veces quisiste volver. Lamento no poder ir yo también... son mis años... No supe qué contestar, estaba demasiado alterado y tenía “un nudo en la garganta”, lo abracé fuertemente, creo que los dos llorábamos. ¿Había esperado treinta largos años!
— ¿Cuándo partimos?, pregunté a Pumaccahua.
— En este momento, no debemos perder más tiempo.
Apenas si tuve algunos minutos para alistar mi viaje, agarrar mi cantimplora, una brújula, altímetro (que finalmente no me sirvieron de nada), poncho, libretas para apuntes, etc., y partir despidiéndome de mis padres rumbo a las alturas de Pumahuanca, cuando el reloj marcaba el medio día... Los cerros parecían más bellos y el camino estaba ahí, camino que no hallé durante tantos años; mis ojos habían mirado simplemente sin ver la verdadera senda. Comprendí entonces, que recién había llegado para mí la oportunidad. Quise entablar conversación con José, pero era “tan comunicativo” (sus respuestas, cuando me las daba, eran monosílabos: “Sí, No”) que opté por callarme, viajamos prácticamente en silencio; cuando no quería que viera o reconociera algún lugar, simple y muy “democráticamente” me cubría los ojos con un pedazo de tela negra y encima de la cabeza me colocaba el poncho, luego me guiaba agarrándome fuertemente del brazo; indudablemente no debía percatarme de algo; así lo comprendí y con humildad acepté sus órdenes (esos trances me recordaron otros que pasé anteriormente...).
Después de un viaje de casi tres días, trepando y bajando montañas, cruzando ríos, durmiendo en cuevas y caminando por “caminos de cabras”, llegamos ya entrada la noche a aquella meseta tan querida y buscada que había conocido en mi niñez, con la ropa muy mojada, pues unas dos o tres horas antes de arribar nos agarró una lluvia torrencial. Entramos en la plaza de la aldea y luego en la choza que me habían reservado. Encontramos ahí a una chica joven, de veinticuatro a veinticinco años, atizando el fuego del fogón; saludé, contestó mirándome sin sorpresa, parece que sabían de mi llegada a esa hora; tenía ojos negros grandes y muy brillantes, parecían dos estrellas y le dije sin pensar más: “Chaska ñahui, ¿eh?”, se sonrió y salió acompañada de Pumaccahua, que no me dio tiempo a preguntar si vería esa misma noche al sucesor de Yupanqui Puma. Me cambié de ropa y me acerqué al fogón para calentarme, pues sentía frío; volvió la muchacha trayéndome comida y le pregunté cuál era su nombre.
— Llámame como lo hiciste al llegar, me gusta; se fue.
Desde entonces la llamé siempre Chaska ñahui y nunca supe su verdadero nombre; se cruzó en la puerta con Pumaccahua que retornaba para comunicarme que el Jefe de la aldea me recibiría al día siguiente y también salió. Yo no tenía interés de hablar con el Jefe, sino con el heredero y sucesor de Yupanqui Puma; en ese mismo instante entró nuevamente Pumaccahua trayéndome una bebida caliente y aromática, muy agradable, y me dijo como si hubiera recibido mi mensaje:
— Nina Soncco (Corazón de Fuego) es el Jefe espiritual y por tanto Jefe de la aldea, con él hablarás mañana.
Le agradecí por todas sus atenciones y molestias (pues después de semejante viaje seguía preocupándose por mí). La choza me parecía conocida y tuve la sensación de haber estado ahí en oportunidad anterior... Me dormí profundamente, estaba muy cansado.
Segundo Día
NOCCAN KANI: YO SOY
Indudablemente los Apus (Deidades andinas protectoras) estaban de mi parte: me obsequiaron con un amanecer brillante lleno de sol, un cielo azulado donde no se veía una sola nube. Distante pero con mucha claridad se escuchaba el inconfundible trinar de una calandria, dueña y señora de las alturas, que generalmente se ubica en las ramas más visibles de los árboles para que todas las demás aves se callen y la escuchen... Era pues el inicio de un día lleno de vida, de calor, de amor y para mí muy especial: el segundo de un sueño que duraría siete días. Esta vez desayuné con una lahuita (mazamorra) muy rica y caliente de moraya (papa helada) con papas y carne, desde luego servida en un pucu (plato hondo de arcilla); seguidamente una taza de café, mejor un dicho un jarro que me alcanzó Chaska. Se fue obsequiándome nuevamente una sonrisa como el día anterior; le pedí que por las tardes me acompañara siempre y cenáramos juntos; aceptó.
Mientras esperaba la llamada de Nina Sonco revisé mi libreta para ver si había anotado debidamente todo lo que escuché; cuando terminé levanté la vista y me encontré con él parado en la puerta mirándome, detrás suyo se distinguía nítidamente una luz color violeta muy suave. ¿Era la luz del día que entraba con él en la choza o qué era?... Me puse de pie para saludarlo, me contestó con un movimiento muy particular y simbólico de sus brazos y manos. Se dio vuelta dirigiéndose hacia su choza, lo seguí; después de invitarme a que me sentara, me dijo:
— ¿Tú quieres saber quién soy? Bien, simplemente te diré: “¡Noccan Kani!” (Yo Soy). Cuando comprendas, asimiles y seas consciente de ello, vivirás plenamente en libertad y serás tú mismo... Porque tú también eres “Noccan Kani”. Luego conocerás “¡P.K.!”... del que no hablarás a nadie: la humanidad de ahora debe conocer y practicar el “Noccan Kani” para crecer; lamentablemente la mayoría no tiene interés en salvarse y pasará su vida por la Tierra sin trascender. Esta es su oportunidad, ésta es tu oportunidad, aprende y enseña. Tienes que ser tú mismo como Yo Soy, así (se puso la mano en el centro del pecho, sobre el esternón).
No sabía si reírme o qué actitud tomar, no entendí nada. Se dio cuenta de inmediato de mi confusión y con mucha dulzura y comprensión continuó hablando:
— Generalmente el hombre que se conoce más o menos externamente cree que es eso, su cuerpo físico, y se olvida o no sabe que dentro de ese cuerpo está él, o sea, Inti (¿espíritu?) Yo soy hijo de Inti como toda criatura de la Creación por eso Inti está dentro de mí y yo soy Inti.
Inti es inmortal, es lo que se sobrevive a la muerte. El cuerpo físico muere y se descompone, yo (¿Inti?) me voy al Hanan Pacha o Ajay Pacha (la tierra del más allá); entonces lo real es Inti que no cambia, ése Soy Yo... Por eso te digo, yo soy lo que soy en esencia: Inti, y tú eres también lo mismo, solamente que no lo sabías hasta ahora. Hay que tomar conciencia de este Principio que es la única Verdad y tu vida cambiará profundamente; es decir, Serás Tú Mismo y tus actitudes serán mucho más positivas en todas las actividades físicas, psíquicas, de relaciones y espirituales que tengas. Es importante, pues, que seas lo que en el fondo de tu Ser Eres y no lo que aparentas ser; ya es tiempo de Ser lo que se Es... Así serás libre consciente y estarás en todas partes. Ser es estar en el Todo; el tiempo y el espacio desaparecerán; tu pensamiento te llevará a donde quieras ir; donde esté tu pensamiento ahí estarás tú. Es importante que ocupes tu sitio para ser feliz. Cuando Seas conocerás el libre albedrío y Sé cuanto antes, si no esta realidad de lo que Eras, Eres y Serás seguirá no siendo consciente y vivirás esclavo sin libertad...
¡Padre!, dije para mis adentros, ayúdame, manifiéstate en todo lo que hago. Necesito entrar en el silencio para escucharte o para escucharme, ya no sé; pero sé que mientras mantenga la atención, tomarás forma y vendrás a manifestación... Estás dentro de mi corazón. Eres la esencia Crística en mí, eres la Verdad en mí y Yo Soy Tú, pero... ¡Qué estoy diciendo...!
En ese momento me di cuenta de que Nina Soncco había callado y escuchaba seguramente mis pensamientos, sonrió y dijo:
— Es la Verdad, necesitas tomar conciencia de esta Realidad y entonces estarás protegido y lo que quieras te será dado. Tu Inti o como quieras llamarlo se manifestará, sentirás su Fuerza y su Poder. Cuando recibas sus mensajes podrás llevarlos a la práctica para bien de todos tus hermanos. Estate atento a toda visión que te venga: todo lo que eleva, todo lo que libera, todo lo que une viene de Inti (¿Dios?) y es bueno, no necesitas de otro consejero... Tu vida es muy importante, tu salud física y psíquica son muy importantes, tú eres muy importante. Así que primero eres tú, después los demás y lo demás.. Esto que te digo no es egoísmo, ya que si tú estás bien irradiarás ese bien a los otros y todos se beneficiarán. Hemos venido a esta Tierra a ser felices y debemos serlo, pese a quien pese, con todos nuestros problemas, defectos y dificultades, debemos aprender a caminar sonriendo y pensando que esta experiencia es para nuestro crecimiento; así, comprendiendo, sufriremos menos. Tendrás bienestar físico, emocional, mental, espiritual. Lo que tú desees se manifestará. Si quieres vivir en la limitación, así será tu vida; si quieres estar enfermo, enfermarás; si te conformas con medio pan no tendrás posibilidades de tener más; si emprendes una actividad negativamente, el resultado será negativo. Yo Soy la Perfección y sin orgullo, con mucha humildad, acepto esta Verdad que es Inti dentro de mí, mejor dicho, dentro de este cuerpo. Todo Poder, todo Amor. Yo Soy esa presencia de Vida. Comprende y luego enseña a tus hermanos a descubrir esto que es Luz con quietud y paz.
Verás cómo el deprimido, el dolorido, el pesimista, el enfermo, superan sus problemas y se realizan. Es la mejor cura para sus mentes, sus sentimientos y sus cuerpos. Si permites que eso que Eres crezca dentro de tu cuerpo cada día más y más, verás que se hace visible a los ojos de los demás como un aura radiante en torno tuyo. “Noccan Kani” es lo único que existe. Es el centro desde donde puedes ser justo, equilibrado, armónico. Ubícate siempre en el centro, los extremos hacen daño y pueden llevarte al fanatismo. El político antes de iniciar sus actividades debiera pensar fundamentalmente en esta Realidad que tiene la fuerza necesaria para imponerse a cualquier escrúpulo sectario, temor o reserva de grupos humanos diferentes; no a la derecha ni a la izquierda, en el centro, ésta es la Verdad. Empléala en todos tus actos y enseña a usarla.
— ¡Claro!, dije interrumpiendo entusiasmado: el verdadero nombre de Dios, dado por El mismo a los hombres es “Yo Soy” y está en la Biblia, Exodo 3:13 “Yo Soy”, “Sois dioses”, dijo Jesús, según el Evangelio de San Juan 10:34.
— En la medida en que realices tu práctica reflexiva, tus falsas creencias irán desapareciendo para que tu Ser Real que eres tú mismo, vaya aflorando a la conciencia sin limitaciones –dijo Nina Soncco-. Así aprenderás también a no criticar, no juzgar, no condenar y te abstendrás para que a nadie hiera tu palabra o sentimiento; serás gentil, tolerante, comprensivo, respetuoso y hábil para entender a los demás. En tu cuerpo que es un templo, estás Tú, Inti inmortal, llama de vida eterna; tienes que identificarte ya con lo que Eres. Es tiempo para que seas libre, no debes conformarte con seguir siendo uno más. Estás donde está tu pensamiento; haz que éste se ocupe de lo que Eres y Serás. Tú no eres el nombre que tienes ahora, aunque tu nombre y apellidos son importantes y tienen su sonido particular, pues cada niño trae en sus electrones una frecuencia vibratoria que tiene mucho que ver con su nombre. La madre “siente” esta vibración que se graba en su mente y le pone el nombre que le corresponde en esta encarnación. A veces el orgullo del padre o de la familia hacen que se le ponga otro nombre y entonces el niño sufrirá toda su vida tropiezos, frustraciones, desequilibrios, desarmonía; un grave atraso para el individuo que generalmente no tolera más y se cambia de nombre, restituyendo así su encarnación al camino adecuado para cumplir su destino. El nombre más importante que tuviste en las tres últimas encarnaciones fue L.A. Uma, que significa... Recién lo conoces ahora; tiene mucho que ver con ... el inmediato anterior fue Z, porque naciste en la ciudad de Bihar o Behar, no veo muy claramente, cerca de un gran río sagrado para otra gete (¿el Ganges en la India?). Ahí viviste hasta los siete años con tus padres y dos hermanos, un varón mayor y una mujer menor tuya; luego se fueron al norte a la ciudad de Jullundur (¿?). Ya joven dejaste el hogar para ir más al norte, a un territorio lejano y extraño donde conociste a Y.I. con quien viviste un tremendo drama que impactó vuestras vidas hasta el presente tanto que los dos recuerdan esta historia... ¿Se volvieron a encontrar, verdad?
— Así es, maestro (desde este momento le di ese nombre), le dije muy sorprendido. Efectivamente en forma muy “casual” nos conocimos en Lima y cuando le narré el “sueño” que repetidas veces tuve se le saltaron las lágrimas de los ojos a este hombre de edad madura, que me interrumpió para continuar él la historia que ambos conocíamos y habíamos vivido juntos aproximadamente hace dos mil años en el Asia... ¡Qué emocionante fue ese momento en que nos conocimos!
— Ahora sabes quién eres –continuó Nina Soncco, el maestro- no un cuerpo ni un nombre simplemente, que desde luego son importantes para tu manifestación física, sino algo más grande; algo que debes hacer consciente a través de tus sentimientos, de tu mente, de tus cuerpos.
— (¿Etérico, físico, astral, etc?)
- En todos tus asunto para lograr paz y armonía que tus ojos vean siempre lo bueno, que tus oídos escuchen siempre lo positivo, que tus labios hablen siempre lo justo, que tus manos sirvan siempre para sanar; que tu cuerpo esté presto siempre a servir como instrumento para levar el mensaje que ya conoces a todo el mundo. El Inti se manifestará pero n precisamente como cree la mayoría que está esperando; tú ya escuchaste, presta atención, comenta a tus hermanos en tal forma que el que te oiga lo comprenda y acepte, si no es así, ¿qué importa repetirlo todas las veces que sean necesarias? Están en peligro únicamente aquellas personas que no desean levantarse y volver a empezar... No pierdas una sola oportunidad, vive con entusiasmo, plenamente, sin depresiones y no permitas que alguien viva deprimido. Hemos venido a ser felices y debemos serlo. Que cada día sea una fiesta, vive gozándola pese a tus penas, dificultades, etc. La vida es la expresión máxima de la existencia y debemos aprender a cambiar lo malo en algo bueno, la tristeza en alegría; hay que romper las cadenas que nos atan al negativismo.
— (¿Se refiere a la transmutación?)
— Todo será posible si tomas conciencia de tu real identidad. Seguramente por ahora no sabes de lo que eres capaz, del poder inmenso que hay dentro de ti. Cuando lo descubras vivirá la verdadera Realidad: “Noccan Kani”...
Luego empezó a murmurar muy suavemente una melodía que resultó ser un mantram que me estremeció. Me pidió que intentara repetirlo con él, así lo hice varias veces. Fue otra enseñanza que aún hoy la uso en silencio para ayudar. Cada vez que lo pronuncio internamente me parece escucharlo y cada vez que lo repito sonoramente es su voz la que me acompaña.
Almorzamos juntos en el mismo lugar del día anterior, luego me retiré agradeciéndole por sus enseñanzas con más respeto aún. Indudablemente estaba frente a un maestro. ¿Qué sorpresas más tendría los próximos días? ¿Podré comunicar debidamente lo que estoy escuchando? ¿Me creerán? Hacía estas reflexiones mientras dirigía mis pasos hacia el riachuelo ubicado detrás de la choza. El agua que corría era tan cristalina que dejaba ver en el fondo de su cauce multicolor, piedras de diferentes tamaños; me senté en la orilla a contemplar cómo serpenteaba entre las chozas hasta perderse y cómo se distraían los niños saltando de una orilla a otra. Me distraje toda la tarde y hasta participé en un juego con ellos, tiramos hojitas en el agua semejando lanchas en competencia. ¡Cómo gozaban siguiendo la carrera!, desde luego yo también me sentía feliz viendo la alegría de ellos y compartiendo su euforia hasta que Chaska apareció para recordarme la hora; los niños deseaban continuar el juego pero ya era tarde, así que les ofrecí proseguir al día siguiente. Cenamos juntos como estaba pactado y le pregunté cuál era el nombre de su padre.
— Como Yupanqui Puma, me dijo.
— Es que yo no sé cuál era el nombre de él, repliqué.
— Tú quieres que te hable de mi papá, no puedo hacerlo, lo más que te diré es su nombre: “Amaru”.
— ¡Qué nombre más simbólico!, pensé, espero tener la oportunidad de conocerlo en otra ocasión, le dije; no me contestó. Se levantó y me invito un mate muy agradable servido en un jarro, luego se marchó; le agradecí por la comida y la compañía. Me quedé unos minutos contemplando el fuego del fogón que entibiaba todo el ambiente; luego me puse a ordenar mis ideas lo mejor que pude. Tenía una noción vaga del importante y trascendental tema que había tocado durante la mañana Nina Soncco. Necesitaba reflexionar mucho para comprender con claridad la extraordinaria visión de este maestro quechua. Tenía sueño y la velita se estaba consumiendo totalmente; así que decidí dormir.
Séptimo Día
INICIACIÓN
Un día bello como todos los que pasé en esta pequeña y casi inadvertida aldea andina. Sentía felicidad y al mismo tiempo tristeza, pues era el último que pasaba en compañía de Nina Soncco, sabio y humilde campesino, maravilloso hombre, excepcional, un verdadero maestro cuya sola presencia inspiraba respeto, veneración y mucho amor. Tenía la apariencia de un ser débil por su edad, sin embargo, un portento de energía y fuerza cuando empezaba a hablar; se iluminaba y se convertía en un gigante de los Andes misteriosos (¡qué cosas no guardan éstos en sus entrañas!). Le pedí en más de una oportunidad que me permitiera quedarme a vivir con ellos, su respuesta fue definitiva ayer, de modo que tengo que marcharme de todas maneras mañana. Hoy no desayunaré, anoche tampoco cené; sin embargo no tengo apetito, estoy intranquilo, presiento que algo más importante aun que lo sucedido en todos estos días acontecerá para mí en unos momentos más. Algo trascendente para mi vida ocurrirá; estos siete días quedarán grabados para siempre en mi corazón y en mi memoria. Creo que estoy preparado, por lo menos hice todo lo que me indicó el maestro y seguiré en meditación hasta que me llame. Son las seis de la mañana. ¡Sorpresa! ¡Acaba de entrar Chaska a quien creí no ver ya hasta el momento de mi partida! Por disposición de Nina Soncco debía tomar un mate. ¿De qué hierba? Ni idea, aromático y agradable. Me dijo que en una hora, es decir a las siete, me esperaba el maestro en su choza; así que después de beber el líquido caliente arreglé mis cosas y con mi libreta en la mano salí a la puerta para observar quizás por última vez la plazoleta con su añejo y enorme pisonay ubicado en el centro. La aldea todavía dormía, las chozas en silencio parecían centinelas inmóviles a la espera de alguna orden. Se escuchaba el murmullo del riachuelo donde me aseaba diariamente y jugué en más de una oportunidad con los niños de la aldea; sentí cierta nostalgia; volví por mis pasos para repetirle a Chaska ñahui que éstos sí eran los últimos momentos que pasábamos juntos; le agradecí con mucho reconocimiento todo lo que había hecho por mí con tanto cariño para hacer mi estancia más agradable aun; se sonrió con esa sonrisa tan familiar para mí: sus enormes ojos negros brillantes como dos estrellas me miraron con amor, me dijo que seguramente en la noche nos veríamos aún, como en la madrugada del día siguiente antes de que partiera. Salió sin despedirse y desde la plaza, con voz fuerte para que la escuchara, dijo:
— Esta noche nos veremos...
Y así fue...
La espera resultó muy larga, los minutos no avanzaban; parecía que las siete no llegarían nunca, así que optó por caminar lentamente para darle tiempo al tiempo, en dirección de la choza del maestro, a la que seguramente iba a entrar también por última vez, pero ésta estaba demasiado cerca, así que me paré a unos metros de la puerta; escuché voces dentro, lo que significaba que Nina Soncco no estaba solo; salió uno de ellos seguramente intuyendo mi llegada; no lo conocía; era aproximadamente de mi estatura y unos cincuenta años de edad; de "cabellos canos" (extraño en ellos). Al contestar mi saludo me invitó a entrar en la vivienda; eran siete con Nina Soncco, todos me contestaron el saludo con una sonrisa, dos de ellos me tomaron de los brazos y el "canoso" me dijo:
— Hoy es un día muy importante y especial para tí.
(Era un siete del primer mes del año, que no olvidaría nunca.) Con la autorización y venia de Nina Soncco, lilac Urna de la Hermandad Solar, por petición de mi padre, sería aceptado y convertido en miembro activo de esta comunidad llamada de "Los Hijos del Sol"... Todo empezó tan de inmediato que no tuve tiempo de reaccionar, me emocioné al escuchar el nombre de mi padre y deseaba su presencia. No podía respirar, tenía "un nudo en la garganta". Nina Soncco dándose cuenta de los apuros en que estaba, se acercó, me recibió la libreta de apuntes y me dijo:
— No la vas a necesitar.
Me abrazó para tranquilizarme —lo logró, desde luego—. Me invitó a sentarme a su lado, en una banca ubicada frente a su cama y ocurrió algo verdaderamente insólito, algo que me hizo pensar que estaba viviendo otra fantasía más. Era increíble lo que estaba viendo... Retiraron la cama de este patriarca y luego unos cueros de oveja que se encontraban debajo de la misma, cubriendo una entrada subterránea, a no sé dónde. Inmediatamente el "canoso" me cubrió los ojos con una tela tejida en la misma aldea, de color violeta, que no permitiría ver nada; me ordenó que me agachara y supongo que luego bajé por unos peldaños de tierra húmeda, resbaladizos. Me agarraban fuertemente de los brazos; empezamos a caminar lentamente. El ambiente era húmedo; pasamos por un lugar donde había mucha agua, me mojé los pies, parecía que llovía; caminamos unos pasos más y me hicieron sentar sobre una piedra; mis pies estaban húmedos, pues habíamos caminado un trecho largo prácticamente sobre barro. Me dejaron solo; hubo un silencio que me pareció interminable. Sorpresivamente escuché una voz que .fuertemente dijo:
— ¿Qué eres?
(Estas palabras retumbaron en lo que parecía una habitación, había eco, sentí unos pasos que se alejaron lentamente. Casi de inmediato escuché otra voz tan fuerte como la anterior.)
— ¿Quién eres? —me preguntó y desapareció rápidamente sin eco; parecía que corría...
Nuevamente la quietud. ¿Qué soy? ¿Quién soy? repetía en silencio. ¿Sabía realmente quién o qué era? La respuesta parecía obvia, muy simple; sin embargo no pude contestarla porque no era precisamente lo que yo suponía; necesitaba reflexionar sobre ello con más detenimiento. Nuevamente otra voz fuerte me sacudió de un momento a otro, con una incógnita más:
— ¿Qué es la vidaaaaaa...? (que se fue apagando paulatinamente, poco a poco, como si se alejara y retomó bruscamente con potencia).
— ¿Qué esperas de la vida?
(Se calló repentinamente, después de unos segundos oí el murmullo de varias voces lejanas que me decían suavemente):
— Investiga, busca, sé solícito, ayuda, sirve y crecerás...
(Repetidamente, con insistencia.) Violentamente se movió la piedra donde estaba sentado y caí de bruces sin atinar a agarrarme de algo —no sé de qué pues no veía nada—. Apoyé las manos en el piso que estaba totalmente barroso para pararme, pero en ese momento sentí dos brazos fuertes que me levantaron y prácticamente a rastras me llevaron unos metros, lavaron mis manos y nuevamente sobre la misma u otra piedra me sentaron. Tuve la impresión de que se habían marchado, estaba solo; estiré los brazos como para encontrar algo que me diera por lo menos idea de dónde estaba. ¡Sentí un escalofrío tremendo en todo el cuerpo!, toqué una mano fría, aparentemente sin vida, me quedé inmóvil, luego al calmarme un poco me di cuenta de que era el cuerpo de una persona echada sobre una enorme piedra que hacía de mesa; di toda la vuelta a su alrededor y al no encontrar la otra piedra para sentarme, tuve la tentación de quitarme la venda de los ojos, instante en que alguien me ayudó a sentarme... Ocurrieron muchas cosas extrañamente bellas que no puedo seguir narrando. Al final me quitaron toda la ropa y la venda, sin permitir que los viera. Señaláronme una salida para que vaya a bañarme. Salí, otra sorpresa más de las tantas que había visto y pasado; era el río que visité en días anteriores ubicado hacia el sur al final de la aldea y la meseta. Esto me hizo pensar que el túnel era realmente largo; me bañé y volví, pero... ¡No encontré la entrada a las galerías subterráneas! Supongo que serían las tres o cuatro de la tarde, el sol se encontraba a unos 45° del poniente, busqué ya con mucha preocupación varias veces, había vegetación pero no tanta como para no ver una entrada. Además cuando salí vi que ésta era amplia; en fin... Miré hacia el río tratando de tranquilizarme e intentar orientarme mejor; cuando giré la cabeza hacia la meseta alta, me encontré con dos campesinos que no conocía, me miraron amigablemente y... La venda cubrió nuevamente mis ojos, me dejé conducir; sentía mucho frío, me pusieron unas sandalias y una especie de manta en los hombros cubriéndome la espalda. A medida que avanzábamos, el ambiente se ponía agradable, hasta que sentí calor. Nos detuvimos unos instantes; silencio... luego me quitaron la manta y la venda; empezaron a vestirme con un atuendo muy bello. ¡Creo que habíamos retrocedido cien o mil años! ¡Qué esplendor el que se veía! Eran doce, reconocí al "canoso". Entre el maestro Nina Soncco y yo había un ara extraño, en punta, de piedra labrada, aproximadamente de un metro y medio de altura. Tenía forma piramidal en la parte superior, descansaba sobre un cubo y éste sobre un círculo: todo el conjunto en piedra labrada; la finura de sus ángulos y rectas me recordaban a los que se ven en Pisac y Uantaytambo; de un color casi rojizo. ¡Qué belleza! El vértice de la pirámide sostenía, con una especie de abrazaderas, algo así como un pucu pequeño y hondo, de metal amarillo, tal vez de oro, muy brillante, en el que ardía carbón vegetal, dando una llama de color azul muy transparente. Alrededor del ara había cuatro columnas de madera, clavadas en el suelo, más o menos de un metro de altura, sosteniendo otros depósitos con fuego. La vestimenta que lucía Nina Soncco era impresionante y lo hacía más alto. Todos vestían ropa brillante y de colores muy vivos. Luego de unos minutos de silencio en que terminaron de vestirme, Nina Soncco dijo:
— Pon la mano izquierda sobre el fuego del ara.
(Así lo hice; el "canoso" empezó a hablar algo que no entendí momentáneamente, luego su voz se hizo más clara, retumbando nítidamente dentro de mi cabeza. Todos en círculo alrededor del ara agarrados de las manos, parecía que giraban... entonando una melodía mántrica, que fue tomando más forma y fuerza. Todo mi cuerpo vibraba... Las cosas que me rodeaban, aunque continuaba viéndolas, se pusieron diáfanas, transparentes, ya no me impresionaban por sí mismas; me parecía que simbolizaban otra cosa; en realidad lo que percibía era una energía; la fuerza única que atraviesa todas las cosas; para mí una revelación definida, concreta de la unidad universal en la fuerza que yo no había captado hasta ahora más que de un modo intelectual. Esta fuerza de pronto penetró en mi vida como una real experiencia, era algo más que las palabras, sustancia viviente que me llenó hasta los bordes. Es vivir "aquella cosa" más allá de las palabras; éstas aunque cubran esa sustancia no valen nada... El animalito más pequeño está movido por la misma energía desconocida que me mueve a mí mismo... ¡Me veo a mí mismo, pero como si me hubiera escapado de mi propio cuerpo! ¡Es una luz brillante! ¿Qué es? Un estado carente de toda imagen. Ahora todo cambia de aspecto; es un tiempo que ya no existe o que jamás existió; es un tiempo sin edad. Creo que es una vuelta al origen... "Buscándote muchos años de mi vida... me encontré a mí mismo... Es ser plenamente lo que somos en esencia. La sabiduría concierne únicamente al Yo y el conocimiento al no-yo...")
La enseñanza primitiva es correcta en su esencia, aunque ha sido minimizada en su interpretación...
Escuché una voz lejana que me decía:
— Cuando despiertes te darás cuenta de que todo file un sueño... Hay Leyes superiores que gobiernan nuestras experiencias y que nos muestran el camino del Dar y no del Obtener; el camino del amor, del auténtico interés por los demás. Varones y mujeres, si lo desean, pueden recorrer este sendero de prueba juntos pero la realización es muy personal, dependerá de cada uno...
(No sé si escuché todas estas reflexiones y pensamientos o si fue mi mente la que las creó; lo cierto es que cuando volví en mí, estaba tendido sobre una manta inca, de color negro y tejido grueso, colocada encima de mía enorme piedra labrada a manera de mesa. Al lado mío, en otra mesa parecida y sobre flores silvestres yacía tendido también el cuerpo de otro hombre —creí inicialmente que estaba en los mismos trances míos— aparentemente muerto. No llegaba a distinguir con claridad sus facciones ya que se encontraba a unos cinco o seis metros de distancia y con poca iluminación —ésta estaba dada por unos fogones donde ardía leña, no había humo o se escapaba por respiraderos que yo no lograba descubrir—. Me quedé en esa posición a la espera de que alguien viniera; no demoró mucho en aparecer el "canoso", que me ayudó a levantarme; me preguntó cómo me sentía.)
— Muy bien —le dije— pero sorprendido y confundido con todo lo que estoy viviendo. (En ese momento apareció Nina Soncco acompañado por diez más, bellamente ataviados; una vestimenta impresionante, parecía que tenía adornos de oro, porque cada vez que se movían brillaba emitiendo rayos de luz en todas direcciones. Se colocaron alrededor de la mesa donde estaba colocado el otro hombre. El "canoso" me cogió del brazo izquierdo llevándome al lado derecho del maestro. Me fijé en el hombre echado, estaba muerto, parecía conocido. Nina Soncco, lilac Urna de la Hermandad Solar, dijo con mucha solemnidad y emoción que se le notaba):
— Han transcurrido muchos años ya desde la desaparición de nuestro maestro Amaru Yupanqui Puma, sin embargo, sus enseñanzas cada vez son más actuales.
(¡No podía creer o no quería aceptar lo que en mi mente se estaba gestando en ese momento! Me iba a desplomar, me agarraron de los brazos.) ¡No puede ser! ¡Es Yupanqui Puma! (¡El mismo que yo había visto cuarenta años antes!) ¡Pero esto es imposible! (dije con voz más clara, que ya no podía callar).
— (Nina Soncco me miró con mucha comprensión y tolerancia.) Todo es posible para los que conocemos la técnica de la conservación y la seguiremos manteniendo por mucho tiempo más. Era el ser más importante y el ultimo de los verdaderamente elevados que conocimos. Además descendiente directo de incas poco conocidos en la historia de nuestra Nación, siendo como eran muy evolucionados espiritualmente. Lo ven aquellos a quienes aceptamos y permitimos que ingresen a la Hermandad Solar.
(Nuevamente todos se agarraron de las manos, incluyéndome en el círculo; uno de ellos empezó suavemente a murmurar unas palabras que luego las reconocí y todos repetimos):
—I.a...N.K...
Sentí como una corriente eléctrica en todo el cuerpo, algo que daba la impresión de entrar por mi mano izquierda y salir por la derecha después de haber recorrido mi columna vertebral... La reunión ceremonial continuó con otras sorpresas más, durante no sé cuánto tiempo. Al final me quitaron toda la hermosa vestimenta que me habían puesto y me devolvieron la mía. Vendado nuevamente, empezamos el camino de retomo por las mismas galerías húmedas, hasta subir los peldaños que terminaban debajo de la cama y en la choza de Nina Soncco, el maestro (Ulac Urna) a quien llegué a amar como a mi propio padre. (Recién entonces comprendí las lágrimas de mi padre a la muerte de Yupanqui Puma.) Me quitaron la venda por última vez y con sorpresa encontré a Nina Soncco y a los otros seis más, como si no hubiera pasado nada; unos parados y él sentado en aquella banca frente a su cama: todo igual que al inicio del día. Ya era de noche, me invitó otra vez a sentarme junto a él, mientras los demás entraban y salían sin apuro de la choza. Luego de un lapso más o menos corto, el "canoso" me pidió que lo siguiera; salió en dirección de la plazoleta de la aldea. La noche estaba adornada de estrellas; no hacía frío; nos paramos frente al pisonay. En unos minutos más llegaron los otros, acompañando a Nina Soncco que se sentó sobre el césped; todos lo imitamos en círculo. En esta ocasión me regaló con bellas palabras, recordándome insistentemente la responsabilidad que había contraído y la misión que ya presentía de alguna manera. Le agradecí por sus palabras, como a todos por la compañía y ayuda durante ese último día; a él nuevamente por la oportunidad que me brindó y el alto honor conferido... jEra uno de ellos! ¡Qué emoción! No había presentido hasta ese instante la presencia de Chaska, me alegró verla. Me alcanzó muy sonriente un pocilio lleno de un mate caliente (por lo menos eso pensé). Era un buen obsequio después de tener tantas horas vacío el estómago. Le pedí a Nina Soncco permiso para beber. Tenía un sabor un tanto amargo, tal vez aceitoso, me produjo náuseas, tuve que controlarme y terminar apurando los sorbos, porque supuse que así debía ser... No recuerdo más, pues caí de espaldas; sentí brazos que me tomaban de los hombros y me tendían sobre el césped... Luego me levanté sin dificultad; sin darme cuenta ya estaba parado, no tenía peso. jVl mi cuerpo tendido! ¡Empecé a elevarme! ¡Tuve miedo! pero al mismo tiempo era consciente de que estaban otras personas conmigo, cuidándome... Escuché una voz de aliento y vi muchísimas cosas de belleza indescriptible, los colores tenían vida y se movían; todo tenía vida... Bueno, así fue...
Al día siguiente me despertó Nina Soncco, como nunca lo había hecho anteriormente. ¡Yo estaba en mi cama! Supongo que ellos me dejaron allí la noche anterior. Salí a asearme; se veían aún las últimas estrellas que despedían la noche y daban paso a un nuevo amanecer. ¡Para mí el inicio de una nueva vida!
— Hijo mío —me dijo sensiblemente emocionado.
— Hoy debes marcharte, es posible que no nos veamos más. No deberás volver si no te llamamos; en todo caso tendrás noticias nuestras cuando sea necesario. Estarás presente siempre en nuestros pensamientos y en nuestros corazones ya tienes un lugar. En todas tus actividades estaremos apoyándote. Mantente constantemente equilibrado, armónico y en paz contigo mismo en cualquier circunstancia que vivas, por muy difícil que ésta sea. Solamente desde el centro podrás ser justo y equitativo. No será fácil tu vida, no lo fue en el pasado; tampoco serás muy comprendido, más aún, serás vituperado. Busca a los verdaderos hombres, no a los que parecen serlo, no a los que se venden por una mejor posición o comodidad. Encontrarás amigos, aquellos que verdaderamente aman, aquellos que cuando te equivocas te ayudan a superarlo haciéndote notar la falta, aquellos que cuidan tu nombre cuando estás ausente. Esos hombres serán necesarios permanentemente para toda actividad en bien de los demás. Eres nuestro hermano menor; ya sabes todo lo que debes hacer, hablar con mucha cautela, con tino y sin ofender a nadie, pero, fundamentalmente hablar para decir algo, algo que sea beneficioso para los demás. Obrar con humildad y rectitud; que la enseñanza sea también un aprendizaje para ti: el ejemplo es la mejor escuela. No olvides que hay Leyes universales que vigilan todo y no perdonan nada. El efecto es siempre consecuencia de una causa.
— Es el momento de las actitudes positivas, de las decisiones y del obrar. Ya no es tiempo de teorías, el hombre se intelectualizó demasiado pensando que era lo mejor, y lo bueno es actuar, no seguir solamente pensando y sintiendo... No olvides también que tus hermanos están en toda la Tierra, esparcidos en su faz y a todos hay que servir por igual.
Me abrazó con mucho amor, con el calor de su propio nombre; su esposa también lo hizo —que había llegado no sé en qué momento en compañía de Chaska—. Ya amanecía, salimos de la choza, hacía falta aire para respirar... Había un caballo ensillado parado junto a José Pumaccahua, a quien no veía desde el primer día; nos saludamos. Abracé a Chaska que me correspondió con un beso en la mejilla: fue muy buena conmigo, todos lo füeron.
— Mi padre estuvo ayer a tu lado, me dijo sorpresivamente.
—¿El de cabellos blancos?, pregunté con curiosidad.
—Sí. (Calló, estaba llorando. Le agradecí por la última información y le di un beso.
Lamentablemente no observé más acuciosamente al "canoso". ¡Era el que reemplazaría algún día a Nina Soncco! ¡El futuro Illac Urna!)
Partimos caminando de retomo a este otro mundo, jalando de las riendas al caballo que perezosamente empezaba a moverse. No veía el camino o las lágrimas no me lo permitían... Dejé con mucha pena aquélla bella, pequeña y extraña aldea que me llenó de vida durante siete días. A medida que subíamos el cerro la veía más hermosa pero distante, como si ella se alejara de mí asegurándose de que no la alcance... Traspusimos la montaña con sus pequeños descansos de piedra labrada y desde ese momento desapareció la aldea de mi vista; quién sabe no la vería más... Ríos, quebradas, montañas, bellos paisajes me esperaban en el trayecto de regreso, que duraría aproximadamente tres días, por la lentitud del viaje. No hablamos nada, las palabras no eran necesarias; mi mente había quedado atrás con mi corazón, además, los gestos de José eran de por sí solos muy convincentes: yo agachaba la cabeza y él me cubría nuevamente los ojos con aquel pedazo de tela negra que ya conocía (supongo que era el mismo), en los lugares que él consideraba oportunos, con la única salvedad de que esta vez sí me dio una pequeña explicación:
— Te cubro los ojos para que no te sientas tentado de volver en cualquier momento sin que te llamemos.
(Tal vez tuvo razón. El viaje duraría un día más de lo acostumbrado para desorientarme.)
— Lo siento, pero ésas son las órdenes de Nina Soncco. Somos humanos y podemos fallar; por eso tenemos que aseguramos de que todo salga bien y sin problemas. Tendrás que aprender a esperar con paciencia.
Así es que a tientas me dejé guiar por los caminos que solamente él conocía. Me quitaba la venda para descansar, comer o dormir bajo enormes piedras o cuevas, cuidándose de que no fueran puntos muy visibles que me sirvieran. No sólo fue un volver lento, sino peligroso, pues en muchas circunstancias teníamos que pasar por lugares tan angostos que íbamos uno tras el otro o prácticamente tendidos en el suelo; en ocasiones caminando por riachuelos, no sé si deliberadamente o no, lo cierto es que demoramos cuatro días y medio. Llegamos a Chupan! cuando el sol estaba en su meridiano... Era la ultima parada, estábamos agotados; a manera de descanso almorzaríamos ahí, además creo que fue un buen pretexto para estar Juntos unos minutos más.
Las montañas me parecieron diferentes: el Tantanmarca y el Kuntur Séneca, semejaban ser más altos aún; mientras que el Tacllancca y el Füjcru bajaban humildemente sus cimas hasta perderse en el llano. Los dos riachuelos Pachac y Sutoc que amorosamente protegen la meseta de Chupani, daban la impresión de llevar en sus aguas cristalinas más energía burbujeante en competencia, para constituir seguidamente el Pumahuanca que da vida a la flora, fauna y la gente que habita en sus orillas. Llegó finalmente el momento que no deseaba que llegara, el único y último vínculo con la aldea; José Pumaccahua debía marcharse de retomo a su hogar. Me abrazó fuerte y cariñosamente, con aquel abrazo que dan los hermanos y los amigos, amorosamente y en la forma tan peculiar como solían hacerlo con mi padre. Al corresponderle con emoción y mucha simpatía, le dije que no lo olvidaría y le agradecí por todas sus gentilezas. Era un hombre parco, pero que cuando deseaba expresar sus sentimientos, lo hacía tan manifiestamente que cualquiera podía captar su calor. Lo vi partir cuesta arriba, jalando parsimoniosamente su caballo, que no llegamos a usarlo en ningún momento. Estaba apurado, no quiso quedarse a descansar ni un solo día; por momentos se perdía en la vegetación o en alguna ondulación del terreno para volver a aparecer nuevamente (Chupani tiene esas "quebraditas"), hasta que definitivamente se perdió tras el Korihuayrachina; subí sobre una piedra enorme para ver sí desde ahí lo localizaba aún; ya no, no lo vi más... Tuve que continuar solo el último tramo que me separaba de Samana Wasi, el hogar donde se encontraban mis padres, que seguramente me estaban esperando. Tenía muchos deseos de verlos pronto, así que apuré los pasos. Al atardecer de ese cuarto día, cruzando algunas chacras para acortar el camino, llegué a la puerta de la casa; antes de que la tocara se abrió, ¡era mi madre! que como toda madre intuyó la proximidad del hijo. La abracé y besé efusivamente; fue tal su alegría que desde luego todos se enteraron rápidamente de mi llegada. Mi padre salió de su dormitorio, nuestras miradas se cruzaron y se empañaron los ojos. Lo abracé fuertemente como nunca lo había hecho antes y en la forma como se abrazaban "ellos". No fue necesario ningún comentario.
Antón Ponce de León Paiva
Sitios:
Samana Wasi
http://www.samanawasi.com/Spanish%20Web%20Pages/Inicio.html
Entrevista:
http://www.viajessagrados.com/Peru/EntrevistaAnton.htm
Y ... el anciano habló
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