A G H A R T A
El Reino Subterráneo de la Tierra
p o r R e n é G u e n o n
Agartha, se dice, no fue siempre subterránea, y no permanecerá siempre; vendrá un tiempo en el que, según las palabras dadas por F. Ossendowski, los «pueblos de Agartha saldrán de sus cavernas y aparecerán sobre la superficie de la tierra». Antes de su desaparición del mundo visible, este centro llevaba otro nombre, pues el de Agartha, que significa «inalcanzable» o «inaccesible» (y también «inviolable», pues es la morada de la Paz, Salem), no habría sido el más conveniente; F. Ossendowski precisa que se hizo subterráneo «hace más de seis mil años», y ocurre que esta fecha corresponde, con una muy suficiente aproximación, al comienzo del Kali-Yuga, o «época negra», la «edad de hierro» de los antiguos occidentales, el último de los cuatro períodos en los cuales se divisa el Manvantara; su reaparición debe coincidir con el fin del mismo período.
Hemos hablado anteriormente de las alusiones hechas por todas las tradiciones a algo que se halla perdido o escondido, y que se representa bajo diversos símbolos; esto, cuando se toma en su sentido general, lo que concierne al conjunto de la humanidad terrena, se refiere precisamente a las condiciones del Kali- Yuga.
El período actual es una fase de oscurantismo y de confusión; sus condiciones son tales que, en tanto que persistan, el conocimiento iniciático debe necesariamente quedar oculto, de ahí el carácter de «Misterios» de la Antiguedad llamada «histórica» (que no se remonta más que hasta el comienzo de este período) y de las organizaciones secretas de todos los pueblos; organizaciones que dan una iniciación efectiva allí donde subsiste aún una verdadera doctrina tradicional, pero que no ofrecen más que la sombra cuando el espíritu de la doctrina ha cesado de vivificar a los símbolos que no son más que la representación exterior y eso, porque, por razones diversas, todo lazo consciente con el centro espiritual del mundo ha acabado por romperse, lo que es el sentido más particular de la pérdida de la tradición, la que concierne especialmente a tal o cual centro secundario, dejando de estar en relación directa y efectiva con el centro supremo.
Se debe pues, como lo decíamos anteriormente, hablar de algo que está oculto más que verdaderamente perdido, ya que no está escondido para todos y que algunos lo poseen aún íntegramente; y, si es así, otros tienen siempre la posibilidad de encontrarlo, ya que ellos lo buscan como conviene, es decir, que su intención sea dirigida de tal manera que, por las vibraciones armónicas que despierta según la «ley de acciones y reacciones concordante», pueda ponerlos en comunicación espiritual efectiva con el centro supremo.
Esta dirección de la voluntad tiene además, en todas las formas tradicionales, su representación simbólica; queremos hablar de la orientación ritual: ésta, en efecto, es propiamente la dirección hacia un centro espiritual, que cualquiera que sea, es una imagen del verdadero «Centro del Mundo».
Pero a medida que se avanza en el Kali- Yuga, la unión con este centro, cada vez más cerrado y oculto, se hace más difícil, al mismo tiempo que se hacen más raros los centros secundarios que le representan exteriormente; y sin embargo, cuando acabe este período, la tradición deberá manifestarse de nuevo en su integridad, ya que el comienzo de cada Manvantara, coincidiendo con el final del precedente, implica necesariamente, para la humanidad terrena, la vuelta al «estado primordial».
En Europa, todo lazo establecido conscientemente con el centro por medio de organizaciones regulares está roto actualmente, y ello es así desde hace varios siglos; además, esta ruptura no se realizó de un solo golpe, sino en varias fases sucesivas.
La primera de estas fases se remonta al comienzo del siglo XIV; lo que ya hemos dicho en otro lugar de las Órdenes de Caballería puede hacer comprender que uno de sus papeles principales era el de asegurar una comunicación entre Oriente y Occidente, comunicación de la que es posible comprender el verdadero alcance si se observa que el centro del que hablamos aquí siempre ha sido descrito, al menos en lo que concierne a los tiempos históricos, como situado al lado de Oriente.
Sin embargo, después de la destrucción de la Orden del Temple, el Rosacrucianismo, o a lo que se debía dar este nombre por continuidad, siguió asegurando el mismo lazo, aunque de una manera más disimulada. El Renacimiento y la Reforma marcaron una nueva fase crítica, y por último, según lo que parece indicar Saint-Ives, la ruptura completa habría coincidido con los tratados de Westfalia, que en 1648 terminaron con la Guerra de los Treinta Años.
Ahora bien, es notable que varios autores hayan afirmado precisamente que, poco después de la Guerra de los Treinta Años, los verdaderos Rosacruces hayan abandonado Europa para retirarse a Asia; y recordaremos, a propósito de esto, que los Adeptos Rosacruces eran doce, como los miembros del círculo más interno de Agartha, y en conformidad con la constitución común a tantos centros espirituales formados a imagen de este centro supremo.
A partir de esta última época, el depósito del conocimiento iniciático efectivo no está guardado por ninguna organización occidental; también Swedenborg declara que es de ahora en adelante entre los sabios del Tíbet y de Tartaria donde hay que buscar la palabra perdida; y por su parte, Anna Caterina Emerich tiene la visión de un lugar misterioso que llama la «Montaña de los Profetas», y que la sitúa en las mismas regiones.
R e n é G u e n o n
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