El Agartha - Débora Goldstern
Hoy Crónica Subterránea presenta un texto clásico, dentro de la bibliografía subterránea. Bajo la tutela de Alec Maclellan, El Mundo Perdido de Agarthi (1980), resulta un particular estudio de este autor, que luego de protagonizar una extraña experiencia en las campiñas inglesas, se adentra en en la búsqueda de respuestas, sobre el "enigma de los enigmas".
Aunque por mucho tiempo traté de hacerme con el material, ya que actualmente resulta un libro muy difícil de conseguir en las bateas, gracias a los oficios del amigo Marcelo Martorelli, pude acceder finalmente a su lectura.
El escrito resume a los autores más representativos del tema, y es una interesante introducción para aquellos neófitos que deseen comenzar a transitar la aventura subterránea. Sin embargo para quién escribe, el autor no deja de caer en los mismos errores o confusiones cometidos también por otros investigadores, que en su apresuramiento no consiguen traspasar la "puerta", en cuanto a este misterio, arañando tan solo una superficie no siempre muy sólida.
Por otra parte Maclellan, basa su visión en Agartha, lo cual repetimos no debe confundirse con Shambhallah, mezclando por momentos ambos centros en una terminología que sin la seña correcta conduce al "error".
Más allá de estas recomendaciones, el libro cuenta con datos interesantes, y desde ya alentamos a los lectores no perder la oportunidad de tenerlo como referencia en cuanto al mundo subterráneo.
Como muestra, reproducimos uno de los capítulos más inquietantes, y que creemos vale la pena conocer.
UNA EXTRAÑA EXPERIENCIA SUBTERRÁNEA
EL MUNDO PERDIDO DE AGHARTI - Alec Maclellan
El día en que iba a tener una de las experiencias más extrañas e intimidantes, de mi vida, pero en última instancia más fascinante, empezó de un modo bastante ordinario.
En compañía de algunos parientes, me hallaba de vacaciones en el West Riding de Yorkshire, en el austero pero agradable pueblo de Keighley, muy cerca del famoso Llkley Moor. Era un día de verano, y el cielo azul claro y la fuerte luz del sol ponían de relieve las colinas del norte. Apenas merecen el nombre de montañas, pues son anchas y achaparradas, y la más alta, Great Whemside, sólo mide 649 metros de altura.
Aquella mañana había partido en dirección al Great Whemside. Me había levantado pronto y dirigido hacia Grassington, desde donde tenía pensado caminar por el agradable valle del río Wharfe. Como me encanta la historia antigua, difícilmente podía haber elegido un lugar mejor para empezar mi paseo que Grassington, pues allí, en Lea Green, están los restos de un pueblo de la Edad del Hierro que estuvo ocupado desde el año 200 a. de C. al 400 de nuestra era. Los pequeños montículos circulares y las piedras trabajadas cubiertas de hierba ofrecían una evidencia muda de que éste fue uno de los puntos más poblados de los valles durante la Edad del Hierro, y mostraban también, el motivo por el que se le considera una de las sedes prehistóricas más interesantes de Inglaterra. Como ha escrito Lettice Cooper en Yorkshire West Riding (1950):
"Grassington ha sido siempre fa metrópoli de Wharfedale. Hay restos allí de una ciudad prehistórica anterior al momento en que los romanos descubrieron las minas de plomo que le dieron importancia. Grassington y Untan, en el valle inferior, son particularmente ricos en flores silvestres y cuentos de hadas. Hay leyendas que hablan de los temidos "barguest", los perros fantasmas de los valles, cuya apancron predice el desastre; y Fairy Hole (agujero de hadas) es el nombre que se da a una abertura baja en la roca caliza."
Todo era paz y tranquilidad cuando inicié mi paseo por el valle. Es extraño, sin embargo, que volvieran a mi mente algunas palabras que había leído la tarde anterior; eran de Daniel Defoe y trataban sobre su gira por West Riding en los primeros años del Siglo XVIII. Hablaban de las montañas del Upper Wharfadel que tenía delante de mí bajo la luz caliente del sol, y decían: Son mas terribles que cualquiera de las Monmouthshire o Derbysire, especialmente Pingent Hill." Miré hacia delante a mi izquierda y pude divisar apenas la cima plana de "Pingent Hill", conocido ahora como Penyghent, y me sorprendió que Defoe se hubiera sentido tan perturbado ante aquella escena. Sabia que había vivido en una época en la que no se admiraba la belleza salvaje, pero su hostilidad llegaba casi al miedo. Inesperadamente, un estremecimiento recorrió mi columna vertebral. Entonces entendí lo que es un presagio... . . "
Caminé por Grassington Moor y VI la primera evidencia de las minas que, en parte, me atrajeron hacia aquella zona. Por lo que pude leer antes de llegar a Yorkshire, sabía que en el valle del río Wharfe había habido minería de plomo durante Siglos, y que se había trabajado con pozos y niveles, en lugar de con desenterramientos por medio de corrientes, método más tradicionales. Como es natural, por este motivo acudieron los curiosos además de los mineros. El reverendo Baily Harker, en su guía pionera, Rambles in Upper Wharfedale, publicada en 1869, estimulaba de hecho a los turistas a que visitaran las minas. "Recomendaría a los visitantes un viaje por el subsuelo", escribía, aunque el descenso pueda asustarles un poco. Se puede llegar al fondo de algunos de los pozos mediante escaleras, yen algunos otros casos mediante cuerdas.
Las minas, desde luego, llevaban cerradas casi un siglo, aunque ocasionalmente podía verse a un alma fuerte rebuscando entre los montones de desperdicios para encontrar pedazos de varitas y mena de plomo que hubieran dejado los antiguos mineros. En mi caminata pasé junto a algunos de esos montones de desechos, y por las notas que tenía pude identificar algunas de las famosas minas de Moss, Sara, Beaver, Turf Pits y Perú. Me era posible sentir que en algún tiempo ese paisaje había rebullido con la actividad de unos mineros que producían plomo por valor de miles de libras anuales. Ahora, bajo la luz del sol de la mañana, todo estaba quieto y silencioso.
Para ser sincero, sin embargo, he de decir que no sólo las minas me habían atraído a Wharfe Valley. También estimularon mi interés las historias de cuevas y túneles antiguos que se decía abundaban en la zona. Unos días antes había hecho una visita al Pig Yard Club Museum, en Settle, que contiene una serie de recuerdos, todos los cuales te hacen apreciar el motivo de que de las cuevas de esta zona se haya dicho que eran "un vademécum de la vida en los tiempos remotos". Contemplando aquella notable colección recordé el comentario que hacía G. Bernard Woods en su Secret Britain (1968) de que "deberíamos comprender nuestra pertenencia a un mundo casi ilimitado en el que aún bullen los secretos, algunos de ellos medio dichos".
Entre los elementos de la colección se halla el cráneo de un gran oso de cueva, evidencias de un elefante de co/mi 1I0s rectos y un rinoceronte de esbelta nariz, un arpón de pesca hecho con un Cuerno de ciervo y una gran variedad de ornamentos Y monedas antiguas; todo ello desenterrado de las cuevas de la zona. Mi emoción al contemplar todas aquellas muestras se asemejó mucho a la de Mr. Wood, quien también escribió en su libro:" Los problemas modernos se me sitúan pronto en perspectiva al contemplar tales evidencias de peligros pasados, de humildes tareas hogareñas, o quizá de felicidad doméstica." _
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No necesitaba de más estímulo para explorar Wharfe Valley. Sin embargo, sabía también que aunque algunas de las cuevas y túneles estaban fechadas en el mesolítico, neolítico, y los períodos del bronce y del hierro, había otras mucho más asombrosas, mucho más misteriosas, pocas de las cuales fueron investigadas de pleno y conocía la extraordinaria declaración de un tal Dr. Buckland, que exploró la Kirkdale Cave en 1882, y había querido demostrar en su libro, Reliquieae Diluvianae, que los restos que él halló "pertenecieron a hombres que habían sido barridos por el diluvio de Noé".
Caminar por el valle en aquel día de verano no resultaba duro, y antes de darme cuenta de ello me encontraba a la sombra del Great Whernside. Había ya visto muchas evidencias de las cimas que forman en la zona un gran sistema subterráneo natural, y que atraen a muchos espeleólogos cada año, pero en lo que me hallaba más interesado era en las cuevas. Me encontraba en un punto intermedio entre los pequeños pueblos de Kettlewell y Starbotton, en donde los escarpados bordes de la colina cercan el valle, cuando vislumbre fugazmente la entrada de una cueva en la ladera de la colina. Desde donde me encontraba ni siquiera tenía la seguridad de que se tratara de una cueva, pero para entonces estaba ya ansioso por explorar algo y volví mis pasos en aquella dirección.
Al acercarme, me di cuenta de que no me habla equivocado: aunque la entrada a la cueva era muy pequeña y estrecha., Saque la linterna que llevaba e iluminé con su haz de, luz a través de la pequeña abertura. Sólo la oscuridad se extendía ante mis ojos, y podía oír el sonido suave del agua que goteaba desde el techo de la cueva. En cuanto entré, percibí una corriente de aire frío. Vacilé un momento, y me pregunté si realmente valía, la pena explorar algo tan poco prometedor. Pero ¿era ése el autentico motivo de mis dudas, me pregunté a mí mismo, o podía achacarlas al nerviosismo que sentía? .
Me decidí, por tanto. Había llegado tan lejos para contemplar una cueva, y lo haría. Me abotoné la chaqueta y el cuello de la camisa, y me puse en movimiento siguiendo el poderoso haz de luz blanca de la linterna. Las paredes de la cueva parecían descender gradualmente y luego tomaron una forma de túnel más regular. El suelo que pisaba era duro y rocoso, aunque de vez en cuando chapoteaba en pequeñas charcas de agua. Sólo el sonido de mi respiración y mis pasos rompía el silencio, y delante de mí la luz revelaba que el túnel continuaba descendiendo gradualmente sin apenas curva alguna. Me volví una vez para mirar a mis espaldas, pero sólo comprobé la oscuridad impenetrable.
Debí andar unos diez minutos antes de detenerme. No había ningún indicio de que el túnel fuera a cambiar de altura o pendiente, y me pregunté a mí mismo por cuanto tiempo proseguiría
Pensé que había encontrado y explorado uno de los extraños túneles subterráneos del West Riding. No era espeleólogo, y por tanto de nada servía que siguiera más allá. Algo arrepentido ya, pensé que hasta podría ponerme en peligro si me equivocaba en algo.
El sentido común, y quizá una sensación de inquietud, me hicieron decidirme. Investigué con la linterna a mi alrededor, y cuando iba a volver sobre mis pasos algo me detuvo. Al haber movido la linterna había captado con el rabillo del ojo un débil brillo lejos, delante de mí en el túnel. Evidentemente, la luz penetrante de mi linterna lo había ocultado hasta aquel momento.
Escudriñé más para asegurarme de que no estaba equivocado. No, había claramente un brillo apagado a alguna distancia por delante de mí. Dudé durante un momento. ¿Debía investigar o regresar? Mientras estaba allí, detenido a la luz del túnel, parecía crecer en intensidad, aunque podía tratarse sólo de una ilusión. Con precauciones, volví a desplazarme de nuevo hacia delante, dirigiendo ahora el haz de una linterna a los pies. Caminé con cuidado, reteniendo casi la respiración, durante unos 50 metros. Desde allí pude darme cuenta de que la luz era de color verde y de que parecía titilante. No tenía la menor idea de cuál podía ser su origen y me detuve de nuevo.
Entonces sucedió algo aún más extraordinario, Al principio pensé que aquel sonido era el de mi propia respiración, pero luego discerní con claridad un suave zumbido que gradualmente iba creciendo en intensidad. Mientras así lo hacía, sentí que, bajo mis pies, el suelo comenzaba a vibrar, al principio muy suavemente, pero creciendo de modo uniforme en intensidad. El zumbido se había convertido en un retumbar, y simultáneamente la luz verde parecía titilar con mayor fuerza. Sentí el latido de mi corazón, y en la oscuridad me sobrecogió un repentino terror. Tenía la impresión de que algo venía hacia mí.
¿Qué demonios estaba sucediendo? ¿Qué era aquella extraña luz? ¿Y qué estaba causando aquella vibración bajo mis pies? Creí hallarme en el túnel de alguna mina de Yorkshire largo tiempo olvidada, pero mis sentidos parecían decirme que había entrado en un lugar mucho más extraordinario.
En los momentos siguientes, el titilar de la luz y el movimiento del suelo crecieron aún más, y llegué a pensar que el túnel caería sobre mí. Ese pensamiento deshizo el sentimiento de asombro que me había sobrecogido, y sin pensarlo más me di la vuelta y corrí hacia atrás por el pasadizo.
No dejé de correr hasta que salí, jadeante, a través de la entrada del túnel y sentí la luz del sol y el calor de aquel día de verano. Me dejé caer exhausto sobre el suelo y traté de recuperar la respiración. Gradualmente, desapareció mi pánico y traté de comprender lo sucedido.
No cabía duda respecto a la luz verde que había visto ni a la sensación de que la tierra temblara bajo mis pies. Si las minas de aquella zona del país estuvieran siendo aún trabajadas, hubiera tratado de convencerme de que me había acercado mucho a algún pozo subterráneo. Si en alguna zona de esta parte de Yorkshire existiera un tren subterráneo, podría haber pensado que había entrado en un pozo de ventilación. Pero no pude encontrar ninguna explicación lógica a la experiencia que acababa de vivir. * CITA 1
La extraña luz verde era diferente a cualquiera que hubiese visto antes, y el ruido me dio la impresión de proceder de una enorme máquina. ¿Pudo tratarse de una luz y de algún extraño medio de transporte subterráneos? En aquel momento no estaba seguro de por qué esos pensamientos llegaban a mi mente. Y ahora, una década más tarde, no estoy seguro de que sean la solución correcta, aunque, como este libro trata de demostrar, pueden no estar muy lejos de la verdad. He de admitir que nunca he vuelto para encontrar ese túnel, y dudo de que pudiera hacerlo ahora. Aquel mismo día, al regresar al Keighley, comenté mi experiencia con mis parientes y amigos, y lo que me dijeron me convenció de que no se había tratado de un sueño o una ilusión y de que, con toda probabilidad, había experimentado las mismas sensaciones que dieron lugar a la gran tradición en el West Ridingde Yorkshire, que dice que en alguna parte de los valles se encuentra la entrada a un mundo subterráneo. Era común la afirmación de que este reino subterráneo era el albergue de hadas, duendes y enanos; pero algunas personas mantienen que, en realidad, es el lugar donde habitan personas como nosotros que han vivido ocultas a la vista del hombre desde tiempo inmemorial. Aunque en mi investigación posterior, en la que traté de solucionar el misterio de mi experiencia, encontré abundantes detalles acerca de un "submundo de hadas" (cfr. A Tour of the Caves, 1781, del Reverendo John Hotten, quien ha escrito que las cuevas de Wharfedale eran "alternativamente el hábitat de gigantes y hadas, según predominara una diferente mitología en el país"), fue en realidad en el trabajo de un hombre-que vivía en esos momentos en Wharfedale donde encontré la evidencia más notable de todas. Ese hombre era Charles James Cutcliffe-Hyne (1865¬1944), quien, aunque en la práctica es un autor olvidado hoy en día, sigue siendo recordado por algunos viejos lectores como el creador del duro e implacable aventurero, el capitán Kettle.
Lo que me interesó en un principio de Cutcliffe-Hyne fue el hecho de que hubiera vivido en Kettlewell, a tan sólo unos kilómetros de la extraña cueva donde viví mi experiencia. En segundo lugar, que hubiera ganado cierta fama como osado aventurero que gustaba de la exploración, y que estaba obsesionado con la leyenda de la perdida Atlántida. * Cita 2 Y, en tercer lugar, que había escrito un libro, actualmente muy raro de encontrar, Beneath Your Ver! Boots (publicado en 1889), sobre un reino subterráneo, que según las murmuraciones de Wharfedale estaba basado en hechos que había descubierto realmente.
Cuando pude obtener un ejemplar y leerlo, descubrí que algunos de los hechos coincidían exactamente con mis propias experiencias. La historia cuenta las aventuras de un tal Anthony Haltoun en un mundo subterráneo al que consigue entrar por una cueva "en el valle del Wharfe, cerca de su principio". La entrada está en "el flanco norte del valle", y el joven entra a pesar de un aviso de un habitante de la localidad para que "deje las cuevas en paz, evitando que le cacen las gentes que viven en ellas". Haltoun nos dice que el pasadizo no tenía nada que ver con el de una mina de plomo, "pues las minas de Wharfeale son casi todas horizontales", mientras que este se dirigía hacia abajo, con una pendiente gradual. Al caminar por él, se encuentra con una luz brillante que titilaba en la oscuridad y descubría a un grupo de hombres que avanzaban hacia mí". Al acercarse a aquellos hombres, la tierra empezaba también a moverse y temblar, y el asombrado Haltoun se desmayó.
Cuando recobra el sentido, el narrador descubre que ha caído en manos de una raza subterránea llamada los nradas, gentes de piel blanca y cabellos rubios que han vivido en un estado de armonía y paz desde tiempos prehistóricos. No eran partidarios de la guerra, y fue su "odio a los combates lo que les hizo, en primera instancia, buscar abrigo bajo el suelo, pues se estaba produciendo una carnicería". Haltoun pregunta a sus huéspedes: "-¿ He de entender que hay una colonia haciendo vida normal en esta cueva? .
-Bien sí en parte; pero en vez de colonia hay que hablar de nación, y en vez de cueva de un laberinto casi interminable. Nuestras habitaciones y los túneles que las conectan se ramificaban bajo la totalidad de las Islas Británicas, y en muchos lugares debajo de los mares.". Los nradas le explicaron que estaban gobernados por un Radon, "quien es supremo tanto en las cosas temporales como en las espirituales. El es al mismo tiempo, gobernante y deidad. Se dice que Radon es una figura mavestática, vestida con ropas de oro que vive en una ciudad hermosa y cavernosa. El numero .de los 'habitantes de esta metrópoli subterránea "es un poco superior a diez mil. .. , aunque hay otros veinte mil más en un Circuito de diez millas que circunda aquélla".
Los nradas le dicen también a Haltoun que se aprovecharon de la estructura de la tierra para crear su mundo subterráneo. "En primer lugar, la corteza terrestre es vesicular, es decir, esta llena de agujeros formados por convulsión titánica o por la erosión irresistible del agua; y en segundo lugar, todas estas cavidades están ventiladas por invisibles pozos de aire." La mayona, de estos túneles eran de formación natural; pero "aquí y allá un túnel más simétricamente esculpido era indicativo de la mano del hombre. (Posteriormente, Haltoun llega a creer que esos pasadizos fueron taladrados con herramientas giratorias acabadas en diamantes que habían sido extraídos del subsuelo.) Para iluminar su mundo, y también para impulsar los vehículos que los transportaban a través de los túneles, los nradas habían utilizado "el poder interno de la tierra, extraído con profundos taladros".
Cutcliffe-Hyne niega a sus lectores detalles más exactos del mundo subterráneo que he citado aquí. Pero en su autobiografía, My Joytul Lite, publicada en 1935, se refiere a esta novela y a una leyenda en la que está basada; y al hacerlo así añade una dimensión totalmente nueva a la historia que es la que me impulsó a la investigación de la que finalmente ha resultado este libro. En My Joytul Lite, volumen muy difícil de encontrar ahora Cutcliffe-Hyne describe primero el modo en que llegó a interesarse por las minas de West Yorkshire cuando era un niño:
"Sospecho que debo ser un poco la reencarnación de algún antepasado cavernícola, pues mis gustos han sido siempre algo troglodíticos. Mi padre era vicario de Bierley, un pueblo grande y desordenado de West Riding, donde abundaban las minas de carbón. Yo tenía mucho trato con uno de sus feligreses, un capataz de mina, y con él solía descender a los pozos de la zona siempre que quería llevarme. Puede decirse que entré muy joven en la minería, puesto que "cargué" mi primera vagoneta de carbón a la edad de diez años. Los pozos de Bierleyeran pequeños y (mirando hacia atrás) muy primitivos. Las viejas máquinas de vapor, los engranajes y la ventilación del horno hubieran inquietado mucho a un inspector gubernamental de hoy. Pero me enseñaron a vencer el vértigo y la claustrofobia, y a cuidar instintivamente de la seguridad de mi propia piel."
* La creencia en la existencia de una entrada al mundo subterráneo en esta parte de Yorkshire se expresa también en la novela Land Under England, de Joseph O'Neill (1886-19531, publicada en 1935. O'Neill, que fue secretario permanente del Departamento de Educación del estado libre irlandés desde 1923 a 1944, describe una antigua sociedad totalitaria de gentes que vivían bajo el suelo en cuevas y pasadizos, y que utilizaban la telepatía para controlar la mente de sus habitantes. En aquel tiempo, el libro fue considerado en parte como un ataque alegórico a la Alemania nazi. Esta introducción al mundo "bajo nuestros pies" fue también la causa de que se interesara por las innumerables leyendas sobre las cuevas y minas del West Riding. Posteriormente, cuando estaba en la universidad de Cambridge, aprendió alpinismo y fue presidente del Ciare Alpine Club; "la dignidad se concedía. por saltar a través del cañón que separaba nuestra capilla del Trinitv Hall, depositando en los escalones del tejado un tarro vacío de mermelada, y volver a casa indemne". Esta escapada le fue útil en su vida posterior, cuando la aventura le llevó por todo el mundo, a lugares como Europa, Escandinavia, Africa, México, Sudamérica, "tanto por precipicios como por cuevas y minas profundas:'.
La exploración de cuevas se convirtió en la afición principal de Cutcliffe-Hyne, y en su autobiografía describe haber explorado pasadizos subterráneos en Yorkshire, en varios lugares de Europa y Africa, y haber buscado un tesoro perdido en una cueva de México. En estas expediciones oyó por primera vez historias sobre un reino subterráneo que se decía estaba vinculado a todas las naciones del mundo. "En Sudamérica oí decir que existían enormes túneles que atravesaban el continente, y que finalmente estaban en conexión con aquel lugar prohibido. Más curioso aún eran las conversaciones similares en Europa, e incluso algunos ancianos del West Riding conocían la historia y creían que había entradas en sus propias cuevas. Se decía que aquel reino tenía el nombre de Agharti". Leí el libro de Cutcliffe-Hyne con absoluta fascinación. La idea de un reino subterráneo conectado con todos los continentes del mundo por una gigantesca red de pasadizos era sorprendente y ponía en ebullición la mente. Si la leyenda era cierta, debía existir un mundo perdido bajo nuestros pies que ni el tiempo ni las actividades de la humanidad habían perturbado durante generaciones y así empecé mi investigación acerca de este mundo perdido llamado Agharti, y de su extraordinaria y antigua historia, tal como describiré en las páginas que siguen ...
La idea de la existencia de un mundo oculto bajo la superficie de nuestro planeta es, ciertamente, muy antigua. Innumerables', cuentos populares y tradiciones orales en muchos países del mundo hablan de pueblos subterráneos que han creado un reino de armonía y alegría que no se ve perturbado por el resto de la humanidad. También la literatura cuenta con varias obras sobre este tema -Niels Ktim's Journey Underground, del danés Ludvig Baron von Holberg (1741), es quizá el ejemplo preeminente-, y los artistas y poetas también se han sentido atraídos por el tema en numerosas ocasiones.
A primera vista, muchos de los relatos sólo parecen fantasías; deliciosos cuentos de seres etéreos que están siempre a flor de la conciencia humana. Pero cuando estas historias se unen y se comparan, resultan evidentes algunas sorprendentes similitudes entre todas ellas. Con independencia de cuál puede ser su origen existe un curioso hilo de verdad subyacente a todas ellas. Nicholas Roerich, explorador, artista y sabio ruso, de quien hablaremos detalladamente más adelante, ha expresado este hecho del modo más convincente en su libro Abode of Light (1947):
"Entre las innumerables leyendas y relatos de hadas de diversos países se pueden encontrar los cuentos de tribus perdidas o habitantes subterráneos. En amplias y diversas direcciones, los pueblos hablan de hechos idénticos. Pero al correlacionarlos, se ve rápidamente que no son más que capítulos de la misma historia. Al principio parece imposible que exista alguna conexión entre estos rumores distorsionados, pero después se empieza a captar una coincidencia peculiar en estas múltiples leyendas de pueblos que son incluso ignorantes de los nombres de los otros. "Se reconoce la misma relación en el folklore del Tíbet, Mongolia, China, Turkestán, Kashmir, Persia, Altai, Siberia, los Urales, Caucasia, las estepas Rusas, Lituania, Polonia, Hungría, Francia, Alemania ... ; desde las más altas montañas hasta los océanos más profundos, cuentan cómo una tribu sagrada fue perseguida por un tirano y cómo el pueblo, no deseando someterse a la crueldad, se encerró en el interior de las montañas. Incluso te preguntan si quieres ver la entrada por la que huyó el pueblo santo ... "
Con el paso de los años, este reino de los exiliados recibió diversos nombres. Si se le consideró como un lugar del mal, se le ha denominado Infierno, Hadas o Tártaro. Pero si, como suele haber sucedido, se le ha considerado como un lugar de bondad y luz, se le ha denominado Shangri-Ia, Shamballah o, sobre todo, Aghar-(Hay que señalar que esta palabra, Agharti, se ha escrito como Asgharta, Agharta o Aghanti; pero que como aparece mas generalmente es en esta última forma; por tanto, es la que he adoptado a lo largo de todo el libro). Tomando la leyenda en su forma más básica, se dice que Agharti es un misterioso reino subterráneo situado en alguna parte bajo Asia, y vinculado con los otros continentes del mundo mediante una gigantesca red de túneles. Estos pasadizos, en parte formaciones naturales y en parte debidas al trabajo de la raza que creó la nación subterránea, proporcionan un medio de comunicación entre todos los puntos, y así ha sido desde tiempo Inmemorial. De acuerdo con la leyenda, hoy día existen grandes longitudes de túneles: el resto ha quedado destruido por cataclismos. Se dice que sólo algunos altos iniciados conocen la localización exacta de estos pasadizos y sus medios de entrada, y que los detalles son cuidadosísimamente guardados, pues el reino mismo es un gran almacén de conocimiento secreto. También se dice que hay manuscritos pertenecientes a la civilización perdida de la. Atlántida, e inclus. de un pueblo anterior que estuvo constituido por los primeros seres inteligentes que habitaron la tierra.
No cabe duda de que existen misteriosos pasadizos ba]o la superficie terrestre. John Michell y Robert J. M. Rickard han escrito en su libro, Phenomena (1977): "Cuando buscamos una evidencia física que apoye estos relatos, tropezamos con el mayor y más reprimido de los secretos arqueológicos: la existencia de vastos e inexplicables sistemas de túneles, en parte artificiales y en parte naturales; bajo la superficie de una gran parte de la tierra ... El libro de Baring-Gould, Cliff Castles and Cave Dwellings of Europe, contiene sorprendentes notas sobre las extensas estructuras de cuevas y túneles que hay bajo Francia y otros países. En Archsic England, de Harold Bayley, se dan informes de antiguos viajeros por grandes túneles que se extendían por una gran parte de Africa, incluyendo uno que hay bajo un río llamado Kaoma, "tan extenso que la caravana tardó desde el amanecer hasta la medianoche en traspasarlo". Mientras escribimos esto, en julio de 1976, se da la noticia de una expedición en Sudamérica respaldada militarmente, con el doble objetivo de investigar el enigma de las ciudades de piedra "tecnológicamente imposibles" de las altas montañas y explorar la gran red de túneles misteriosos que se dice recorren todos los Andes. Si queremos demostrar la existencia. de un mundo vivo debajo del nuestro, no tendremos dificultad en señalar las entradas al submundo y no faltan evidencias históricas de contactos entre los hombres y lo subterráneo." Michell y Rickard hacen también la siguiente interesante declaración: "Si suponemos, como muchos chiflados y grandes hombres han supuesto antes que nosotros, que existe vida en un mundo subterráneo que ocasionalmente se mezcla con la nuestra muchos de nuestros fenómenos extraños parecerán razonables":
Si observamos las doctrinas de los budistas, podemos encontrar también una serie de hechos relacionados con Agharti. De acuerdo con estas enseñanzas, el reino está localizado a gran profundidad dentro del planeta y habitado por millones de personas gentiles y pacíficas, Están gobernadas por un ser sabio e increíblemente poderoso llamado Ridgen Jyepo, "el Rey del Mundo" que vive en un magnífico hábitat en la capital de Agharti llamada Shamballah. Desde ahí tiene contacto con los representantes del "mundo superior", y por tanto puede influir en las costumbres del "mundo de la superficie". Se dice también que "el Rey del Mundo" se halla en comunicación directa con el Dalai Lama del Tíbet.
CITA 1
* Me han sugerido que la luz verde pudo haber sido causada por un extraño fenómeno conocido como fuego fatuo, que es el resultado del gas pantanoso en la tierra putrefacta y produce pequeñas llamas; y que el ruido se debía simplemente al movimiento repentino de algunas rocas subterráneas. Aunque es innegable que ambas explicaciones son posibles, no acaban de convencerme. .
CITA 2
* Una gran parte de la historia de Cutdiffe-Hyne es pura fantasía, con toda seguridad fantasía gozosa; pero en toda la obra hay también una poderosa vena de autenticidad, un sentimiento de que algunos de los hechos son ciertos, y que otros, aunque indemostrables, se basan en viejas tradiciones donde se pueden encontrar siempre elementos auténticos.
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