viernes, 30 de julio de 2010
Física y metafísica cuántica
Física y metafísica cuántica
• Adrián Pérez de Vera F.R.C.
La física cuántica confirma que creamos nuestra realidad
La física moderna dice "tú si puedes"
Durante décadas, los poderes de la mente han sido cuestiones asociadas al mundo
"esotérico", cosas de locos. La mayor parte de la gente desconoce que
la mecánica cuántica, es decir, el modelo teórico y práctico dominante
hoy día en el ámbito de la ciencia, ha demostrado la interrelación entre
el pensamiento y la realidad. Que cuando creemos que podemos, en
realidad, podemos. Sorprendentes experimentos en los laboratorios más
adelantados del mundo corroboran esta creencia.
El estudio sobre el cerebro ha avanzado mucho en las últimas décadas
mediante las "tomografías" . Conectando electrodos a este órgano, se
determina donde se produce cada una de las actividades de la mente. La
fórmula es bien sencilla: se mide la actividad eléctrica mientras se
produce una actividad mental, ya sea racional, como emocional,
espiritual o sentimental y así se sabe a qué área corresponde esa
facultad.
Estos experimentos en neurología han comprobado algo aparentemente descabellado: cuando vemos un determinado objeto aparece actividad en
ciertas partes de nuestro cerebro… pero cuando se exhorta al sujeto a
que cierre los ojos y lo imagine, la actividad cerebral es ¡idéntica!
Entonces, si el cerebro refleja la misma actividad cuando "ve" que
cuando "siente", llega la gran pregunta: ¿cuál es la Realidad? "La
solución es que el cerebro no hace diferencias entre lo que ve y lo que
imagina porque las mismas redes neuronales están implicadas; para el
cerebro, es tan real lo que ve como lo que siente", afirma el bioquímico
y doctor en medicina quiropráctica, Joe Dispenza en el libro "¿y tú qué
sabes?". En otras palabras, que fabricamos nuestra realidad desde la forma en que
procesamos nuestras experiencias, es decir, mediante nuestras emociones.
La farmacia del cerebro
En un pequeño órgano llamado hipotálamo se fabrican las respuestas
emocionales. Allí, en nuestro cerebro, se encuentra la mayor farmacia
que existe, donde se crean unas partículas llamadas "péptidos", pequeñas
secuencias de aminoácidos que, combinadas, crean las neurohormonas o
neuropéptidos. Ellas son las responsables de las emociones que sentimos
diariamente. Según
John Hagelin, profesor de física y director del Instituto para la
ciencia, la tecnología y la política pública de la Universidad
Maharishi, dedicado al desarrollo de teorías del campo unificado
cuántico: "hay química para la rabia, para la felicidad, para el sufrimiento, la envidia…"
En el momento en que sentimos una determinada emoción, el hipotálamo descarga esos péptidos, liberándolos a través de la glándula pituitaria
hasta la sangre, que conectará con las células que tienen esos
receptores en el exterior. El cerebro actúa como una tormenta que
descarga los pensamientos a través de la fisura sináptica. Nadie ha visto nunca un pensamiento, ni siquiera en los más avanzados laboratorios,
pero lo que sí se ve es la tormenta eléctrica que provoca cada
mentalismo, conectando las neuronas a través de las "fisuras
sinápticas".
Cada célula tiene miles de receptores rodeando su superficie, como abriéndose a esas experiencias emocionales. Candance Pert, poseedora de patentes sobre péptidos modificados y profesora en la universidad de
medicina de Georgetown, lo explica así: "Cada célula es un pequeño hogar
de conciencia. Una entrada de un neuropéptido en una célula equivale a
una descarga de bioquímicos que pueden llegar a modificar el núcleo de
la célula".
Nuestro cerebro crea estos neuropéptidos y nuestras células son las que se acostumbran a "recibir" cada una de las emociones: ira, angustia,
alegría, envidia, generosidad, pesimismo, optimismo… Al acostumbrarse a
ellas, se crean hábitos de pensamiento. A través de los millones de
terminaciones sinápticas, nuestro cerebro está continuamente
recreándose; un pensamiento o emoción crea una nueva conexión, que se
refuerza cuando pensamos o sentimos "algo" en repetidas ocasiones. Así
es como una persona asocia una determinada situación con una emoción:
una mala experiencia en un ascensor, como quedarse encerrado, puede
hacer que el objeto "ascensor" se asocie al temor a quedarse encerrado.
Si no se interrumpe esa asociación, nuestro cerebro podría relacionar
ese pensamiento- objeto con esa emoción y reforzar esa conexión, conocida
en el ámbito de la psicología como "fobia" o "miedo".
Todos los hábitos y adicciones operan con la misma mecánica. Un miedo (a no dormir, a hablar en público, a enamorarse) puede hacer que recurramos a
una pastilla, una droga o un tipo de pensamiento nocivo. El objetivo
inconsciente es "engañar" a nuestras células con otra emoción diferente,
generalmente, algo que nos excite, "distrayéndonos" del miedo. De esta
manera, cada vez que volvamos a esa situación, el miedo nos conectará,
inevitablemente, con la "solución", es decir, con la adicción. Detrás de cada adicción (drogas, personas, bebida, juego, sexo, televisión) hay pues un miedo insertado en la memoria celular.
La buena noticia es que, en cuanto rompemos ese círculo vicioso, en cuanto quebramos esa conexión, el cerebro crea otro puente entre neuronas que
es el "pasaje a la liberación". Porque,
como ha demostrado el Instituto Tecnológico de Massachussets en sus
investigaciones con lamas budistas en estado de meditación, nuestro
cerebro está permanentemente rehaciéndose, incluso, en la ancianidad.
Por ello, se puede desaprender y reaprender nuevas formas de vivir las
emociones.
Mente creadora
Los experimentos en el campo de las partículas elementales han llevado a
los científicos a reconocer que la mente es capaz de crear. En palabras
de Amit Goswani, profesor de física en la universidad de Oregón, el
comportamiento de las micropartículas cambia dependiendo de lo que hace
el observador: "cuando el observador mira, se comporta como una onda, cuando no lo hace, como una partícula".
Ello quiere decir que las expectativas del observador influyen en la
Realidad de los laboratorios… y cada uno de nosotros está compuestos de
millones de átomos.
Traducido al ámbito de la vida diaria, esto nos llevaría a que nuestra Realidad es, hasta cierto punto, producto de nuestras propias expectativas. Si
una partícula (la mínima parte de materia que nos compone) puede
comportarse como materia o como onda… Nosotros podemos hacer lo mismo.
La realidad molecular
Los sorprendentes experimentos del científico japonés Masaru Emoto con las
moléculas de agua han abierto una increíble puerta a la posibilidad de
que nuestra mente sea capaz de crear la Realidad. "Armado" de un potente
microscopio electrónico con una diminuta cámara, Emoto fotografió las
moléculas procedentes de aguas contaminadas y de manantial. Las metió en
una cámara frigorífica para que se helaran y así, consiguió
fotografiarlas. Lo que encontró fue que las aguas puras creaban
cristales de una belleza inconmensurable, mientras que las sucias, sólo
provocaban caos. Más tarde, procedió a colocar palabras como "Amor" o
"Te odio", encontrando un efecto similar: el amor provocaba formas
moleculares bellas mientras que el odio, generaba caos.
Por último, probó a colocar música relajante, música folk y música thrash metal, con el resultado del caos que se pudieron ver en las fotografías.
La explicación biológica a este fenómeno es que los átomos que componen las moléculas (en este caso, los dos pequeños de Hidrógeno y uno grande de Oxígeno) se pueden ordenar de diferentes maneras: armoniosa o
caóticamente. Si tenemos en cuenta que el 80% de nuestro cuerpo es agua,
entenderemos cómo nuestras emociones, nuestras palabras y hasta la
música que escuchamos, influyen en que nuestra realidad sea más o menos
armoniosa. Nuestra estructura interna está reaccionando a todos los
estímulos exteriores, reorganizando los átomos de las moléculas.
El valioso vacío atómico
Aunque ya los filósofos griegos especularon con su existencia, el átomo es una
realidad científica desde principios de siglo XX. La física atómica dio
paso a la teoría de la relatividad y de ahí, a la física cuántica. En
las escuelas de todo el mundo se enseña hoy día que el átomo está
compuesto de partículas de signo positivo (protones) y neutras
(neutrones) en su núcleo y de signo negativo (electrones) girando a su
alrededor. Su organización recuerda extraordinariamente a la del
Universo, unos electrones (planetas) girando alrededor de un sol o
núcleo (protones y neutrones). Lo que la mayoría desconocíamos es que la materia de la que se componen los átomos es prácticamente inexistente.
En palabras de William Tyler, profesor emérito de ingeniería y ciencia
de la materia en la universidad de Stanford, "la materia no es estática y
predecible. Dentro de los átomos y moléculas, las partículas ocupan un
lugar insignificante: el resto es vacío".
En otras palabras, que el átomo no es una realidad terminada sino mucho más maleable de lo que pensábamos. El físico Amit Goswani es rotundo:
"Heinsenberg, el codescubridor de la mecánica cuántica, fue muy claro al
respecto; los átomos no son cosas, son TENDENCIAS. Así que, en lugar de
pensar en átomos como cosas, tienes que pensar en posibilidades,
posibilidades de la consciencia. La física cuántica solo calcula posibilidades,
así que la pregunta viene rápidamente a nuestras mentes, ¿quién elige
de entre esas posibilidades para que se produzca mi experiencia actual?
La respuesta de la física cuántica es rotunda: La conciencia está envuelta, el observador no puede ser ignorado".
¿Qué realidad prefieres?
El ya famoso experimento con la molécula de fullerano del doctor Anton
Zeillinger, en la Universidad de Viena, testificó que los átomos de la
molécula de fullerano (estructura atómica que tiene 60 átomos de cárbón)
eran capaces de pasar por dos agujeros simultáneamente. Este
experimento "de ciencia ficción" se realiza hoy día con normalidad en
laboratorios de todo el mundo con partículas que han llegado a ser
fotografiadas. La realidad de la bilocación, es decir, que "algo" pueda
estar en dos lugares al mismo tiempo, es algo ya de dominio público, al
menos en el ámbito de la ciencia más innovadora. Jeffrey Satinover, ex
presidente de la fundación Jung de la universidad de Harvard y autor de
libros como "El cerebro cuántico" y "El ser vacío", lo explica así:
"ahora mismo, puedes ver en numerosos laboratorios de Estados Unidos,
objetos suficientemente grandes para el ojo humano, que están en dos
lugares al mismo tiempo, e incluso se les puede sacar fotografías. Yo
creo que mucha gente pensará que los científicos nos hemos vuelto locos,
pero la realidad es así, y es algo que todavía no podemos explicar".
Quizás porque algunos piensen que la gente "de a pie" no va a comprender estos experimentos, los científicos todavía no han conseguido alertar a la población de las magníficas implicaciones que eso conlleva para nuestras
vidas, aunque las teorías añejas sí forman parte ya del dominio de la ciencia divulgativa.
Seguramente la teoría de los universos paralelos, origen de la de la "superposició n cuántica", es la que ha conseguido llegar mejor al gran público. Lo que viene a decir es que la Realidad es un número "n" de ondas que conviven
en el espacio-tiempo como posibilidades, hasta que UNA se convierte en
Real: eso será lo que vivimos. Somos nosotros quienes nos ocupamos, con
nuestras elecciones y, sobre todo, con nuestros pensamientos ("yo sí
puedo", "yo no puedo") de encerrarnos en una realidad limitada y
negativa o en la consecución de aquellas cosas que soñamos. En otras
palabras, la física moderna nos dice que podemos alcanzar todo aquello
que ansiamos (dentro de ese abanico de posibilidades- ondas, claro).
En realidad, los descubrimientos de la física cuántica vienen siendo experimentados por seres humanos desde hace milenios, concretamente, en el ámbito de la espiritualidad. Según el investigador de los manuscritos
del Mar Muerto, Greg Braden, los antiguos esenios (la comunidad
espiritual a la que, dicen, perteneció Jesucristo) tenían una manera de
orar muy diferente a la actual. En
su libro "El efecto Isaías: descodificando la perdida ciencia de al
oración y la plegaria", Braden asegura que su manera de rezar era muy
diferente a la que los cristianos adoptarían. En lugar de pedir a Dios
"algo", los esenios visualizaban que aquello que pedían ya se había cumplido, una técnica calcada de la que hoy se utiliza en el deporte de alta competición, sin ir más lejos. Seguramente,
muchos han visto en los campeonatos de atletismo cómo los saltadores de
altura o pértiga realizan ejercicios de simulación del salto:
interiormente se visualizan a sí mismos, ni más ni menos que realizando
la proeza. Esta técnica procede del ámbito de la psicología deportiva,
que ha desarrollado técnicas a su vez recogidas del acervo de las
filosofías orientales. La moderna Programación Neurolingüística, usada
en el ámbito de la publicidad, las relaciones públicas y de la empresa
en general, coincide en recurrir al tiempo presente y a la afirmación
como vehículo para la consecución de los logros. La palabra sería un
paso más adelante en la creación de la Realidad, por lo que tenemos que
tener cuidado con aquello que decimos pues, de alguna manera, estamos
atrayendo esa realidad.
La búsqueda científica del alma
En las últimas décadas, los experimentos en el campo de la neurología han ido encaminados a encontrar donde reside la conciencia. Fred Alan Wolf, doctor en física por la universidad UCLA, filósofo, conferenciante y
escritor lo explica así en "¿Y tú qué sabes?" de la que se espera la
segunda parte en pocos meses: "Los científicos hemos tratado de
encontrar al observador, de encontrar la respuesta a quién está al mando
del cerebro: sí, hemos ido a cada uno de los escondrijos del cerebro a
encontrar el observador y no lo hemos hallado; no hemos encontrado a
nadie dentro del cerebro, nadie en las regiones corticales del cerebro
pero todos tenemos esa sensacion de ser el observador". En palabras de
este científico, las puertas para la existencia del alma están abiertas
de par en par: "Sabemos lo que el observador hace pero no sabemos quién o qué cosa es el observador".
Hoy recuperadas por la física cuántica, muchas de estas afirmaciones eran conocidas en la Antigüedad, como en el caso del "Catecismo de la química superior", de Karl von Eckartshausen.
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