viernes, 26 de diciembre de 2014

Templarios y Cátaros, celosos guardianes de la Tradición
Publicado por Juan Carlos

Bajo el patrocinio de Hugues de Payens, en el año 1118 nueve caballeros cristianos fundaron la Orden monástica y caballeresca del Templo de Jerusalén. Hermanados en los tres votos monásticos, pobreza, castidad y obediencia, los Caballeros del Temple constituyeron una orden cuya finalidad primordial y exotérica era garantizar la seguridad de los peregrinos que se dirigían a Tierra Santa. No obstante, pronto establecen redes paralelas comerciales y ágiles agencias bancarias, garantizando la seguridad de las transacciones comerciales, creando incluso su propia flota mercante. Bendecidos en un principio por la autoridad papal y amparados por San Bernardo, pronto entraron en colisión con la ortodoxia de la Iglesia, al incorporar ideas y elementos de la gnosis, como el Evangelio de Juan.
Unos monjes que, renunciando a los bienes del mundo, abrazan una vida sencilla, como simboliza el propio Sello de la Orden: dos monjes sobre un mismo caballo. Este emblema también puede significar conocimiento tanto del pasado como del futuro, o al ser andrógino del Edén primordial, o quizá la conexión y confluencia inevitable del esoterismo cristiano y árabe. Herederos de todas las tendencias esotéricas, siguen las huellas de los esenios, quienes buscaban en Jesús al Maestro de Justicia. Cristo deja de ser para ellos el Hijo de Dios y lo conciben más bien como un símbolo solar que nunca llegó a encarnarse y cuyo espíritu solo puede residir en los cuatro reinos, representados por los cuatro brazos de la cruz.
Se esfuerzan en no difundir el Evangelio de Tomás (Dídimo= Gemelo), presuntamente hermano gemelo de Jesús, que siguen en secreto. Algunos creen que este Dídimo Judas Tomás, dado su enorme parecido, quizá pudo sustituir al propio Jesús a la hora de la crucifixión, incluso otros más aventurados afirman que no hubo tal muerte, solo fue simulada mediante una pócima. En este evangelio, considerado "apócrifo", se afirma: “… dos han reposado en el mismo lecho. Uno morirá, otro vivirá. La verdadera vida está en aquellos que son capaces de volver a ser uno… cuando los dos sean uno, cuando no haya más hombre ni mujer, entonces reinará el Reino de la Muerte”.
Misteriosa resulta la actividad oculta del temple queriendo mantener viva aquella doctrina que nada tenía que ver con el cristianismo oficial. En Jesús veían solo la simbiosis entre el Maestro de Justicia esenio y el agitador político de los celotes (o zelotas), cuya única misión era socavar las estructuras del poder de Roma. Sabían que el cristianismo había sido edificado sobre Pablo, que supo aglutinar el descontento de las masas populares mezclando con habilidad temas gnósticos, símbolos mitraístas y la concepción griega del Kristós.
Los templarios oponen una concepción solar a la lunar del cristianismo, dando a la vida del hombre un sentido cósmico, iniciático, aunque su espíritu elitista aislado de lo mundano no tenía contrapartida popular. Buscan aparentemente en las ruinas del Templo de Salomón los vestigios de aquella sabiduría esotérica perdida: la piedra primigenia, el Grial, la piedra caída del cielo o desprendida de la corona de Lucifer… o quizá la cabeza de Juan el Bautista.
El blanco y negro de los templarios, los colores del “albedo” y “nigredo” de la obra alquímica, el oro potable y la piedra filosofal son dos nociones que señalan a una vida perdida, a una entidad desaparecida que el adepto debe recuperar a través de la obra. Una vida más allá de la mera vida terrestre, pasando por el proceso del “rubedo”, el sacrificio rojo de la sangre, que impone la transformación interior del hombre a través del hermetismo de la alquimia. Buscan salir del estrecho entorno de la mente racional, mediante caminos esotéricos por Mitos y Arquetipos: el devenir histórico de un ciclo que podía terminar en el año 2000 es el que los templarios intentaron neutralizar, mediante el acto de despertar esa parte de la mente humana que permanece dormida.
En cuanto el hombre más pierde la noción de sus Arquetipos más cae en el aprecio de unos valores materiales, para renunciar al que debería ser su único valor: el espíritu. El signo que simboliza esta búsqueda espiritual es el 8, que expresa tanto la noción de infinito o eternidad en la vida espiritual como que es también el doble trébol de cuatro hojas, que se repite en esos lugares mágicos donde las corrientes telúricas penetran y escapan formando ondas de energía. El 8 es también el signo de los dioses blancos que esperaba Moctezuma, el signo mágico de los druidas célticos, ese 8 que gira sobre su propio centro, que señala el camino de eternidad a aquellos “nacidos dos veces”.
En la concepción templaria, el hombre debe salir de la iniciación femenina y renunciar también a su apego a la Madre Gea (la Tierra), para pasar a la iniciación hiperbórea, solar, donde el hombre, desprendido de sus raíces terrestres, sea capaz de asumir iniciáticamente un concepto renovado de inmortalidad, gracias al despertar de la mente. Esto lo asimila el templario a “quitarse las telarañas de los ojos” con el símbolo del murciélago, que vuela y ve en la oscuridad. El camino a seguir es el eterno retorno que supone el acercamiento a la melodía de las esferas, donde resuenan los nombres de Dios o de los dioses, en unos acordes que expresan el “recuerdo del futuro” del hombre.
Buscan una iniciática “tierra blanca”, a la cual llaman Abraxas, cuando tal vez con sus flotas habían llegado ya a “Albania”, la tierra desconocida situada al otro lado del gran océano. Grandes paralelismos surgen con los cátaros, llamados los Albigenses, de Albi, los puros, blancos y perfectos. El universo mental del cátaro, hombre occitano, es a la vez el del verbo y el de la espera, pero de un verbo que es acción, y una espera que es repulsa. Adoptando la doctrina del maniqueísmo, Dios es bueno por definición, mientras que el mundo es presa del mal, por lo que el mundo no es la obra de Dios, sino la de un espíritu maligno, y toda la historia es la de una lucha sin cuartel entre dos principios igualmente poderosos: el Espíritu y la Materia, que se oponen. En los comienzos, una parcela de la Grandeza luminosa de la divinidad quedó prisionera en la creación carnal del Príncipe de las Tinieblas. Por ello nuestro mundo es el de la mezcla. Sin embargo, la presencia en su seno de ese germen espiritual le promete al hombre la salvación, por un sistema de depuraciones sucesivas, al término de las cuales, Luz y Tinieblas, Espíritu y Materia quedarán separados, como en el comienzo de los tiempos.
Un caballero templario entiende que hay un Dios, una vida creada por El, una verdad eterna y un propósito divino. En consecuencia está implícito que la verdadera existencia y las bases históricas de la Orden tenían por objeto: luchar contra el materialismo, la impiedad y la tiranía en el mundo; defender la santidad del individuo, afirmando la base espiritual de la existencia humana; buscar a Dios en los actos y aumentar los niveles de moralidad, resaltando el amor y el respeto a los semejantes; acrecentar el entendimiento entre las religiones; soportar la pobreza, luchar contra la opresión, promover la libertad; mantener monumentos, archivos de Historia Templaria; respetar todas las creencias y apoyar el conocimiento de las ciencias.
Sea como fuera, los templarios se dieron cuenta de que el jubileo prometido por el viaje a Santiago de Compostela no era válido -según la astrología y las antiguas tradiciones- debido a la situación del sepulcro del Santo. Ese lugar no representaba nada en el mapa de las estrellas ni en las tradiciones seculares. De aquí surgirá una edificación masiva de ermitas, iglesias y santuarios en lugares estratégicos de la ruta de peregrinaje. Y los templarios construyen emplazamientos sagrados, además de en Santiago, en: Nogueira, Astureses, San Fiz, Amoeiro, Abelenda, Esposende, San Cristóbal de Regodeigón, Villaoscura, Vilamerelle, Xinzo de Limia, San Mamed de Moldes, Sober, Canabal, Miranda La, Burgo, Guntín, Neira, Agüeira, Betanzos, Faro, Bandoja y La Coruña que, unidos entre sí con lineas rectas dibujan la Constelación de Virgo, con lo que consiguieron que la tumba del santo quedara asociada a la constelación de Virgo/Paraíso. Con ello, los fieles que peregrinaban a Santiago conseguían la meta ansiada y tras morir, sus almas merecerían el cielo y por lo tanto la salvación eterna.
Pero no son estos los únicos lugares templarios levantados en relación con las estrellas. Existen cuatro enclaves con construcciones que se hallan en las mismas posiciones terrestres que las estrellas que reflejan y cuyos nombres coinciden casi completamente con ellas. Están en Cehinos de Campos (Valladolid) que concuerda con Seginus de la Constelación Bootes, Alberite (Zaragoza) con la estrella Albireo de la Constelación de Cisne, Almansa (Albacete) con Almak, estrella de Andrómeda y Capilla (Badajoz) que tiene su casi homónimo en Capella de la Constelación Cochero. Asímismo, la enorme riqueza que acopiaron pudo servir para la colosal construcción de las catedrales góticas, un exhaustivo compendio de la tradición esotérica, heredada sobre todo del hermetismo egipcio.
¿Qué quieren decir estas coincidencias? Tal vez, nada más, informan que tienen conocimientos. O mucho más. Para entonces los templarios, seguramente, ya no tenían nada que hacer en Tierra Santa y habían tomado la península ibérica como campo de sus manifestaciones esotéricas, ocultistas, y ocultas ante el peligro de que les acusaran de herejes, cosa el al final ocurrió cuando el 14 de septiembre de 1307 Felipe IV el Hermoso rey de Francia ordenó arrestar a todos los templarios con el consentimiento del Papa Clemente V.
Uno de los ritos incomprendidos que resultaron determinantes en su persecución y eliminación tras ser declarados herejes era el de Bafomet, Bahomet o Baphomet. Éste era el encargado en el purgatorio de los siete infiernos y de los diferentes demonios de los siete pecados capitales. Se cree que este presunto numen era una cabeza barbada y con pequeños cuernos. Se ha apuntado a que el nombre pudiera ser una variante local del nombre Mahoma. Los templarios acusados de herejes vivían principalmente en Occitania, país de la Reina Pedauque, cuyo bastión era la fortaleza de Montsegur, donde se autoinmolaron los cátaros, coetáneos de los templarios. En las lenguas vecinas se usaron los términos Mahomet (francés) y Mafumet (catalán). Esta hipótesis se apoya en que en el acta contra los templarios no se dan mayores explicaciones, y apunta a que era un término de uso habitual. Otros relacionan también el nombre Baphomet con la fusión de dos términos griegos cuyo significado aproximado es el de bautismo de sabiduría. Aquí podríamos deducir la idea no expresada por ellos, sino por los cátaros, de que el Bautista, al que quizá pudieran considerar como el auténtico Mesías, ofreció el bautismo como iniciación a quien sabía que debía sucederle, ya que estaría en condiciones de conocer su muerte inminente.
No es entonces aventurado suponer que esta cabeza, no ya una mera representación, sino una cabeza humana embalsamada, no era otra que la de Juan el Bautista, símbolo del poder absoluto, el verdadero Grial. Esta difundida pero oculta (no en vano, por la feroz persecución de la Inquisición) corriente “juanista” podría haber dado base a Leonardo da Vinci en la composición de la Virgen de las Rocas, donde se puede apreciar cómo es Jesús el que parece adorar a su primo Juan. Por otro lado, esta misma corriente secreta podría considerar también a María Magdalena como la verdadera piedra sobre la que se cimentaría la Iglesia, en detrimento de Pedro, aspecto que queda expresado en el cuadro La Sagrada Cena, donde una mano misteriosa parece querer cortar la yugular del enigmático “discípulo amado”, que para Leonardo no era otro que la misma Magdalena. Es sintomático que en este cuadro no aparezca el famoso cáliz en la mesa, ya que el vino simbolizando la sangre que da la vida eterna habría que beberlo de la cabeza de Juan, el verdadero cáliz falseado por el catolicismo. Ese sería el significado oculto de Bafomet.

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