sábado, 20 de septiembre de 2014

Sección: Anales del Registro Askásico

por Sixto Paz Wells

"Nacido, pues Jesús en Belén de Judá en los días del rey Herodes,
llegaron del Oriente a Jerusalén unos magos, diciendo: ¿Dónde esta
el rey de los Judíos que acaba de nacer? Porque hemos visto su
estrella al oriente y venimos a adorarle" (Mateo 2,1-3)
"Después de haber oído al rey, se fueron, y la estrella que habían
visto en Oriente les precedía, hasta que vino a pararse encima del
lugar donde estaba el niño. Al ver la estrella sintieron grandísimo
gozo, y llegando a la casa, vieron al niño con María, su
madre...".(Mateo 2,9-11)
Era la tercera semana del mes de Marzo del año 7 antes de nuestra
Era en la región de Judea. Empezaba a calentar el ambiente, y ya los
pastores sacaban su ganado de noche aprovechando el alejamiento
de los fríos invernales. Hacía tan solo unas horas que toda una
familia se había refugiado al amparo de una gruta utilizada para
resguardar el ganado del viento. El jefe de familia era un hombre
anciano. Un Ebanista residente en una pequeña población de la
Galilea donde la mayoría de las personas pertenecían a la secta de
los Esenios. Ella, la madre gestante, era tan solo una adolescente.
Acababa de cumplir sus catorce años y ya estaba esperando un hijo
cuya concepción estaría envuelta en el misterio para todos, pero no
para ella que había aceptado ser fecundada a distancia por una
insólita luz. Los demás eran los hijos del primer matrimonio de
aquel patriarca viudo, que había aceptado, propiamente había sido
obligado, a desposarse con la joven por indicación de los sacerdotes
del templo de Jerusalén, que con ello deseaban tan solo protegerla,
en lo posible, de su propio destino. Ellos sabían que aquella virgen
había sido predestinada para una gran misión. Sus primeros años en
el templo, donde había sido dejada por sus padres para el servicio,
habían sido acompañados por toda suerte de hechos prodigiosos a
su alrededor: esferas luminosas, proyecciones de seres de luz,
levitación, visiones, etc.
El cansancio y los dolores de parto se estaban intensificando lo que
había apurado a aquel pequeño grupo emparentado por las
circunstancias, a buscar refugio para recuperar fuerzas. El haberse
detenido les había impedido alcanzar la cercana población de Belén,
cuna del Rey David. La noche ya estaba cayendo y era peligroso
continuar angustiado por los requerimientos de atención de la
joven, el anciano carpintero José, como era su nombre, envió a
algunos de sus hijos a buscar una partera a Belén. Paso un largo
rato y como no volvían, la urgencia lo hizo que enviara al resto para
acelerar la llegada de la comadrona. Se quedó así solo con la
parturienta, solo para ser testigo de eventos extraordinarios... En su
desesperación, aquel hombre justo que había tenido que soportar
todo tipo de habladurías y hasta el juicio de los sacerdotes por
hacer caso a una visión en sueños donde se le pidió aceptar un Plan
Superior en torno a la extraña concepción, salió afuera de la cueva y
se puso a mirar a la distancia, y luego, ligeramente más relajado, al
cielo. Allí contemplo la presencia de un hermoso lucero en el
luminoso cielo estrellado. Pero éste lucero no se mantuvo quieto,
sino que empezó a hacer toda suerte de movimientos en zig-zag; y
luego se colocó en la vertical donde él se encontraba, empezando a
descender vertiginosamente acompañado de una explosión,
liberando un extraño vapor a manera de niebla, transformándose
rápidamente en una nube, pero clara y brillante.
La caída de aquel cuerpo celeste fue demasiado para el anciano que
huyó sin rumbo fijo, alejándose del lugar, llegando
precipitadamente a unas colinas cercanas donde había divisado un
fuego encendido. Allí se encontraban un grupo de pastores cerca de
sus animales. En su angustia ni siquiera se presentó, sólo quería
llamar su atención para que vieran como la nube había descendido
sobre el improvisado albergue de la gruta. Aún no había recuperado
el aliento ni se había calmado del primer susto cuando al hablarles a
gritos a aquel grupo de hombres rudos, observó que las flamas del
fuego estaban quietas, el viento se había calmado, los pastores
estaban estáticos, inmóviles y el ganado tenía la hierba en la boca
pero no la estaba comiendo ni se movía. Era como si el tiempo se
hubiese detenido para dar cabida a una nueva realidad, la de la
esperanza. Se había formado un portal hacia la cuarta dimensión. En
ese instante era como si el universo hubiese descendido en la Tierra
como comprimiéndose sobre su cabeza y dejando a continuación
solo una ventana hacia la nada o hacia el todo. El susto fue
mayúsculo para el anciano José que inmediatamente recordó haber
dejado sola a Myriam, tal era el nombre de aquella joven y delgada
mujer. Por lo que volvió por donde había venido tan rápido como se
lo permitían sus cansadas piernas. Al irse acercando pudo
contemplar como de la nube que se mantenía como a unos diez
metros por encima del suelo, pero cubriendo la mayor parte de la
cueva, descendió un haz de luz azul brillante y a través de él,
bajaron tres seres luminosos de apariencia humana, pero muy altos
en comparación de los extranjeros que solían venir por los caminos
de aquella provincia romana. Aquellos hombres de resplandecientes
túnicas blancas se dirigieron directamente hacia el interior de la
cueva, y José, venciendo sus miedos, fue detrás de ellos. Dentro
estaba Myriam acostada sobre la paja que servía de granero al
ganado. Ella recibió con expectación y alivio a aquellos enviados del
cielo. La carga de la responsabilidad y de la incomprensión de los
demás a lo largo de los meses después de que se conoció su
embarazo habían sido insufribles. Pero ella confiaba de que llegado
el momento sería reconfortada. El mismo nacimiento de Myriam
había sido preparado desde lo Alto, al ser ella hija de padres
estériles, fueron estos aleccionados por los visitantes del cielo,
advirtiéndoles de la importancia de quien sería su hija.
Dos de los luminosos seres se colocaron a los lados de la joven,
mientras que el del medio se mantuvo frente a ella.
Inmediatamente los tres visitantes se inclinaron ante ella en señal
de respeto y reconocimiento de su persona y su sacrificio. Ella
estaba representando y a la vez encarnando a la nueva mujer, a la
nueva Tierra, a la madre cósmica. Ya no era Raquel la estéril, era
ahora Myriam la Virgen. Aquellos que se encontraban en los
laterales extendieron sus manos a cierta distancia por encima del
vientre de Myriam, mientras que aquel que se encontraba al frente
lo descubrió respetuosamente. Luego alzó sus manos, juntando las
palmas y separando los dedos. En ese momento una poderosa
energía a manera de esfera de luz se concentró entre las manos y al
descender con ellas hacia la joven postrada, efectuó una cesárea
totalmente aséptica, extrayendo del interior de la madre al niño
predestinado; cortando de inmediato con la misma energía
movilizada el cordón umbilical y procediendo de inmediato a
limpiarlo para depositarlo luego en los brazos de la madre. Luego,
aquel que llevó a cabo la operación selló la herida con la luz, de tal
manera que Myriam, la virgen del templo fue virgen antes, durante
y después del parto.
Fueron entonces estos seres estelares los primeros en rendirle
homenaje a aquel que teniendo el mismo nivel que ellos, llegaría a
ser más que ellos. Pasaron dos años en que la familia debido al
portento vivenciado en el lugar se había radicado en Belén. Fue
entonces que llegaron a Judea los llamados magos de oriente,
miembros de una secreta orden mundial positiva conocida como la
Hermandad Blanca de los Retiros Interiores. Ellos venían
siguiendo una misteriosa estrella, que no era otra cosa que una
nave portadora de los mensajeros del cielo, de los ángeles de
antiguo, la que terminó deteniéndose sobre el lugar donde la familia
vivía. Hasta allí fueron aquellos hombres santos que habían partido
hacía dos años desde Mesopotamia después de haber realizado toda
suerte de cálculos astrológicos. Venían trayéndole al niño objetos
que le habían pertenecido en su vida anterior, los cuales él pequeño
Yeshua, tal era su nombre, pudo reconocer sin dificultad de
entre otros más atractivos. Fue suficiente los cálculos y las
sincronías para saber que él era el enviado, el liberador, el Mesías
esperado; aquel ungido desde antiguo para sacar a la humanidad
del único original pecado que la humanidad arrastra, que es la
ignorancia. Los Magos Maestros a continuación entregaron a la
familia recursos económicos para que se pudieran radicar en Egipto
durante algunos años, para preservar así la vida del niño. Después
de esto, alabaron a Dios y se regresaron por otro camino concientes
de que se había iniciado un Tiempo Nuevo lleno de esperanza, y que
algún día la humanidad lo entendería y asumiría el reto de su propia
cristificación.
La familia abandonó sigilosamente Belén y la provincia,
trasladándose a Alejandría en Egipto, ubicándose al lado de los
esenios alejandrinos conocidos como los terapeutas, donde
permanecieron hasta que el niño cumplió los cinco años de edad,
considerando entonces el momento de volver y estableciéndose por
espacio de un año en una tienda de beduinos al lado del monasterio
de Qúmram a orillas del Mar Muerto. En aquel desértico y místico
lugar, el pequeño niño crecía día a día en bondad y en sabiduría...
Los Esenios fueron una secta Sadoquita donde se priorizaba el
celibato, pero había como una tercera orden dentro de ella, que
estaba compuesta por matrimonios, mayormente ubicados en la
localidad de lo que hoy es Nazareth, tal como se desprende de
algunos de los rollos de la Comunidad encontrados en Qúmram. En
la casa taller de José en Nazareth hay un baño ritual esenio.
El planeta Tierra había sufrido hace miles de millones de años
(mucho tiempo antes de la existencia de los dinosaurios) impactos
de lluvia meteórica que extinguieron la vida en ella transformándolo
en un lugar estéril; por ello fue escogido junto con otros siete
planetas por las Jerarquías del Cosmos para incluirla en un proyecto
mediante el cual, viajando a través del tiempo y el espacio, se llegó
a éste mundo antes de que muriera, y se le dio una segunda
oportunidad, creando a su alrededor un tiempo paradójico y
alternativo. Imaginémonos por un instante que el tiempo en el
universo es como una espiral ascendente, y que en una de las
curvas de la espiral se genera un círculo adicional y tangencial. Al
final de un ciclo cósmico se estaría esperando que con la
supervivencia de la humanidad a su adolescencia espiritual, se
produzca la reconexión, de tal manera que haya "un final de los
tiempos ", conectándose definitivamente el tiempo alternativo con
el Real tiempo del Universo. Entonces será como si nunca no
hubiese sido.
Vivimos en un universo material de siete dimensiones, por lo
cual poseemos siete cuerpos para actuar en aquellas dimensiones.
La mayoría de los individuos que habitan nuestro mundo son seres
de 3,3 lo cual significa que se mueven dentro de la tercera
dimensión con sus tres primeros vehículos: el cuerpo físico, el astral
y el mental inferior que es el carácter y la personalidad. Pero Jesús
era un 3,6 habiendo llegado ha desarrollar en vidas anteriores su
conciencia espiritual que es el 6. Mientras que los extraterrestres
que nos visitan son seres de 4,4 esto es, que se mueven en una
cuarta dimensión viajando a través del tiempo y del espacio, y con
una conciencia de su potencial psíquico. Los que asistieron el
nacimiento del Maestro Jesús eran 6,6. Después de su resurrección,
Jesús pasó ha ser 4,7 nivel éste de séptima que nadie había
alcanzado hasta ese momento, abriendo la puerta a realizaciones
mayores de la propia humanidad.
Hace miles de años un grupo de extraterrestres descendieron
en la Tierra, precisamente en el Desierto del Gobi en la Mongolia, y
allí fundaron Shamballa, la capital del mundo subterráneo, y se
constituyeron en la Gran Hermandad Blanca de los Retiros
Interiores, como guardianes del conocimiento oculto de la historia
real de la humanidad, siendo reemplazados con el tiempo por
terrestres de gran calidad espiritual.

Yeshua ben Joseph no era un extraterrestre sino un terrestreextra,
que es diferente.

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