EL RELATO MÁS ANTIGUO DEL DILUVIO
Por Jean Bottéro
Tablilla con escritura cuneiforme. Con estos signos fue escrito el Poema del Muy sabio o Atharasis, el más antiguo relato del diluvio.
Jean Bottéro es un gran asiriólogo francés. Aquí nos guía en el estudio del Poema del Muy Sabio (Atrahasis), el relato más antiguo del diluvio, que luego que se refleja en el canto XI de la Epopeya sumeria del Gilgamesh y en la narración bíblico de la gran inundación universal.
EL RELATO MÁS ANTIGUO DEL DILUVIO
Desde hace ciento cincuenta años, en los países que formaban el marco geográfico, político y cultural de los antiguos israelitas, autores de la Biblia, se han sacado a la luz no sólo ciudades, palacios y templos, sino también las reliquias de grandes civilizaciones y una enorme cantidad dc documentos escritos y descifrables. La parte del león corresponde a los habitantes del Irak: sumerios, babilonios ,asirios, que en torno al 3000 antes de nuestra era -17 siglos antes de Moisés inventaron la escritura más antigua que se conoce: medio millón de esas tablillas de arcilla sobre las que grababan con un cálamo sus pesados e insólitos cuneiformes. En estos gigantescos archivos hay cientos de obras literarias, "científicas", religiosas, descifradas y estudiadas por el reducido y casi secreto gremio de los asiriólogos.
Para quienes gustan de hacerse preguntas, la cuestión es saber si, ante una documentación nueva tan prodigiosa, que estos historiadores extraen sin cesar de estos galimatías, se puede leer la Biblia "como antes", cuando se consideraba el libro más antiguo del mundo, el único que arrojaba luz sobre las primeras edades del hombre.
Para "demostrar el movimiento andando" y contestar a esta pregunta, no con un aforismo sino con una demostración y como un método, he elegido el conocido tema, tan discutido y quizá tan enigmático todavía, del diluvio.
ASSURBANIPAL
Aislado, inesperado, lleno de detalles precisos y vivos, incluido en un libro en el que se creía que estaban los archivos históricos más viejos del mundo, el relato bíblico del diluvio (Génesis VI-VIII), como muchos otros del mismo fondo, se ha visto durante mucho tiempo como la narración de una aventura completamente histórica. Todavía hoy más de uno la ve así, a juzgar por y el revuelo que se organizó hace algunos años en torno a una expedición "científica" que fue a buscar en la cima de una montaña armenia los supuestos restos de la famosa arca en la que se habían refugiado Noé y su y zoológico.
Sin embargo, este relato ni es de primera mano, ni se puede atribuir a ningún "testigo ocular". Era de suponer, y hoy lo sabemos. Hace más de un siglo que los asiriólogos empezaron a proporcionarnos la prueba de ello. En efecto, el 2 de diciembre de 1872 G. Smith, uno de los primeros que se dedicaron a descifrar y hacer el inventario de los miles de tablillas cuneiformes de la biblioteca de Assurbanipal encontradas en Nínive, anunció que había descubierto una narración demasiado parecida a la de la Biblia para que las coincidencias entre ambas se pudieran atribuir al azar. Este relato, en unos 200 versos, el más completo que nos ha llegado de Mesopotamia hasta el momento, formaba el Canto XI de la famosa Epopeya de Gilgamesh, el cual, en su búsqueda de la inmortalidad, llegó hasta el fin del mundo para preguntar al héroe del diluvio, quien le contó cómo se había producido este cataclismo.
Desde luego, la edición de la Epopeya de Gigalmesh encontrada en la biblioteca de Assurbanipal y fechada, como este rey, en torno a 650 antes de nuestra era, no podía, en sí misma, ser anterior a lo que según los historiadores sería el estrato narrativo más antiguo de la Biblia, llamado "el documento yahvista" (siglo VIII) -aunque no podemos imaginarnos a los escritores y pensadores de la altanera, brillante y formidable Babilonia mendigando sus temas a los israelitas...
Un siglo de descubrimientos en los inagotables tesoros de las tablillas cuneiformes nos ha permitido ver las cosas con más claridad. Ahora sabemos que si bien la Epopeya de Gilgamesh tiene tras de sí una historia literaria muy larga, que se remonta hasta mucho antes de los tiempos bíblicos por lo menos hasta el año 2000, al principio el relato del diluvio no formaba parte de ella, pues se incluyó más tarde, tomándolo de otra obra literaria en la que ocupaba su lugar orgánico, el Poema del Muy Sabio (Atrahasis).
Durante mucho tiempo sólo se conocían fragmentos sueltos del Poema del Muy Sabio, pero desde hace ya varios años, gracias a una serie de hallazgos afortunados, disponemos de las dos terceras partes, unos 800 versos, más de lo que hace falta para entender su sentido y su alcance. Nuestros manuscritos más antiguos datan aproximadamente de 1700 antes de nuestra era, y el poema se debió de componer poco antes, en Babilonia. No sólo contiene "el relato más antiguo del diluvio", que nos permite hacemos una idea mejor de este fenómeno tal como lo "vieron" y pensaron los que incluyeron en sus escritos, sino que es una composición admirable, tanto por su estilo como por su pensamiento, una de esas obras literarias arcaicas que, por su tenor, su amplitud de miras y su inspiración, merecen ser conocidas.
Empieza en la época en que el hombre aún no existía. Sólo los dioses ocupaban el universo repartidos según la división fundamental de la economía de la época y el lugar, entre productores y consumidores: para mantener a la "aristocracia" de los anunnaki, una "clase" inferior, los igigi, trabajaba la tierra: "¡Su tarea en considerable, / pesada su pena y sin fin su tormento!", ya que además, según parece, no eran lo bastante numerosos. Agorados, acaban iniciando lo que hoy llamaríamos el primer movimiento de huelga. "Arrojando al fuego sus aperos, / quemando sus azadas, / incendiando sus cuévanos" e incluso poniéndose en camino, en plena noche, para "cercar el palacio" de su empleador y soberano, Enlil, con la intención de destronarle. Entre los anunnaki cunde la preocupación: ¿cómo van a subsistir si ya nadie quiere producir los alimentos? Se retine una asamblea plenaria y Enlil trata de reducir a los rebeldes. Pero éstos declaran que están decididos a resistir hasta el final. Su trabajo es demasiado duro, y están dispuestos a todo con tal de no reanudarlo. Derrotado, Enlil piensa en abdicar, un desorden aún más temible, que podría sumir en la anarquía y la descomposición a la sociedad divina.
Entonces interviene Ea, uno de los dioses principales que no presenta como Enlil, la autoridad y la fuerza, sino en calidad de consejero y "visir" de Enlil, la lucidez, la inteligencia, la astucia, la capacidad de adaptación e invención y el dominio de las técnicas. Para sustituit a los recalcitrantes igigi, Ea propone crear un sucedáneo, calculado para soportar el trabajo impuesto por Enlil / y asumir la carga de los dioses": será el hombre.
No es una idea improvisada. Ea tiene un plan ingenioso y detallado, y lo expone. El hombre se hará de barro -material que se encuentra en todo el país-, de esa tierra a la que tendrá que volver cuando muera. Pero para conservar algo de aquellos a quienes tendrá que sustituir y servir, su arcilla se humedecerá con sangre de un dios de rango inferior inmolado para la ocasión. La asamblea aprueba un proyecto tan ventajoso y sabio, y confía su ejecución, bajo la dirección de Ea, a "la comadrona de los dioses: Mammi-La Experta". Esta confecciona el prototipo, y luego, con la ayuda de catorce diosas-madres, prepara otros tantos ejemplares, siete machos y siete hembras, los primeros "padres" de la humanidad.
LAS TRES PLAGAS
Mammi-La Experta realiza su tarea a la perfección, y todo prospera tanto que "las poblaciones se multiplican extraordinariamente" y "su rumor se vuelve parecido al mugido de los bueyes", lo cual molesta a los dioses, que llevan una vida apacible y despreocupada y les "quita el sueño". Para acabar con el escándalo, Enlil, tan impetuoso y partidario de soluciones extremas como siempre, decide diezmar a los hombres con la Epidemia. Pero Ea, consciente del riesgo que supone una reducción demasiad fuerte del número de hombres, que sería catastrófica para los dioses, avisa a Atrahasis, el Muy Sabio -sobrenombre de un importante personaje terrenal-,que goza de su confianza y tiene una gran autoridad sobre la población humana. Ea le indica cómo podrán evitar la plaga: bastan con que desvíen todas las ofrendas alimentarias a Namtar, dios de la Epidemia mortífera, y los dioses, reducidos al hambre, se verán obligados a interrumpir la plaga. Así sucede, en efecto. Pero los hombres, otra vez seguros, reanudan sus agitadas y tumultuosas ocupaciones, e impacientan de nuevo a Enlil, que esta vez les envía la Sequía. Nuevo quite de Ea, quien aconseja a Atrahasis que reserve para Adad, señor de las precipitaciones atmosféricas, la vitualla de los dioses. Las lagunas del texto nos hacen suponer que no cede fácilmente, pero al final se restablece el orden y al final se restablece el orden y la humanidad vuelve a florecer.
De los restos de la tablilla se desprende por lo menos que el rey de los dioses, firmemente decidido a eliminar a los hombres, que no cesan en su alboroto, recurre a una catástrofe aún peor: el Diluvio. Como se ha vuelto desconfiado, toma todas las precauciones posibles para que su funesto plan no sea conocido por los humanos y ninguno de ellos se libre de la muerte. Pero Ea, haciendo un alarde de ingenio, se las arregla para anunciar disimuladamente a Atrahasis el desastre inminente y la estratagema que ha preparado para salvarle (esta vez, sólo a él y a los suyos). Atrahasis tiene que "construir un barco de puente doble, sólidamente aparejado, debidamente calafateado, y robusto" y Ea "dibuja el plano en el suelo". Atrahasis avituallará y, en cuanto su dios le dé la señal, embarcará "(sus) reservas, (sus) muebles, (sus) riquezas, (a su) esposa, (a sus) parientes, (a sus) maestros de obras (para salvar los secretos técnicos adquiridos), así como animales domésticos y salvajes", después de lo cual sólo tendrá que "entrar en el barco y cerrar la escotilla". La continuación es fragmentaria en lo que nos ha llegado del Poema, pero se puede suplir fácilmente con el relato de la Epopeya de Gilgamesh, varios siglos posterior pero inspirada en el primero.
Atrahasis, que ha encontrado la forma de explicar su extraño comportamiento a los que le rodean sin alarmarlos, ejecuta las órdenes, "embarca la carga y a su familia" y "ofrece un gran banquete". Pero durante el mismo no puede disimular su ansiedad: "No hace más que entrar y salir, / sin sentarse ni quedarse quieto, / con el corazón roto, enfermo de impaciencia", esperando la fatídica señal.
Por fin ésta llega: "¡El tiempo cambió de aspecto / y la Tormenta tronó en medio de la nube!". Hay que zarpar: "Cuando se escucharon los fragores del trueno / le llevaron betún, para que taponara su escotilla. / Y, cuando la hubo cerrado, / mientras la tormenta seguía retumbando en la nube, / se desataron los vientos. / ¡ Y cortó la hubo cerrado, / mientras la tormenta seguía retumbando en la nube, / se desataron los vientos. / ¡Y cortó las amarras, para soltar la nave!".
El diluvio, una enorme inundación causada por las lluvias torrenciales, se prolongó durante "seis días y siete noches: la tempestad causaba estragos. / Anzu (el Ave Rapaz divina gigantesca) laceraba el cielo con sus garras: / ¡Era, desde luego, el diluvio / cuya brutalidad se abatía sobre las poblaciones como la guerra! / ¡No se veía nada/ y nada se podía identificar en la matanza! / El diluvio mugía como un buey; / ¡el viento silbaba, como el águila cuando chillaba / Las tinieblas eran impenetrables: ¡ya no había sol!".
Cuando el cataclismo hubo "aplastado la tierra, al llegar al séptimo día, / el belicoso huracán del diluvio se paró, / después de asestar sus golpes (a diestro y siniestro), como una mujer con los dolores; / la masa de agua se calmó; la borrasca cesó: ¡el diluvio había terminado!".
Entonces, cuenta el héroe, "¡Abrí la escotilla, y el aire fresco me dio en la cara! / Luego busqué con la mirada la orilla, en el horizonte de la extensión de agua: / a varios cables, entrada una lengua de tierra. / La nave atracó allí: ¡era el monte Niçir, donde hizo por fin escala!".
Por prudencia, Atrahasis espera una semana más antes de utilizar una estratagema de los primeros navegantes de altura. "Cogí una paloma y la solté; / la paloma se fue, pero volvió: / ¡al no ver nada para posarse, dio la vuelta! / Luego cogí una golondrina y la solté; ¡ la golondrina se fue, pero volvió: ¡al no ver nada para posarse, dio la vuelta! / Por último, cogí y solté un cuervo: / el cuervo se fue, pero al encontrar la retirada de las aguas, / picoteó, graznó, y no volvió". Es la señal de que puede abandonar su refugio. Hace que los pasajeros salgan del barco y los "dispersa a los cuatro vientos". Reanudando la función principal de la humanidad (de la que él y su familia son los únicos representantes), prepara un banquete para los dioses, que después de un ayuno tan largo se apiñan a su alrededor "como moscas".
Entonces, mientras la Gran Diosa, la que había participado en la creación de los hombres, reclama en vano que se desautorice a Enlil, responsable del desastre, éste, viendo que su plan de aniquilación de la humanidad ha sido burlado, se pone hecho una furia. Pero Ea le hace ver que nunca debía haber recurrido a un medio tan brutal y extremo y "sin reflexionar haber provocado el diluvio". Porque al fin y al cabo, si los hombres hubieran desaparecido, ¿acaso
no habrían caído ellos en la situación sin salida que, precisamente había sido la causa de que los crearan: un mundo sin productores? Y para mostrar lo que se tenía que haber hecho, el sabio Ea propone que en la nueva generación procedente de Atrahasis, se introduzca una especie de "malthusianismo natural" que limite los nacimientos y la supervivencia de los recién nacidos y así modere la proliferación y el tumulto. Por eso desde entonces algunas mujeres son estériles, otras son víctimas de la implacable Diabla-Apagadora, que les arranca los niños del vientre, y otras toman un estado religioso que les prohíbe la maternidad.
Aquí, con la úlrima rotura, que nos impide conocer el desenlace, termina la tercera y última tablilla del Poema.
Pese a la concisión del resumen que acabamos de hacer, vemos que no es tanto una verdadera historia antigua de la humanidad (es decir, un relato bastante fiel de los acontecimientos sucedidos en sus orígenes y de sus primeras vicisitudes) como una explicación de
crónica su naturaleza su lugar y su función en el universo. Más que una crónica es, en realidad una exposición teológica que, a pesar de su estilo vivo y descriptivo no pretende aportar datos, sino inculcar definiciones, puntos de vista, todo un sistema de ideas acerca del universo y el hombre. Es lo que se llama un relato mitológico.
UNA FILOSOFÍA EN IMÁGENES
A pesar de su viva inteligencia, de su curiosidad universal de los enormes progresos intelectuales y materiales que realizaron durante esos tres milenios (por lo menos) durante los cuales se desarrolló su civilización y su influencia, los antiguos mesopotámicos no accedieron al pensamiento abstracto. Como muchos otros pueblos antiguos, p incluso modernos, y a diferencia de lo que hacemos nosotros, nunca disociaron su ideología de su imaginación. Al igual que en sus tratados de matemáticas sólo proponían y resolvían problemas concretos, sin jamás extraer y formular los principios de solución, no presentaban sus ideas generales en su universo, sino vinculadas a algún dato singular.
El mito, expresión favorita de ese pensamiento especulativo, era precisamente lo que les permitía materializar sus concepciones y pasarlas a imágenes, escenas, encadenamientos de aventuras; creadas por su imaginación, pero para contestar a algún interrogante, para aclarar algún problema, para enseñar alguna teoría (como los autores de fábulas construyen sus historias para inculcar una moraleja).
Toda la literatura sumeria y babilonia está llena de es a "filosofía en imágenes" que es la mitología, y el Poema de Atrahasis es un buen ejemplo, de ella, notable por la amplitud del asunto abarcado y por la inteligencia y el peso de las cuestiones que expone. El problema que aborda, desde la perspectiva de sus autores, es el de la condición humana. ¿Cuál es el sentido de nuestra vida’? ¿Por qué nos vemos obligados a realizar un trabajo que no se acaba nunca y siempre es agotador? ¿Por qué hay esta separación entre la multitud, que está condenada a realizarlo, y un grupo selecto que lleva una vida tranquila, garantizada precisamente por las penalidades de los demás? ¿Por qué, conscientes de la inmortalidad, tenemos que morir? ¿ Y por qué esta muerte se acelera de vez en cuando con plagas inesperadas, más o menos monstruosas? Y muchos más enigmas, como limitaciones, inexplicables, a la función esencial de las mujeres la de traer hijos al mundo y criarlos.
Había que formular todas estas aporías, y resolverla en el mismo marco en el que se planteaban: en un sistema teocéntrico. Para estas personas el mundo no se explicaba por sí solo. Su razón de ser estaba en una sociedad sobrenatural, la de los dioses, cuya existencia era indudable. Para hacerse una idea de estos personajes que nadie -con razón- había visto nunca, se proyectaba en un plano superior lo que se tenía alrededor: toda la organización material, económica, social y política de este mundo. Los dioses estaban concebidos como hombres, y con todas las necesidades de los hombres; pero eran hombres superlativo, dispensados de las servidumbres fundamentales que nos abruman, como la enfermedad o la muerte, y dotados de poderes muy superiores a los nuestros. En tal caso, ¿qué mejor modelo para sus personas que la propia flor de la humanidad, la aristocracia de la "clase dirigente"?
UNOS DIOSES «ARIStÓCRATAS»
En un sistema como este, la especie humana en conjunto, frente al mundo divino, no podía desempeñar otra función que la de los súbditos para con los gobernantes: la de trabajadores a su disposición y abastecedores de todos los bienes indispensables para llevar una vida opulenta y sin más preocupación que mandar. Dado que los hombre debían su existencia a los dioses, de quienes no podían ser antepasados- eso por descontado- ni tampoco contemporáneos independiente, era obligado pensar que el mundo divino ames debió de bastarse a sí mismo, necesariamente dividido, como el terrenal en una categoría de productores y otra de consumidores y que debió de verse obligado a poner fin a esta situación a causa de alguna crisis semejante a las que estallan en nuestra sociedad entre los empleados y los empleadores cuando los primeros están hartos de explotación. El hombre pues, era un servidor de los dioses "de nacimiento". Y los dioses, al fabricarlo, procuran que tuviera algo de ellos, de su duración, de su inteligencia, de su poder (pero todo ello limitado: inferior, débil, transitorio). Esta es la se tenía de la naturaleza y de las condiciones humanas.
Con esta solución no tendría que haber surgido el menor problema entre los dioses y los hombres, siempre que estos últimos -como sucedía por regla general- cumplieran exactamente con sus deberes hacia sus amos. Entonces ¿cómo se explican, no ya la muerte, la enfermedad las desgracias de cada individuo, que están implantadas en nuestra naturaleza y nuestro destino, sino los enormes sobresaltos de las grandes catástrofes inesperadas y aparentemente sin motivo que se abaten de vez en cuando sobre los hombres y los eliminan en masa? ¿Cuál era la razón de unas calamidades "cósmicas" como las epidemias, las hambrunas las embestidas devastadoras y repentinas de la naturaleza? Los dioses, sin los cuales no podía suceder nada importante, tenían que ser la causa. Pero ¿por qué? Ante este problema, los autores del Poema no lograron encontrar otra explicación que el capricho de los dioses soberanos. Ciertamente, hallaron un móvil -¿un pretexto?- en el mundo de los hombres: éstos, al prosperar y multiplicarse y con el propio trajín de su actividad servil, podían llegar a molestar a sus gobernantes, como turbaría el descanso de un soberano irritable un personal demasiado numeroso y bullicioso. Pero en un universo tan teocéntrico y tan ajeno a toda idea de «oposición» y rebelión contra el poder, ¿no era lo más sabio aceptar la dependencia, conformarse con el propio estado, aceptar su destino, la resignación, el fatalismo? Al mostrar, desde los primeros tiempos de la humanidad -desde esa "época mítica" anterior a la historia, en la que toma forma el "mundo histórico"-, a los dioses periódicamente obsesionados por el deseo diezmar o incluso aniquilar a los hombres, enviándoles calamidades colectivas, los autores del Poema no sólo daban a su público una explicación suficiente de estos azotes cíclicos, sino que destacaban su carácter en cierto modo tradicional -desde la "noche le los tiempos"- y, por lo tanto, inevitable, ante el que había que resignarse.
Pero esta lección de prudencia también tenía su contrapeso de esperanza. En medio de estas desgracias, los hombres habían tenido un defensor y un salvador: el dios Ea, su "inventor", enemigo de la violencia inútil, el mismo que (según otro ciclo de mitos) difundido entre los hombres todos los conocimientos útiles. Precisamente con uno de ellos enseñó a los nombres a protegerse de las grandes desgracias universales. Ahora, en el "tiempo histórico", podían aplicar enseñanzas y luchar contra las catástrofes para salvarse. Esta es la "filosofía" que el Poema del Muy Sabio -buen nombre- quería inculcar a través de sus fábulas y mitos.
¿EL DILUVIO O LOS DILUVIOS?
El relato del Diluvio tiene el mismo valor, el mismo sentido que los de la Epidemia y la Sequía que lo precedieron. Como sabemos por nuestra documentación histórica, estas calamidades se abatían de vez en cuando sobre el país, todavía mal defendido sanitariamente y con una planificación económica rudimentaria. Mediante un procedimiento corriente en la literatura, sobre todo en el folclore y la poesía, los recuerdos personales se mezclaron con muchas experiencias, transmitidas por la tradición o vividas, de enfermedades que se propagaban como incendios y causaban una gran mortandad, o de malas cosechas que extenuaban a la gente, para concentrar todos esos horrores en la Epidemia y el Hambre -lo mismo que los cuentistas hablan del León o el Ogro—, y proyectarlas en ese tiempo mítico de "antaño". El Diluvio, que viene a continuación, se imaginó y construyó de la misma manera: en este país, centrado en el Tigris y el Éufrates que reaccionan enseguida a los excesos de precipitaciones eran frecuentes las inundaciones más o menos mortíferas más o menos espectaculares (conocemos muchos ejemplos). Los arqueólogos han encontrado sus huellas, a veces impresionantes, sobre todo en Ur, Kish y Fara-Shuruppak, en varios estratos de los milenios IV y 111. A partir de cierto número de catástrofes que habían asolado tal ciudad o comarca, se compuso el Cataclismo que sumergió a todo el país, y en torno a este hecho se formó una gran leyenda la cual desembocó en la "historia", que se cuenta en Atrahasis y más tarde apareció simplificada por los autores del canto Xl del Gilgamesh.
Es posible que en el lujo de detalles, y sobre todo en la importancia atribuida a este diluvio por la tradición babilónica (para la cual, como hemos visto en el Poema y reaparece con frecuencia en otros documentos, es el último acto de los tiempos míticos y el umbral de la era histórica), perdure el recuerdo más o menos vago de uno de estos cataclismos, de especial gravedad, aunque hay que ser muy ingenuo para imaginarlo tal como se describe. Pero el recurso a un desastre así no es inevitable: el papel de bisagra en el tiempo que tiene el diluvio podría deberse, no ya a su carácter histórico, sino al lugar que ocupaba en la mitología tradicional reflejada en nuestro Poema. Era la última y la más peligrosa de las calamidades enviadas por los dioses a los hombres para adaptarlos y reducirlos a la escala que tienen desde el comienzo de la historia.
Volvamos al relato de la Biblia, con el que empezamos pues ahora nos resultará más fácil entenderlo como es debido. Cualquiera que lo haya leído y haya reflexionado un poco tendrá que reconocer, de entrada, que semejante inundación no parece demasiado propia de un país de colinas y arroyos como Palestina, sin ningún río digno de este nombre, sin ningún valle ancho donde puedan acumularse las aguas. Lo más razonable, a priori, es pensar que el relato es un préstamo del mesopotámico. Pero aunque no cabe duda de que hay claras coincidencias con el diluvio babilónico también hay demasiados detalles distintos entre ambos como para considerar que el relato del Génesis es una simple transcripción al hebreo del texto acadio de Atrahasis o de Gilgamesh.
EL DILUVIO, LA BIBLIA Y MESOPOTAMIA
En realidad, el diluvio forma parte de una abundante cosecha de textos mitológicos, ideológicos y de otro tipo elaborados por esa Mesopotamia eminente y prodigiosa que sembró de ellos todo el Oriente Próximo desde épocas muy remotas. Baste pensar en los recientes hallazgos, increíbles, de Ebla,> en Siria, correspondiente al III milenio. Como muchos otros temas -la Creación del Mundo, los Orígenes de la Historia antigua de los hombres, el problema del Mal y la Justicia divina-, el del diluvio también fue recogido por los israelitas, que estuvieron expuestos a esa extraordinaria irradiación cultural de Sumer y Babilonia. Incluso lo adoptaron con su marco: aparentemente -como en Atrahasis-, la "historia" primitiva del hombre, y en realidad la descripción teológica de su condición en este mundo. Porque los once primeros capítulos del Génesis pretenden inculcamos, para nuestro gobierno, cómo fueron modelados y remodelados el universo y el hombre, cómo se prepararon y fueron puestos en «funcionamiento» antes de que con Abraham se inaugurase la historia propiamente dicha. Pero no conservaron la visión ni teología originarias. Como todo lo que tornaron de los antiguos babilonios, lo modificaron profundamente, impregnándolo de su propia ideología religiosa. Su sistema también era teocéntrico. Pero, como "inventores" del monoteísmo, su mundo divino se centraba en Dios único y trascendente, sin el menor rasgo antropomórfico, sin menor necesidad de "servidores" para garantizar su vida. Por eso en el diluvio imaginado por ellos no hay una multitud de divinidades, sino un Dios único, y en vez del capricho y la futilidad de los amos del universo, unas exigencias morales: si Dios envía ese cataclismo a los hombres es a causa de su "corrupción" (Génesis VI, 5s), para propagar una humanidad nueva, capaz (por lo menos sus mejores representantes, el pueblo descendiente de Abraham) de llevar una da conforme a un elevado ideal ético y religioso...
Es este diluvio, el de la Biblia, el que tenemos grabado en la memoria, ya que estamos imbuidos -nos guste o no - de las escenas y enseñanzas de este viejo libro. Pero el propósito de la historia es tratar de entender "remontándonos" por "lo que había antes" los hijos por sus padres y los ríos por sus fuentes. Por eso los asiriólogos, además de realizar unos descubrimientos cada vez más numerosos acerca de nuestros parientes más antiguos en línea directa, esos incomparables civilizadores sumerios y babilonios, y de su herencia llegada hasta nosotros, filtrada, alterada, enriquecida y a veces empobrecida por los milenios, también pueden arrojar luz sobre la Biblia, insertando el contenido en su "continuo histórico", que la ilumina de forma tan singular. Pacífico y discreto, el oficio de estas personas no es precisamente fácil: pasarse la vida descifrando, analizando escudriñando miles de galimatías de arcilla erizada de áridos cuneiformes. Pero cabe preguntarse si esta ardua inmovilidad no es más fecunda que esos grandes despliegues para traerse unas maderas carcomidas tomándolas, con una ingenuidad enternecedora, por la reliquia y los restos de un "arca" tan fabulosa como las botas del ogro.
Otra tabilla sumeria
con escritura
cuneiforme.
ORIENTACION BIBLIOGRAFICA
Podemos encontrar una discusión detallada y comparativa sobre la cuestión del diluvio en Mesopotamia y en la Biblia en las páginas 224-269de la obra de A. Heidel The Gilgamesh Epic and Old Testament Parallels, The University of Chicago Press, 2 ed., 1949 reimpr. en 1963.
También se puede consultar el artículo de J. Bottéro "Le Déluge", en On a marché sur la terre, Museum national d’historie naturelle, Ed. IOS, 1991, pp. 61-68.
El texto de los cuatro relatos mesopotámicos del diluvio está traducido y comentado en Lorsque les dieux..., pp. 526-601, "La grande Genése babylonienne: la création de l' homme au Déluge".
Otro asunto que se presenta de un modo parecido al del diluvio -con intervenciones de la mitología mesopotámica en el pensamiento bíblico-, el de los mitos de la creación del mundo, se comenta con cierto detalle en "Les origines de l’univers selon la Bible", en Naissance de dieu, la Bible et l'historien, Gallimard, París, 1986, pp. 155-201. (*)
(*) Fuente: Jean Bottéro, "El relato más antiguo del diluvio", en Introducción al antiguo Oriente. De Sumer a la Biblia, Barcelona, Grijalbo Modadori, pp. 209-221.
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