sábado, 27 de octubre de 2012

LOS REINOS PERDIDOS…

Situada en la parte nororiental de la provincia guatemalteca de Peten, Tikal aún eleva sus altas pirámides por encima del mar verde de la selva. Es tan grande que sus límites parecen extenderse constantemente a medida que se van encontrando ruinas. Tan solo su principal centro ceremonial ocupa más de 2,5 kilómetros cuadrados; y el espacio para esto no se le arrebató a la selva a golpe de machete, sino que se creó físicamente en la cima de una cresta montañosa que fue laboriosamente alisada. Los barrancos que la flanquean fueron convertidos en embalses de agua conectados a través de una serie de calzadas.
Las pirámides de Tikal, estrechamente agrupadas en varias secciones, son una maravilla de la construcción. Altas y estrechas, son verdaderos rascacielos, elevándose vertiginosamente hasta alturas cercanas e incluso superiores a los 60 metros. Ascendiendo en escarpados niveles, las pirámides servían como plataformas elevadas de los templos que se erguían en sus cimas. Los templos, rectangulares, en donde no hay más que un par de estrechas habitaciones, estaban coronados a su vez por unas enormes superestructuras ornamentales que aún aumentaban más la altura de las pirámides (Fig. 30).
El resultado arquitectónico lleva a que el santuario aparezca como suspendido entre la Tierra y el Cielo, alcanzable a través de empinados escalones que se convertían en una verdadera Escalera al Cielo simbólica. En el interior de cada templo, una serie de portales llevaba desde fuera adentro, cada portal un escalón más alto que el anterior. Los dinteles estaban hechos de maderas poco comunes, y estaban exquisitamente grabados. Como norma general había cinco portales exteriores y siete interiores, totalizando doce -un simbolismo cuyo significado no ha llamado demasiado la atención.
La construcción de una pista de aterrizaje cerca de las ruinas de Tikal aceleró su exploración con posterioridad a 1950, y los equipos del Museo de la Universidad de Pennsylvania han estado realizando allí trabajos arqueológicos exhaustivos. Éstos descubrieron que las grandes plazas de Tikal hicieron las veces de necrópolis, en donde los soberanos y los nobles eran enterrados; también encontraron que muchas de las estructuras menores eran, de hecho, templos funerarios que no se habían construido sobre las tumbas, sino junto a ellas, y que hacían el papel de cenotafios.
Sacaron a la luz también alrededor de ciento cincuenta estelas, losas de piedra grabadas erigidas en su mayor parte de cara al este o al oeste. Según se determinó, también hacían retratos de los mismos soberanos, y conmemoraban los principales acontecimientos de sus vidas y sus reinados.
En las inscripciones jeroglíficas grabadas sobre estas estelas (Fig. 31) se registraron las fechas exactas de estos acontecimientos, citando al soberano a través de su jeroglífico (aquí «Cráneo Garra Jaguar», 488 d.C), y se identificó el acontecimiento; los expertos dicen hasta el momento que los jeroglíficos textuales no eran meramente pictóricos o ideográficos, «sino que también se escribían fonéticamente en sílabas, de forma similar a como lo hacían los sumerios, losbabilonios y los egipcios» (A. G. Miller, Maya Rulers of Time).
Figura 31
Con la ayuda de estas estelas, los arqueólogos pudieron identificar una secuencia de catorce reyes de Tikal que habían reinado desde el 317 hasta el 869 d.C. Pero se sabe con certeza que Tikal fue centro real maya desde mucho antes: la datación por radiocarbono de los restos de algunas de las tumbas reales ofrece fechas que se remontan hasta el 600 a.C.
A unos 240 kilómetros al sudeste de Tikal está Copan, la ciudad que Stephen compró. Estaba situada en el extremo suroriental del reino maya, en la actual Honduras. Aunque carece de rascacielos escalonados como los de Tikal, Copan quizás resultara la más típica de las ciudades mayas por su proyección y por su diseño. Su inmenso centro ceremonial ocupaba más de treinta hectáreas, y estaba compuesto por templos-pirámides agrupados alrededor de varias grandes Plazas (Fig. 32).
Las pirámides, de ancha base, pero de sólo algo más de veinte metros de altura, se distinguían por sus amplias y monumentales escalinatas, decoradas con trabajadas esculturas e inscripciones jeroglíficas. Las plazas estaban salpicadas de santuarios, altares y -lo más importante para los historiadores- estelas de piedra grabadas que ofrecían retratos de sus reyes al tiempo que daban sus fechas. Por las estelas se supo que la principal de las pirámides se terminó en el 756 d.C, y que Copan alcanzó su momento más glorioso durante el siglo IX d.C, justo antes del repentino colapso de la civilización maya.
Pero, tal como han demostrado los descubrimientos y las excavaciones en curso, todos los lugares arqueológicos en Guatemala, Honduras y Belize indican la existencia de monumentos y estelas fechadas en época tan temprana como el 600 a.C, evidenciando un desarrollado sistema de escritura que -todos los expertos coinciden- debió de tener una fase de desarrollo previo o una fuente más antigua.

Copan, como pronto veremos, jugó un papel muy especial en la vida y la cultura mayas.
Figura 32
Los estudiosos de la civilización maya se han quedado particularmente impresionados con la precisión, la ingenuidad y la diversidad que los mayas tenían en el recuento del tiempo, y lo atribuyen a lo avanzado de su astronomía.
Los mayas tenían, de hecho, no uno, sino tres calendarios; pero uno de ellos -el más significativo, según nuestra opinión- no tiene nada que ver con la astronomía. Es la llamada Cuenta Larga, y establecía la fecha contando el número de días que habían pasado desde determinado día de comienzo hasta el día del acontecimiento que los mayas habían registrado en la estela o monumento. Ese enigmático Día Uno, según dice la mayoría de los expertos, fue el 13 de agosto del 3113 a.C, según el actual calendario cristiano -un momento y un acontecimiento que, claro está, es anterior al nacimiento de la civilización maya.
La Cuenta Larga, al igual que los otros dos sistemas de recuento del tiempo, estaba basada en el sistema numérico vigesimal (con base 20) de los mayas; y, al igual que en el antiguo Sumer, empleaban el concepto de «lugar», de donde un 1 en la primera columna sería uno, en la segunda sería un veinte, después cuatrocientos, y así sucesivamente.
En la Cuenta Larga maya, en la que se utilizaban columnas verticales en donde los valores más bajos se encontraban abajo del todo, se le puso nombre a todos estos múltiplos y se les identificó con glifos (Fig. 33). Comenzando con kin para los unos, uinal para los veintes, etc., los múltiplos llegaban al glifo alau-tun, ¡que identificaba el increíble número de 23.040.000.000 días -un período de 63.080.082 años!
Figura 33
Pero, tal como se ha dicho, en la verdadera datación de sus monumentos, los mayas no retrocedían hasta la época de los dinosaurios, sino hasta un día específico, un acontecimiento tan crucial para ellos como es la fecha del nacimiento de Cristo para los seguidores del calendario cristiano.
Así pues, la Estela 29 de Tikal (Fig. 34), que lleva la fecha más antigua que se haya encontrado allí sobre un monumento real (292 d.C), da la fecha de la Cuenta Larga de 8.12.14.8.15, utilizando puntos para el numeral uno y barras para el cinco:
Figura 34
8 bak-tun (8 x 400 x 360) = 1.152.000 días
12 ka-tun (12 x 20 x 360) = 86.400 días
14tun (14 x 360) = 5.040 días
8 uinal (8 x 20) = 160 días
15kin (15 x 1) = 15 días
= 1.243.615 días
Dividiendo los 1.243.615 días por el número de días de un año solar, 365,25, la fecha de la estela indica que ésta, o el acontecimiento que tuvo lugar en ella, sucedió 3.404 años y 304 días después del misterioso Día Uno; i.e., después del 13 de Agosto de 3113 a.C.
Por tanto, según la correlación reconocida por todos en la actualidad, la fecha de la estela sería la del 292 d.C. (3.405 – 3113 = 292). Algunos expertos ven evidencias de que los mayas comenzaron a utilizar la Cuenta Larga en la era de Baktun 7, que se corresponde con el siglo IV a.C; otros no desechan que empezara a utilizarse incluso antes.
Junto a este calendario ininterrumpido, había dos calendarios cíclicos. Uno era el Haab o año solar de 365 días, que se dividía en 18 meses de 20 días, más 5 días que se añadían a final de año. El otro era el Tzolkin o calendario del año sagrado, en el cual los 20 días básicos se rotaban 13 veces, dando como resultado un año sagrado de 260 días. Después, los dos calendarios cíclicos se encajaron, como si fueran dos engranajes que interactuaran, para crear la gran Rueda Sagrada de 52 años solares; pues la combinación de 13,20 y 365 no se podía repetir salvo una vez cada 18.980 días, que equivalen a 52 años. Esta Rueda Calendárica de 52 años fue sagrada para todos los pueblos de la antigua América Central, y conectaban a ella tanto los acontecimientos pasados como los futuros -como el de la expectativa mesiánica del retorno de Quetzalcóatl.
La fecha más antigua de la Rueda Sagrada se encontró en el valle de Oaxaca, en México, y se remonta al 500 a.C. Ambos sistemas de recuento del tiempo, el ininterrumpido y la Rueda Sagrada, son bastante antiguos. Uno es histórico, contando el paso del tiempo (en días) desde un acontecimiento remoto cuya importancia y naturaleza son todavía un misterio. El otro es cíclico, engranado con un período peculiar de 260 días; los expertos aún están intentando averiguar lo que sucedía, si es que sucedía algo, o si aún sucede una vez cada 260 días
http://veritas-boss.blogspot.com.es/2012/10/los-reinos-perdidos5.html

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