En busca de una tierra
misteriosa
Helena Blavatsky, también conocida como Madame
Blavatsky, cuyo nombre de soltera era Helena von Hahn y luego de casada Helena
Petrovna Blavátskaya, (1831 – 1891), fue una escritora, ocultista y teósofa
rusa. Fue también una de las fundadoras de la Sociedad Teosófica y
contribuyó a la difusión de la Teosofía moderna. Sus libros más importantes son
Isis sin velo y La Doctrina Secreta, escritos en 1875 y 1888,
respectivamente. En sus escritos, de gran erudición, se refirió a una
serie de civilizaciones antiguas, algunas de ellas perdidas, que han servido de
inspiración a escritores posteriores que han tratado estos temas. Me he
basado en algunos de sus escritos para redactar este artículo.
Al observar las
imponentes ruinas de Memphis o Palmira, al encontrarse con la gran pirámide de
Ghiza, al recorrer el Nilo o al pasear por las ruinas de la misteriosa Petra,
que durante mucho tiempo se creyó perdida, se llega a la conclusión de que, a
pesar del origen vago y nebuloso de estas reliquias históricas, se disciernen
ciertos fragmentos que proporcionan una base sólida sobre la cual elaborar
algunas conjeturas. Menfis fue la capital del Imperio Antiguo de
Egipto. Estaba situada al sur del delta del río Nilo, en la región que se
encuentra entre el Bajo y el Alto Egipto. Fundada alrededor del 3050 a. C. por
el primer faraón de Egipto, Menes, las ruinas de la ciudad se encuentran 19 km
al sur de El Cairo, en la ribera occidental del Nilo. El dios local fue Ptah.
Durante gran parte de la historia egipcia, Menfis fue la ciudad más importante
del país y el centro económico del reino, capital indiscutible desde la dinastía
I a la VIII, resurgiendo durante el reinado de Ramsés II y Merenptah. Cuando
otras ciudades como Tebas, Pi-Ramsés, Tanis o Sais ostentaban la capitalidad,
seguía siendo denominada Balanza de las Dos Tierras, el más
importante centro del país. Por su parte, Palmira fue una antigua ciudad nabatea
situada en el desierto de Siria, en la actual provincia de Homs, a 3 km de la
moderna ciudad de Tadmor o Tadmir, (versión árabe de la misma palabra aramea
“palmira“, que significa “ciudad de los árboles de dátil“). En
la actualidad sólo persisten sus amplias ruinas, que son foco de una abundante
actividad turística internacional. La antigua Palmira fue la capital del Imperio
de Palmira bajo el efímero reinado de la reina Zenobia.
Petra es un importante enclave
arqueológico en Jordania, y la capital del antiguo reino nabateo. El nombre de
Petra proviene del griego πέτρα, que significa piedra. Y su nombre es
perfectamente adecuado; no se trata de una ciudad construida con piedra,
sino, literalmente, excavada y esculpida en la piedra. El asentamiento
de Petra se localiza en un valle angosto, al este del valle de la Aravá, que se
extiende desde el mar Muerto hasta el Golfo de Aqaba. Los restos más
célebres de Petra son sin duda sus construcciones labradas en la misma roca del
valle (hemispeos). En particular los edificios conocidos como la Khazneh (la
Tesorería) y el Deir (el Monasterio). Fundada en la antigüedad hacia el final de
siglo VII a. C. por los edomitas, fue ocupada en el siglo VI a. C. por los
nabateos, que la hicieron prosperar gracias a su situación en la ruta de las
caravanas que llevaban el incienso, las especias y otros productos de lujo entre
Egipto, Siria, Arabia y el sur del Mediterráneo. Hacia el siglo VIII, el cambio
de las rutas comerciales y los terremotos sufridos, condujeron al abandono de la
ciudad por sus habitantes. Cayó en el olvido en la era moderna, y el lugar fue
redescubierto para el mundo occidental por un explorador suizo, Johann Ludwig
Burckhardt, en 1812. Numerosos edificios, cuyas fachadas están directamente
esculpidas en la roca, forman un conjunto monumental único que, a partir del 6
de diciembre de 1985, está inscrito en la Lista del Patrimonio Mundial de la
UNESCO. La zona que rodea el lugar es también, desde 1993, Parque Nacional
arqueológico. Desde el 7 de julio de 2007, Petra forma parte de las
Nuevas Siete Maravillas del Mundo.
No obstante la espesa niebla
tras la que se esconde la historia de estas antigüedades, existen algunas zonas
despejadas a través de los cuales uno vislumbra la luz. Conocemos a los
descendientes de los constructores. También estamos familiarizados, aunque
superficialmente, con la historia de las naciones cuyos vestigios nos rodean.
Sin embargo, no ocurre lo mismo con las antigüedades del Nuevo Mundo en
las dos Américas. A lo largo de la costa peruana, en el istmo centroamericano,
en todo Norteamérica, en los cañones de las Cordilleras, en los desfiladeros
infranqueables de los Andes y más allá del valle mexicano, yacen las ruinas
desoladas de centenares de ciudades en un tiempo poderosas, que han caído en el
olvido de la memoria humana junto a su nombre. Sepultadas en densas
selvas, soterradas en valles inaccesibles; a veces bajo muchos metros de tierra,
desde el día de su descubrimiento hasta la fecha, continúan siendo un
acertijo para la ciencia, eludiendo toda investigación. Su
silencio es más impenetrable que el de la Esfinge egipcia. No sabemos casi nada
acerca de América antes de la conquista. No ha sobrevivido ningún tipo
de crónica, ni siquiera relativamente moderna. Y los conquistadores españoles y
de otros países se ocuparon de destruir gran parte de la información existente.
Aun entre los oriundos del continente americano, solo existen unas pocas y
oscuras tradiciones sobre su pasado.
Desconocemos mucho
sobre las razas que construyeron tales estructuras ciclópeas, así como ignoramos
el culto extraño que inspiró a los escultores antediluvianos, que construyeron a
lo largo de centenares de kilómetros, murallas, monumentos, monolitos, altares,
jeroglíficos insólitos, compuestos por grupos de animales y hombres. Son las
imágenes de una vida desconocida y de un arte perdido. Escenas, a
veces, tan fantásticas y atípicas que, involuntariamente, sugieren la idea de un
sueño febril, cuya fantasmagoría, por el simple gesto de la poderosa mano de un
mago, repentinamente se cristalizó en el granito, dejando para siempre atónita a
la posteridad. Aun en los albores del siglo XIX, se desconocía el caudal de
tales antigüedades. Desde el principio, los celos pueriles y sospechosos de los
españoles habían edificado una suerte de muralla china entre sus posesiones
americanas y el viajero investigador. Además, la ignorancia y el fanatismo de
los conquistadores y su desinterés por todo, exceptuando la satisfacción de su
codicia insaciable, habían obstruido la búsqueda científica. Desde hace mucho
tiempo se desacreditaron los relatos entusiastas acerca del esplendor de los
templos, los palacios y las ciudades de México y Perú, redactados por Cortés y
su ejército de ambiciosos aventureros y de Pizarro, con su séquito de
destructores de culturas y de monjes.
William Robertson (1721
–1793), uno de los más destacados historiadores escoceses, en su “Historia
de América”, se limita simplemente a informar a su lector que las casas de
los mexicanos antiguos: “eran simples cabañas de hierbas, fango o las ramas
de los árboles, como las de los indios más retrógrados“. Además,
amparándose en el testimonio de algunos españoles, se atrevió a decir que:
“en la amplia extensión de este gran imperio no había “¡ni siquiera, un sólo
monumento o vestigio de alguna edificación que antecediera la conquista!“.
¡Así se escribe la historia! Al gran geógrafo, naturalista y
explorador prusiano Alexander von Humboldt le correspondió reivindicar la
verdad. En 1803, este eminente y erudito viajero, iluminó el mundo de la
arqueología con un nuevo haz de luz, demostrando ser, afortunadamente, el
pionero de los descubrimientos futuros. En lo que es el actual México, describió
Mitla, Xoxichalco y el gran templo piramidal de Cholula. Mitla (Mictlan o
Lugar de los muertos en náhuatl, Lyobaa o Lugar de descanso en
zapoteco, Ñuu Ndiyi o Lugar de los muertos en mixteco) es una zona
arqueológica localizada en el estado mexicano de Oaxaca. La ciudad se localiza a
40 km de la ciudad de Oaxaca, y a mas de 600 km de la Ciudad de México; en ella
han trabajado diversos arqueólogos entre los que destaca Leopoldo Batres
(1852-1926), quien descubrió cimientos zapotecos bajo las decoraciones mixtecas
existentes. En Mitla hay evidencias de ocupación humana desde principios de
nuestra era (año 0 a 200). Ante la desaparición de Monte Albán como núcleo de
poder, Mitla se convirtió en una población muy importante que funcionó como
centro de poder para los zapotecas del valle. Su máximo crecimiento y apogeo
ocurrió entre 950 y 1521.
La zona arqueológica
comprende cinco conjuntos de arquitectura monumental: Grupo del Norte; Grupo de
las Columnas; Grupo del Adobe o del Calvario; Grupo del Arroyo y Grupo del Sur.
Los conjuntos del Adobe o Calvario y del Sur, por haber sido construidos en
épocas anteriores, reproducen la tradición de plazas, rodeadas de palacios sobre
plataformas, al estilo de Monte Albán. En los conjuntos del Norte, las
Columnas y el Arroyo, se ubican los edificios administrativos y
palacios de personajes de alto rango. Estos palacios se caracterizan por el uso
arquitectónico de grandes monolitos y por sus fachadas ornamentadas con mosaicos
de grecas de diferentes diseños enmarcados por tableros, elementos que son parte
de la rica tradición arquitectónica zapoteca iniciada en Monte Albán con fuertes
influencias teotihuacanas. Al oeste de la población actual de Mitla, se
encuentra “La Fortaleza“, sitio defensivo amurallado por los zapotecas,
para defender su ciudad de posibles invasiones. En las cercanías de Mitla se
localiza el misterioso sitio de “Hierve el agua” que frecuentaban los
zapotecas. La zona arqueológica de Cholula es un sitio histórico localizado
siete kilómetros al oeste de Puebla de Zaragoza, capital del estado mexicano de
Puebla. Es una zona federal que se encuentra entre los municipios de San Pedro
Cholula y de San Andrés Cholula, y su nombre deriva del vocablo náhuatl
Cholollan, que tiene el extraño significado de “agua que cae en el lugar de
huida“. Se trata de uno de los asentamientos más antiguos de México, y
presenta una ocupación continua desde el período preclásico superior. A pesar de
ello, su importancia en Mesoamérica fue variable a lo largo de los dos mil años
de historia de la civilización nativa de América central.
Después de Alexander von
Humboldt vinieron Stephens, Catherwood y Squier, mientras en Perú trabajaban
D’Orbigny y el doctor Tschuddi. Desde entonces, numerosos viajeros afluyeron a
estos sitios, dándonos detalles minuciosos acerca de las vastas antigüedades.
Sin embargo, nadie sabe cuántas más se quedan inexploradas y aun desconocidas.
En lo que concierne a los edificios prehistóricos, Perú y México son
comparables con Egipto. Se asemejan a la tierra de los faraones
en la inmensidad de sus estructuras ciclópeas. Perú la supera en
cantidad y Cholula rebasa a la gran pirámide de Cheops en anchura, si no en
altura. Las murallas, las fortificaciones, las terrazas, los canales, los
acueductos, los puentes, los templos, los cementerios, ciudades enteras y las
calles exquisitamente pavimentadas, serpentean por centenares de millas en una
línea interrumpida, cubriendo la tierra como si fueran una red. En la costa, las
construcciones son de tabiques y en las montañas de cal porfídica, granito y
arenisca de sílice. La historia no sabe nada de las largas generaciones de los
artífices de estas obras y aun la tradición guarda silencio. Obviamente, una
exuberante vegetación ha cubierto la mayoría de estos restos líticos. Selvas
enteras han surgido de los corazones rotos de las ciudades y, aparte de algunas
excepciones, todo está en ruina. Sin embargo, lo que permanece nos da una idea
de lo que fue en su tiempo.
Los historiadores españoles
hacen remontar casi todas las ruinas a los Incas. Este es un gran
error. Los jeroglíficos que, a veces, cubren íntegramente las murallas
y los monolitos, siguen siendo siempre letra muerta para la ciencia moderna, así
como lo eran para los Incas, cuya historia puede ser reconducida hasta el siglo
XI. Los Incas ignoraban el significado de estas inscripciones,
atribuyéndolas todas a sus antepasados desconocidos, desacreditando la
suposición según la cual descendían de los primeros seres que civilizaron su
país. Inca es el título quechua para el jefe o emperador y el nombre de
la raza o, mejor dicho, la casta regente y más aristocrática de la tierra que
gobernó durante un período desconocido antes de la conquista española. Según
algunos, su primera aparición, procedentes de regiones desconocidas, se remonta
al 1021, en Perú. Otras conjeturas los reconducen a cinco siglos después del
“diluvio” bíblico, conforme a la teología cristiana. Sin embargo, esta
última teoría se acerca a la verdad más que la otra. Los Incas,
considerando sus privilegios exclusivos, su poder e “infalibilidad”,
son la contraparte americana a la casta brahmánica de la India.
Análogamente a esta última,
los Incas afirmaban descender directamente de la Deidad que, como en el caso de
la dinastía Suryavansa inda, era el Sol. Según una única tradición general, en
un tiempo la población completa del Nuevo Mundo estaba fragmentada en
tribus independientes, beligerantes y bárbaras. Finalmente, la deidad
“Superior“, el Sol, se enterneció, y a fin de rescatar a esta gente de
la ignorancia, envió a la tierra a sus dos hijos: Manco Capac y su
hermana y mujer, Mama Ocollo Huaco, con la misión de instruir a los
terrícolas. Nuevamente, ellos eran la contraparte del Osiris egipcio y
su hermana y mujer Isis y también de los innumerables dioses, semidioses hindúes
y sus cónyuges. Estos dos aparecieron en una isla hermosa en el lago
Titicaca y se dirigieron hacia el norte, a Cuzco, que enseguida se convirtió en
la capital de los Incas, donde empezaron a diseminar su civilización. La pareja
divina, reuniendo las varias razas peruanas, empezó a asignarles sus deberes.
Manco Capac enseñó a los hombres la agricultura, la legislación, la arquitectura
y las artes. Mama Ocollo instruyó a las mujeres a tejer, hilar, bordar y en los
quehaceres domésticos. Hace tres años, en el segundo volumen de “Isis sin
Velo” Helena Blavatsky escribió: “Un día se descubrirá que el
nombre América está íntimamente relacionado con Meru, la montaña sagrada en el
centro de los siete continentes“. Los primeros descubridores de
América se percataron de que algunas tribus oriundas llamaban a dicho continente
Atlanta. En los estados de América Central encontramos el nombre Amerih
que significa, análogamente a Meru, una gran montaña. Se desconoce también el
origen de los indios Kamas americanos.
Los Incas afirman que
descienden de esta pareja celestial. Sin embargo, ignoraban por completo
quiénes fueron los artífices de las magníficas ciudades, ahora en ruinas,
esparcidas en el área de su imperio, que entonces se extendía desde el ecuador
hasta a más de 37 grados de latitud, incluyendo no sólo la vertiente occidental
de los Andes, sino la cadena montañosa completa con sus faldas orientales, hasta
el río Amazonas y el Orinoco. Como directos descendientes del Sol,
ellos tenían la exclusividad para ser los altos sacerdotes de la religión de
estado, así como también los emperadores y los estadistas más importantes en la
tierra. En virtud de esto, y análogamente a los brahmanes, se otorgaron
una superioridad divina sobre los mortales ordinarios, instituyendo, como los
“nacidos dos veces” una casta exclusiva y aristocrática: la raza
Inca. Todo Inca reinante, al ser considerado un hijo del Sol, era un
alto sacerdote, el oráculo, el caudillo en la guerra, un soberano absoluto,
desempeñando el doble oficio de Papa y Rey, anticipando, mucho tiempo antes, el
sueño de los pontífices romanos. Sus órdenes se ejecutaban sin vacilar, su
persona era sagrada y era el objeto de honores divinos. Los oficiales superiores
no podían presentarse ante él con zapatos.
La señal de respeto nos
reconduce, nuevamente, a un origen oriental. Mientras el ritual de
perforar las orejas de la prole de sangre real, insertando anillos dorados:
“cuyo tamaño se incrementaba a la par que adelantaban en el estado social,
hasta que la extensión del cartílago se convertía en una deformación“,
sugiere una semejanza extraña entre los retratos esculpidos de muchos de
ellos y las imágenes de Buda y de algunas deidades y aun de los dandis
del siglo XIX en Siam, Burma y la India meridional. Una vez más,
haciéndonos eco de los días gloriosos del poder brahmánico en la India, nadie
tenía el derecho de ser instruido o estudiar la religión, excepción hecha para
la casta privilegiada Inca. Cuando el rey Inca fallecía o era víctima
de un homicidio y “era llamado a casa, a la mansión de su padre“,
durante la ceremonia de sus exequias se hacía morir con él un amplio número de
sus servidores y consortes. Esto es similar a los antiguos anales de
Rajasthán (Rajputana) y hasta a la costumbre teóricamente abolida del
Sutti. En la sociedad india, la mujer era tratada en general como una
sirvienta o esclava, sin poder de decisión o de valerse por sí sola. Debía
seguir a su esposo en todos los asuntos. La mujer podía ser entregada como parte
de pago de una deuda de juego. Como muestra de devoción, era obligada a quemarse
viva en la fogata fúnebre de su marido como parte del ritual para honrar su
muerte. Esta práctica, conocida como “sutti”, continuó hasta fines del siglo
XVII cuando finalmente se derogó a pesar de la oposición de los líderes
religiosos. A pesar de haber sido prohibida oficialmente, la práctica del sutti
continuó hasta fines del siglo XIX y aún se realiza en algunas aldeas remotas de
la India. En ciertas regiones, la mujer era ofrendada a los religiosos como
concubinas o prostitutas para ser explotadas o se las sacrificaba para
satisfacer a los dioses hindúes o para pedir que llueva.
Al tener presente todo esto, el
arqueólogo no puede satisfacerse con la breve observación de ciertos
historiadores según los cuales: “en esta tradición discernimos sólo otra
versión de la historia de la civilización común a todas las naciones primitivas
y el fraude de una relación celestial mediante la cual los gobernantes
intrigantes y los sacerdotes astutos, han tratado de asegurarse su ascendencia
entre los hombres“. Por lo tanto, no es una explicación decir que
Manco Capac es casi la contraparte exacta del Fohi chino, el Buda hindú, el
Osiris egipcio terrenal, el Quetzalcoatl mexicano y el Votan de América central,
ya que todo esto es muy evidente. Lo que queremos aprender es
cómo estas naciones, situadas en las antípodas: India, Egipto y América,
llegaron a tener tan extraordinarios aspectos comunes, no sólo en sus prácticas
religiosas generales y en sus ideas políticas y sociales; sino que, a veces,
hasta en los detalles más diminutos. La tarea imperante consiste en
descubrir quién vino primero y en explicar cómo esta gente llegó a sembrar, en
los cuatro puntos cardinales de la tierra arquitectura y artes casi idénticas, a
menos que, hubiera un tiempo durante el cual, según afirma Platón y más de un
arqueólogo moderno cree, no se necesitaba ningún barco para tal viaje; pues los
dos mundos formaban un sólo continente.
Según algunas investigaciones, sólo
en los Andes existen cinco estilos arquitectónicos diferentes, de los cuales, el
templo del Sol en Cuzco es el más moderno. Y ésta es, quizá, la única estructura
relevante que, según los viajeros actuales, puede seguramente atribuirse a los
Incas, cuyas glorias imperiales, según se estima, fueron el último brillo de una
civilización remota. El Doctor Edwin. R. Heath, de Kansas, en los Estados
Unidos, piensa que: “mucho antes de Manco Capac, los Andes habían
sido la morada de razas cuyos orígenes deben haber correspondido con el de los
salvajes de Europa occidental. La arquitectura gigantesca indica una relación
con los fundadores de la torre de Babel y de las pirámides egipcias…. La manera
de sepultar y preservar a sus fallecidos apunta también a Egipto“.
Más tarde, este viajero erudito descubrió que los cráneos extraídos de los
sitios de sepultura representan a tres razas distintas: los Chinchas, que se
instalaron .en la parte occidental de Perú: de los Andes hasta el Pacífico; los
Aymaras, los habitantes de las tierras altas de Perú y Bolivia, en la parte
meridional de la orilla del lago Titicaca y los Huancas que “ocuparon la
meseta entre las cadenas andinas, el lado norte del lago Titicaca, hasta el
grado noveno de latitud sur“.
Para la arqueología es
fatal confundir los edificios del período Inca, en Perú, o de Moctezuma y sus
caciques en México, con los monumentos más antiguos indígenas. Mientras Cholula,
Uxmal, Quiché, Pachacamac y Chichen estaban en su apogeo en el momento de la
invasión de los españoles, existían centenares de vestigios de ciudades
y monumentos que estaban en ruina ya en aquella época y cuyo origen ignoraban
los incas y los caciques conquistados, así como los españoles.
Innegablemente, eran los restos de una civilización desconocida y ahora
extinta. La exactitud de tal hipótesis es corroborada por la extraña y
misteriosa forma de las cabezas y los perfiles de las figuras humanas sobre los
monolitos de Copán. Al principio, la pronunciada diferencia entre los cráneos de
estas razas y los de los indoeuropeos, se atribuyó a los medios mecánicos que
las madres usaron para dar una conformación particular a la cabeza de sus niños
durante la infancia, tal como ocurre en otras tribus y poblaciones. Sin embargo,
el mismo autor nos dice: “el descubrimiento de una momia conteniendo un feto
de ocho meses, demuestra que ésta era la conformación del cráneo, poniendo en
entredicho el fundamento de la hipótesis de los medios mecánicos“.
Además de las hipótesis, tenemos una prueba científica e irrefutable
según la cual, en un pasado remoto, hace varios miles de años, en Perú debió
haber existido una gran civilización.
Hoy se tiene un buen
conocimiento del guano (huano) peruano acumulado en las islas
del Pacífico y en la costa sudamericana. Es un fertilizante muy útil compuesto
por los excrementos de las aves marinas, mezclado con sus cuerpos en
descomposición, huevos, restos de foca, etc. Humboldt fue el primero que, en
1804, lo descubrió, dirigiendo la atención del mundo sobre el asunto. Mientras
describe los depósitos de guano que cubren las rocas de granito de Chincas y de
otras islas, alcanzando la altura de decenas de metros, afirma que “la
acumulación de guano durante los 300 años anteriores a la conquista, habían
formado sólo algunos centímetros de espesor”. Por lo tanto, para saber
cuántos millares de años se necesitaron para constituir este deposito de varios
metros, es una simple cuestión de cálculo. En esta coyuntura, citaremos algo de
un descubrimiento tratado en el libro “Las Antigüedades Peruanas“,
escrito por el Doctor Edwin. R. Heath: “En las islas Chinca, a una
profundidad de una veintena de metros bajo tierra, se descubrieron ídolos de
piedra y vasijas; mientras a una decena de metros se encontraron ídolos de
madera. Tras del guano, en las islas Guanapi, al sur de Truxillo y Macabi al
norte, se exhumaron momias, pájaros, huevos de pájaros y ornamentos de oro y
plata. En Macabi, los labriegos encontraron algunos grandes y valiosos vasos
dorados que rompieron, repartiendo los fragmentos entre ellos, a pesar de que se
les ofreció lo correspondiente al peso, en monedas de oro. Así, estas reliquias
de gran interés para la ciencia se han perdido para siempre. Aquél que
pueda determinar los siglos necesarios para que se deposite una veintena de
metros de guano en estas islas, teniendo presente que desde la conquista, hace
300 años, no se ha notado ningún aumento apreciable en espesor, puede daros una
idea de la antigüedad de estas reliquias“.
Si nos atenemos a
un cálculo estrictamente matemático, atribuyendo 12 líneas a cada 2,54
centímetros y asignando una línea a cada siglo, nos vemos obligados a aceptar
que los artífices de estos vasos preciosos nos antecedieron en la astronómica
cifra de 864.000 años. Aun reconociendo un amplio margen de error y adjudicando
2,54 centímetros por cada siglo, llegamos a una civilización que existía hace
72.000 años, la cual es comparable y en algunas cosas superiores, a la nuestra,
si consideramos sus obras públicas, la durabilidad de las construcciones y la
grandiosidad de los edificios. Al tener unas ideas muy claras de la
periodicidad de los ciclos, que incluyen al mundo, a las naciones, a los
imperios y a las tribus, estamos convencidos que nuestra civilización moderna es
el alba más reciente de lo que ya se presenció un sinnúmero de veces en este
planeta. Quizá no sea ciencia exacta, sin embargo es una lógica inductiva y
deductiva, que se basa en teorías menos hipotéticas y más tangibles que muchas
otras teorías consideradas rigurosamente científicas. Usando las palabras del
profesor T. E. Nipher, de St. Louis, diremos: “no somos los amigos de la
teoría, sino de la verdad“. Y hasta que ésta se encuentre, acogeremos toda
nueva teoría, a pesar de su impopularidad al principio, no sea que rechacemos,
en nuestra ignorancia, la piedra que, con el tiempo, pueda llegar a ser la mera
piedra angular de la verdad. “Los errores de los científicos son
innumerables, no porque son científicos, sino porque son seres humanos“,
dice el mismo hombre de ciencia y enseguida cita las nobles palabras de Faraday:
“ejercer el juicio debería conducir, ocasional y frecuentemente, a la
reserva absoluta. Suspender una conclusión puede resultar desagradable y una
gran fatiga. Sin embargo, como no somos infalibles, deberíamos proceder con
cautela“.
Es improbable que se haya
tratado de redactar un relato minucioso de las llamadas antigüedades americanas,
excepción hecha para algunas de las ruinas más prominentes. Si queremos
desenmarañar la historia de la religión, la mitología y, aun más importante, el
origen, el desarrollo y la agrupación final de las especies humanas, debemos
confiar en la búsqueda arqueológica y debemos empezar reuniendo las imágenes del
pensamiento antiguo, más elocuente un su forma estacionaria que en la expresión
verbal, la cual, en sus profusas interpretaciones, se presta fácilmente a ser
distorsionada de mil maneras. Esto nos proporcionaría un indicio más fidedigno.
Las sociedades arqueológicas deberían tener una enciclopedia entera con los
restos del mundo, integrando las especulaciones más importantes sobre cada
localidad. Ya que, a pesar de lo fantástico y lo descabellado que algunas de
estas teorías pueden parecer a primera vista, cada una tiene una posibilidad de
demostrarse útil en algún momento. A menudo, según Max Müller, es más
beneficioso saber lo que una cosa no es que saber lo que es. El examen de las
antigüedades peruanas se basa, principalmente, en la interesante relación del
doctor Heath, que hemos mencionado anteriormente. Según Helena Blavatsky,
nosotros, los europeos, estamos emergiendo del fondo de un nuevo ciclo y nos
encontramos en el arco ascendente, mientras los asiáticos, especialmente los
hindúes, son los restos que permanecen de las naciones que poblaban al mundo en
los ciclos anteriores.
Si los arios procedieron de
los americanos arcaicos o si éstos de los arios prehistóricos, es una cuestión
que ningún ser humano puede dirimir. Sin embargo, es más fácil probar
que contradecir la existencia de una relación íntima, entablada en algún tiempo,
entre los arios antiguos, los habitantes prehistóricos de América, cualquiera
que fuese su nombre, y los egipcios arcaicos. Probablemente, si esta
relación era una realidad, debe haberse desarrollado en un período en que el
océano Atlántico no había aún dividido los dos hemisferios, como ocurre
actualmente. En el libro “Las Antigüedades Peruanas“, el doctor Heath,
una especie rara entre los científicos, un buscador intrépido que acepta la
verdad dondequiera que la encuentre, resume sus impresiones de las reliquias
peruanas de esta forma: “Por tres veces, los Andes se sumergieron centenares
de metros por debajo del nivel oceánico y lentamente, volvieron a asumir su
altura actual. La vida humana sería excesivamente breve para contar, aún, los
siglos que se intercalaron en esta operación. La costa peruana se ha levantado
una veintena de metros desde que Pizarro desembarcó. Suponiendo que los
Andes se hayan alzado de manera uniforme y sin interrupción, deben haber
transcurrido 70 mil años para que alcanzaran su presente
altura“.
. .
¿Quién sabe, entonces, si la
idea fantástica de Julio Verne, con respecto a la Atlántida perdida, pueden
acercarse a la verdad? ¿Quién puede decir que, anteriormente, donde ahora se
extiende el océano Atlántico, no se elevara un continente cuya densa población
era muy adelantada en las artes y las ciencias y tan pronto como se dio cuenta
que su tierra estaba hundiéndose, algunos emigraron hacia oriente y otros hacia
occidente, instalándose en los dos hemisferios? Esto explicaría la
similitud de sus estructuras arqueológicas, sus razas y sus diferencias
modificadas y adaptadas al carácter de sus respectivos climas y países.
He aquí la razón por la cual la llama y el camello difieren, aun perteneciendo a
la misma especie; así como algunas especies de árboles. Además, explica por qué
los indios Iroqueses de Norteamérica y los árabes más antiguos, usan el mismo
nombre cuando se refieren a la constelación de la ‘Osa Mayor’. Las
naciones que vivieron aisladas y a oscuras de su mutua existencia, dividen el
Zodíaco en doce constelaciones, dándoles los mismos nombres. Y los hindúes del
Norte llaman Andes a los Himalayas, como lo hacen los sudamericanos con su
cadena montañosa. ¿Acaso debemos caer en la antigua idea de que la única manera
de poblar el hemisferio occidental era a través del Estrecho de Behring? ¿Tal
vez hay que seguir ubicando un Edén geográfico en oriente?
A donde sea que uno
se dirija en la exploración de las antigüedades americanas, la primera cosa que
nos impacta es la magnitud de estas reliquias que se remontan a edades y a
civilizaciones desconocidas y, luego, su extraordinaria similitud con los
montículos y las antiguas estructuras de la India, de Egipto y también de
algunas partes de Europa. Quien ha visto uno de estos montones de
tierra los ha visto todos. Quien se ha encontrado frente a una de estas
estructuras ciclópeas en un continente, tiene una idea suficientemente exacta
del aspecto de aquellas de otro continente. Basta decir que sabemos aun menos de
la edad de las antigüedades americanas que de las del valle del Nilo, acerca de
las cuales ignoramos casi todo, aunque algunos se piensan que lo saben todo.
Sin embargo, no obstante su forma exterior, su simbolismo es,
evidentemente, lo mismo en Egipto, en la India y en otros lugares. Así,
considerando la gran pirámide de Cheops, el vasto montículo de cuarentena de
metros de altura, situado en la planicie de Cahokia, cerca de St. Louis
(Missouri), cuya longitud y anchura miden casi un kilómetro, y el montículo en
la orilla de Brush Creek, en Ohio, uno no sabe si admirar más la precisión
geométrica elaborada por los maravillosos y misteriosos constructores en la
forma de sus monumentos o el simbolismo oculto que evidentemente buscaban
expresar.
El montículo en Ohio
representa a una serpiente que mide más de mil pies. Se enrosca con gracia en
curvas sinuosas, terminando en una espiral triple en la cola. “El terraplén
que constituye la efigie mide un metro y medio de altura con una base en el
centro del cuerpo de diez metros que va disminuyéndose levemente hacia la
cola“. El cuello está extendido y la boca abierta mantiene, en sus fauces,
una figura oval. Los investigadores escriben: “Este oval, constituido por un
terraplén de un metro y veinte centímetros de altura, tiene un perfil
perfectamente regular y sus diámetros horizontales y verticales miden,
respectivamente, 28 y 2 metros“. El todo representa la idea cosmológica
universal de la serpiente y del huevo. Esta es una deducción fácil.
¿Cómo ocurrió que este gran símbolo de la sabiduría hermética del
antiguo Egipto, estuviera representado en Norteamérica? ¿Cómo es que los
edificios sagrados descubiertos en Ohio y en otros lugares, estos cuadrados,
círculos, octágonos y otras figuras geométricas en los que se reconocen
fácilmente la idea prevaleciente de las cifras pitagóricas sagradas, parecen ser
copiados del Libro de los Números? A pesar del silencio
completo, tocante a su origen, aun entre las tribus indígenas, que por otro lado
han preservado sus tradiciones, la antigüedad de tales ruinas es probada por los
bosques más vastos y más antiguos que crecen en las ciudades enterradas.
Los prudentes arqueólogos americanos
les han asignado generosamente dos mil años. Sin embargo, afirman que:
“probablemente, trasciende el poder de la investigación humana contestar
quién las edificó y si sus artífices emigraron, desaparecieron bajo el yugo de
los ejércitos victoriosos o si fueron aniquilados por alguna epidemia pavorosa o
una hambruna universal”. Los primeros habitantes de México, acerca
de los cuales la historia conoce algo, fueron los Toltecas. Se supone que
vinieron del norte y entraron en el valle del Anáhuac en el séptimo siglo
después de Jesucristo. Se les acredita, también, la construcción de algunas de
las grandes ciudades, cuyas ruinas aun existen en América central, donde se
esparcieron en el siglo once. En este caso, deben haber sido los
escultores de los jeroglíficos tallados en algunas reliquias. Entonces, ¿por qué
el sistema pictórico de escritura de México, que fue usado por los conquistados
y aprendido por los conquistadores y sus misioneros, no provee, aún, ninguna
clave interpretativa para los jeroglíficos de Palenque, Copán y de Perú? Además,
¿quiénes eran y de dónde procedían estos toltecas civilizados? ¿Quiénes son los
aztecas que les sucedieron? Aún entre los sistemas jeroglíficos de México
existen algunos que permanecieron indescifrables para los intérpretes
extranjeros. Estamos hablando de los llamados esquemas de astrología, accesibles
en la colección publicada de Lord Kingsborough, y que se consideran simplemente
como algo puramente figurativo y simbólico: “cuyo uso era limitado a los
sacerdotes y a los vates, y además poseían un significado esotérico“.
Muchos jeroglíficos en los monolitos de Palenque y Copán tienen el mismo
carácter. “Los sacerdotes y los vates” fueron diezmados por los
católicos fanáticos y, por lo tanto, el secreto murió con ellos.
Casi todos los terraplenes
norteamericanos siguen una conformación en forma de terraza y ascienden mediante
amplios escalones, a veces cuadrados, otras hexagonales u octagonales. Sin
embargo se parecen, en todos los aspectos, a los teocallis mexicanos y a los
topes indos, teniendo en cuenta que en la India estos últimos se atribuyen al
trabajo de los cinco Pandavas de la Raza Lunar. Sin duda, la saga nacional india
es el Mahabharata. Es el más popular de todos los libros sagrados. Contiene,
como un interludio, el Bhagavad Gita, el evangelio nacional. Pero, con
ello, es también un poema épico. La historia de la divina encarnación, Krishna,
como es llamada, ha sido sintetizada en una inmensa balada y poema épico militar
de desconocida antigüedad. De este poema épico el tema principal es un conflicto
entre dos familias de primos, los hijos de Pandu y los hijos de Dhritarashtra —o
los Pandavas y los Kauravas, o Kurus—. También los monumentos y los
monolitos ciclópeos en las riberas del Lago Titicaca, en la república boliviana,
se atribuyen a gigantes, los cinco hermanos desterrados procedentes de “más
allá de las montañas“. Adoraban a la luna como su progenitora y
antecedieron a los “Hijos y a las Vírgenes del Sol“.
Nuevamente, es muy obvio que la tradición Aria se intercala con la
sudamericana, en cuanto a las razas lunares y solares: Sûrya Vansa y Chandra
Vansa, vuelven a aparecer en América.
Este lago Titicaca, que
ocupa el centro de una de las cuencas terrestres más notables, se extiende a lo
largo de 257 Km., mientras su anchura oscila entre 80 y 129 Km. A través del
valle del Desaguadero, desemboca en la vertiente suroeste, en otro lago cuyo
nombre es Aullagas y cuyo nivel inferior, probablemente, es regulado por la
evaporación o la filtración, ya que no tiene ninguna salida conocida. La
superficie del lago se encuentra a 3.915 metros sobre el nivel marino y es el
lago más elevado del mundo de su tamaño. Como el nivel de las aguas se ha
reducido mucho en el período histórico, hay buenas pruebas para deducir que una
vez éstas rodeaban al área elevada donde se encuentran las notables ruinas de
Tiahuanaco. Indudablemente, éstos son monumentos indígenas que se
remontan a un período anterior al de los incas, así como los dravidianos y otros
nativos de la India antecedieron a los arios. Aunque, según las
tradiciones Incas, el gran legislador o instructor de los peruanos, Manco Capac,
el Manu sudamericano, difundió su conocimiento e influencia en este centro, los
hechos no corroboran tal declaración. Si, según algunos, allí existía el punto
original de los aymaras o la “raza inca“, entonces, ¿por qué
los incas, los aymaras, que aun hoy viven en las áreas limítrofes del lago, y
los antiguos peruanos, ignoran por completo su historia? No se encuentra ningún
indicio referente a esta historia, excepto una tradición nebulosa según la cual
los “gigantes” construyeron dichas estructuras inmensas en una
noche.
Además, tenemos razones
para dudar que los incas proceden de la raza aymara. Los incas afirman ser los
descendientes de Manco Capac, el hijo del Sol, mientras los aymaras consideran a
este legislador su instructor y el fundador de la era de su civilización. Sin
embargo, tanto los incas del período de la invasión española como los aymaras,
no pudieron probarlo. El idioma de estos últimos difiere bastante del
Quichua, la lengua de los incas. Además, según nos dice el doctor
Heath, los aymaras rechazaron abandonar su idioma cuando los descendientes del
Sol los conquistaron. Las ruinas muestran que son de una antigüedad remotísima.
Algunas construcciones siguen un plan piramidal, análogamente a la mayoría de
los montículos americanos, extendiéndose por varias hectáreas. Mientras las
entradas, las columnas y los ídolos de piedra tan magistralmente tallados,
“representan un estilo escultórico completamente distinto de cualquier otro
resto artístico encontrado en América“, el explorador francés Alcide
D’Orbigny habla de las ruinas con acento entusiasta: “estos
monumentos consisten en un montículo que se eleva por casi 31 metros, rodeado
por columnas de templos cuya longitud cubre entre los 183 metros y los 366
metros. Se abren, precisamente, hacia el oriente y los adornan unas columnas
angulares colosales. Luego se encuentran pórticos compuestos por una sola
piedra, recorridos por relieves magistralmente ejecutados, mostrando
representaciones simbólicas del Sol y del cóndor, su mensajero. Se pueden
observar estatuas basálticas salpicadas con bajorrelieves cuyas cabezas
entalladas son semiegipcias. Al final, el interior del palacio está constituido
por enormes. bloques de piedra completamente cortados, cuyas dimensiones son, a
menudo, 6,4 metros de alto, 3,6 m. de ancho y 1,8 m. de profundidad. En los
templos y en los palacios, las puertas son perpendiculares y no se inclinan como
ocurre con las de los Incas. Sus vastas dimensiones y las masas imponentes que
las constituyen, eclipsan, en belleza y grandeza, todas las construcciones
posteriores de los soberanos de Cuzco“. D’Orbigny, análogamente a
todos sus compañeros exploradores, cree que estas ruinas se remontan a una raza
muy anterior a la de los Incas.
El lago Titicaca guarda, en
sus 8300 km2 de extensión, una historia rica de presencia humana desde hace 4000
años, o más. Incluso tuvo una prisión en medio de la Isla de la Luna o
más conocida por los Aymaras como isla de Coati. En las
reliquias del lago Titicaca se observan dos tipos arquitectónicos distintos. Por
ejemplo: las ruinas de la isla de Coati son muy parecidas a las de
Tiahuanaco. Lo mismo ocurre con amplios bloques de piedra
elaboradamente esculpidos, algunos de los cuales, según los reportes de los
investigadores en 1846. Tienen 0,9 metros de alto, 5,5 m. de ancho y 6 m. de
profundidad. Mientras, en algunas de las islas del Titicaca, existen monumentos
muy grandes “se cree que aquellos de auténtico estilo peruano son los restos
de los templos destruidos por los españoles“. El famoso santuario que
contiene una figura humana pertenece a la primera categoría. Su entrada tiene 3
metros de alto, 4 m. de ancho con una apertura de unos 2 metros por 1 metro, que
se talló en una sola piedra. “La parte oriental tiene una cornisa en cuyo
centro encuéntrase una figura humana de forma extraña, coronada de rayos
intercalados por serpientes con cabezas crestadas. A cada lado de esta figura se
extienden tres filas de secciones cuadradas llenas de imágenes humanas y de otro
género, cuyo diseño es, aparentemente, simbólico …“
Si este templo se
encontrara en la India se atribuiría, indudablemente, a Shiva. Pero está en las
antípodas, donde, según se sabe, ningún sahiva (devotos de Shiva) ni naga (seres
en forma de serpiente), incursionó jamás, aunque los mexicanos indígenas tienen
curiosamente su Nagal (Nagual) o brujo principal y adorador de la
serpiente. “La creencia según la cual, estas ruinas que se elevan
en un punto alto, anteceden cualquier otra conocida en América es corroborada,
entre otros hechos, por las huellas que el agua dejó a su alrededor, dando la
impresión de haber sido, anteriormente, una isla en el lago Titicaca. Además, el
nivel actual del lago ha bajado 41 metros y sus orillas distan más de 19
Km.“. Por lo tanto, todas estas reliquias se atribuyen a la misma
“población desconocida y misteriosa que antecedió a los peruanos,
así como los tulhuatecas o toltecas, antecedieron a los
aztecas. Parece haber sido el centro de la civilización más
elevada y antigua de Sudamérica y de un pueblo que ha dejado los monumentos más
gigantescos que reflejaban su poder y capacidad“. Además, todos
ellos o son Dracontias, templos consagrados a la Serpiente, o dedicados
al Sol.
Las pirámides de
Teotihuacan y los monolitos de Palenque y Copán presentan el mismo aspecto. Las
primeras distan algunos kilómetros de Ciudad de México, en el valle de Otumla, y
se consideran como las más antiguas en este territorio. Las dos principales se
dedicaron al Sol y a la Luna. Se construyeron con piedra cuadrada tallada.
Constan de cuatro niveles y una superficie plana en la cumbre. La más amplia, la
del Sol, tiene 67 metros de altura, su base mide 63 metros cuadrados y se
extiende por una área de 4,5 Hectáreas. Por lo tanto, es equiparable a
la gran pirámide de Cheops. Según Humboldt, la pirámide de
Cholula, que supera la altura de la de Teotihuacan en 3 metros, con una base de
130 metros cuadrados, ¡cubre un área de 18 Hectáreas! Es interesante
leer lo que escribieron los primeros historiadores que las vieron durante la
primera conquista y constatar lo que dijeron sobre algunos de los edificios más
modernos, entre los cuales se encuentra el gran templo de México. Uno de ellos
relata que consta de una inmensa área cuadrada: “rodeada por una muralla de
piedra y cal, cuyo espesor mide 2 metros y medio. La esmaltan almenas y adornos
de muchas figuras de piedra en forma de serpiente“. Cortés muestra que su
recinto podría fácilmente contener 500 casas. “La pavimentación consistía de
piedras pulidas, tan lisas que los caballos de los españoles no podían moverse
sin resbalar”, escribe Bernal Díaz. En esta coyuntura, debemos
recordar que no fueron los españoles, quienes conquistaron a los nativos de
México; sino sus caballos. Este animal jamás se había visto en América.
Entonces, cuando los europeos desembarcaron en la costa, las poblaciones
oriundas, aunque excesivamente intrépidas, “se quedaron atónitas ante la
presencia de los caballos y el estruendo de la artillería“. Así,
dedujeron que los españoles eran dioses y les enviaron seres humanos
como sacrificios. Este pánico supersticioso basta para explicar el
hecho de como un pequeño puñado de hombres pudo conquistar fácilmente unos
países con un sinnúmero de guerreros.
Según Francisco Lopez de
Gomara o Gomera, historiador y sacerdote español, las
cuatro paredes del recinto del templo corresponden con los puntos
cardinales. En el centro de esta área gigantesca se elevaba el gran
templo, una inmensa estructura piramidal de ocho niveles en piedra. La base mide
28 metros cuadrados y todo el edificio se eleva a lo largo de 37 metros, donde
un nivel llano lo secciona. Allí se yerguen dos torres, los santuarios de las
divinidades a quienes se había consagrado: Tezcatlipoca y Huitzilopochtli. Esta
era el área destinada a los sacrificios y donde se mantenía el fuego eterno.
Francisco Xavier Clavijero, historiador y religioso hispano,
nos comunica que, además de esta gran pirámide, existían otras cuarenta
estructuras similares consagradas a varias divinidades. Una se llamaba
Tezcacalli, “la Casa de los Espejos Brillantes”, consagrada a
Tezcatlipoca, el Dios de la Luz, el Alma del Mundo, el
Vivificador y el Sol Espiritual. Las habitaciones de los
sacerdotes, según Agustín de Zárate, eran unas 8 mil. Los seminarios y
las escuelas estaban ubicados en la misma zona. Había una profusión de
estanques, fuentes, arboledas y jardines, donde las flores y las hierbas
aromáticas se cultivaban para usarlas en los ritos sagrados y las decoraciones
del altar. Además, el jardín interno era tan amplio que “8 o 10 mil personas
podían cómodamente danzar durante sus festividades solemnes”, según Antonio
de Solís y Rivadeneyra, escritor, historiados, poeta y dramaturgo español. Tomás
de Torquemada, Inquisidor General de Castilla y Aragón, en el siglo XV, y
confesor de la reina Isabel la Católica, estima que, en México, existían 40 mil
templos de este género. Sin embargo, para Clavijero, que habla del majestuoso
Teocalli mexicano (“las casas de Dios”), rebasan esta cifra.
Las semejanzas que
se destacan entre los santuarios del mundo antiguo y de América son tan
sorprendentes que dejan a Humboldt asombrado: “¡Qué analogías
sorprendentes existen entre los monumentos de los antiguos continentes y los de
los toltecas, los artífices de estas estructuras colosales, pirámides truncas
divididas por secciones, como el templo de Belus en Babilonia! ¿De dónde tomaron
el modelo de estos edificios?“. El eminente naturalista podía haberse
también preguntado: “¿de dónde, habían sacado los mexicanos todas sus
virtudes cristianas, siendo unos paganos?”. Prescott nos dice que: “el
código de los aztecas suscita un profundo respeto merced a sus grandes
principios morales, cuya percepción es tan clara como la que encontramos en las
naciones más civilizadas“. Algunos son muy asombrosos, ya que muestran
cierta similitud con la ética evangélica. Uno dice: “Aquél que mira a una
mujer con demasiada curiosidad, comete adulterio con la mirada“. Otro
declara: “Mantén paz con todo; sobrelleven las injurias con humildad; Dios,
que lo ve todo, les vindicará“. Reconocían un solo Poder Supremo en la
Naturaleza, al cual se dirigían como la deidad: “por la cual vivimos,
Omnipresente, conoce todos los pensamientos y brinda todas las capacidades. Sin
ésta el ser humano es nada. La deidad es invisible, incorpórea, perfecta y pura.
Sus alas nos deparan descanso y una protección segura“.
Edward King, Visconde de
Kingsborough, llamado Lord Kingsborough, (1795 – 1837) fue un anticuario
irlandés que pretendió demostrar que los aborígenes de América eran una
de las diez tribus perdidas de Israel. Reunió y rescató numerosa
bibliografía y documentación facsimilar conteniendo los reportes de los primeros
exploradores de Mesoamérica y de las ruinas mayas precolombinas. Lord
Kingsborough nos dice que, al momento de dar nombre a los niños:
“usaban una ceremonia profundamente similar al rito cristiano del
bautismo. Los labios y el pecho del recién nacido se rociaban
con agua y el Señor imploraba que se limpiara el pecado con el cual se marcó
antes de la fundación del mundo, así que el niño podía nacer nuevamente ….. Sus
leyes eran perfectas; la justicia, la satisfacción y la paz imperaban en el
reino de estos paganos“. Pero esto era antes de que desembarcaran en
Tabasco las tropas españolas de Cortés, acompañadas de los jesuitas. Un siglo de
explotación y conversión forzada, bastaron con trasformar esta población
tranquila, inofensiva y sabia.
Las ruinas de
América Central no son menos imponentes y colosales. Tienen muros muy
gruesos y usualmente tienen amplias escaleras que conducen a la entrada
principal. Cuando están compuestas por diferentes pisos, éstos van en sucesión
desde el más grande al más pequeño, dando a la estructura la apariencia de una
pirámide multinivel. Las paredes frontales son de piedra o estuco y la cubren
figuras simbólicas magistralmente talladas. La parte interna se divide en
pasillos y recámaras oscuras con techos abovedados. Estos techos se sustentan
con piedras imbricadas “constituyendo un arco a punta, cuyo tipo corresponde
con los primeros monumentos del mundo antiguo“. Dentro de algunas cámaras
en Palenque, Stephens descubrió tablillas cubiertas de esculturas y
jeroglíficos, cuyos diseños son hermosos y cuya ejecución es primorosa. John
Lloyd Stephens (1805–1852) fue un explorador, escritor y diplomático
estadounidense. Stephens fue una figura central en la investigación de la
civilización maya, y en la planeación del ferrocarril de Panamá. En un antiguo
bosque en Copán, Honduras, Catherwood y Stephens exhumaron una ciudad completa
con templos, casas y grandiosos monolitos intrincadamente tallados. La
escultura y el estilo general de Copán son únicos y en ningún otro lado se ha
encontrado este estilo o algo parecido, excepto en Quirigua y en las islas del
lago Nicaragua. Nadie puede descifrar las extrañas inscripciones jeroglíficas en
los altares y en los monolitos. Salvo unas pocas obras en piedra no
tallada: “a Copán se le puede atribuir, con certeza, una antigüedad que
supera la de cualquier otro monumento centroamericano conocido“, según se
dice en “La Nueva Enciclopedia Americana”. En el período de la
conquista española, Copán era ya una ruina olvidada, acerca de la cual existían
sólo vagas tradiciones.
Los restos en Perú
de diferentes épocas no son menos extraordinarios. Las ruinas del templo del Sol
en Cuzco son aun imponentes, a pesar del saqueo perpetrado por los
españoles. Si creemos en las narraciones de los mismos conquistadores,
al llegar, se toparon con un castillo fantástico. La enorme muralla circular
rodeaba completamente el templo principal, las capillas y los edificios. Está
situado en el corazón de la ciudad y sus restos provocan, justamente, la
admiración del viajero. Gómez Suárez de Figueroa, apodado Inca Garcilaso de la
Vega, (1539 – 1616) fue un escritor e historiador peruano. “Primer mestizo
biológico y espiritual de América“, “Príncipe de los escritores del
nuevo mundo“, son algunos de los apelativos con los cuales se califica a
este gran cronista mestizo. Perteneció a la época de los cronistas post
Toledanos, durante el período colonial de la historia del Perú. Se le conoce
mayormente por su obra cumbre: Comentarios Reales de los Incas. Según
Garcilaso: “En el sagrado recinto se abrían acueductos. En su interior había
jardines y caminos entre arbustos y flores de oro y plata, para emular las
producciones de la naturaleza. Lo frecuentaban 4 mil sacerdotes… Un área de 200
pasos alrededor del templo era considerada sagrada y a nadie se le permitía el
acceso si no estaba descalzo…. Además de este gran templo, en Cuzco
existían 300 de menor importancia. El celebrado templo de Pachacamac se acerca,
en belleza, al anterior”. Humboldt menciona otro gran templo del Sol:
“en la base de la colina de Cannar se elevaba, en un tiempo, un famoso
santuario al Sol. Lo componía el símbolo universal de esta estrella, que la
naturaleza formaba sobre la superficie de una gran roca“.
Miguel de San Román y Meza,
militar y político peruano, que fue Presidente Constitucional de la República
del Perú en 1862, nos dice que: “los templos de Perú se erigían sobre
tierras altas en la cumbre de las colinas, rodeados por tres o cuatro
terraplenes, uno dentro del otro…. He visto también otras ruinas, especialmente
montículos, circundados por dos, tres y cuatro círculos de piedra. En la
proximidad de la ciudad de Cayambe, en el sitio donde Ulloa vio y describió un
antiguo templo peruano, perfectamente circular y abierto en la cumbre, se
enumeran varios cromlechs de este tipo”. El siguiente extracto procede de
un artículo en el “Madras Times“, en la India de 1876. En sus notas
arqueológicas, J. H. Rivett-Camac nos informa sobre algunos montículos
particulares en el área circunvecina de Bangalore: “Cerca del pueblo hay,
por lo menos, cien cromlechs visibles. Los rodean círculos de piedra, algunos
con tres o cuatro círculos concéntricos. Uno, cuya apariencia resalta de forma
particular, consta de cuatro círculos de piedra amplia a su alrededor. Los
indígenas lo llaman ‘Pandavara Gudi’ o templos de los Pandas [...] Se supone que
éste sea el primer ejemplo que, según la imaginación popular de los oriundos,
una estructura de tal género se atribuye a una raza remota si no mítica. A
muchas de estas estructuras las rodea un círculo de piedra triple, doble o
único”. En el grado 35 de latitud, aun hoy los indígenas de Arizona
tienen altares circundados exactamente por estos círculos y su fuente sagrada
está rodeada por las mismas murallas simbólicas como las que encontramos en
Stonehenge y en otros lugares. Este descubrimiento se debe al Mayor
Alfred E. Calhoun, del Ejército estadounidense.
El relato más interesante
y completo sobre las antigüedades peruanas, procede del ya mencionado Edwin. R.
Heath. Logra presentar una imagen magistral y vívida de la riqueza de estas
reliquias. Más de un especulador se ha enriquecido, en pocos días, profanando
las “huacas” (sitios de sepultura). Ahora, los
sacrílegos cazadores de tesoros dejan saqueados, bajo la luz del sol tropical,
los restos de innumerables generaciones de razas desconocidas, que reposaron
ahí, tranquilamente, quien sabe por cuantas edades. Vale la pena
insertar las conclusiones de Heath, quizá más sorprendentes que sus
descubrimientos. He aquí una breve exposición de lo que describió: “En el
valle Jeguatepegue en Perú, en el grado 70 y 24′ latitud sur, cuatro millas al
norte del puerto de Pacasmayo, se desliza el río Jeguatepegue. En el área
limítrofe, tras de la orilla meridional, encuéntrase una plataforma elevada un
cuarto de milla cuadrada y cuarenta pies de alta, toda de adobe. Una pared de
cincuenta pies la conecta con la otra. Tiene 150 pies de altura, mide 200 pies
de ancho en la cumbre y 500 en la base. Es casi un cuadrado. Esta última fue
construida en secciones de cámaras, cuya base es diez pies cuadrados, seis pies
encima y casi ocho pies de alto. Todos los montículos del mismo tipo, templos
para adorar al sol o ciudadelas, tienen, en el lado septentrional, una
inclinación que sirve de entrada. Los buscadores de tesoros han abierto medio
camino en ésta y se dice que encontraron ornamentos de oro y plata por valor de
150 mil dólares… Este fue el lugar de sepultura para millares de hombres y,
además de los esqueletos, se encontraron abundantes adornos de oro, plata,
bronce, perlas de coral, etc… En la parte septentrional del río, se extienden
las ruinas de una ciudad fortificada, con seis millas de largo y dos de ancho
[...] Al seguir el río hasta la montaña, uno tropieza con una profusión de
ruinas y huacas“.
La cuenca del Chotano es
una zona estudiada principalmente por Ruth Shady y Daniel Morales. Pacopampa, se
encuentra en la margen izquierda del río Chotano, tributario del río Marañón. En
Pacopampa se ha identificado entierros funerarios en chullpas cuadrangulares,
así como importantes piezas cerámicas. En las excavaciones realizadas por Shady,
en el centro ceremonial de San Pedro de Pacopampa y otros establecimientos de la
zona, fueron encontrados entierros humanos pertenecientes a las fases
Pacopampa-Machaypungo, Pacopampa-Pacopampa y Pacopampa-Chavín. Además halló
ofrendas de cerámica, en los entierros de las fases Pacopampa-Pacopampa y
Pacopampa-Machaypungo, mencionando que son sencillos. Llega a la
conclusión que la edificación de una estructura piramidal imponente, la
utilización de cristales de roca, la aplicación de pigmento rojo a los
cadáveres, el culto a los muertos, la colocación invertida o fragmentada de la
cerámica en las ofrendas, entre otros rasgos aún no bien reconocidos, sugieren
la existencia, en los Andes del norte de Perú, de creencias y prácticas
rituales, como las referidas para diferentes lugares del mundo. Y
menciona, que ellas forman parte de comportamientos tradicionales de larga
duración, derivados de un mundo de creencias. Daniel Morales investigó en el
sitio de Pacopampa.
Una de las fases corresponde a la
adopción del felino en la cerámica, como la representación del contexto de las
creencias mágico-religiosa, la cual responde a un proceso avanzado de desarrollo
de la producción, fundamentalmente en la agricultura, las representaciones de
Pacopampa en este caso tienen una tradición y estilo que puede ser encontrado en
la Costa Norte con los nombres de Tolón y Tembladera, en Jequetepeque o
Cupisnique, en Chicama, llegando hasta Ocucaje, en Ica. Morales menciona, que el
centro ceremonial (Pacopampa), es el eje de un conjunto de sitios distribuidos y
jerarquizados por niveles de altitud. Y menciona, que el patrón alargado del
centro ceremonial descrito, tiene los siguientes componentes: forma de una
pirámide truncada, formada por tres plataformas en forma de terraza en la colina
del cerro. Cada plataforma, inferior, media y superior tiene una plaza
cuadrangular hundida con escalinatas de acceso, y cada acceso a las plazas tenía
un pórtico de columnas que sostenían un dintel con representaciones
iconográficas. En el tercer nivel o plataforma superior se dan los mejores
acabados arquitectónicos y, adicionalmente, se presenta un atrio de doce
columnas de piedra labrada. En otros elementos arquitectónicos, existe
una red de canales subterráneos, los que hacen presumir la existencia de
galerías subterráneas como en Chavín. Morales llega a la conclusión,
que el centro ceremonial de Pacopampa, tiene una conformación dual y tripartita,
como base de la estructura social e ideológica de esta sociedad.
En Tolón se yergue otra
ciudad en ruinas. Si ascendemos cinco millas a lo largo del río:
“encontramos una roca desprendida de granito, cuyos diámetros miden cuatro y
seis pies y está salpicada por jeroglíficos. Si proseguimos por 14 millas más,
una vertiente de la montaña donde convergen dos desfiladeros, está cubierta, a
lo largo de cincuenta pies de altura, con la misma clase de jeroglíficos:
pájaros, peces, serpientes, gatos, monos, hombres, el sol, la luna y muchas
formas extrañas y ahora ininteligibles. La piedra sobre la cual se esculpieron
es arenisca de silicio y muchas líneas tienen un espesor de un octavo de
pulgada. En una piedra muy grande, se notan tres agujeros profundos de veinte o
treinta pulgadas. El orificio tiene un diámetro de seis pulgadas, mientras el
ápice es de dos [...] En Anchi, en el río Rimac, sobre la superficie de una
pared perpendicular, a 200 pies sobre el lecho del río, hay dos jeroglíficos que
representan una B imperfecta y una D perfecta. En un intersticio debajo
de ellos, cerca del río, se descubrieron oro y plata por valor de 25 mil
dólares. Cuando los Incas se enteraron del asesinato de su jefe, ¿qué hicieron
con el oro que traían para su rescate? Se rumora que lo enterraron
[...] ¿Quizá estos signos en Yonan nos digan algo; ya que se encuentra en el
camino y cerca de la ciudad Inca?“
Lo que antecede se publicó
en noviembre de 1878, mientras que en octubre de 1877, Helena Blavatsky, en su
obra “Isis sin Velo“, explica una leyenda: En Arica, viniendo
de Lima, se yergue una piedra enorme que según la tradición era la tumba de los
Incas. Tan pronto como los últimos rayos del sol se ponen y tocan la superficie
de la roca, afloran jeroglíficos curiosos inscritos sobre ella. Estos caracteres
constituyen una de las indicaciones que muestran como llegar a los inmensos
tesoros sepultados en pasillos subterráneos. Los detalles se encuentran
en “Isis sin Velo“. Ahora, en varias obras científicas, se constata la
prueba tajante que corrobora lo antes dicho. Algunas millas más allá de Yonan,
en un cerro de una montaña a 213 metros sobre el río, se elevan las murallas de
otra ciudad. A unos 10 Km. más allá, se extienden murallas y terrazas. A 125 Km.
de la costa, “si uno se encarama tortuosamente a lo largo de las faldas de
la montaña hasta 2.134 metros y después desciende 610 metros“, llega a
Coxamolca, la ciudad donde, hasta la fecha, se encuentra la casa en que Pizarro
encarceló a Atahualpa, el desafortunado inca. Es la casa que, en 1532, el Inca
“prometió llenar de oro hasta la cumbre, a cambio de su libertad“.
Así, fiel a su promesa, la llenó de oro por valor de más de 17 millones
de dólares. Pero Pizarro, meritorio acólito del cura Hemando de Lugues, lo mató,
a pesar de que había dado su palabra de honor de dejarlo libre.
A 5 Km. de esta ciudad, se eleva una muralla cuyo material constituyente
es desconocido. Si es cemento, es más duro que la piedra misma. En
Chepen hay una montaña con una muralla que tiene veinte pies de alto y la cumbre
es casi toda artificial. Cincuenta millas al sur de Pacaomayo, entre el puerto
de Huanchaco y Truxillo, se hallan las ruinas de Chan-Chan, la capital del reino
Chimoa. La calle que se origina en el puerto, extendiéndose hasta la ciudad,
atraviesa estas ruinas, que se suceden unas a otras, pudiendo ser observables
cuando se entra por un camino empedrado que se eleva más de 1 metro sobre el
terreno. Debajo de éste hay un túnel. Aun cuando sean ciudadelas, castillos,
palacios o lugares de sepultura llamados “huacas“, todos se designan
con el nombre “huaca“. Cuando uno vaga a caballo por estas ruinas
durante horas, se forma una idea imprecisa y ningún explorador, allí, puede
indicar los que eran palacios y los que no. Los recintos más elevados deben
haber requerido una inmensa cantidad de trabajo.
A fin de dar una
idea de la riqueza que los españoles encontraron en el país, copiamos los
siguientes extractos de Heath, entresacados de los archivos de la municipalidad
en la ciudad de Truxillo. Es un duplicado de las cuentas accesibles en
el libro de los Quintos de la Tesorería en los años 1577 y 1578 de los
tesoros que un sólo hombre encontró en la “Huaca de Toledo“.
“Primero. El 22 de julio de 1577, en Truxillo Perú, Don García
Gutiérrez de Toledo se presentó a la tesorería real para entregar a la caja real
un quinto. Trajo una barra de oro de 19 quilates cuyo peso era 2.400 dólares
españoles y cuyo quinto eran 708 dólares en conjunción con el 1.5% para el
aquilatador principal. Todo esto fue depositado en la caja real. Segundo. El 12
de diciembre, apareció con 5 barras de oro de 15 y 19 quilates y cuyo peso era
8.918 dólares. Tercero. El 7 de enero de 1578, se presentó con su quinta barra
larga y platos de oro, cuyo número era 115. Eran de entre 15 y 20 quilates y
pesaban 153.280 dólares. Cuarto. El 8 de marzo, trajo 16 barras de oro de entre
14 y 21 quilates, cuyo peso alcazaba 21.118 dólares. Quinto. El cinco de abril,
trajo distintos ornamentos de oro: pequeñas fajas, patrones de maíz y otras
cosas de 14 quilates, cuyo peso era 6.272 dólares. Sexto. El 20 de abril, trajo
tres pequeñas barras de oro de 20 quilates, cuyo peso correspondía a 4.170
dólares. Séptimo. El 12 de julio, vino con 47 barras de 14 y 21 quilates, cuyo
peso era 777.312 dólares. Octavo. El mismo día volvió con otra porción de oro y
adornos de maíz y fragmentos de efigies de animales, cuyo peso era 4.704
dólares”.
“El total de
estas entregas correspondía a 278.174 dólares de oro u onzas españolas. Si se
multiplica por 16, obtenemos 4.450.784 dólares de plata. Si deducimos el quinto,
que es el impuesto real de 985.953,75 dólares, constatamos que la porción de
Toledo correspondía a 3.464.830,25 dólares”. Aun después de este
gran botín, de vez en cuando se encontraban efigies doradas de diferentes
animales. Se exhumaron mantos adornados con fragmentos cuadrados de oro y
también túnicas de plumas multicolores. Según una tradición, en la huaca de
Toledo existían dos tesoros cuyos nombres eran el pez grande y el pequeño. Se ha
localizado sólo el segundo. Entre Huacho y Supe, esta última ubicada a 193 Km.
al norte de Callao, cerca de un punto llamado Atahuangri, se yerguen dos enormes
montículos símilares a la Campana de San Miguel del Valle Huático. A
cinco millas de Patavilca (al sur y cerca de Supe), existe una localidad llamada
‘Paramonga‘ o el fuerte. Aquí son visibles las ruinas de una ciudadela
muy extensa, cuyas paredes son de arcilla templada y cuyo espesor es de casi 2
metros. El edificio principal se sitúa en una elevación, pero las murallas
continuaban hasta sus faldas, análogamente a circunvalaciones comunes y
corrientes. La subida se deslizaba alrededor de la colina como un laberinto
compuesto por muchos ángulos que, probablemente, servían de obras exteriores de
defensa. En estos parajes, se han desenterrado muchos tesoros que los
indios prehistóricos deben haber ocultado; ya que no tenemos ninguna prueba de
la ocupación Inca de esta parte de Perú.
No muy distante de Ancón, a lo largo
de un trayecto de unos 11 Km., a cada lado se ven cráneos, piernas, brazos y
esqueletos completos, esparcidos en la arena. En Parmayo, 22 Km. hacia el norte
y en la orilla marina, se encuentra otro gran cementerio. El territorio
contiene millares de esqueletos que los buscadores de tesoros
desenterraron. Se extiende por más de 800 metros, alcanzando la parte
anterior de la colina que desde el nivel marino llega a la altura de casi 244
metros. ¿De dónde proceden estos centenares de millares de esqueletos
sepultadas en Ancón? El arqueólogo se hace constantemente tales preguntas a las
cuales puede sólo encoger sus hombros y repetir, con los indígenas actuales:
“¿Quién sabe?“. El 30 de octubre de 1872, el Dr. Hutchinson
escribe, en el “Times” del Pacífico Sur: “He llegado a la
conclusión que Chancay es una gran ciudad de muertos o ha sido un inmenso osario
peruano. En efecto, a donde uno vaya: a la cima de una montaña, en una planicie
o en la ribera, se encuentran siempre cráneos y huesos de todas
clases“.
En el valle Huatica, con
una gran extensión de ruinas, hay 17 montículos llamados “huacas“. Se
parecen más a ciudadelas o castillos que a lugares de sepultura. La ciudad está
rodeada por una muralla triple. Generalmente tienen un espesor de casi tres
metros y una altura de unos 6 metros. En la vertiente oriental, se yergue el
enorme montículo llamado Huaca de Pando y las grandes ruinas de la
ciudadela que los oriundos llaman Huaca de la Campana. La Huaca de
la Campana y la Huaca de Pando consisten en una serie de
montículos. La extensión de territorio que cubren es incalculable y
forman una aglomeración colosal. El montículo “Campana” mide
34 metros. Hacia la dirección de Callao, existe una meseta cuadrada (254 metros
de largo y 88 metros de ancho), en cuya cumbre se notan ocho gradaciones de
declive, cada cual es casi dos metros más baja que la siguiente. El total en
longitud y amplitud mide casi 254 metros, según los cálculos de J.B. Steere,
profesor de Historia Natural de Michigan. La meseta cuadrada, anteriormente
mencionada, consta de una base con dos divisiones, cada una de las cuales mide
un cuadrado perfecto de 44 metros. En su intersección forman un cuadrado de 88
metros. Además de esto, hay otro cuadrado de 44 metros. Nuevamente, en la
cumbre, vuelve la misma simetría de medida. Casi todas las ruinas en este valle
tienen la misma característica, que es un enigma para el investigador. ¿Es un
accidente o un diseño?
El montículo es un cono de
pirámide y se calcula que contiene una masa de 117.436 metros cúbicos de
material. La “Ciudadela” es una estructura enorme que mide 24 metros de
alto y 137 metros de largo. En la cumbre se nota el esbozo de cuatro cuadrados
muy amplios llenos de tierra. ¿Quién trasladó esta tierra aquí? ¿Con qué
objetivo se llenó? El trabajo de llenas todo este espacio con tierra,
debe haber sido equiparable a la construcción del edificio mismo. Siguiendo un
camino de unos 3 Km. hacia el sur, encontramos otra estructura similar, más
espaciosa y con un número mayor de apartamentos. Se extiende por casi 155
metros, es de 154 metros de ancho y mide 30 metros de altura. Todas estas ruinas
están circunscritas por altas murallas de tabique, algunos de los cuales tienen
un espesor, una extensión y una anchura de casi 2 metros. La “Huaca de la
Campana” contiene casi 572.666 metros cúbicos de material, mientras la de
“San Miguel“, 726.446 metros cúbicos. Estos dos edificios con sus
terrazas, parapetos, baluartes y un gran número de cuartos y cuadrados, ¡ahora
están llenos de tierra! Cerca de “Miraflores” se encuentra Ocheran, el
montículo más grande en el valle Huatica. Se eleva hasta 29 metros y la cumbre
mide 50 metros, totalizando 391 metros en longitud. Una muralla doble la
circunda, cuya longitud es 746 metros y cuya amplitud es 640 metros,
circunscribiendo 107 metros. Entre Ocharas y el océano, se extienden unos 15 o
20 grupos de ruinas como las que acabamos de mencionar.
El templo inca del Sol,
análogamente al de Cholula en las planicies mexicanas, es una especie de amplia
pirámide con terrazas de tierra. Su altura es de unos 90 metros y forma una
silueta semilunar que se extiende por casi un kilómetro. Su cumbre mide casi 4
hectáreas. Muchas de las paredes están teñidas de rojo, color que ha mantenido
su vivacidad y brillantez a pesar de los siglos pasados desde que se aplicó. En
el valle Canete, frente a las Islas Chincha Guano, hay muchas ruinas
descritas por Ephraim George Squier (1821 – 1888), periodista, diplomático y
arqueólogo aficionado estadounidense, que publicó varios libros sobre América
Central. En la colina llamada la “Colina de Oro“, se encontraron
alfileres de cobre y de plata como los que las damas usan para asegurar sus
mantones. Además hallaron, junto con copas de plata, pinzas para el pelo de las
pestañas y de las cejas. El señor Heath explica que la costa de Perú se
extiende de Tumbey al río Loa, una distancia de 1985 Km. Esta amplia faja de
territorio está recorrida por millares de ruinas, además de las
mencionadas. En casi toda colina y cima montañosa se encuentran algunas
reliquias pasadas y en cada precipicio, de la costa hasta la meseta central, se
observan ruinas de murallas, ciudades, ciudadelas, lugares de sepulturas y
muchos kilómetros de terrazas y acueductos.
Todo esto se extiende a
través del altiplano hasta la vertiente oriental de los Andes, llegando hasta
los hogares de indios salvajes, en una selva desconocida e impenetrable. Sin
embargo, en las montañas, donde hay constantes tempestades de lluvia y nieve,
con truenos y rayos terribles, las ruinas son diferentes. Estas estructuras
macizas, colosales y ciclópeas, compuestas por granito, cal porfidica y arenisca
silícea, han resistido la desintegración del tiempo, la transformación
geológica, los terremotos y la mano profana y destructora del guerrero y del
buscador de tesoros. La estructura que compone estas murallas, templos, casas,
torres, ciudadelas o sepulcros no está cementada y mantiene su posición gracias
a la inclinación de las paredes y a la adaptación de cada piedra al lugar que le
corresponde. Las piedras constan de seis lados o más, cada una entallada
y pulida para encajar con las otras, con tal precisión, que la hoja de un
pequeño cortaplumas no puede insertarse en ninguno de los intersticios así
formados, ya sea en las partes centrales totalmente ocultas o en las superficies
internas o externas. Estas piedras, cuya elección no dependía de la
uniformidad en forma y tamaño, varían de 14 decímetros cúbicos a 43 metros
cúbicos de contenido sólido. Y si en los varios millones de piedras se
encontrara una que pudiese ocupar el lugar de otra, sería puramente una
casualidad. En la ‘Calle del Triunfo‘ en la ciudad de Cuzco, en una
sección de la pared de la antigua casa de las Vírgenes del Sol, se
encuentra una roca muy grande conocida como la ‘piedra de las doce
esquinas’; ya que se une con las que la rodean mediante doce superficies,
cada una de las cuales tiene un ángulo distinto. Además de estas doce caras,
consta de una interna y nadie sabe cuántas hay en la parte posterior, que está
oculta.
En la muralla del centro de
la ciudadela de Cuzco, se encuentran piedras que miden 4 metros de alto, 4,6
metros de largo y 2,5 metros de ancho. Y todas proceden de pedreras distantes
varios kilómetros. En la proximidad de esta ciudad, existe una gran piedra
pulida cuyo eje mayor mide 5,5 metros y el menor 3,6 metros. En un lado se han
tallado grandes nichos que pueden acomodar a un hombre erecto y, al oscilar su
cuerpo, éste mece la piedra. Aparentemente, tales nichos se hicieron con este
único propósito. Una de las obras en piedra más maravillosa y colosal es la que
se llama Ollantay-Tambo, una ruina situada 48 Km. al norte de Cuzco, en
una estrecha hondonada a la orilla del río Urumbaba. Consiste de una ciudadela
edificada en la cumbre de una elevación inclinada y escarpada. Una escalera de
piedra se extiende del ápice hasta la planicie de abajo. En la cima de la
escalera se encuentran, codo a codo, seis gruesas losas que tienen 3,6 metros de
alto, 1,5 metros de ancho y casi 1 metro de espesor. Entre ellas y encima,
tienen una sucesión de piedras cuya amplitud mide casi 1,8 metros y cuya forma
se adecua a las losas gruesas y todas son de piedra levigada. En la parte llana
de la colina, parcialmente hecha a mano y al término de las escaleras, hay una
muralla de piedra cuya amplitud es 3 metros, la altura 3,6 metros y se extiende
a lo largo de la planicie por un buen tramo. Contiene muchos nichos todos
dirigidos hacia el sur.
A menudo, se han
descrito las ruinas de las Islas del Lago Titicaca como el lugar de origen de la
historia inca. De todas las muestras y restos que sobrevivieron
de esa misteriosa edad en que convivieron el hombre y gigantes -que es
mencionado por el Códice Vaticano y con registros del mismo Calendario Azteca-
el más impactante es el de la Misteriosa civilización de
Tiahuanaco, situada en otra altiplanicie fabulosa a
4.000 metros, en América del Sur. Su tradición, más o menos perdida ya, habla
de una raza de señores desaparecida, de hombres gigantescos y blancos,
venidos de lejos, surgidos de los espacios, de una raza de Hijos del
Sol. Reinaba y enseñaba allí, hace milenios. Desapareció de golpe, pero
volverá. En todos los lugares de la América del Sur, los europeos que iban en
busca de oro conocieron esta tradición del hombre blanco y se aprovecharon de
ella. Sus deseos de conquista fueron auxiliados por el más grande y misterioso
recuerdo. En Tiahuanaco, algunas millas al sur del lago, hay piedras en forma de
columnas, parcialmente talladas y situadas en línea, a una cierta distancia
entre ellas y cuya elevación de la tierra oscila alrededor de los 6 metros. En
esta misma línea se encuentra una entrada monolítica ahora rota, la cual tiene 3
metros de alto y 4 metros de ancho. El espacio usado para crear la puerta mide
más de 2 metros de alto y casi 1 metro de ancho. La superficie total de la
piedra sobre la puerta está esculpida. Otra similar, pero más pequeña, yace en
el terreno detrás de ésta. Dichas piedras son pórfido duro y, geológicamente,
difieren de las rocas circundantes, por lo tanto, deducimos que debían haber
sido transportadas de alguna otra parte.
En Chavin de
Huantar, una ciudad en la provincia de Huari, se encuentran algunas ruinas
que vale la pena mencionar. Se tiene acceso a ellas mediante una callejuela
techada con arenisca parcialmente tallada, cuya altura supera los 3,6 metros. A
cada lado hay cuartos de 3,6 metros de ancho, cuyo techo son amplios trozos de
arenisca cuyo espesor mide medio metro y cuya anchura tiene unos 2,7 metros. Las
paredes de los cuartos tienen 1,8 metros de espesor y constan de algunas
aberturas, probablemente para la ventilación. En el piso de este pasaje, se abre
una entrada muy angosta que conduce a un túnel subterráneo que se desliza tras
del río, desembocando al otro lado. De esta gran cantidad de huacas, se hallaron
muchas copas de piedra, instrumentos de bronce y plata y un esqueleto de un
indio sentado. La mayor parte de estas ruinas se encontraban sobre acueductos.
El puente para alcanzar estos castillos está constituido por 3 piedras de
granito tallado. Algunas de las piedras de granito están cubiertas por
jeroglíficos. En Corralones, a 39 Km. de Arequipa, hay jeroglíficos
esculpidos en masas de granito que parecen haber sido pintados con creta.
Retratan imágenes de hombres, llamas, círculos, paralelogramos, las
letras R y O y los vestigios de un sistema astronómico. En Huyatar, en
el condado de Castro Virreina, existe un edificio con las mismas esculturas. En
Nazca, en la provincia de Ica, se yerguen algunas maravillosas ruinas de
acueductos. Constan de una piedra no tallada muy recta, doblemente amurallada y
pavimentada con lajas encima. Últimamente, en Quelap, no muy distante de
Chochapayas, se han examinado algunas obras muy extensas. Una muralla que mide
170 metros de ancho, más de 1 km. de largo y 45 metros de alto. La parte
inferior es sólida. Otra muralla situada sobre la anterior, mide 182 metros de
largo, 152 metros de ancho y 46 metros de alto. Encima de ambas murallas se
encuentran nichos, que contienen los restos de los antiguos habitantes, algunos
desnudos, otros envueltos en chales de algodón de colores distintos y
primorosamente bordados.
Al seguir la entrada de la
segunda y más alta muralla, se encuentran otros sepulcros similares a pequeños
hornos. En la base hay lastras sobre las cuales reposaban algunos cadáveres. En
el lado norte, en la rocosa vertiente perpendicular de la montaña, se eleva, a
183 metros del fondo, una muralla de piedra con ventanillas. La
magistral construcción, los utensilios de oro y plata que se encontraron aquí y
la genialidad y solidez de esta obra gigantesca de piedra tallada, hacen
probable que date del período preincaico. En las 1932 km. a lo largo de
las cuales se extiende Perú, se encuentran 500 barrancos, 16 kilómetros de
terrazas de 50 filas por cada precipicio, que serían sólo cinco millas de 25
filas por cada lado. Así tendremos la astronómica cifra de 402.576
kilómetros de murallas de piedra con una altura media de más de 1 metro, lo
suficiente para circundar la Tierra diez veces. A pesar de lo
sorprendente que estas estimaciones pueden parecer, existe el convencimiento que
su medida efectiva podría ser más del doble que la cifra en nuestras manos hoy;
ya que estas hondonadas tienen una longitud que oscila entre 48 y 161
kilómetros. En San Mateo, una ciudad en el valle del río Rimac, las montañas
alcanzan una altura de unos 610 metros sobre el nivel del río. Ahí pueden
contarse 200 filas, ninguna de las cuales medía menos de 6 Km. de largo y muchas
superaban los 10 Km.
Entonces, Heath pregunta
justamente: “¿Quién era esta gente que perforó 97 kilómetros de
granito, trasladó bloques colosales de pórfido duro, transportándolos por millas
de su lugar de procedencia, a través de valles, situados a millares de metros de
profundidad, sobre las montañas, a lo largo de las planicies, sin dejar huella
de cómo o a dónde las llevaban?” Esta era gente que, según se
dice, desconocía el uso de la madera y el único animal de carga era la débil
llama. Así, después de haber transportado estas rocas, las convertían en piedras
con precisión increíble. Estos seres terraplenaron millares de
kilómetros de faldas montañosas, construyendo colinas de adobe y tierra y
ciudades enormes. Dejaron obras de arcilla, piedra, bronce, plata y oro, muchos
de los cuales no pueden ser duplicados actualmente. Estas personas competían con
los Devas de la India en riqueza, con Hércules en fuerza y energía y con las
hormigas y las abejas en laboriosidad. Callao fue sumergida y
completamente destruida en 1746. Lima fue derruida en 1678. En 1746, sólo 20
edificaciones de entre 3 mil permanecieron erectas, mientras las antiguas
ciudades en los valles de Huatica y Lurin se conservaron en un estado
relativamente bueno. San Miguel de Puiro, fundado por Pizarro en 1531, fue
completamente destruido en 1855, mientras las ruinas cercanas fueron levemente
afectadas. Arequipa fue arrasada en agosto de 1868, sin embargo, las
ruinas adyacentes permanecieron intactas. Por lo menos en el campo de
la ingeniería, el presente puede aprender del pasado y esperamos mostrar que
esto es válido en muchas otras cosas.
Hacer remontar todas estas
construcciones ciclópeas al período inca es, como ya mostramos, una
incongruencia más patente y una falacia más grande que la muy común de atribuir
todo templo de piedra en la India a los budistas. Según muestran muchas
autoridades, entre ellas el doctor Heath, la historia inca data del siglo once,
período que, desde el tiempo de la conquista, es totalmente insuficiente para
explicar tales obras grandiosas e innumerables. Al mismo tiempo, los
historiadores españoles no saben mucho acerca de ellas. Además, debemos tener
presente que en aquel entonces, los católicos más fanáticos execraban los
templos paganos y cada vez que se les presentaba la oportunidad, los convertían
en iglesias cristianas o los arrasaban. Otra fuerte objeción a la idea, deriva
del hecho de que los incas no poseían un idioma escrito, mientras estas antiguas
reliquias están repletas de jeroglíficos. “Es cierto que el Templo del Sol
en Cuzco es de origen inca; pero éste es el estilo arquitectónico más reciente
entre los cinco visibles en los Andes, cada uno representando, probablemente,
una edad de adelanto humano“. Es posible que, para nuestros criptógrafos,
como para los incas, los jeroglíficos peruanos y centroamericanos han sido, son
y permanecerán como letra muerta. Los incas, análogamente a los antiguos
chinos y mexicanos bárbaros, conservaban sus archivos por medio de un quipus (o
nudo). Este era una cuerda que medía varios metros, compuesta por hilos
multicolores a la cual se colgaba una orla policroma. Cada color indicaba un
objeto sensible y los nudos servían de cifras.
Prescott dice: “La misteriosa
ciencia del quipus suministraba a los peruanos los medios para comunicar sus
ideas entre ellos y para transmitirlas a la posteridad [...]“. Sin embargo,
cada localidad se valía de su método para interpretar estos elaborados archivos.
Así, un quipus era inteligible sólo en el lugar donde se guardaba. Heath
escribe: “De las tumbas se han exhumado muchos quipus cuyos colores y
tejidos se encontraban en un excelente estado de conservación. Pero los labios
capaces de pronunciar la clave verbal han cesado para siempre su función y el
buscador de reliquias no ha logrado notar el lugar exacto donde cada uno fue
encontrado, así, los archivos que podrían comunicamos elocuentemente lo que
deseamos saber, permanecerán sellados hasta que sea revelado todo en los últimos
días [...]“. Siempre que, entonces, se revele algo. Ello será posible
mientras nuestras mentes estén agudamente receptivas a algunos hechos altamente
sugestivos, como lo son los incesantes descubrimientos de la arqueología, la
geología, la etnología y otras ciencias.
La convicción casi
irreprimible de que el ser humano ha vivido en la tierra durante millones de
años, hace que de la teoría de los ciclos, con el ascenso y la destrucción de
innumerables civilizaciones y razas, sea la única alternativa
plausible. ¿Quién puede decir si las artes y las ciencias de los
antepasados de estos salvajes adelantaban a las de la civilización presente, aun
siguiendo, quizá, otro rumbo? La respuesta la tienen sólo estos antepasados, que
pueden haber vivido y prosperado en la civilización más elevada antes del
período glacial. Ahora se ha probado científicamente que el ser humano
ha vivido en América por lo menos desde hace 50 mil años. H.A. Albutt,
miembro Honorario de la Sociedad Real de Antropología, dijo: “Cerca
de New Orleans, en una parte del delta moderno, mientras se excavaba para la red
de gas, se perforó una serie de lechos casi completamente constituidos por
materia vegetal. Durante la excavación, a una profundidad de unos 5 metros de la
superficie y bajo cuatro bosques sepultados y encabalgados, los trabajadores
descubrieron un poco de carbón de leña y el esqueleto de un hombre, cuyo
cráneo se atribuyó al tipo de raza india aborigen y, según el doctor Dowler, se
remontaba a 50 mil años“. El ciclo irreprimible en el curso del
tiempo, diezmó a los descendientes de los contemporáneos del difunto habitante
de este esqueleto. Además, degeneraron intelectual y físicamente, como el
lagarto del plesiosauro y el elefante actual de su orgulloso y monstruoso
antecesor, el Sivatherium antediluviano, cuyos fósiles aun se
encuentran en los Himalayas.
¿Por qué el ser humano debería ser la
única especie en la tierra, cuya forma jamás cambió desde que apareció, por
primera vez, en este planeta? La imaginada superioridad de cada generación
humana sobre la anterior, es aun infundada para que nos impida aprender, algún
día, que la teoría es una cuestión dicotómica: por un lado del ciclo hay un
progreso incesante y por el otro una decadencia irresistible. Un científico
moderno escribe: “Aun con respecto al conocimiento y al poder, se puede
decir que el avance, que según ciertos individuos es la característica típica de
la humanidad, afecta a personas excepcionales que surgen en algunas razas sólo
bajo circunstancias favorables y es muy compatible con largos lapsos de
inmovilidad y aun de declinación“. El doctor Heath escribe: “¡Cuán
lejos de su grandeza deben haber estado los incas cuando un puñado de 160
hombres pudo penetrar, indemne, en sus casas en las montañas, matar a sus
adorados reyes, a millares de sus guerreros y expoliarlos de sus riquezas.
Además, en un país donde ¡unos hombres armados con piedras pudieron resistir con
éxito a un ejército! ¿Quién podría reconocer en los actuales indios quichua y
aymara a sus nobles antecesores?“. Esta es la opinión del doctor
Heath y su convicción de que en un tiempo, América, Europa, Asia, África y
Australia estaban unidas. Deben existir ciclos geológicos y físicos así
como intelectuales y espirituales. Los planetas, análogamente a las razas y a
las naciones, nacen, crecen, se desarrollan, declinan y mueren. Grandes naciones
se escinden, esparciéndose en pequeñas tribus; pierden toda reminiscencia de su
integridad y, paulatinamente, retroceden al estado primitivo, desapareciendo, en
sucesión, de la faz de la Tierra.
Lo mismo ocurre con los grandes
continentes. En un tiempo, Ceilán debe haber formado parte del continente indo.
Así, parece ser que España estaba unida a África y el angosto canal entre
Gibraltar y África debió ser tierra firme. Gibraltar tiene monos de la misma
especie que en la costa africana; mientras que en el resto de España no hay
simios en ninguna parte. También las cuevas de Gibraltar están llenas de
huesos humanos gigantescos, avalando la teoría de que pertenecen a una raza
humana antediluviana. El doctor Heath menciona la ciudad de Eten,
situada en el grado 70 de latitud sur, en América, donde los habitantes
de una tribu desconocida hablan un idioma monosilábico que los trabajadores
emigrantes chinos entendieron desde su primer día de llegada. Tienen
sus leyes, costumbres y vestidos. No entablan, ni permiten que se entable, una
comunicación con el mundo externo. Nadie puede decir de dónde provienen, ni
cuándo llegaron, ya sea antes o después de la conquista española. Son un
misterio para todos los que tienen la oportunidad de visitarlos. Estos hechos
son capaces de desconcertar a la ciencia y mostrar nuestra completa ignorancia
del pasado.
El doctor Heath, que nos ha
proporcionado un elocuente número de hechos, hace las siguientes reflexiones:
“Hace 13 mil años, Vega o Lyra era la estrella polar. Desde entonces,
¡cuántos cambios ha visto nuestro planeta! Cuántas naciones y razas han nacido,
han tocado los pináculos de su esplendor y después han decaído. Cuando hayan
pasado 13 mil años desde nuestra desaparición, la estrella polar habrá asumido,
otra vez, su posición original en el norte, completando un ‘Año Platónico o un
Gran Año’ ¿y ustedes piensan que los humanos de entonces sabrán más acerca de
nuestra historia de lo que sabemos nosotros sobre las civilizaciones pasadas? En
verdad, podríamos exclamar, en términos casi salmistas: ‘Gran Dios, Creador y
Director del Universo, ¿qué es el hombre para que Tú lo cuides tanto?’” ¡Amén!
Debería responder un ser que aun cree en un Dios “Creador y Director del
Universo“. Dicho lo anterior, ahora podemos introducir algunas de las
razones por las cuales creemos en la historia de la Atlántida y de Mu,
continentes sumergidos. Tenemos, como prueba, las tradiciones más
antiguas de las poblaciones más heterogéneas que vivieron en continentes
distantes: las leyendas en la India, en la antigua Grecia, en Madagascar,
Sumatra, Java y todas las islas principales de la Polinesia y de las
Américas. Ya sean los salvajes o las tradiciones literarias más ricas
en el mundo, la literatura sánscrita de la India, convienen en decir que, en un
pasado remoto, en el océano Pacífico existía un gran continente que, debido a un
seísmo geológico, se sumergió.
Creemos que la mayoría de
las islas, si no todas, del archipiélago malayo hasta la Polinesia, son
fragmentos de un inmenso continente de antaño, ahora sumergido. La Malaca y la
Polinesia, que yacen en los antípodas del océano Pacífico y que se supone que no
pudieron haber trabado alguna relación o saber de la existencia mutua, poseen,
todavía, una tradición común en todas las islas y los islotes, según la cual,
sus respectivos continentes se extendían por un amplio tramo en el mar; en el
mundo existían sólo dos inmensos continentes: uno habitado por seres amarillos y
el otro por negroides. Y el océano, obedeciendo a la orden de los dioses y para
castigarlos por sus incesantes peleas, los sumergió. Es un hecho geográfico que
la distancia entre Nueva Zelandia, Sandwich y las Islas de Pascua llega hasta
unos 7000 kilómetros. Y, según parece, ni ellas, ni ninguna isla intermedia,
tales como las Marquesas, Sociedad, Fiji, Tahiti, Samoa y otras, pudieron
comunicarse desde que se convirtieron en islas y antes de la llegada de los
europeos; ya que las poblaciones indígenas desconocían la brújula. De
todos modos, en cada una de estas islas se sostiene que sus respectivos países
se extendían hacia occidente, rumbo a la vertiente asiática. Además, todos
hablan dialectos dimanantes, evidentemente, del mismo idioma y, debido a las
pequeñas diferencias, pueden entenderse sin muchos problemas.
Tienen las mismas creencias religiosas, las mismas supersticiones y
costumbres muy parecidas. Puesto que pocas islas polinésicas fueron
descubiertas antes del siglo pasado, Europa desconocía la existencia del océano
Pacífico hasta los días de Colón. Y los isleños jamás cesaron de repetir las
mismas antiguas tradiciones desde que los europeos pisaron sus riberas, por lo
que parece una deducción lógica que la teoría expuesta se acerca a la
verdad.
Se denomina monogenismo a
la doctrina antropológica que defiende que todos los individuos de la especie
humana descienden de una única pareja inicial. La postura opuesta, es decir, la
suposición de que existieron más de un primer hombre y una primera mujer se
conoce con el nombre de poligenismo. Los monogenistas afirman que las planicies
de Asia Central fueron el centro donde apareció la raza humana. Desde este
lugar, oleadas sucesivas de emigrantes se instalaron en los lugares más
recónditos del mundo. No es una sorpresa que los antiguos chinos, hindúes,
egipcios, peruanos y mexicanos, que en un tiempo habitaban en el mismo lugar,
muestren similitudes muy marcadas en ciertos puntos de su vida. La proximidad de
los dos continentes a través del estrecho de Behring, se supone que permitió a
los emigrantes efectuar el pasaje de Asia a América. Un poco hacia el sur, está
la corriente de Tassen, que abre una gran ruta para los navegadores asiáticos.
Los chinos han sido una nación marítima desde la antigüedad remota y puede ser
que sus barcos se asemejasen a los del navegador portugués Cabral, capaces de
llegar a la costa americana. Sin embargo, omitiendo todas las cuestiones de
posibilidades y accidentes, sabemos que los chinos descubrieron la aguja
magnética ya en el 2.000 a.C. Con su ayuda y la de la corriente de Tassen, no
debe haberles resultado difícil llegar a América.
En efecto, según nos
informa Paz Soldán en su “Geografía de Perú“, establecieron una pequeña
colonia en este país y “al finalizar el quinto siglo, los misioneros
budistas enviaron misiones religiosas para que llevaran sus doctrinas a
América“. Helena Blavatsky no pone en entredicho la afirmación de que:
“jamás ocurrió una sumergimiento de tierra tan gigantesca capaz de producir
el océano Atlántico y Pacífico“; ya que no pretende sugerir nuevas teorías
sobre la formación de los océanos, los cuales pueden haber mantenido su posición
actual desde que aparecieron. Sin embargo, continentes enteros pueden
haberse subdividido en fragmentos parcialmente sumergidos, dejando un sinnúmero
de islas como parece que aconteció con la Atlántida cuando se hundió.
En algún período prehistórico y mucho antes de que La Tierra tuviese naciones
llamadas civilizadas, Asia, América y tal vez Europa, pertenecían a una vasta
formación continental unida por istmos como el Estrecho de Behring o por sábanas
de tierra mucho más amplias. Al mismo tiempo, Blavatsky no niega a los
monogenistas, según los cuales, Asia Central es la cuna de la humanidad, sino
que deja tal tarea a los poligenistas. De todos modos, en los 2 artículos
titulados “La Tierra, ¿es un planeta
peligroso?”, expongo algunas nuevas teorías sobre las relaciones entre
distintos continentes en el pasado.
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