jueves, 3 de mayo de 2012
MUERTE Y REENCARNACIÓN
Me hubiera gustado ser médico. Pienso que es una labor maravillosa: estar a la puerta de la vida en la que todo bebé entra llorando y, sobre todo, coger con amor la mano del moribundo que se dispone a abandonarla, para decirle que no tenga miedo, dudas o desesperanza, puesto que nada malo le acecha en ese tránsito.
En ese momento decisivo en el que va a emprender el “último viaje”, trataría de convencerle de que han mentido todos aquellos que tratan de inculcar a tantos, la idea de la nada tras la muerte física o que esperen espantosos infiernos con temibles demonios. Porque ahora es cuando será verdaderamente libre, y “al otro lado” sólo encontrará verdaderos amigos y parientes que le precedieron, indiferentes por completo a las ideologías que tanto confunden a los hombres de “este lado”, con su “ego” dispuesto a ser impuesto siempre al de su prójimo, que también pretende conseguir lo mismo.
Me hubiera gustado ser médico, vuelvo a decir. Pero, al ser otra mi función en este mundo, que también ha llenado largos años de mi vida, he debido conformarme y buscar senderos del conocimiento, donde pude encontrar un párrafo escrito en el tiempo inmemorial de las galaxias e impreso en los corazones de los que son ajenos al tiempo como límite y al espacio como contención. Tal vez sea adecuado transcribirlo:
“El hombre sabio salió a ver atardecer sobre los campos. Se detuvo frente a la mies y vio que las espigas estaban maduras. Por un extremo del sembrado, el espectro de la muerte había comenzado la siega, blandiendo la guadaña de izquierda a derecha, rítmicamente. Hasta el hombre sabio llegaba el miedo de la mies que faltaba por segar, pero las espigas que yacían en tierra ya no temían a la muerte, porque esperaban una nueva sementera.”
Yo no creo en la muerte, ni le tengo el menor miedo. Temo más al dolor, a la preocupación y a las perturbaciones que pudiera originar, en el transcurso del proceso, a los seres que me rodean y me quieren. Particularmente, a los que no saben o no asimilan la Verdad, que son los que más sufren.
Yo creo que la vida va hacia la muerte, sí; pero, la muerte, a su vez, va hacia la vida. Yo pienso que todo cambia, salvo la Ley que determina la eternidad de lo creado. Yo siento que todo es hoy y todo será mañana. El mañana será diferente, pero también será siempre, el todo de ayer, con nuevas formas, nuevos colores, nueva linfa, nueva conciencia, nueva vida y nueva obra. Yo estoy seguro de que la muerte empuja a la vida hacia nuevos senderos más luminosos, y que la verdadera vida emerge de la muerte. Despojándola de los hábitos materiales, deviene real y existente, sabedora de ser una sola cosa con la vida del Cosmos. Yo veo a la muerte, pues, como una amiga generosa.
Creo también en la multiplicidad de vidas, es decir, en la reencarnación sucesiva de la entidad espiritual de cada uno. Una sola vida, como única ocasión, no resuelve las comparaciones injustas entre un rico y un pobre, un sano y un enfermo, un hermoso y un contrahecho, un sabio y un imbécil, un normal y un deficiente psíquico, el que vive noventa años y el que muere a los siete días de nacer…Entre otras muchas. No tiene el menor sentido.
Yo sé y creo, que todo ser humano tiene que volver repetidas veces, por lo menos siete en cada generación, sin que pueda tener conciencia de ello, para que las pruebas de una vida no puedan influir ni interferir en la de otra, más allá del empuje espiritual de lo aprendido en la anterior, válido para la siguiente, a nivel inconsciente. Creo que esa es la Ley que rige la economía de la Causa y el Efecto, la Ley que instruye los mecanismos del Juicio personal y la Justicia. Yo creo, que cada uno de nosotros es juez de sí mismo y ha de someterse a la Ley del Karma, de la que nadie puede escaparse.
Esta Ley me dice bien claro: Que lo que siembre, recogeré. Y lo que recoja ahora, marcará el destino de mi mañana. Lo que yo haga hoy a los otros, mañana otros me lo harán. En esta vida o en otra posterior. Si siembro cebollas, no puedo esperar recoger rosas. Quien mata, no puede impedir que le maten. Quien roba, no puede evitar ser robado. Quien odia, será odiado. Quien traiciona, recibirá la misma moneda. Una vida vivida justamente no dejará de tener el premio de la felicidad y la paz.
Los que sufren tribulaciones en esta vida, no las sufren por casualidad. La casualidad no existe. Sí, la causalidad. Por eso, si yo trabajo para los otros, mañana los otros trabajarán para mí, y si yo alivio a otros de sus cargas en esta vida, es inevitable que los otros, después, me aliviarán a mí. Esa es, repito, la Ley de Causa y Efecto, que tantas veces viola la Ciencia si conciencia. Porque esa es la Ley de la Justicia de Aquél que yo siento en lo Profundo.
Yo seré el juez más severo de mis propias acciones, una vez desencarnado. Entonces, seré yo el que elegiré para la próxima existencia, las pruebas para purgar mis culpas no canceladas, así como el lugar donde habré de desarrollarlas y los seres con los que habré de relacionarme, que, en su mayoría, serán los mismos de otras existencias con funciones diferentes. Todo en consonancia con las necesidades de la programación: mía y de los demás.
Se me podría preguntar por qué venir tantas veces, si se ve a la gente repetir siempre las mismas cosas, cometer siempre los mismos errores. La verdad es que la Creación es una continua emanación, un caminar de infinitos seres, por múltiples caminos de aprendizaje, desde su proceso larvario hasta su logro angélico. Cada uno de nosotros está en el lugar que le corresponde por su grado de evolución y siempre debe ir esforzándose para ascender camino de la Divinidad. Salvo algunos, relapsos, que prefieren retroceder y volver a empezar. Esos tardarán mucho más tiempo.
Como uno de mis trabajos, en esta vida de ahora, ha sido la de ser Maestro de niños, trataré de explicar la necesidad reencarnativa con una comparación a ese nivel, en la misma forma que me fue contada por mi gran amigo Eugenio Siragusa, ya difunto:
Un niño fue por primera vez a la escuela. Era muy pequeño y sus conocimientos no pasaban de la experiencia infantil. Su Maestro (que era Dios) le puso en la primera clase y le pidió que aprendiera las siguientes lecciones:
. No matarás.
. No harás daño a ningún ser viviente.
. No robarás.
El niño, ese día, aprendió a no matar, pero aún era cruel y robaba. Al final de la jornada le había salido barba y era de color gris. Entonces su Maestro le dijo:
“Has aprendido a no matar, pero no has aprendido las otras lecciones. Vuelve mañana.”
Al día siguiente volvió. Nuevamente era un niño. Y su Maestro (que era Dios) lo puso en una clase más adelantada y le dio otras lecciones para aprender:
. No debes hacer daño a ningún ser viviente.
. No debes robar.
. No debes mentir.
También en ese día dejó de ser cruel, pero le volvió su barba gris y aún seguía robando y mentía. Al final del día, su maestro le dijo:
“Has aprendido a no ser cruel con tus semejantes, pero no has aprendido las otras lecciones. Vuelve mañana.”
Al día siguiente volvió de nuevo y seguía siendo niño. Su Maestro (que era Dios) le puso en una clase otro poco más adelantada y le dio estas lecciones para aprender:
. No robarás.
. No mentirás.
. No debes desear lo que pertenece a los otros.
Aprendió a no robar, pero aún mentía y deseaba lo de los otros. Tuvo que volver. Y, así, mientras le quedaban lecciones por aprender, su Maestro (que era Dios) le decía una y otra vez:
“Vuelve, pequeño mío. Vuelve mañana.”
He aquí, lo que yo he leído en los rostros de los hombres, en el libro del mundo, en las estrellas del cielo.
Sé que yo, y sólo yo, seré el artífice de mi destino. Sea para bien o para mal, yo trazo hoy el sendero que recorreré mañana, y en esta existencia edificaré la próxima. Mi Yo Superior, Ese que Soy en verdad dentro de este cuerpo de carne que utilizo ahora, sobrevivirá siempre en la eternidad. No puedo hacerme ninguna ilusión de poder escapar a los efectos de la causa que haya provocado, ya sea negativa o positiva. Los efectos posteriores serán más duros para mí, si las causas que los hayan producido se repiten, desobedeciendo a la conciencia iluminada por la consciencia. Yo sé que errar es imprescindible para conocer. Sin embargo, perseverar conscientemente en el error, significa ir al encuentro de pruebas durísimas, cargadas de dolor y de sufrimientos difícilmente evitables. El mal que yo cometa como consecuencia de la repetición pertinaz de las causas negativas, no me será perdonado por quien preside la ley evolutiva de las cosas creadas. Por eso, me es tan necesario conocer y asimilar esta verdad eterna, si quiero ascender hacia la real felicidad del sublime Bien.
Así pues, mi vida de hoy la edifiqué ayer, y la vida de mañana la edifico hoy. Tengo plena conciencia de esto.
Un atento saludo.
JOSÉ GARCÍA ÁLVAREZ
Pulpí - España
"Yo creo que la vida va hacia la muerte, sí; pero, la muerte, a su vez, va hacia la vida. Yo pienso que todo cambia, salvo la Ley que determina la eternidad de lo creado. Yo siento que todo es hoy y todo será mañana"
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