MARIA MAGDALENA
LA ESCOGIDA Y LA INICIADA
“Aconteció después, que Jesús iba por todas las ciudades y aldeas,
predicando y anunciando el evangelio del reino de Dios.
Lo acompañaban los doce apóstoles y algunas mujeres que habían
sido sanadas de espíritus malos y de enfermedades: María, que se llamaba Magdalena, de la que habían salido siete demonios”
(Lc 8,1-2)
En la mañana del miércoles 9 nos levantamos temprano como para aprovechar al máximo el día, yendo primero a que el grupo conocieran la Tumba del Jardín, que sería el lugar verdadero de la resurrección de Jesús. Ese lugar de gran belleza natural es conocido como «The Garden Tomb» (la Tumba del Jardín) o «El Calvario de Gordon», porque tal fue el apellido del militar inglés Charles Gordon que lo adquirió para realizar excavaciones en 1867, por su cercanía con una colina en forma de cráneo o calavera, llevándolo a descubrir la tumba en 1891. A éste increíble paraje, que correspondería al verdadero huerto de Getsemaní, se llega saliendo de la ciudad antigua en dirección norte por la puerta de Damasco (la puerta del corazón que correspondería al cuarto chakra simbolizado por una cruz verde de cuatro lados iguales), caminando unos doscientos metros en línea recta, y luego doblando a la mano derecha (hacia el Este), ingresando por un humilde y largo callejón; al fondo del cual se encuentra también sobre el lado derecho, una puerta que conduce a un jardín. Este jardín delimita por un lado con una colina que posee un cementerio musulmán, y en donde se ubica la Gruta conocida como de Jeremías, al pié de la cual está la estación de autobuses árabe. En el lugar, en el siglo XIX se encontró un amplio jardín, con una gigantesca cisterna y una prensa para vino. Además, apareció una tumba que fue excavada y resultó estando vacía, la piedra redonda que debía rodar sobre el canalón de roca al pié de la entrada había desaparecido, y en el frente, sobre la puerta, en la roca tenía grabados símbolos cristianos del primer siglo, señal clara de veneración. Se veía también que en el exterior, del lado derecho se había roto la pared de piedra para ampliar la habitación interior y permitir un mayor ingreso de visitantes al lugar. Al respecto los evangelios nos indican que José de Arimatea prestó su tumba sin estrenar para colocar allí el cuerpo de Jesús, y que ésta tumba era amplia, pudiendo entrar en su interior varias personas paradas, lo cual es allí visible, además la vibración en ese sitio es indescriptible.
Al ser los primeros en ingresar en el interior de la tumba, pudimos recorrerlo completamente con los ojos, las manos y el corazón, pudiendo estar dentro como grupo todo junto y solo durante mucho tiempo, viviendo cada cual sus propias experiencias espirituales que tal como se veía en los rostros de todos, marcarían su vida.
Las lágrimas abundaron, al igual el silencio...
“Después de esto, José, el de Arimatea, pidió permiso a Pilatos para llevarse el cuerpo de Jesús. José era un seguidor de Jesús, aunque en secreto por miedo a los judíos. Pilatos le dio permiso, y José fue y se llevo el cuerpo. También Nicodemo, el que una noche fue a hablar con Jesús, llegó con unos treinta kilos de un perfume, mezcla de mirra y aloe. Así pues, José y Nicodemo tomaron el cuerpo de Jesús y lo envolvieron con vendas empapadas en aquel perfume, según la costumbre que siguen los judíos para enterrar a los muertos. En el lugar donde crucificaron a Jesús había un huerto, y en el huerto un sepulcro nuevo donde todavía no habían puesto a nadie. Allí pusieron el cuerpo de Jesús porque el sepulcro estaba cerca y porque ya iba a empezar el día de reposo de los judíos” (Jn 19, 38-42)
No era difícil visualizar a José de Arimatea y algunos servidores suyos fieles a él, junto con Juan el evangelista, María Magdalena y las hermanas de Lázaro, acompañando a la Virgen María, y desafiando la impureza de haber asistido a un linchamiento y tener contacto directo con un muerto en plena Pascua. El cortejo fúnebre llevó el cuerpo recogido en el sudario en una triste procesión después de haber bajado el cuerpo de la cruz, dirigiéndose a este lugar, muy cercano al Gólgota. Eran entonces las cinco de la tarde pasadas del día Viernes del año 26 de nuestra Era (Jesús nació 7 años antes de la fecha establecida), y había que apurarse en colocar el cuerpo en la tumba porque ya atardecía iniciándose el sábado, debido a que los días judíos empiezan por la tarde <> dice el Génesis 1,5.
“Y José (Arimatea) tomó el cuerpo, lo envolvió en una sábana de lino limpia, y lo puso en un sepulcro nuevo, de su propiedad, que había hecho cavar en la roca. Después de tapar la entrada del sepulcro con una gran piedra, se fue” (Mt 27,59-61)
El apuro con el que lo colocaron en el interior de la tumba impidió que se le untaran los ungüentos con los que se lavaría el cuerpo y se le perfumaría, los cuales fueron dejados dentro de la tumba y a un lado de la puerta. La Madre como despedida besó la frente del malogrado hijo, y todos los asistentes desafiando las leyes judías (que condenan el tocar un cadáver en Pascua y en sábado) besaron a su vez las cadavéricas manos del Rabí de Galilea. José de Arimatea como era la costumbre había colocado dos monedas de un leptón (monedas romanas de baja denominación) con el símbolo del “Liptus” o báculo de Poncio Pilatos sobre los párpados del cadáver, influencia y costumbre greco-romana que habría de servir para pagarle al barquero (la muerte) para cruzar el río de la muerte.
Concluido esto, el lugar fue desalojado y se fue cerrando la tumba empujando los sirvientes la pesada rueda de piedra ubicada en un rústico canalón, hasta que la visión del interior desapareció por completo. El cuerpo quedaba solitario cubierto de sus sangrantes heridas, mientras que la pesadumbre acompañaba al cortejo que sufría de otra y más profunda soledad, la interior. Juan abrazando a María la Virgen iba liderando aquel grupo humano que abandonaba entristecido el huerto apurando el paso para volver a los hogares.
“El día de reposo, los jefes de los sacerdotes y los fariseos fueron juntos a ver a Pilatos, y le dijeron:
-Señor, recordamos que aquel mentiroso, cuando aún vivía, dijo que después de tres días iba a resucitar. Por eso mande usted a asegurar el sepulcro hasta el tercer día, no sea que vengan sus discípulos y roben el cuerpo, y después digan a la gente que ha resucitado. En tal caso la última mentira sería peor que la primera.
Pilatos les dijo:
-Ahí tienen ustedes soldados de la guardia. Vayan y aseguren el sepulcro lo mejor que puedan.
Fueron pues, y aseguraron el sepulcro poniéndole un sello sobre la piedra que lo tapaba; y dejaron allí los soldados de la guardia” (Mt 27,62-66)
Al cabo de un rato llego la guardia de legionarios romanos a resguardar la tumba debido a las reiteradas exigencias de Caifás y Anás formuladas a Pilatos, bajo el pretexto de que los apóstoles probablemente robarían el cuerpo y dirían que había resucitado. Estos endurecidos y corpulentos soldados integraban la legión romana acantonada en Judea, integrada en gran parte por desertores, delincuentes de las grandes ciudades romanas, asesinos condenados y uno que otro soldado profesional caído en desgracia o venido a menos por envidias o deudas.
Se ubicaron delante de la tumba haciendo turnos para vigilar los alrededores. Y así transcurrió la noche del viernes, todo el día sábado, y en la madrugada del domingo que vendría a ser el tercer día (el domingo había empezado en la tarde del sábado), en el interior de la tumba ocurrió algo extraordinario.
“Pasado el día de reposo, cuando ya amanecía el primer día de la semana, María Magdalena y la otra María fueron a ver el sepulcro. De pronto hubo un fuerte temblor de tierra, porque un ángel del Señor bajó del cielo y, acercándose al sepulcro, quitó la piedra que lo tapaba y se sentó sobre ella. El ángel brillaba como un relámpago, y su ropa era blanca como la nieve. Al verlo, los soldados temblaron de miedo y quedaron como muertos. El ángel dijo a las mujeres:
-No tengan miedo. Yo sé que están buscando a Jesús, el que fue crucificado. No está aquí, sino que ha resucitado, como dijo. Vengan a ver el lugar donde lo pusieron. Vayan pronto y digan a los discípulos: Ha resucitado, y va a ir a Galilea antes que ustedes; allí lo verán. Esto es lo que yo tenía que decirles” (Mt 28,1-10)
El cuerpo que yacía ubicado y extendido en un cubículo excavado en la piedra de la gruta, envuelto por delante y por detrás en el sudario de Lino de Palmira Siria, de 4.36 metros de largo por 1.10 metros de ancho, y con un peso aproximado de un kilo y medio, comenzó a la levitar, y luego estuvo vibrando alcanzando la velocidad del sonido, que produjo un terrible estampido haciendo saltar la piedra circular del canalón, a continuación y casi inmediatamente el cuerpo alcanzó la velocidad de la luz transformándose en luz, y desapareciendo (el cuerpo paso al hiperespacio o más allá de las dimensiones conocidas como la cuarta dimensión).
¿Cómo explicar lo que ocurrió? Hubo allí fuerzas incomprensibles para nuestro entendimiento procedentes de otras realidades. Lo que sí está claro es que la tela estaba pegada al cuerpo por la sangre y sudor secados en contacto con la piel. De haberle quitado el sudario al cuerpo, la tela se habría desgarrado. Por ello lo que ocurrió fue que de pronto por la vibración alcanzada, de cada una de las células de ese cuerpo salió un fotón, una emisión de luz que imprimió por delante y por detrás tipo negativo fotográfico (imagen al revés) la tela, chamuscándola en su superficie y dejando una impresionante huella radioactiva.
El estampido de luz y de sonido fue tal que la piedra circular que funcionaba como tapa del sepulcro salto de la canaleta. Los soldados quedaron conmocionados y deslumbrados por lo acontecido, huyendo del lugar.
“Mientras iban las mujeres, algunos soldados de la guardia llegaron a la ciudad y contaron a los jefes de los sacerdotes todo lo que había pasado. Estos jefes fueron a hablar con los ancianos, para ponerse de acuerdo con ellos. Y dieron mucho dinero a los soldados, a quienes advirtieron:
-Ustedes digan que durante la noche, mientras ustedes dormían, los discípulos de Jesús vinieron y robaron el cuerpo. Y si el gobernador se entera de esto, nosotros lo convenceremos de, y a ustedes les evitaremos dificultades.
Los soldados recibieron el dinero e hicieron como se les había dicho. Y esta es la explicación que hasta el día de hoy circula entre los judíos” (Mt 28, 11-15)
Muy temprano por la mañana los guardias del Sanedrín se enteraron de lo que los romanos comentaban entre copas, advertidos Caifás y Anás tuvieron que improvisar. Ya no importaba si el Rabí de Galilea había o no resucitado, lo importante era salvar su religión y sus puestos, por lo que pagaron una buena suma de dinero a los soldados para que guardaran silencio. Lo que no pudieron conseguir es que aceptaran decir que se habían dormido durante la guardia, y que en ese momento habían aprovechado los apóstoles para robar el cuerpo del Maestro. Dormirse en una guardia era condenarlos a una corte marcial.
Se busco entonces reclutar inmediatamente a alguna persona que por su apariencia se asemejara lo más posible a Jesús, cosa que no era fácil porque Jesús era alto (1.81 mts). Así se inició una rápida e improvisada búsqueda del impostor de entre los cientos de miles de judíos que dormían en tiendas de campaña en los alrededores de la ciudad Santa y que habían venido de los cuatro rumbos del Imperio Romano para participar de las fiestas de la Pascua. Toda ésta gente no había encontrado cobijo ni en la ciudad Santa ni en las poblaciones cercanas.
Esta persona seleccionada de emergencia para cubrirle la espalda a los sacerdotes sería muy bien pagada, instruyéndola rápidamente para ponerlo al día sobre la personalidad y detalles de la vida de Jesús, siendo embarcado junto con un escriba en la primera caravana que saliera de Jerusalén para que se marchara lo más pronto y más lejos posible, declarando en el camino que él era Jesús, que quisieron matarlo pero que logró salvarse.
Este impostor, sí que existió y llegó a establecerse en Srinagar en Cachemira, donde había un importante cruce de caminos y lugar de paso de caravanas. Allí se ubicó fácilmente en medio de la pequeña comunidad judía local. Con el tiempo, este personaje cometió un pequeño error: se desposó, tuvo hijos y nietos (Jesús era célibe); y claro está, más adelante murió, quedando su tumba en la actualidad en el lugar, la cual puede ser visitada. Pero no es el sepulcro de Jesús el hijo de María, sino la de este falso Jesús.
Pasamos largo tiempo en el lugar y entre los bellos jardines que lo rodeaban, meditamos y alimentamos el espíritu con una sublime paz y profundo regocijo, reviviendo cada uno de los pasajes evangélicos de la pasión. Realmente es indescriptible el sin fin de sensaciones que uno percibe allí. Pero la imagen que más se repetía en ese momento en nuestra mente, era la escena del encuentro de Jesús resucitado cuando se le aparece a María Magdalena en la entrada de la tumba, y ella no lo reconoció de inmediato.
“El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro muy temprano, cuando todavía estaba oscuro; y vio quitada la piedra que tapaba la entrada” (Juan 20, 1-2).
“María se quedó afuera, junto al sepulcro, llorando. Y llorando como estaba, se agachó para mirar dentro, y vio dos ángeles vestidos de blanco, sentados donde había estado el cuerpo de Jesús; uno a la cabecera y otro a los pies. Los ángeles le preguntaron:
-Mujer, ¿por qué lloras?
Ella les dijo:
-Porque se han llevado a mi Señor, y no sé dónde lo han puesto.
Apenas dijo esto, volvió la cara y vio allí a Jesús, pero no sabía que era él. Jesús le preguntó:
-Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?
Ella, pensando que era el que cuidaba el huerto, le dijo:
-Señor, si usted se lo ha llevado, dígame dónde lo ha puesto, para que yo vaya a buscarlo.
Jesús entonces le dijo:
-¡María!
Ella se volvió y le dijo en hebreo:
-¡Rabuni! (que quiere decir: “Maestro”)
Jesús le dijo:
-No me toques, porque todavía no he ido a reunirme con mi Padre. Pero ve y di a mis hermanos que voy a reunirme con Él, que es mi Padre y Padre de ustedes, mi Dios y Dios de ustedes. Entonces María Magdalena fue y contó a los discípulos que había visto al Señor, y también les contó lo que él le había dicho” (Jn.20, 11-18)
¿Por qué se le apareció primero a María Magdalena? ¿Quién era ella para que disfrutara de ese honor? ¿Por qué ella no lo reconoció de inmediato?
Ciertamente fue María Magdalena y las hermanas de Lázaro quienes con un valor y amor superior al de los apóstoles, se aventuraron contra todo riesgo a ir a la tumba del Maestro para cubrir su cuerpo con los perfumes y completar el embalsamamiento. ¿Pero, por qué antes que nadie fueron ellas las testigos de los ángeles en la tumba y de la resurrección?
María de Magdala es señalada en los evangelios tanto canónicos como apócrifos como discípula de Jesús. Su nombre de Magdalena, hace referencia a su lugar de origen Magdala en la costa occidental del Lago Tiberíades. Según el evangelio de Lucas ella fue curada por Jesús porque tenía siete demonios. La tradición cristiana equivocadamente la relaciona con la mujer adúltera (Jn 8,3-11), o con la mujer cuyo nombre no se menciona, que en Betania, en la casa de Simón el Leproso, unge con perfume los pies del Maestro y los enjuga con sus cabellos (Lc 7, 36)
La Magdalena no era cualquier persona, era una persona valiente y fiel, una mujer llena de fe y de gratitud hacia su Salvador. Ella contra toda costumbre (por cuanto las mujeres eran siempre postergadas) fue iniciada por Jesús en el conocimiento del reino, escuchando directamente las enseñanzas más profundas al lado de los discípulos, por cuanto fue considerada como tal.
María Magdalena fue la primera discípula mujer que siguió a Jesús, llegando a ser un baluarte de la comunidad cristiana. Pero ella nunca llegó a ser su pareja sentimental como algunos pretenden, llegando incluso a afirmar en el extremo del disparate que la pintura del refectorio de Milán, de Leonardo Da Vinci no representa la última cena, sino las bodas de Jesús con María Magdalena. Jesús era célibe, había hecho votos de nazireato, de castidad y celibato y jamás tendría relaciones sexuales con una mujer. En los tiempos de Jesús los hombres usaban pelo corto y turbante, Jesús usaba el pelo largo y no usaba turbante, ¿por qué? Por sus mismos votos de hombre santo y puro. Además, la pintura de Leonardo se enmarca en el arte del Renacimiento, en donde se solían pintar a los jóvenes varones con rasgos femeninos; para muestra basta el cuadro de Rafael Sanzio “La Academia”, donde los discípulos de los sabios matemáticos y filósofos griegos quienes lucen viejos y calvos, por contraste aparecen jóvenes con blondas cabelleras y con rasgos evidentemente femeninos, cuando las mujeres estaban prohibidas de participar allí. Era pues el estilo del arte de aquel entonces. Otro ejemplo verificable es el cuadro que pinto Leonardo de Juan el Bautista, donde luce el profeta como una seductora mujer semi desnuda con el cabello frisado al estilo actual.
En el mural de la última cena, todos los presentes están en la actitud propia de la sorpresa cuando Jesús anuncia que uno de ellos lo va a traicionar, y que aparece con la bolsa de monedas en la mano. Decir que no es la última cena por la calidad de las túnicas (que son evidentemente renacentistas), o porque hay una mujer al lado de Jesús.
Qué pena que investigadores serios se presten al juego del comercio y especulen aprovechándose de una campaña millonaria de promoción de unos escritos sospechosamente tendenciosos y manipuladores que se valen de la ignorancia de la gente en temas de arte y cultura.
Por la tarde nos dirigimos hacia Belén, lugar del nacimiento del Maestro, pasando previamente por un restaurante para comer los deliciosos “falafel” (albóndigas de habas y harina), servidos con una salsa especial llamada “hummus” realizada con puré de garbanzos, zumo de limón, “tahine” (que es pasta de sésamo); y acompañados con ensalada dentro de un caliente y fresco pan pita (árabe). ¡Una verdadera delicia!
Para llegar a Belén desde Jerusalén, tuvimos que pasar la revisión de los puestos de control de la policía y el ejército israelí, por cuanto se encuentra en el territorio de la autonomía Palestina. La zona es un paisaje irregular de colinas y terrazas con olivos, densamente poblado en la actualidad. Su nombre “Beit Lehem” se traduce como “la casa del pan”, y es una zona que desde hace miles de años conserva su tradición de ser zona de pastores de ovejas. Fue la población donde nació un pastor de ovejas que llegaría a ser muy famoso, y quien sería tiempo después ungido como el rey. El era David, quien con un valor inigualable y mucha fe venció al gigante Goliat de los filisteos; y mil años más tarde, también otro pastor, pero de almas nació allí: Jesús el Cristo.
Un edicto del César Octavio Augusto con la finalidad de efectuar un censo, llevó a José y a su familia a tener que trasladarse a Belén para empadronarse. La administración romana quería mejorar su sistema de recaudación tributaria, y por ello obligó a la gente a tener que desplazarse a sus lugares de origen. Así, María que estaba embarazada tuvo que aventurarse a un riesgoso viaje a lomo de burro, sobreviniéndole los dolores de parto antes de llegar al poblado. Por tanto, no sería cierto que llegaron a Belén y no encontraron posada, por cuanto tenían allí parientes, y porque los judíos son muy hospitalarios entre sí, con mayor razón al contemplar el estado de embarazo de la Virgen. La inminencia del parto habría conducido a José – anciano ebanista y viudo, padre de varios hijos- hacia unas grutas que servían de pesebre a los pastores, para que colocando a la muy joven María en su interior sobre una mantas , ella descansara, mientras enviaba a algunos de sus hijos- mayores de edad que María- a buscar una partera al pueblo.
El Belén actual es muy pintoresco, dedicado en gran parte a la artesanía y al turismo receptivo. Por lo que llegamos nosotros a contribuir con la economía palestina, dejando el autobús en un parqueadero gigantesco hecho a propósito, y recorriendo a pié la distancia que nos separaba de la plaza central y de la Iglesia de la Natividad, edificada sobre la que fuera la gruta. Su estructura actual es la combinación de la basílica del emperador Constantino edificada en el año 322, y que fuera destruida dos siglos después, con la reconstrucción del emperador bizantino Justiniano en el siglo VI d.C., y las modificaciones posteriores realizadas por los Cruzados para salvaguardar el lugar. En el año 614 la iglesia se salvó de la destrucción por parte de los persas, al encontrarse estos con las imágenes de los Reyes Magos con sus atuendos persas en el mosaico del frontón.
La puerta de ingreso a la basílica es de apenas 1.20 m de altura y por ello se le llama la «puerta de la humildad». Necesariamente hay que entrar agachado. Y fue reducida a ese tamaño para evitar que los musulmanes entraran a caballo al interior. Una vez dentro, uno se maravilla por su sencillez y su paz, caminando por su suelo empedrado que al ser excavado ha dejado a la luz, antiguas pinturas de flores y aves. A ambos lados de la nave central hay columnas de piedra caliza rosada de la época del emperador Justiniano con capiteles corintios, con pinturas murales que representan los concilios de la iglesia. En el fondo del edificio hacia el lado derecho del altar, uno desciende por unas escaleras hacia lo que es la «Gruta de la Natividad». A pesar de que ya he estado allí varias veces, no pude dejar de emocionarme y compartir con mis amigos una buena cantidad de lágrimas. La Gruta es una habitación estrecha, más larga que ancha, donde se encuentran -colgando del techo rocoso-, unas quince lámparas orientales de plata, pertenecientes a las distintas comunidades cristianas. Las lámparas cuelgan sobre una estrella de plata que señala el lugar donde Jesús nació. A ambos lados de la habitación hay dos altares que recuerdan uno el pesebre y otro la adoración de los reyes magos. Estuvimos allí un tiempo largo, parte del cual pudimos mágicamente estar a solas, cada uno en oración.
“Nacido, pues Jesús en Belén de Judá en los días del rey Herodes, llegaron del Oriente a Jerusalén unos magos, diciendo: ¿Dónde está el rey de los Judíos que acaba de nacer? Porque hemos visto su estrella al oriente y venimos a adorarle” (Mateo 2,1-2)
“Después de haber oído al rey, se fueron, y la estrella que habían visto en Oriente les precedía, hasta que vino a pararse encima del lugar donde estaba el niño. Al ver la estrella sintieron grandísimo gozo, y llegando a la casa, vieron al niño con María, su madre...” (Mateo 2, 9-11)
Era la tercera semana del mes de Marzo del año 7 antes de nuestra Era en la región de Judea. Empezaba a calentar el ambiente, y ya los pastores sacaban su ganado de noche aprovechando el alejamiento de los fríos invernales. Hacía tan solo unas horas que toda una familia se había refugiado al amparo de una gruta utilizada para resguardar el ganado del viento. El jefe de familia era un hombre anciano. Un Ebanista residente en una pequeña población de la Galilea donde la mayoría de las personas pertenecían a la secta de los Esenios.
Como dijimos antes, los Esenios fueron una secta Sadoquita donde se priorizaba el celibato, pero había como una tercera orden dentro de ella, que estaba compuesta por matrimonios, mayormente ubicados en la localidad de lo que hoy es Nazareth (se desconoce el nombre original de dicha población por cuanto Nazareth es un nombre árabe y moderno), tal como se desprende de algunos de los rollos de la Comunidad encontrados en Qúmram. Y como prueba de ello es que en la casa taller de José en Nazareth hay un baño ritual esenio.
Ella, la madre gestante, era tan solo una adolescente. Acababa de cumplir sus catorce años y ya estaba esperando un hijo cuya concepción estaría envuelta en el misterio para todos, pero no para ella que había aceptado ser fecundada a distancia por una insólita luz. Los demás eran los hijos del primer matrimonio de aquel patriarca viudo, que había aceptado, propiamente había sido obligado, a desposarse con la joven por indicación de los sacerdotes del templo de Jerusalén, que con ello deseaban tan solo protegerla, en lo posible, de su propio destino. Ellos sabían que aquella virgen había sido predestinada para una gran misión. Sus primeros años en el templo, donde había sido dejada por sus padres para el servicio, habían sido acompañados por toda suerte de hechos prodigiosos a su alrededor: esferas luminosas, proyecciones de seres de luz, levitación, visiones, etc.
El cansancio y los dolores de parto se estaban intensificando lo que había apurado a aquel pequeño grupo emparentado por las circunstancias, a buscar refugio para recuperar fuerzas. El haberse detenido les había impedido alcanzar la cercana población de Belén, cuna del Rey David. La noche ya estaba cayendo y era peligroso continuar.
Angustiado por los requerimientos de atención de la joven, el anciano carpintero José, como era su nombre, envió a algunos de sus hijos a buscar una partera a Belén. Paso un largo rato y como no volvían, la urgencia lo hizo que enviara al resto para acelerar la llegada de la comadrona. Se quedó así solo con la parturienta, solo para ser testigo de eventos extraordinarios... En su desesperación, aquel hombre justo que había tenido que soportar todo tipo de habladurías y hasta el juicio de los sacerdotes por hacer caso a una visión en sueños donde se le pidió aceptar un Plan Superior en torno a la extraña concepción, salió afuera de la cueva y se puso a mirar a la distancia, y luego, ligeramente más relajado, al cielo. Allí contemplo la presencia de un hermoso lucero en el luminoso cielo estrellado. Pero éste lucero no se mantuvo quieto, sino que empezó a hacer toda suerte de movimientos en zig-zag; y luego se colocó en la vertical donde él se encontraba, empezando a descender vertiginosamente acompañado de una explosión, liberando un extraño vapor a manera de niebla, transformándose rápidamente en una nube, pero clara y brillante.
La caída de aquel cuerpo celeste fue demasiado para el anciano que huyó sin rumbo fijo, alejándose del lugar, llegando precipitadamente a unas colinas cercanas donde había divisado un fuego encendido. Allí se encontraban un grupo de pastores cerca de sus animales. En su angustia ni siquiera se presentó, sólo quería llamar su atención para que vieran como la nube había descendido sobre el improvisado albergue de la gruta. Aún no había recuperado el aliento ni se había calmado del primer susto cuando al hablarles a gritos a aquel grupo de hombres rudos, observó que las flamas del fuego estaban quietas, el viento se había calmado, los pastores estaban estáticos, inmóviles y el ganado tenía la hierba en la boca pero no la estaba comiendo ni se movía. Era como si el tiempo se hubiese detenido para dar cabida a una nueva realidad, la de la esperanza. Se había formado un portal hacia la cuarta dimensión. En ese instante era como si el universo hubiese descendido en la Tierra como comprimiéndose sobre su cabeza y dejando a continuación solo una ventana hacia la nada o hacia el todo. El susto fue mayúsculo para el anciano José que inmediatamente recordó haber dejado sola a Myriam, tal era el nombre de aquella joven y delgada mujer. Por lo que volvió por donde había venido tan rápido como se lo permitían sus cansadas piernas. Al irse acercando pudo contemplar como de la nube que se mantenía como a unos diez metros por encima del suelo, pero cubriendo la mayor parte de la cueva, descendió un haz de luz azul brillante y a través de él, bajaron tres seres luminosos de apariencia humana, pero muy altos en comparación de los extranjeros que solían venir por los caminos de aquella provincia romana. Aquellos hombres de resplandecientes túnicas blancas se dirigieron directamente hacia el interior de la cueva, y José, venciendo sus miedos, fue detrás de ellos. Dentro estaba Myriam acostada sobre la paja que servía de granero al ganado. Ella recibió con expectación y alivio a aquellos enviados del cielo. La carga de la responsabilidad y de la incomprensión de los demás a lo largo de los meses después de que se conoció su embarazo había sido insufrible. Pero ella confiaba que llegado el momento sería reconfortada. El mismo nacimiento de Myriam había sido preparado desde lo Alto, al ser ella hija de padres estériles, fueron estos aleccionados por los visitantes del cielo, advirtiéndoles de la importancia de quien sería su hija.
Dos de los luminosos seres se colocaron al lado de la joven, mientras que el del medio se mantuvo frente a ella. Inmediatamente los tres visitantes se inclinaron ante ella en señal de respeto y reconocimiento de su persona y su sacrificio. Ella estaba representando y a la vez encarnando a la nueva mujer, a la nueva Tierra, a la madre cósmica. Ya no era Raquel la estéril, era ahora Myriam la Virgen.
Aquellos que se encontraban en los laterales extendieron sus manos a cierta distancia por encima del vientre de Myriam, mientras que aquel que se encontraba al frente lo descubrió respetuosamente. Luego alzó sus manos, juntando las palmas y separando los dedos. En ese momento una poderosa energía a manera de esfera de luz se concentró entre las manos y al descender con ellas hacia la joven postrada, efectuó una cesárea totalmente aséptica, extrayendo del interior de la madre al niño predestinado; cortando de inmediato con la misma energía movilizada el cordón umbilical y procediendo de inmediato a limpiarlo para depositarlo luego en los brazos de la madre. Luego, aquel que llevó a cabo la operación selló la herida con la luz, de tal manera que Myriam, la virgen del templo fue virgen antes, durante y después del parto.
Fueron entonces estos seres estelares los primeros en rendirle homenaje a aquel que teniendo el mismo nivel que ellos, llegaría a ser más que ellos. Jesús o Yeshua no era un extraterrestre sino un terrestre extra, un ser humano que a través de muchas encarnaciones en éste planeta, alcanzó un alto nivel de evolución; ya no necesitaba encarnar. Sin embargo, por amor la humanidad acepto volver y durante 30 años se preparó para que durante los tres años de vida pública en él se produjera una simbiosis cósmica, una transmigración, por la cual un ser de la categoría de los Hijos de Dios, un “Hellel” o “Resplandeciente” se introdujo en el cuerpo de Jesús, de tal manera que durante esos tres años, en Jesús hubo dos personas: el Hijo del Hombre y el Hijo de Dios.
Jesús debía venir a recordarle a la humanidad su gran misión; como es la de “aprender a amar y enseñar a amar”.
Pasaron dos años en que la familia debido al portento vivenciado en el lugar se había radicado en Belén. Fue entonces que llegaron a Judea los llamados magos de oriente, miembros de una secreta orden mundial positiva conocida como la Hermandad Blanca de los Retiros Interiores. Ellos venían siguiendo una misteriosa estrella, que no era otra cosa que una nave portadora de los mensajeros del cielo, de los ángeles de antiguo, la que terminó deteniéndose sobre el lugar donde la familia vivía. Hasta allí fueron aquellos hombres santos que habían partido hacía dos años desde Mesopotamia después de haber realizado toda suerte de cálculos astrológicos. Venían trayéndole al niño objetos que le habían pertenecido en su vida anterior, los cuales él pequeño Yeshua, tal era su nombre, pudo reconocer sin dificultad de entre otros más atractivos. Fue suficiente los cálculos y las sincronías para saber que él era el enviado, el liberador, el Mesías esperado; aquel ungido desde antiguo para sacar a la humanidad del único original pecado que la humanidad arrastra, que es la ignorancia. Los Magos Maestros a continuación entregaron a la familia recursos económicos para que se pudieran radicar en Egipto durante algunos años, para preservar así la vida del niño. Después de esto, alabaron a Dios y se regresaron por otro camino consciente de que se había iniciado un Tiempo Nuevo lleno de esperanza, y que algún día la humanidad lo entendería y asumiría el reto de su propia cristificación.
La familia abandonó sigilosamente Belén y la provincia, trasladándose a Alejandría en Egipto, ubicándose al lado de los esenios alejandrinos conocidos como los terapeutas, donde permanecieron hasta que el niño cumplió los cinco años de edad, considerando entonces los mensajes de los sueños llegó el momento de volver, estableciéndose por espacio de un año en una tienda de beduinos al lado del monasterio de Qúmram a orillas del Mar Muerto. En aquel desértico y místico lugar, el pequeño niño crecía día a día en bondad y en sabiduría...
Estuvimos en la gruta de la iglesia hasta que llegó un grupo cristiano conformado por unas simpatiquísimas personas de raza negra, con su especial forma de adoración a través del canto y compartieron con los presentes algunas deliciosas plegarias que nos terminaron de ayudar a alcanzar el cielo (de armonía).
La visita a Belén fue un bálsamo al espíritu, al igual que el encuentro con la Tumba del Jardín donde hay un cartel con un hermoso mensaje que dice: «El ya no está aquí, ¡resucitó!»...Suficiente razón para que nos regresáramos a Jerusalén en silencio y fortalecidos internamente.
Aquella noche después de la cena y de nuestra meditación, el muy querido David, nuestro excelente guía y compañero de viaje (así lo sentimos), nos tenía reservada una muy agradable sorpresa, al entregarnos a cada uno una diploma de «Peregrinos del Milenio», firmada por el alcalde de la ciudad; y que certificaba que habíamos cumplido en el año 2000 con el mandamiento bíblico de visitar la ciudad Santa de Jerusalén. Este fue un momento memorable.
El Jueves 10 era nuestro último día en Israel, por lo que fue día libre, aprovechando algunos para ir de compras y otros para hacer un rápido tour hacia el norte de Israel, hacia las ruinas de Cesárea, la ciudad edificada por Herodes en honor al emperador romano. Toda ella engalanada de espléndidos edificios, hoy enterrados bajo las construcciones bizantinas, cruzadas y árabes. Con el grupo con que fui pudimos recorrer el acueducto que llevaba agua a la ciudad, y que se encuentra al lado de las azules aguas del mar Mediterráneo. También los llevé al reconstruido teatro romano, y recorrimos la impresionante ciudadela cruzada, con sus taludes, foso y fortificaciones, hasta llegar al borde de la playa donde se están desenterrando los embarcaderos de la época romana y cruzada, así como un circo para cuadrigas (parte de las graderías del público están hoy sumergidas en el mar).Era importante llegar hasta allí no sólo porque en ese lugar había predicado el apóstol Pedro, sino porque según la tradición allí fue llevado el Santo Grial por los cruzados.
Por la tarde regresamos a Jerusalén solo para juntarnos con el resto del grupo, recoger nuestro equipaje del hotel y dirigirnos en autobús hacia el aeropuerto, tomando el vuelo en Tel-Aviv para seguir nuestro peregrinaje hacia Egipto, tierra de misterios, dioses y pirámides... La visita a Israel nos había sensibilizado y llenado también de una profunda paz interior. Habíamos podido meditar y orar en lugares cargados de historia, haciéndonos permeables a toda manifestación superior procurando con ello darle al viaje un carácter trascendente. Sentíamos que todo ello era la preparación para lo que venía a continuación. Ciertamente que nuestra emoción crecía porque intuíamos que el viaje aún nos tenía reservadas muchas sorpresas.
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