sábado, 3 de julio de 2010
LOS SECRETOS MILENARIOS DEL TIBET
LOS SECRETOS MILENARIOS DEL TIBET
Escribe GUSTAVO FERNANDEZ
Durante siglos, en épocas en que viajar más allá de los límites del propio país era una aventura reservada a unos pocos audaces, el llamado "mundo civilizado" recibió rumores de extraños fenómenos y personajes que día a día protagonizaban hechos aparentemente milagrosos en territorios de nombres tan exóticos como sus costumbres: India, Pakistán, Turmekistán, Kashmir, Laos, Tailandia, Nepal fueron el lugar donde los sueños tuvieron terreno fértil para germinar. De entre ellos, una palabra trae ecos de arcaicas reminiscencias mitológicas y enciende la imaginación más febril: el Tibet. La tierra donde los Himalayas, las montañas más altas del planeta ya ofenden al sentido común con su magnificencia. La tierra del "yeti", o abominable hombre de las noeves. La patria de sacerdotes lamas y sus herméticos rituales. El escenario, no por casualidad, elegido por Lobsang Rampa para sus peculiares e increíbles aventuras.
Hoy en día, cuando las comunicaciones y el transporte aéreo amenazan con reducir al mundo al tamaño de una aldea, muchos de esos relatos, que alguna vrez se sospecharon como simples fraudes, siguen sobreviviendo al análisis de los científicos y por eso mismo despertando aún más asombro que en épocas pasadas. Al Tibet que no pudieron violar las carreteras asfaltadas y la televisión y que todavía duerme en el misterio de épocas pasadas, pertenecen algunos de los mayores interrogantes que sobre los enigmas del hombre y del mundo que lo rodea no han podido ser respondidos todavía.
No es quizás el menor de ellos al que nos refiriéramos, precisamente, líneas arriba: el yeti. Ese ser humanoide, generalmente descripto por los montañistas occidentales como de gran estatura, con el cuerpo cubierto por una cerda rojiza, cuyas huellas han sido fotografiadas y filmadas hasta el hartazgo, que ataca en ausencia de los exploradores sus campamentos para robar comida con una inteligencia que lo muestra superior a la de un animal (como ocurrió en 1971 durante una de las tantas expediciones protagonizadas por argentinos para escalar al coloso de los Himalayas, el monte Everest, con sus 8.900 metros de altura). Yeti, contracción de dxos palabras en idioma nepalés, "yeh" ("extraño ser" o "demonio") y "teh" ("lugar rocoso"). El cual, según los pobladores de aquellas inhóspitas regiones, en realidad sería parte de un pueblo cuasi humano, intermediario con los dioses, y que con tres alturas distintas, desde pequeños enanos a gigantes de casi tres metros, habita no sólo la montaña sino también las bajas selvas ya próximas a la India.
Pero tal vez los más fantásticos misterios del Tibet residen en su gente, en los insólitos poderes que los sacerdotes lamas logran desarrollar tras décadas de vida austera y sacrificada e intenso entrenamiento espiritual. Como el "tumo", la capacidad mental de generar un calor tan intenso que es capaz de derretir la nieve hasta en cinco metros a la redonda. O los "lo-gom-pa" corredores pedestres capaces de cansar caminos a una velocidad difícilmente igualable para cualquier otro ser humano durante dos o tres días sin detenerse a descansar ni un solo minuto. O las técnicas de "tulpas", literalmente "formas de pensamiento" , mediante el cual los iniciados logran concentrarse tan intensamente en determinadas imágenes que terminan éstas haciéndose visibles y hasta tangibles incluso para observadores escépticos, objetivos y experimentados; verdaderos "fantasmas de la mente" que sobreviven en ocasiones durante días cuando sus creadores se han desentendido de ellas.
Pero pocos enigmas son tan apasionantes, por la posibilidad de su comprobación científica, como el de los "tulkus". Un "tulku" es, concretamente, la reencarnación de un lama, comprobable cuando un pequeño comienza a hacer afirmaciones propias de un sacerdote ya fallecido y que no podría haber descubierto por ningún otro medio. En este sentido, es conocida la manera en que los tibetanos descubren a su futuro Sumo Sacerdote o Dalai Lama, tras el fallecimiento del anterior. Para eso se busca en todo el país (o, si es necesario, en el exterior, como el pequeño español recientemente señalado como la encarnación de un famoso lama ya fallecido) a un chico que reconozca, dentro de una enorma cantidad de objetos de la más variada procedencia, varios que hayan sido propiedad del Dalai Lama. Luego, se lo lleva a cierta distancia de la vieja residencia de aquél y se le conmina que señale el camino y la describa con exactitud para, finalmente, formularle decenas de preguntas sobre la literatura que aquél había leído a lo largo de su vida. Entonces –sólo entonces- el pueblo tibetano tiene un nuevo Dalai.
Sucede también que un mismo difunto se multiplica "post mortem" en varios "tulkus" reconocidos de modo oficial, que existen simultáneamente. Por otra parte, ciertos lamas pasan por ser, a un tiempo, "tulkus" de varias personalidades. Así, el Trachi Lama (alta dignidad) es, no sólo el "tulku" de Eugpagmed (un sabio antiguo) sino también el del recordado maestro Subhutti, discípulo del Buda histórico. Lo mismo el Dalai Lama que es, a la vez, "avatar" del místico Tchen Renzing y de Gedundup, discípulo y sucesor del reformador Tsong-Khapa. Antes de seguir, es interesante recordar que la secta de los gnósticos, en el cristianismo primitivo, consideraba a Jesús como un "tulku". Sus adeptos sostenían que el Jesús crucificado no era un hombre natural, sino un fantasma (tulpa) creado por un ser espiritual para representar ese papel.
Uno de los casos más interesantes de "tulkus" lo relata en su apasionante biografía la exploradora decimonónica Alexandra David-Neel, cuando cuenta:
"Junto al palacio del lama "tulku" Pegyai, donde yo me alojaba, se encontraba la vivienda de otro "tulku" llamado Añai-Tsang. Habían transcurrido siete años desde la muerte de Añai-Tsang, sin descubrir su reencarnación. No creo que su ausencia afligiese demasiado al mayordomo de la casa. Administraba los bienes del lama, y los suyos parecían prosperar satisfactoriamente" .
"Y sucedió que, durante un recorrido comercial, el mayordomo entró en una granja para beber y descansar. Mientras la dueña de la casa preparaba té, sacó del bolsillo una tabaquera de jade y se disponía a administrarse una toma cuando un chiquillo, que hasta entonces había estado jugando en un rincón de la cocina, lo paró, colocando su manito sobre la tabaquera y preguntando en tono de reproche:
•¿Porqué usas mi tabaquera?.
"El intendente quedó fulminado. Verdaderamente, la preciosa tabaquera no le pertenecía. Era la del difunto Añai-Tsang. No había tenido precisamente intención de robarla, pero se encontraba en su bolsillo y la usaba a diario. Se quedó indeciso, tembloroso, mientras el pequeño lo miraba con la cara súbitamente cambiada, severo y amenazador, no teniendo ya nada de una fisonomía infantil".
•Devuélvemela inmediatamente –ordenó- Me pertenece.
"Lleno de remordimientos, horrorizado y confuso, el monje supersticioso se prosternó a los pies de su amo reencarnado" .
"Algunos días después vi llegar al niño, con gran pompa, a su morada. Traía un vestido de brocado amarillo y montaba una soberbia jaquita negra que el mayordomo llevaba de la brida. Cuando el cortejo entró en palacio, el niño hizo una observación:
-¿Porqué –preguntó- tomamos a la izquierda para llegar al segundo patio?. La puerta está a la derecha.
"No sé por qué razón la puerta que estaba entonces de aquél lado había sido tapiada después de la muerte del lama y otra la reemplazaba" .
"Los monjes admiraron aquella nueva prueba de autenticidad de su lama y éste fue sentado sobre una pila de almohadones, miró la taza de jade con un platillo de esmalte y una tapa de turquesas, que estaba colocada ante sí".
•Que me den la taza más grande de porcelana –ordenó, y describió minuciosamente un tazón de porcelana china, mencionando el dibujo que la adornaba. Nadie había visto aquél tazón. El mayordomo y los monjes procuraban, respetuosamente, convencer al joven lama que no había ninguno semejante en la casa".
"En aquél momento, aprovechando mis buenas relaciones con el mayordomo, entré en la habitación. Conocía la historia de la tabaquera y tenía curiosidad por conocer de cerca de mi extraordinario vecinito".
"Le ofrecí, según la costumbre del Tibet, un chal de seda y algunos regalos. Los recibió sonriendo gentilmente, pero con aire preocupado y siguiendo el curso de los pensamientos a propósito del tazón".
•Buscad mejor; lo encontraréis –aseguró.
"Y de repente, como si un relámpago de memoria le hubiera atravesado el espíritu, añadió otras explicaciones sobre un cofre pintado de tal color, que se encontraba en tal sitio, en un cuarto donde guardaban los objetos de poco uso".
"Los monjes me habían puesto al corriente de lo que se trataba y permanecí en la habitación del "tulku" deseosa de ver lo que sucedería".
"Menos de media hora más tarde se descubría el tazón con su plato y tapadera, en una caja que estaba en el fondo del cofre descripto por el niño".
- Ignoraba por completo la existencia de esa taza –me aseguró después el mayordomo-. El lama mismo o mi antecesor la habrían puesto en el cofre, que no tenía ningún otro objeto de valor y que no se abre desde hace muchos años".
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