sábado, 26 de junio de 2010



EL ARCA.

Antonio Mª Claret


Dormido estaba y desperté llevado a un lugar que estaba en altura. Era una montaña antigua y descansada, pues tenía ya pocos árboles y plantas. Desgastada por el trabajo y por el paso de los pies de la humanidad. Mis mente no sabía lo que buscaba, pero si mi alma. Así seguí caminando, subiendo por un sendero hasta una redonda y aplanada cima.
Llegue tranquilo, sereno y guiado en este último tramo por una fuerza y luz especial. Miraba el cielo y las estrellas, pues era un buen lugar. Desde allí podía ver parte del Universo y el final del mar. Ni era de noche ni de día, me parecía estar en el interior de un gran teatro, donde me rodeaban toda clase de luces de color.
Me acerqué a la orilla de la cima y vi un azul del mar que se mezclaba con el cielo, y no podía saber si el cielo era el mar o el mar el cielo. Debajo y muy cerca de mis pies había una gran cueva. La observé y tuve miedo y vértigo, pues era su boca grande, extensa y tan profunda que su otra boca despertaba en el mar. A la derecha un pueblo con puerto costero.
Deje de ver la gruta, pero al mismo tiempo una voz interna me decía, que era muy antigua, de tiempos sagrados, de cuando el hombre era visitado por fuerzas del cielo y donde se refugiaban para poder vivir porque tenían miedo. Y no pude comprender esta explicación y tampoco el modo de vida de estos pueblos en estas profundas cuevas.
Seguí caminando y a la izquierda del pequeño cerro, había un estrecho camino sin piedras. Caminé hasta que me encontré con una pequeña ermita. Sentí de inmediato una llamada que me arrastro hasta ese lugar. Al llegar sabía que el lugar era antiguo y sagrado, donde algo importante había guardado, nervioso me acerqué y vi sus puertas abiertas.
Me acerque despacio, nervioso, pues del interior salía una luz multicolor que abrazó mi cuerpo. En la entrada me encontré sujeto entre dos puertas de madera noble. De letras, signos y gravados se encontraban sujetas, y las observé hasta que mi corazón me recordó que parecían las dos tapas de un libro abierto.
Sentí que me estaban esperando y decidí entrar, pero a unos pasos de las dos puertas una fuerza no me permitió seguir hasta el interior. Quede de pie apreciando un santuario celestial, un lugar olvidado por el hombre, donde se guarda unos de los más preciados tesoros. Un altar de mármol, donde duerme el Arca de Dios.
El pequeño santuario elevó su luz y he de expresar, que nunca había sido rodeado por unos rayos tan bellos y tan cautivos. Frente a mí, un pequeño altar de dos o tres escalones de unos dos metros y medios por uno y medio de ancho. Sobre este, dormida el Arca de La Alianza, que brillaba más que la Luna, pues era toda de plata pura.

Se me permitió entrar más con la vista y el alma, pues me pareció estar sobre la misma. Y al mirar a su alrededor vi dos candelabros a derecha e izquierda también de plata, que señalaban un espacio entre estos y al Arca. La sala en forma de bóveda, toda forrada de luz que parecía estar cubierta de oro puro.

Se me mostró de nuevo el Arca y quise arrodillarme, pues esta se iluminó de nuevo con una luz tan hermosa que paralizó mi cuerpo. Y entonces sobre la cubierta o parte superior vi a Jesucristo. Desnudo, sentado, con las piernas encogidas, los brazos por su espalda y sus manos apoyadas sobre la superficie brillante de la tapa de plata blanca.
Su rostro cansado, dormido pero a la vez, vivo de vida y de amor. Y no entiendo cómo se puede hablar sin mediar palabra, pero hablamos de cosas que están en el presente y pasado y que quedaron en mi alma gravadas, sin que pueda explicar al Mundo lo que me quiso decir. Fije la mirada en su rostro y Jesús la suya al interior del Arca pues allí estaba la Ley de Dios.
Me acerque con el alma de nuevo y vi signos y escrituras en el frente del Arca. El borde de la parte superior sencillo pero con gravados. Cuatro pequeñas figuras que parecían ángeles situados en sus cuatro ángulos, mirando al interior. No había nadie más en la pequeña ermita, solamente, Jesús, el Arca y yo.
Aunque no vi la cubierta del Arca levantada presentí lo que se alojaba en su interior. Las tablas de La ley de Dios. Y me hice muchas preguntas, pues si Dios me llamó a este lugar, no fue para entretenerme, sino para hacerme ver que la palabra de Dios fue dada en tiempos lejanos y que la consigna que se dio a Moisés, se presentará muy pronto a nuestro Mundo.
Me retiré del lugar santo, en silencio con la mirada al Arca, hasta que salí de la ermita abrigado entre las puertas, pues a su paso cayeron sobre mí músicas, recuerdos y una revelación que mi corazón abrigó para siempre. Guardado está en mi alma, lo que Dios me quiso decir. Oculta y dormida está el Arca, pero os aseguro, que se acerca el día en que el hombre será testigo de un gran acontecimiento, pues se hablará de ella. Entonces sabremos de la inmortalidad de la Ley de Dios.
Antonio Mª Claret
11-02-2010
Declaro que todo lo que en este documento he expresado, es toda la verdad, sacado de mis sueños. Y por no recodar más cosas porque son recuerdos un poco vagos no lo expreso, para no entorpecer y enturbiar su significado.




BECERRO NEGRO

Antonio Mª Claret


Hoy después de haber estado en una montaña durante los días que se me ha permitido estar, regreso junto a mis hermanos contento, en un estado de armonía que nos ha llevado a resucitar de nuevo el amor hacia Dios, pues él nos ha mostrado su palabra, su confianza y nos ha hecho entrega de su Ley Divina.

Entramos victoriosos en zona llana, donde nuestro pueblo nos aguarda, pues esperan impacientes nuestra feliz llegada. Voy en lo alto del carruaje, ya veo a los habitantes del pueblo. Gran multitud nos reciben, hombres, mujeres, niños y ancianos. Nos saludan con pañuelos y nos hacen signos con la mano.

Luz y amor observo en este grupo de hermanos, que han estado esperando nuestro regreso con paciencia y esperanzas. Al entrar al pueblo pasamos por debajo de un arco triunfal y nos saludan, nos bendicen y arrojan flores. Entonces bajamos del trono que nos ha traído y camino con saludos y alegrías.

Me dirijo solo a la puerta que me conduce a un espacio sagrado, donde debe reinar el orden y el respeto humano, pues así me fue ordenado y aceptado por el pueblo que dirijo por voluntad del Padre. Y quedo mudo y se quema mi alma de dolor, y quedo de pena ciego, pues un altar levantó y sobre este han colocado un becerro negro, sirviendo este de vicios, juegos y adoración.

No respiro y con dolor miro al cielo y lloro, mi pueblo se aparta de mi camino, pues estoy tan triste y enojado, que el becerro toma vida y se pone de pie y arranca su fuerza negativa con celos y arrebato hacia mi vida. Pero el ángel que me dio la fuerza, me invita a enfrentarme a este gran pecado negro.

Entonces, con arrebato y fuerzas que me han permitido tener en este instante, pues mis años son muchos, cojo al becerro enloquecido con la mano derecha y lo mantengo en alto, como si fuera una vara de madera, igual como la que me sostiene en mí caminar, arrojando fuera de mi vista un falso Dios.

Y esta falsa imagen que como demonio han adorado, la destrozo y la expulso de esta tierra sagrada, donde jamás ha debido de llegar por voluntad del pueblo que me acompaña. Levanto mi vara de nuevo y llamo a los hermanos en los que había confiado, pues ellos fueron elegidos y ungidos con la sangre del cordero para juzgar y mantener el orden del pueblo en mi ausencia.

Aunque les he llamado y saben de sus faltas y pecados, se excusan y tratan de olvidar el orden y la Ley de Dios. Entonces en compañía de mis más fieles jueces espirituales, desgarro con dolor las vestiduras sagradas de sacerdotes y del más representativo en mi ausencia, que era para mi guía y hermano.

Reúno a los representantes que ordené y que aceptaron su grado. Doy lectura de la ley del pueblo, e informo de normas y castigo a los juzgados por desobediencia y pecado. Fueron más de un centenar los muy castigados y no hubo perdón y no pudieron continuar con el pueblo.

Después ya en calma fui de nuevo llamado al monte sagrado pues en arrebato perdí de mis manos y deje en olvido el consuelo y mandato de Dios. Y fui hasta mi pequeño altar de piedra, situado a una altura entre las nubes, y allí lloré y ofrecí al Universo mis lágrimas y perdón como sacrificio por mis pecados.

Quise volver, pero una nube blanca con voz de ángel, me invitó a elevar mis pensamientos al cielo y me dio fuerzas y abrigo para continuar un camino muy empinado y estrecho, y así fui empujado y ascendido por la fuerza de la luz que me guiaba, hasta que llegué a una pequeña planicie donde quedé dormido.

Y dormí no sé cuánto tiempo, pues a pesar de la altura, no sentí ni calor ni frio. Entonces una luz blanca con pétalos multicolor, me hizo despertar y hablamos del comportamiento del pueblo, y me dieron normas para mostrar a ellos mi autoridad y tan cansado estaba que dormí de nuevo hasta que desperté a esta vida en la que ahora me encuentro.

Y esta es otra historia de mi vida cuando duerme mi cuerpo y alma.


04-06-2010
Antonio Mª Claret

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