domingo, 9 de agosto de 2009

EL FURGO ME HABLO


EL FUEGO VIVO, ¡ME HABLO!
María Pelaez"
engadi2570@hotmail.com


No podría decirlo con total certeza, pero creo que corría el año 1989. Yo estaba trabajando como secretaria en una empresa camaronera y vivía con mis hijos en un barrio muy nuevo en el sur de Cali. Mis hijos estaban aún pequeños, descontando al mayor que tenía más o menos 14 años, la segunda como unos 9 y el último unos dos añitos. No soy muy buena para llevar las fechas. Aún no tenía al más pequeño que ahora tengo.

Desde muy niña, recuerdo que fui sensible a las cosas “que no se ven”. a las cosas que “no se oyen” y a las cosas que “muchos” no entienden solo porque no las consideran importantes. Frecuentemente aún sigo mirando al cielo y disfruto en gran manera de una preciosa noche estrellada, de un atardecer hermoso y de una extraña manera me sobrecoge una tarde oscura de tormenta con rayos, relámpagos y truenos y a veces me pareciera que todo esto lo veo como “por primera vez”, como cuando llegas forastera a un lugar muy, muy extraño.

Siendo pequeña, quizás 6...7 años disfrutaba colocando un espejo de tamaño mediano a la altura de mi pecho…para caminar y al mirar al espejo…pensar que caminaba sobre el cielo.

Me pregunto el porqué de los gestos, considero el cómo de las cosas... y me inquieta el color de las flores, al rocío, al vaivén de las copas de los arboles; sigo y seguiré disfrutando de las extrañas formas de las nubes, y siempre observaré con admiración el reborde de las lejanas montañas, allá muy cerca al cielo y acaso un rayo de sol que se desliza por las laderas multiformes de los farallones, me traiga de regreso, tristemente, a la ciudad.

A veces, inclusive, mis hijos pueden seguir disfrutando un poco con mi asombro y de ese: ¡Qué extraño! Con los cuales suelo definir esos momentos en los cuales no hay palabras. Pero le he pedido a Dios que mientras aquí viva, pueda disfrutar de sus perfectos detalles.

Bueno...continuando con mí relato. Para aquella época mi anhelo de las cosas divinas era algo muy fuerte en mí. Pero estaba tan confusa, que no sabía realmente cómo buscarlo. Lo único que yo anhelaba era sentir su presencia, que llenara mis vacíos y mis soledades, y me quitara esas terribles e inexplicables tristezas que muchas veces me embargaban y que yo empecé a llamar “dolor de mundo”. Pues era tal su incomprensible magnitud que para mi era como si todo el dolor del mundo cayera por un instante sobre mí, tan impotente, tan incapaz, tan sola...me sentía.

Creo que muchas veces y en vocabulario sin ningún aprendizaje “espiritual” así se lo pedí diciéndole que me llenara, que lo necesitaba, y mientras tanto... lo buscaba.

Era un día cualquiera, de una semana cualquiera, cuando empecé a sentir la imperiosa necesidad de salir de la ciudad. Si. Tenía que salir de la ciudad y simplemente pensé que se trataba de ese deseo permanente mío por estar en el campo. Pero esta vez había “algo muy extraño”: Había en mi mente un lugar perfectamente indicado para ese viaje y esa indicación no provenía mí. El lugar señalado era el lago Calima. Lugar señalado, digo, porque ahora recuerdo que era como si alguien me ordenara ir a ese lugar.

El lago Calima es una represa hidroeléctrica que está en auto a más o menos a una hora y media de Cali. Tiene hermoso paisajes, un clima muy agradable y para aquella época seguramente muy poco turismo. Lo más probable era que el hotel y las cabañas que había allí estarían prácticamente desocupadas, lo cual haría aún , para mi gusto, más agradable la estadía que podrían ser mas o menos unos cuatro o cinco días.

Con todo este programa ya en mi cabeza, entré a la oficina de mi jefe para pedirle el permiso y poder ausentarme de mi trabajo. El realmente se sorprendió un poco con mi petición, aunque de alguna manera conocía mi terquedad y mi respeto por mis cosas y no insistió en conocer el motivo de mi salida. Me dio el permiso, que yo sabía seguro y contaba con él, por no sé que extraña razón.

Antes de irme a mi casa, hice todos los contactos y reservaciones logrando conseguir en alquiler una cabaña de aquellas que quedaban muy cerca del lago. Como lo imaginé no fue realmente difícil hacerlo, pues no era época de vacaciones.

Me fui a casa y ante el asombrado regocijo de mis hijos empecé a arreglar rápidamente todo lo necesario para el viaje y... como a las cuatro de una soleada tarde salimos rumbo al lago Calima.

Cuando llegamos estaban sobre las montañas y sobre el lago las últimas luces de la tarde. Acomodamos nuestro equipaje aprovechamos el tiempo antes del oscurecer fuimos al restaurante para comer y regresamos a la cabaña. Nos quedamos afuera mirando como llegaban las sombras de la noche, disfrutando ese suave olor a campo, a hierba mojada. La neblina empezaba a subir muy lentamente, la oscuridad invadía todo el paisaje y el frío era a cada momento más intenso.

Esperaba estar a solas para dedicarme a mi espera. Si, a mi espera, porque a cada momento esto era lo que entendía como el propósito de todo este viaje: esperar. Esperar a quien? ¿Esperar qué? Esperar cuanto?
Todo... todo era una gran incógnita que no me causaba desazón, ni angustia, ni ansiedad, ni... nada. Solo sabía con certeza que algo allí yo esperaba.

Como cerca de las once de la noche mis hijos, todos, dormían plácidamente. Yo supe que había llegado el tiempo de la espera.

La noche estaba muy húmeda, pero no llovía. La neblina aparecía de cuando en cuando. Me puse un gorro de lana, sobre mis hombros me eché una cobija, me calcé unas botas y cerrando cuidadosamente la puerta de la cabaña, empecé a bajar hacia el lago lentamente. Tenía mucho cuidado de no resbalar pues el prado estaba muy mojado y podía ver muy poco pues estaba bastante oscuro y además la neblina era muy densa, allá abajo junto al lago. Cuando llegué muy cerca al lago, acostumbrada ya a la oscuridad, busqué una piedra para sentarme y allí me acomodé, cubriéndome muy bien con la cobija. Miraba una a una las luces de las luciérnagas, escuchaba el suave rumor del agua y el chirrido de los grillos que allí me acompañaban aunque en ningún momento me sentí sola en aquel lugar.

Esa era una espera paciente, serena, certera; lo desconocía todo pero sabía que muy pronto sería recompensada.

Eran casi las dos de la mañana cuando regresé a la cabaña. Nada había ocurrido allá abajo cerca al lago, pero sabía que mi espera no había sido en vano.

Miré a mis hijos y después me metí en mi cama dando gracias a Dios por ese tiempo con ellos allí en el lago Calima.

Al otro día muy temprano mis hijos me despertaron, pues acosaban por su desayuno, sobre todo Camilo el mas pequeño. Me levanté y preparé algo muy sencillo para que salieran a disfrutar de la piscina, del lago, de los juegos y demás actividades que podíamos hacer en el campo, olvidándonos de la ciudad pesada, monótona y cargada de cemento.

Disfrutamos plenamente de aquel día tranquilo y bastante caluroso, nadando, jugando, caminando y deleitándonos con ese precioso paisaje repleto de colores y de aromas.

Nuevamente al acercarse la noche nos sentamos afuera de la cabaña a charlar sobre cosas sin mayor importancia mirando como las montañas allá a lo lejos se iban desdibujando con la oscuridad que las iba cubriendo y cuando ya la neblina había subido hasta nosotros y humo blanquecino al hablar salía de nuestras bocas, nos entramos buscando el calor en el interior de la cabaña.

Cuando mis hijos se fueron a sus camas y todos dormían, ya era tarde, casi como las once de la noche y yo estaba dispuesta para bajar de nuevo al lago .era el segundo día en Calima. Mi espera se reanudaba.

Salí cuidadosamente, tratando de no hacer ningún ruido. Estaba bien cubierta con la cobija y el gorro grueso de lana. Empecé a bajar lentamente hacia el lago; bueno... quizás más rápido que la noche anterior. Ahora reconocía el camino. Llegando casi al borde del lago, encontré la piedra que de nuevo me sirvió para sentarme a esperar. Esta noche parecía aún más oscura, más fría y más sola. Ni siquiera la luz de las luciérnagas yo podía ver y casi nada se escuchaba, excepto el suave rumor del agua en su vaivén.

Igual que la noche anterior me sentía tranquila, paciente, segura, descansada. Mi espera era la confirmación de algo o de alguien, que si bien no sabía qué o quién era, estaba segura que conocería o reconocería.

Miraba tranquila y sosegadamente a lo profundo de la noche. Esperaba ver algo, quizás a alguien; esperaba escuchar algo o quizás a alguien; tal vez un sonido diferente de los que ya identificaba en ese lugar. Pero... nada. Nada diferente había. Solo silencio, oscuridad, frío y mi espera. Mis mandíbulas se golpeaban entre sí. Mis manos sobre mi regazo y cubiertas con la gruesa cobija, temblaban por el frío y estaban casi heladas, así como mis pies, mis orejas y mi nariz.

Como a las dos o tres de la mañana empecé a subir nuevamente hacia la cabaña. Ni siquiera por un instante me sentía frustrada, apesadumbrada o confusa. No. Al contrario sabía que había hecho lo que tenía que hacer. Me sentía tan bien.....

Así tal y como subí me acosté en mi cama. No encendí la luz. Estaba mi ropa un poco húmeda. Me cubrí muy bien con mis cobijas. No me preguntaba nada acerca de mi espera, el tiempo no me condicionaba; nada reclamaba y.. a quien hubiese podido hacerlo? ¿Quién podría darme alguna respuesta, aunque fuese la mas sencilla acerca de mi espera, sin aparente motivo, sin razón y quizás sin ningún propósito ni sentido?

Mi mente reposada y tranquila. Como siempre hice una pequeña oración a Dios y me “encomendé” junto con mis hijos a El. Creo que muy rápidamente estaba profundamente dormida.

Empecé a ver en mis sueños todo aquel hermoso paisaje del lago, con el tenue reflejo de las primeras luces de la mañana, matizando los preciosos colores de un amanecer en un indefinible azul celeste combinado con un bellísimo violeta y unas pinceladas muy tenues de un magenta brillante allá sobre el horizonte. El borde de las montañas resaltaba de una manera inimaginable, el lago tenía resplandores plateados en medio de ese azul y verde profundos que hacían destacar aún más los techos de las casas al otro lado del lago. Toda aquella hermosa policromía anunciaba un esplendoroso día soleado y muy caluroso.

Sobre el lago, a una altura de unos setenta metros o menos había una esfera gigante, más o menos de unos cincuenta o sesenta metros de diámetro, de acero brillante, refulgente, bruñido, purísimo que pareciera estar misteriosamente suspendida entre el cielo y la tierra. Yo podía verla frente a mí, pues estaba prácticamente a la altura de la cabaña donde yo me encontraba. Esa inmensa bola de acero pareciera tener vida propia, pues empezó a oscilar, a mecerse muy lentamente desplazándose de punta a punta del lago y mientras tanto de una extraña manera casi imperceptible, se acercaba hacia la cabaña perdiendo tamaño y achicándose. Aquellas tres acciones estaban perfectamente sincronizadas. Ninguno tomaba ventaja al otro, tenían un ritmo imposible de alcanzar hasta donde yo hubiese podido entender. Aquella preciosa “danza” ocurría dentro de un maravilloso silencio y con el fondo difuminado de una neblina casi imperceptible. Yo estaba en una paz absoluta y como suspendida en el tiempo mientras la preciosa esfera cada vez más pequeña se me acercaba. Tal era mi estado de profunda contemplación ante tan fantástico espectáculo, inimaginable para mi mente o quizás para mi alma, porque aquello tenía que ver con mi alma pues no era solo presenciarlo, sino vivirlo, sentirlo e involucrarme toda en una experiencia que sería irrepetible e imposible, quizás de relatar.

Ahora aquella hermosa esfera era tan pequeña como la silueta de la luna, su aspecto brillante, perfectamente bruñido en acero reluciente, estaba como a unos ochenta centímetros de mi cara y solo nos separaba el vidrio de la ventana por la cual yo miraba, inmóvil, extasiada...

Allí permaneció quieta, silenciosa, majestuosa, suspendida en el aire. Cuanto tiempo? No lo sé; pero creo que lo suficiente como para que mi todo, todo mi ser estuviese alerta a cualquier sonido, visión, movimiento que de ella proviniera.

Sorpresivamente y ante mi atónita mirada... la preciosa esfera... ¡se abrió! Si, se abrió por su perfecta mitad, dejándome ver su inimaginable contenido. Allí dentro había ¡fuego!, ¡Fuego vivo! ¡Fuego que ardía y no se consumía, fuego en constante movimiento, fuego que me hablaba en un constante “chisporroteo” incomprensible para mi mente, pero que sabía estaba recibiendo en alguna parte de mi ser porque no me era extraño. Ese fuego vivo me estaba diciendo muchas, muchas cosas; las estaba grabando de manera eterna, imborrable dentro de mi, aunque ese “idioma” yo no lo entendía pues no eran palabras sino un mensaje, un todo, no partido, no seccionado, sino completo que venía de alguien que puede hablar como quiere, cuando quiere, donde quiere, lo que quiere y a quien quiere.

Mi cerebro no entendía, no había en mí la capacidad para asimilar, para razonar, para elaborar, para... nada.

¿Cuánto me dijo? ¿De qué me hablo? Jamás podría descifrar con palabras lo que es incomprensible para ningún idioma. Pero sé que me habló.

Tan sorpresivamente como se había abierto ante mis ojos aquella hermosa esfera... se cerró. Casi tan cerca que hubiese podido alargar mi mano y tocarla. Tocar aquella belleza irrepetible, de brillo tan extraordinario y llena de ¡fuego vivo!.

Y en aquel mismo momento como impulsada por ella misma, salió disparada hacia el infinito a tal velocidad que mis sentidos no alcanzaron a captar su desplazamiento. Ante mi asombrada mirada lo único que estaba era aquel cielo que empezaba ahora a aclarar con las primeras luces del día con verdes, azules, violetas y magentas y aun tachonada con una que otra estrella rutilante.

Fue en ese momento, no antes cuando me día cuenta que mis dedos estaban engarrotados contra uno de los marcos de madera de la venta, a la altura de mi cara, que estaba prácticamente pegada contra el vidrio, así como todo mi cuerpo.

Me tiré, si, prácticamente me tiré sobre la cama. No podría decir si respiraba, ni siquiera podría decir si mi corazón continuaba latiendo. Había una idea “fija” en mi mente: ¡Yo no lo soñé, yo lo vi, yo lo vi, lo vi...! Lo repetía mi cerebro y con ello reconfirmaba mi estupefacción, mi asombro.

Permanecía sentada en la cama mirando allá al vacío durante mucho tiempo: Jamás nada me hubiese podido conmocionar igual. Mi asombro era ilimitado y cada instante me aseguraba que nada ni nadie podrían explicarme lo que había visto y “escuchado”.

Más tarde, y casi sin pronunciar palabras, les dije a mis hijos que después del desayuno estaríamos de regreso Cali.

Estando en casa nuevamente, creo que me tomé uno o dos días mas para volver a mi trabajo. Todo el tiempo estaba en mi recuerdo aquella hermosísima visión sobre el lago, cerca de la ventana, en mi mente, en mi alma, en .. todo mi ser.

¿Me preguntaba: quién me citó al lago Calima? Quien quiera que hubiese sido, sabía cumplir con las citas y nunca dejaba a alguien esperando en vano su presencia. Aquél recuerdo me parecía tan sublime, tan único, tan reverente, tan sagrado...

Han pasado más de trece años desde aquel maravilloso e imborrable acontecimiento en mi vida.

Han pasado instructores, maestros, guías, sabios de lo que se podría llamar mi camino espiritual…más nadie respondería que pasó aquella noche en Calima.
El mensaje está en mi alma.. No lo puedo recordar…pero sé con certeza que nunca cambia y que en su momento hará aquello para lo cual fue entregado…con hechos…con palabras…ha empezado?...empezará?.....

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DESDE AQUELLA ESTRELLA DE COLORES, RECIBI UN MENSAJE QUE ME MOSTRO AQUEL APOCALIPTICO ACONTECIMIENTO.



Para esa época ( 1991…)vivía en un apartamento en un quinto piso. Convivía con un hombre mucho mayor que yo y nuestra relación no era de lo mejor.

Esa noche cerca de las diez, yo estaba en la ventana que me permitía mirar aquella parte del sur de la ciudad sin tanto destello de la luz artificial. La noche estaba completamente despejada, pues era un tiempo de verano. Me deleitaba contemplando las estrellas y desde varias noches atrás me detenía para ver algunas en especial sus destellos, aquello siempre me entretenía y aquel cielo estaba colmado de luces. Mi compañero estaba sentado en el sofá de la sala a mis espaldas, quizás leyendo… no sé, no recuerdo claramente que hacía en ese momento.

Por un instante mi atención se detuvo fijamente en una estrella diferente de todas las demás. Sus destellos sobresalían y eran rutilantes y poseían además una especial coloración que iba desde el amarillo, azul pasando por el rojo muy pero muy fuerte. Era en verdad una estrella de una belleza sin igual. De un momento a otro y en medio de mi contemplación sentí un agudo sonido que penetraba por mi oído izquierdo. Tan agudo era aquel sonido que parecía que entraba como algo punzante hasta lo más profundo de mi cerebro. Me sentí mareada; sin embargo sin hacer alarde me retiré de la ventana y me dirigí hacia mi cuarto y me tiré sobre mi cama, más me tocó levantarme e irme hasta el baño para vomitar. Mi compañero se percató de la situación y yendo hasta mi lado me preguntó qué me ocurría y yo le relaté lo ocurrido en la ventana hacía unos minutos, desde el momento en el cual empecé a mirar la estrella brillantísima y el sonido agudo que entró por mi oído. Fue allí cuando él me contó que había notado mi embeleso por aquella estrella y al fijarse detenidamente en lo ocurrido había visto como desde la estrella se había desprendido algo así como una “lanceta” de luz que había pegado sobre mi cabeza, pero creyendo que era su imaginación no le había dado ninguna importancia.

Comentamos, quizás, un poco más sobre lo sucedido y luego nos fuimos a la cama a descansar. Nos quedamos profundamente dormidos.

Serían las dos de la mañana cuando desperté muy sobresaltada a causa de un terrible sueño que estaba teniendo, el cual trataba yo de narrarle desesperadamente a mi compañero quien solo trataba de tranquilizarme recordándome que era solo un sueño… para que no tuviera ningún temor.

De todas formas recobrar la calma era prácticamente imposible, pues el sueño era realmente espantoso. Yo soñaba que sobrevolaba, de una manera que no supe como, sobre una extensísima zona de catástrofe, donde el fango cubría todo… todo lo que alcanzaba a mirar desde mi lugar de sobrevuelo. Sobre aquel mar de fango flotaban miles y miles de cadáveres. Todo… todo lo que yo alcanzaba a ver estaba cubierto de cadáveres. Por momentos habían acercamientos sobre la zona de desastre y pudiendo ver en detalle la visión era aún más terrible y dantesca. Algo inimaginable había ocurrido y yo no podía saber de qué se trataba pero si podía observar palmo a palmo tan devastador y sobrecogedor panorama desde cierta altura.

Y era allí en ese preciso momento cuando yo había despertado y me negaba rotundamente a conciliar de nuevo el sueño aunque aquella era la insinuación de mi compañero, quien trataba, de muchas maneras, de hacerme retomar la calma y la tranquilidad durante la noche.

Aún así pasado un tiempo y a pesar de lo horroroso del sueño, de una manera inesperada…nuevamente concilié el sueño.

Más allí nuevamente empecé a soñar. Ahora me veía caminando por el norte de la ciudad. Sabía que me dirigía hasta mi casa en el sur lo que me hacía afanar un poco pues era muy grande la distancia aún por recorrer y era bastante tarde en la noche, quizás las diez o las once. Hacía frío pues parecía que acababa de pasar un fuerte aguacero de esos que dejan el cielo brillante y así en ese intenso azul turquí. Brillaba una inmensa luna llena, hermosamente platinada que hacía brillar de manera especial las calles con el brillo de los avisos luminosos pero sobre todo que ponía esas preciosas chispas de luz plateadas a las hojas de los árboles.

Yo caminaba muy afanada aunque de todas maneras disfrutaba de la preciosa vista que me acompañaba durante todo el recorrido, sobre todo aquella preciosa luna tan brillante.

Inesperadamente y ante mi sorprendida mirada la luna empezó a girar alrededor del cielo, sus giros eran perfectos y parejos, no muy rápidos pero lo suficiente como para que yo empezara a sentirme mareada y más aún empezara a sentir un pánico indescriptible ante aquella asombrosa experiencia que es para cualquiera inimaginable.

¿Qué como llegué hasta el parque principal de esta ciudad? ¿Acaso vi algunas personas seguramente estaban como yo asombradas ante ese asombroso espectáculo? No sé… No lo recuerdo… Lo único que con claridad recuerdo es que lo que ante mis ojos estaba ocurriendo era algo catastrófico y no solo ocurría en mi ciudad sino que sabía que estaba ocurriendo en todo el mundo. No, no era aquello un simple temblor de tierra. No. Era el peor terremoto que podría ser descrito por alguien que haya sobrevivido al peor ocurrido sobre esta tierra. Todo se salía de su sitio. Las calles se reventaban y en el pavimento las grietas eran inmensas y como enormes bocas que tragaban. Los edificios caían hechos añicos como si en el aire se despedazaran, todo quedaba destruido ante mi asombrosa mirada. Extrañamente no recuerdo la gente… No. Solo recuerdo esos pequeños grupitos de niños, quizás seis o siete en cada grupo, con síndrome de Down. Todos ellos levantaban sus brazos en señal de adoración y suma alabanza y al unísono sus voces entonaban: “ ¡Gloria a dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad!”. Y lo decía repetidas veces como una sublime invocación. No tenía miedo, no sufrían por lo que estaba ocurriendo, ellos solo adoraban y adoraban y … y solo eso. Yo me unía a uno y a otro grupo y luego a otro y creo que los recorrí todos y con cada uno de ellos entonaba aquél cántico. A nuestro alrededor estaba ocurriendo aquella terrible catástrofe, pero allí, justamente allí… nada estaba pasando, más que la alabanza y la adoración al Dios Eterno.

No podrá narrar como salí de en medio de aquel lugar y llegué hasta la vía mas amplia y directa hacia el sur de la ciudad, donde el pánico era indescrptible. La situación era caótica pues solo había ruinas, incendios, humo, polvo, chispazos, tenebrosa oscuridad, lamentos, gritos aunque yo seguía sin ver las personas que los lanzaban. Yo no tenía dificultad para desplazare por en medio de aquellos terribles escombros. Era como si fuese intangible, invisible en medio de todo lo que allí pasaba.

De manera inesperada vi que todo… todo se iluminaba con una luz sobrenatural como si muchos pero muchos soles iluminaran de una sola vez todo lo que me rodeaba. Aquella luz era tan brillante, tan sobrecogedora, tan esplendorosa, tan refulgente que ningún ojo humano, estoy segura de ello, la había visto antes jamás ni siquiera ha visto algo con lo cual se le pueda comparar. En ese preciso momento escuché un atronador grito, como si todas las voces de la tierra se juntaran y al unísono gritaran: ¡Mireeeen…! Allá sobre los farallones de la cordillera occidental estoy segura que venía Aquél o aquello que lanzaba un brillo luminoso incandescente…blanco refulgente… incomparable.

Desperté y entonces atónita y casi sin poder hilvanar mis palabras, intenté contarle a mi compañero ese segundo sueño que podrá decirse era más caótico e inverosímil que el primero, aunque no sabíamos exactamente cuál era la secuencia de aquellas terribles visiones. Si saber aquello era imposible, entender la relación de aquellos sueños con esa hermosa estrella de colores que resplandecía de extraña manera en el cielo cuando yo miraba desde la ventana del quinto piso, era aún más… más… imposible.

CABALLEROS DE LA ORDEN DEL SOL
VICTOR SALAZAR

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